miércoles, 25 de abril de 2012

portadas

Estaba escribiendo un post sobre un viejo recuerdo en casa de mi abuela, pero como parece que voy a demorar en terminarlo les contaré otras cosas. Como por ejemplo, que hoy he comprado "Historia de dos ciudades" y  al llegar a casa, he descubierto que en la portada en vez de decir "Charles Dickens" dice "Carlos Dickens". Carlitos Dickens. Me suena a cantante de sones cubanos. Eso me pasa porque me dejo llevar por las portadas. El señor también tenía la edición de El Comercio y la de Oveja Negra, ambas mucho más sobrias, pero no. Decidí llevarme esta huevada:


También compré "Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar" porque, además, tengo debilidad por los títulos largos y extraños. Esa novela me la había recomendado hace como ocho años una tía chilena que iba al cibercafé donde yo trabajaba en Río de Janeiro y siempre quise leerla. La leí por la tarde. Estuvo bien pero tampoco me volví loco. Es una historia para niños y está contada de esa forma.

Además he comprado "Eugenia Grandet" de Honoré de Balzac. La he comprado, en parte, porque mi tía Matilde, que es profesora de literatura y que cree que algún día me voy a ganar el Nobel, siempre me dice que debo leer a los clásicos. Pero sobretodo, lo sé, la he comprado porque es lo que lee Antoine Doinel en "Los 400 golpes" antes de hacerle un altar al señor Balzac.



Finalmente les contaré que una amiga me pidió que le diseñe un flyer para su chico que es dj y va a poner música en el bar CORTEZ, así que, mientras buscaba ilustraciones de Hernán Cortés, he encontrado una colección de libros mexicanos con unas portadas bien locazas. Por ejemplo esta:




Y acá les dejo la imagen que tomé y como la destruí
con la magia del photoshop y la publicidad




 hastapronto

jueves, 19 de abril de 2012

la vida instrucciones de uso

Hoy se me ha terminado el poco dinero que me quedaba y que había ido estirando tenazmente, como el pellejo de una cabra sobre el chasis de un tambor. Planeaba sobrevivir cocinando la bolsa de arroz que queda en mi alacena pero es que también se ha terminado el gas. El delgado brazo de fuego se aferraba a la hornilla como si comprendiera mi desesperación. Finalmente cayó a las tuberías con un grito sordo. Por un momento, me he quedado frente a la cocina sin saber qué hacer.  Luego recordé que la olla arrocera funciona con corriente así que he metido ahí el arroz con algunos ajos picados. Como además me ardía la garganta le agregué también un buen pedazo de kión y dos huevos crudos que encontré en la refrigeradora. Esa ha sido mi cena. La he comido viendo los simpsons.

Para hoy, ya no había nada. Solo me quedaba la tarjeta bancaria que mi tía Magali me dejó antes de viajar a Chile. Se ha ido para unirse a una secta de hombres-luciérnagas que hablan de la luz como si fuera el nuevo mesías. Han pasado ya más de dos semanas y mi tía aún no vuelve. Mi madre está preocupada. Piensa que ha sido mentalmente abducida con tanta luz. Yo solo recordé que al darme la tarjeta mi tía me había dicho que por estos días le iban a depositar su sueldo así que he ido al banco con la esperanza de encontrar algunos miles de soles. Nada. Habían doce soles en la cuenta. Igual los he sacado. Con eso he almorzado picante de carne y he comprado unos panes franceses para la noche. Después de esto solo me quedan mis monedas de la colección con motivos arqueológicos del Perú que espero no tener que usar, otra vez.

No es que yo esté irremediablemente destinado a la miseria. De hecho, mientras escribo esto, estoy también haciendo un par de esas animaciones que me vuelven esporádicamente millonario y con las que en un par de semanas podré comprar comida y tal vez hasta algunos libros y películas. Es solo que como el trabajo llega a mi vida sin que yo lo busque, a veces pasa algún tiempo sin que se le vea por aquí.  Sé que podría ir a buscarlo como hacen los hombres, solo que mi biblioteca y mi ventana me lo impiden..

De todas formas, todo este desbarajuste en la economía de mi hogar, me ha recordado que hace un tiempo, al pasar por el puestito de libros viejos de la Católica, vi un libro de Georges Perec cuyo título me llamó mucho la atención. Se llamaba: "La vida instrucciones de uso". Era un libro rojo, gordísimo, de la colección de Compactos Anagrama. Me pareció muy loco que alguien (que no fuese un patético escritor de autoayuda) hubiese titulado su obra así. Y sobre todo, porque al tratarse de un libro de 500 páginas con apariencia de enciclopedia, le daba a uno la sensación de que el título, era literal y que aquel libro realmente contenía las instrucciones para... bueno, el hecho es que lo estaban rematando por cuarenta soles, dinero que en ese momento yo no tenía. Tiempo después me arrepentí mucho de no haberlo comprado pues vi que era muy difícil encontrarlo en librerías y si alguna lo tenía, lo vendía por más de cuatro veces el precio que aquella vez me pidieron.


La cosa es que ayer he buscado el libro en internet y lo he encontrado. No está en PDF sino en Word, pero creo que igual se lee muy bien.  Y bueno, aunque solo he leído el Preámbulo antes del Capítulo 1, creo que mis sospechas eran ciertas y se trata de un libro genial.  Si le dan click a la imagen de los puzzles se abrirá una ventana para que se descarguen el libro automáticamente. El archivo se llama 181.doc




 

miércoles, 18 de abril de 2012

tres poemas sobre pájaros

Hace unos días me di cuenta de que a pesar de que los pájaros no son bichos que particularmente me emocionen mucho, algunos de los mejores poemas que he leído o escuchado en mi vida, hablan acerca de pájaros. 

"Bluebird" de Charles Bukowski lo escuché hace no más de un año. Había leído antes algunos antologías de poemas de Charles pero nunca había dado con Bluebird. Lo descubrí un día en youtube gracias a una animación hecha por una estudiante del Cambridge School of Art. Una animación que te puede destruir la vida. Aquí les dejo el link



La "Fábula del cuervo oriundo de Ginebra", del poeta peruano Arturo Corcuera, la escuché directamente de su voz, en un Festival de Poesía en el Teatro Segura. También me volví loco. Creo que me paré de mi asiento de emoción o si no lo hice así lo recuerdo. Casi un año después conocí a Arturo y junto a otros amigos fuimos a visitarlo a su casa en Chosica donde nos dio de comer y nos mostró el cuervo de madera que había inspirado el poema. Para leer el texto, como está muy chiquito, tienen que darle click a la imagen y luego con el botón derecho poner Ver imagen y luego darle zoom.



Finalmente, "Bird of Prey" de Jim Morrison lo escuché hace ya muchos años, cuando mi amigo Fer me prestó el disco "An american prayer" donde salen todos los poemas de Jim. Al principio no le presté mucha atención porque estaba ocupado volviéndome loco con "Feast of friends", que es el poema que ponen al final de la película mientras suena Adagio de Albinoni; sin embargo, agún tiempo después volví a escuchar Bird of prey y...

 


Por supuesto que con esta selección estoy dejando varios poemas fuera como "El cuervo" de Edgar Allan Poe; o "Acerca de la libertad" de José Watanabe; "El despertar" de Alejandra Pizarnik; y por supuesto, el poema en forma de pájaro de Eielson. Aunque sinceramente de Eielson prefiero "A un pájaro llamado Charlie" pese a que no habla en realidad de un pájaro sino de Charlie Parker a quien el amigo Julio Cortázar también ya le había dedicado su cuento "El perseguidor".  Pero bueno, es solo una selección hecha por un chico como yo, que casi no lee poesía.

martes, 17 de abril de 2012

¿Por ahí estás, Venus de Milo?


Hoy he ido al Parque César Vallejo. Al regresar a casa he hecho este dibujo. Es uno de mis lugares favoritos de todo Lima, solo que no voy muy seguido porque, yendo en bici desde Pueblo Libre hasta Surco, es casi una hora de camino. Como hoy tenía que ir a la UPC, que está incluso un poco más lejos, aproveché el viaje para visitarlo. Es un parque grande, bien cuidado y, por fortuna, casi desolado. En la pileta central, hay una estatua de bronce del poeta mirando hacia la fuente de agua. Antes prendían esa fuente de 12 a 1 y de 6 a 7 pero hoy le pregunté a un jardinero y me dijo que ya no la prenden más. Cuando la prendían, las palomas y otros pajaritos se ponían al borde y bebían y se acicalaban las plumas. Ahora los pájaros beben en los charcos que se hacen en los jardines cuando los riegan.

De regreso a casa, he estado tratando de recordar aquel poema de Trilce en el que Vallejo convierte la palabra todavía en un verbo.  Algo sobre todaviízar perenne imperfección. Recordaba que empezaba hablando de la Venus de Milo así que mientras cruzaba la avenida Primavera y San Borja venía repitiendo el poema hasta que poco a poco fue viniendo a mi:

¿Por ahí estás, Venus de Milo?
Tú manqueas apenas, pululando
entrañada en los brazos plenarios
de la existencia,
de esta existencia que todaviíza
perenne imperfección. 

Yo no tengo buena memoria pero recuerdo este poema porque un amigo se volvió loco explicándome como Vallejo se follaba al idioma convirtiendo adverbios de tiempo en verbos (todaviíza) o en sustantivos (aunes que gatean); y a la vez, sustantivos en verbos: "Amoniácase casi el cuarto ángulo del círculo".  Mi amigo se volvía loco -¡AMONIÁCASE! No puede decir ¡AMONIÁCASE! Que hijodeputa!-  Luego lanzaba el poemario a las piedras y se iba al mar, furioso y emocionado.

En Lima, hay muchos parques y estatuas de César Vallejo pero este es mi favorito. Me gustaría que hubiese también un parque a Bukowski al cual ir a tomarme de vez en cuando una cerveza. Aquí les dejo un link con fotos de otros monumentos en Vallejo en diferentes lugares de Lima, del Perú y del mundo.  Y un poema de su libro Poemas Humanos:


¡Y si después de tantas palabras...!
¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra! .

domingo, 15 de abril de 2012

los perros hambrientos


Cuando era un niño y vivía en Trujillo, mis papás me matricularon en un nido-jardín que tenía el nombre de un escritor peruano. Yo no sabía que algún día yo también querría ser escritor como aquel señor. De hecho, ni siquiera sabía que algún día tendría que ser otro cosa que no fuera un niño, así que el nombre de "Ciro Alegría" era, para mí, solo un par de palabras que me olían a crayolas y plastilina. Era un buen lugar aquel nido-jardín. Nos ponían títeres en el recreo y otras veces nos llevaban a pasear al parque para lo cual teníamos que caminar tomados de las manos. Nuestros uniformes eran unos mandiles blancos como los que ponen a los locos, aunque por aquel entonces yo todavía no sabía que existían los locos. En el recreo comía huevos pasados o gajos de naranja y al mediodía venía la movilidad y me llevaba de regreso a casa. Nunca, durante todo ese tiempo, supe quién era Ciro Alegría.

Casi treinta años después he comprado un libro suyo: “Los perros hambrientos”. Lo he comprado ayer; y la única razón por la que lo he escogido de entre toda la pila de libros viejos llenos de ácaros, es porque tenía la palabra “perros” en el título. Por eso y porque costaba tres soles. También compré una antología de cuentos de Cortázar llamada “Una flor amarilla” que tenía una portada horrible como de novela policial. Dado que ver cosas como esa me puede llevar a un estado de incomodidad capaz de perturbar mi lectura, pasé por el mercadito y compré un pote de témpera blanca. Al llegar a casa extendí un periódico sobre mi cama y comencé a cubrir de témpera blanca la portada de ambos libros. Luego los coloqué sobre el borde de mi ventana donde el sol les pegaba directamente. Antes de que se secara la témpera, coloqué sobre la portada del libro de Cortázar una flor amarilla que había arrancado de un jardín vecino; y sobre el libro de Ciro Alegría, coloqué la silueta de dos perros que recorté de una foto en blanco y negro.

Cuando la témpera secó, forré ambos libros con vinifan y eché a mi cama a leer. Empecé por los tres primeros cuentos del libro de Cortázar: Una flor amarilla, Final de juego y Los venenos. Como el resto de cuentos ya los conocía, tomé “Los perros hambrientos” de Ciro Alegría. Al igual que me pasó con “Música para camaleones” de Truman Capote, cuyo título yo siempre creí era una metáfora y no una alusión directa a los reptiles que cambian de color y que al parecer disfrutan del sonido del piano, también creí que en este caso el título “Los perros hambrientos” aludía a otros seres, como sucede en “Los gallinazos sin plumas” de Ribeyro donde en realidad se cuenta la historia de dos niños que viven recogiendo comida de los basurales como hacen los gallinazos. Grata sorpresa descubrir que en este libro sí habían perros, pues Ciro Alegría cuenta la historia de una familia de campesinos de la puna a través de la vida de sus perros ovejeros: Wanka, Zambo, Güeso y Pellejo.

Últimamente leo muchos libros que me sacuden el cerebro pero hace mucho que no leía uno que me tocara el corazón. Debo confesar que no soy muy adepto a la literatura indigenista pero en este caso y pese a que todo el libro huele a maíz y ovejas y no hay un solo atisbo de ciudad en ninguno de sus capítulos, la historia me ha conquistado por completo. De hecho, pasará a ser una de mis novelas favoritas de la literatura peruana y será, además, el primer libro que reseñe en el Diario de libros Moleskine que me acaba de regalar Karen.

Ayer durante el matrimonio de Mane (al cual no había podido llevar “Los perros hambrientos” porque no me entraban en el bolsillo del terno) conversaba con el novio de una amiga que me contaba como sus lecturas llevaban un estricto orden histórico que a mí me parecía imposible. Él, según me dijo, había empezado leyendo El Amadis de Gaula y Tirante el Blanco (que me aseguró además eran las novelas favoritas de Vargas Llosa y García Márquez respectivamente), para seguir con El Quijote e ir avanzando así ordenadamente, siglo tras siglo, hasta llegar a Cortázar e Italo Calvino que eran sus escritores favoritos.

Nada más difícil para mí que llevar mis lecturas de esa forma. Si decidiera hacerlo, no podría continuar yendo a aquellas tiendecitas de libros viejos donde escojo libros como frutas, por su textura y color. Sé que a algunos les parecerá que “Los perros hambrientos” es una lectura tardía a mi edad, pues muchos leyeron aquella novela durante los años de colegio. Y es mucho más grave en mi caso, pues nací en La Libertad como Ciro Alegría y aprendí a leer en un nido-jardín que llevaba su nombre. Pero creo que prefiero este desorden cultural en mi vida y saber que tal vez los mejores libros que debí haber leído hace mucho tiempo, aún esperan por mí.


reseña del libro en mi moleskine book journal