lunes, 28 de mayo de 2012

lunes, 21 de mayo de 2012

domingo, 20 de mayo de 2012

jueves, 17 de mayo de 2012

miércoles, 16 de mayo de 2012

hulk


La noche en que conocí a Alfredo Bryce



La noche en que conocí a Alfredo Bryce, acababa de volver de un ida y vuelta desde Pueblo Libre hasta Monterrico en mi bicicleta, y al llegar a casa, solo quería quedarme en la cama, leyendo un libro de Truman Capote que me esperaba abierto desde la mañana. El invierno había comenzado en Lima la noche anterior, y la neblina se te metía por todo el cuerpo gritándote: quédate en casa, quédate en casa, cúbrete con una sábana, pon la radio y mete un pan con queso al microondas, pero no te atrevas a salir. Y sin embargo, el dolor de las vértebras y del culo violado por el asiento de la bici, nada podían contra mis ganas de ciudad.


Así que fui hasta aquel bar donde mi amigo Daniel presentaba su segundo libro, y puedo decir tantas cosas de Daniel, como que fue la pareja de promoción de mi primera novia, y además, el protagonista (ella me lo contó) de aquella historia donde un carro gigantesco como Atlas te chancaba el pie, Daniel, y tú no decías nada, solo porque la chica que te gustaba te estaba mirando, tan Bryce aquella historia carajo, el viejo de la huevona te estaba chancando el pie con su maldita cuatro por cuatro y tú te creías inmortal, porque todos tenemos un poco de inmortal ante ciertas miradas, y todos tenemos un poco de él,  es por eso debo habérmelo encontrado hoy en tu presentación, Daniel, bebiendo una botella de vino en la barra del bar con un señor de barba blanca que además era el papá de la rosa de lima, la puta que los parió.

 Era la primera vez que lo veía y sentí que mi corazón latía como solo lo he oído latir tres veces en mi vida. ¿Qué carajo iba a decirle? Lo miraba y, al verlo, veía dentro suyo a Manongo, a Julius, a Martín y a Pedro tantas veces, y no podía más que pedir otra Stella Artois de once putos soles que había prometido no gastar. Porque no podía beber una vulgar cuzqueña mientras él se servía de aquella bella botella de un vino carísimo. Así que pedí más Stellas Artois y vino Mayte, que tú, Daniel, habías dicho era la mujer más hermosa del mundo, como para dejarse atropellar el pie toda la vida, vino a contarme que Bryce y aquel señor de barba blanca que era el viejo de la rosa de lima, eran amigos de san marcos y estaban esperando a su papá, que parecía haber desaparecido y me dijo: si quieres hablarle te queda poco tiempo porque seguro ya se van ahorita. Pero yo seguía en la barra del bar, gastando mi presupuesto mensual en cervezas surrealistas y viendo como todos se tomaban fotos con él y le pedían autógrafos, hasta que dije, basta carajo, tengo que decirle algo. Así que me acerqué y le dije: Alfredo, quiero hacerte una pregunta. Y él me miró. Dios, y yo no sé cómo pude seguir hablándole así que le dije: hace unos meses leí tu primer libro de cuentos “Huerto Cerrado”, y hay un cuento que se llama “El camino es así” (que iba a ser el título del libro hasta que Julio Ramón Ribeyro te desahuevó y te dijo que basta de fatalidad y que le pusieras Huerto Cerrado) en que un grupo de escolares hacen un viaje en bicicleta hasta Chaclacayo, y yo quiero hacerlo en mi bici y quiero que tú me digas, si es posible hacerlo, si tú lo hiciste y cuánto te demoraste en hacerlo. Y tú Alfredo, me contestaste como a un hermano, sin pensar en el cuento sino en el chico que era yo y que iba a montarse a su bici y me dijiste: en esa época lo hicimos, eran como cuarenta kilómetros, no sé cuánto será ahora pero creo que puedes hacerlo. Y yo te dije: gracias Alfredo y extendí mi Stella Artois de once soles contra tu millonaria copa de vino y quise creer que era como estar estrechándote la mano.

Y me fui. Y no te dije que no te admiraba como te acababa de decir, sino que te quería, mierda te quiero, hijo de puta. ¿Qué hubiera sido de mi vida sin Martín Romaña? Pero te dije salud y no te dije que te quería abrazar. Ni que mi próximo libro, que está todo lleno de cuentos sobre colegiales, está dedicado a Manongo Sterne. Ni que ojalá fuera yo Tyrone Power cantándole Unforgettable a Tere Mancini o Martín Romaña, el hombre que nunca podrá sacar a bailar a una chica sin soñar una vida entera con ella, corriendo, ni que había ido al manicomio a dibujar en las paredes como en tu cuento o que también había sido Julius jugando en la carroza del abuelo. Porque cuando te dije si era posible hacer aquel maldito viaje de cuarenta kilómetros en bicicleta, lo que en realidad estaba preguntándote era si un hombre puede vivir dentro de un cuento tuyo. Si yo puedo cantar para simpre Unforgettable para Tere, para Manongo, ya sabes, si de verdad puedo yo también ser UNFORGETTABLE?

jueves, 10 de mayo de 2012

ese mismo jueves, más tarde

Trágica expedición a Miraflores. Regreso a casa con cuatro libros nuevos, cuando, durante el mismo camino de ida, venía pensando en como he superado mi adicción y en que no compraré más libros hasta acabar los que tengo.  Pero nada más dar la curva de entrada al Parque Kennedy, recuerdo la nueva librería 9.90 que han abierto junto al cine Julieta donde alguna vez vi Martín Hache. Cuadro la bici frente a la puerta y entro a husmear. Pensaba que con ese precio, iba a encontrar ediciones feas de libros viejos, pero no. Después de veinte minutos, salgo de la tienda con una novela de Truman Capote (El arpa de hierba), un libro de cuentos de Antonio Skármeta (que contiene "El ciclista del San Cristóbal", uno de los mejores cuentos que he leído en mi vida), un pequeño poemario cuyo nombre no revelaré, y una edición ilustrada y de tapa dura de Ben Hur. Todo por 44 soles.

Afortunadamente, cuando en mi camino hacia el Pollos Pier (donde planeo almorzar), paso por la librería Inestable, veo que esta está cerrada. Ufff, digo, y entro a comer. Me traen un lomo saltado con una gran brizna de grass al medio de la cúpula de arroz. Algo nunca antes visto.  Después de comer voy a sentarme al pie de la iglesia a leer. Ese era el plan original. Por eso había llevado en la mochila un libro con las obras ilustradas de Edward Gorey, el ilustrador favorito de Shila y que yo nunca he leído. Me lo prestó ayer cuando la ayudé a proyectar una imagen suya sobre un lienzo de cinco metros con el que participará en "La noche en blanco". Estaba tan agradecida que me ha dado carta de entrada libre a su biblioteca. lo cual es genial dada la cantidad de novelas gráficas que tiene.

Mientras estaba en el parque leyendo, vi cuatro personajes memorables. Los dos primeros eran gatos, de esos que siempre se me acercan cuando me quedo ahí leyendo. El tercero era un tipo idéntico a Bruce Willis, pero no a Bruce Willis en Duro de Matar, sino a aquel Bruce Willis que sale en "Mad about you" y que se intenta chapar a Paul cuando Jamie está a punto de dar a luz. Y el cuarto personaje ha sido Leonardo Torres. No alguien parecido a Leonardo Torres, sino el mismo Leonardo Torres que hacía de Carlos en Natacha y de "Lechuga" en Gorrión. Cague de risa su cara. Iba tan contento como el chico de 500 días de verano en la escena musical después de que se folla a Zooey Deschanel, o bueno, a Summer.  Su cara y su caminar eran tan chéveres que daba ganas de ir a preguntarle por qué carajo estaba tan contento. 

Ya luego he tomado mi bici y he emprendido el camino de regreso a casa, no sin antes pasar por el busto de Ribeyro en la avenida Pardo y decirle: hola maestro.




jueves

Esta mañana he terminado de leer "La guerra del fin mundo". Sinceramente no comprendo cómo es que la gente quiere leer "La civilización del espectáculo" cuando no han leído aún las primeras novelas de Mario. Es absurdo y de alguna forma intuyo, que ese es el mejor resumen de ese nuevo libro: la gente busca cultura mediática, de la cual pueda conversar, y no obras de 900 páginas que solo te volverán un poco más loco.

Esta mañana he hecho también otra cosa extraña. He ingresado mi curriculum a la página de Belcorp. Mi amiga Maria Eugenia y mi amiga Karen, que trabajan allí, siempre me mandan excelentes ofertas de empleo pero yo nunca les hago caso porque estoy bien aquí en casa, leyendo libros de 900 páginas y paseando en bicicleta.  Esta vez sin embargo, he enviado mi currículum. No lo hacía desde hace seis años. Lo más terrible ha sido llenar la encuesta. Habían preguntas que, de haber sido escritas con un lenguaje más directo, dirían: ¿estás dispuesto a darle tu culo al cliente?.  Como no tengo nada que perder he dicho que no. Que no estoy dispuesto a darle mi culo al cliente. También les he mandado una foto donde salgo muy contento con árboles atrás de mi cabeza. Así que bueno, quien sabe si llamen.

En otras novedades les contaré -tal vez porque antes hablé de mi miseria y es justo que también les cuente de mi riqueza-, que me pagaron, y ahora les escribo sentado en un cómodo sillón de gerente. Soy el gerente de mi cuartito. No hay nadie a quien mandar pero está bien porque no me gusta mandar.

Como tengo la mañana libre, iré en mi bicicleta a almorzar a la calle Porta en Miraflores.


domingo, 6 de mayo de 2012

Lo que voy a contar, parte de un hecho en apariencia trivial. Algo que he descubierto trabajando, al intentar agregar palabras a una locución hecha apenas dos días atrás: Nuestra voz nunca es la misma. Cambia. No de una edad a otra como creemos, sino constantemente, como un caleidoscopio que nunca proyectará dos veces el mismo laberinto colorido.

Hoy por ejemplo. El cuarto era el mismo, el micrófono estaba sobre la misma pila de dvds de Seinfeld, las ventanas estaban cerradas y apliqué los mismos efectos en el Adobe Audition. Y sin embargo, hay un nuevo hombre hablando. No soy yo. No al menos el de dos días atrás. El espectrograma de sonido me lo confirma. Las ondas de la locución original parecen apacibles colinas. Las de hoy son puntiagudas como aquellos cerros que escalan las cabras. Al juntarlas, todo suena tan extraño que me desespero y vuelvo a locutar una y otra vez. Pero nunca consigo la voz inicial. Finalmente me digo que es solo trabajo y que nadie lo va a notar, así que lo termino de cualquier forma. Pero me quedo pensando. Pensando en sí algo tendrá que ver lo que he bebido esta mañana o las arrugas de la sábana que no he estirado o el hecho de que hoy sea domingo. No quiero aceptar que mi voz sea diferente. Pienso que aceptar ese pequeño cambio implica la aceptación de lo precario. La revelación de que todo, incluso lo que creemos propio e intocable está siendo constantemente arrasado.

De pronto recuerdo a Funes el memorioso y en cómo lo que yo he descubierto esta tarde, él tuvo que vivirlo constantemente: "le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)". Comprendo entonces porqué en el cuento, Borges lo encuentra en una habitación oscura. Alguien para quien el mundo cambiaba cada vez que lo miraba, tendría que haberse vuelto loco de tan solo asomarse por la ventana.

La razón por la que podemos levantarnos cada mañana, es la idea de que hay cosas permanentes. Somos capaces de cambiarnos de ropa, peinarnos diferente o escuchar una nueva canción, porque lo hacemos en la misma casa y con las mismas personas.  Es por eso cuando cuando la casa cambia o cambian las personas, volvemos a darle a nuestras rutinas la condición de columnas vertebrales. 

Descubrir que mi voz cambia y que nunca volverá a ser la voz con la que dije ciertas palabras, es algo que me sobrepasa. Pero que tal vez es menos terrible que la cadena lógica que aquel descubrimiento ha abierto: Si mi voz cambia... ¿qué estará sucediendo con la suya?... con sus ojos, con su piel, con su corazón?


jueves, 3 de mayo de 2012

química

hoy he bajado a tomar desayuno a la calle. iba caminando hacia la tienda pero a mitad de camino volví y compré un emoliente y un sánguche de pollo. luego me fui con mi pan y mi vaso a caminar por las galerías. en una de las tiendas están vendiendo un miscroscopio como el que yo quería tener cuando era niño. quería ver qué había en el agua, en la tierra del jardín, quería mirar a los insectos más de cerca. lo más parecido que tuve fue una lupa que usaba para prender fuego al papel. me gustaba ver como en medio de la hoja iba naciendo aquel halo amarillo que poco a poco se iba tornando oscuro hasta que saltaban las llamas. todo duraba un par de segundos así que tenía que hacerlo varias veces. también tuve un juego de química que traía veinte tubitos de ensayo llenos de azufre, sodio, astillas de plomo y otros elementos químicos con los que se podía hacer esperimentos. había una combinación que servía para hacer tinta invisible. escribías y no se veía nada hasta que acercabas la hoja al fuego. yo dibujaba pergaminos porque cuando la tinta se quemaba daba la impresión de ser un pergamino real.  hacía eso porque además no tenía nada que contar y que mereciera estar escrito con tinta invisible. ahora tengo algunas cosas que contar, pero siento que mi voz es tinta invisible y que ya nadie va a venir a prenderle fuego.



miércoles, 2 de mayo de 2012

martes, 1 de mayo de 2012

when the wind blows

Con que pocas ganas de desayunar café me he despertado esta mañana. Soñé que conocía a Truman Capote pero por alguna razón el libro que yo le acercaba para que me autografie era "Los confidentes" de Bret Easton Ellis. Él no lo notaba. He desayunado un pan con huevo frito y otro con paté; media gaseosa Crush y un vaso de chicha morada con tres cubos de hielo. Mientras comía, trataba de recordar en qué año murió Truman. Por un momento ni siquiera estuve seguro de que estuviese muerto. Wikipedia me saca de la confusión: Truman murió de una sobredosis de pastillas en 1984, el mismo año en que murió Cortázar.

Ayer por la tarde he visto "When the wind blows". Una película de animación basada en una novela gráfica de Raymond Briggs que hace un tiempo descubrí en una lista de "Las 100 mejores novelas gráficas de todos los tiempos"; y que además, cuenta con música de David Bowie y Roger Waters. La historia trata de una pareja de viejitos que, a puertas de una gran guerra, construyen dentro de su casa, un refugio antibombas en el que pasan sus últimos días. Es terriblemente hermosa.

Hoy no debería trabajar porque es feriado pero como ayer me la he pasado viendo esta peli y leyendo el libro de novecientas páginas que me regaló mi amigo el Equis, debo hacerlo. Ustedes vayan a pasear el pasaje 18 de Polvos Azules y compren "When the wind blows".