martes, 26 de mayo de 2015

la teoría del iceberg


Hoy, en medio de una clase sobre la teoría del iceberg en la que leemos cuentos en los que aparentemente no pasa nada pero cuyos personajes viven una tensión tremenda por conflictos que se tejen bajo la marea de lo narrado (Un día perfecto para el pez plátano de Salinger, Gato bajo la lluvia de Hemingway, ¿Por qué no bailan? de Carver) una alumna me pregunta: ya profe, pero ¿qué pasa cuando no está usted para hacer con nosotros este análisis del cuento y descubrir la parte oculta del iceberg? ¿qué pasa si nunca lo veo y no entiendo el cuento? Una pregunta totalmente válida y hermosa a la que tengo que responder algo estúpido y triste: Bueno, supongo que entonces te lo pierdes. Y está bien. Hay libros, cuentos, poemas que no llegan a nosotros en el momento indicado. O fotografías que un día te parecen estúpidas y otro día pueden hacerte llorar. No podemos pisar todas las minas del campo minado. No podemos ser el Titanic todos los días. Ella alza los hombros y sonríe de medio lado como resignada. Quisiera decirle algo más pero no se me ocurre qué. Así que al volver a casa en la bici, pedaleando por Salaverry sigo pensando en lo que me dijo. Pienso que a mí no me angustia tanto perderme ciertos cuentos o libros o canciones porque ya he tenido suficientes que me han marcado para siempre. Pero solo cuando ya estoy por entrar a Pezet descubro que aquello que ella me preguntó sobre los cuentos es lo mismo que a mí me angustia sobre la gente que he conocido o sobre la gente que me cruzo en la calle: ¿Y si no llegaron en el momento indicado? ¿Y si los dejé pasar de largo porque no me gustó la primera frase que dijeron? ¿Y si estaba demasiado borracho, demasiado cansado, demasiado distraído para darme cuenta de lo bellos que eran? Porque me ha pasado que tras haber perdido a una chica o algún amigo he dicho, años después, ¡Era por eso que lo hacía! ¡Así se sentía! ¡Oh mierrrrdaaa! Y he querido abrazarlos como cuando terminaba de leer un libro que me partía. Pero a la gente no se puede volver tan fácilmente como a los libros. No siempre puedes releerlos. A veces tienes que vivir para siempre con la angustia de no saber si en otra época de tu vida los hubieses entendido mejor. O si incluso, pudieron haberse convertido en tu libro favorito. Sigo pedaleando y veo a la gente en las calles, pero ya no veo gente, sino icebergs. Solo una parte de ellos asoma: su cara de sueño, la marca de su carro, lo que compran en el supermercado. Pero debajo de todo eso intuyo sus corazones, la parte grande del iceberg, esperando impactar en alguien que los comprenda. Y me pregunto qué tanto de mi iceberg está visible y si acaso ponerlo más a flote será la razón por la que escribo. Y me pregunto también qué tan lejos está el barco que viene hacia mí. O si es que ya nos cruzamos antes y nos dejamos ir.

1 comentario:

montañamovil dijo...

Me encantó. Me mató también.
Por cierto, recién descubro tu blog.