sábado, 28 de marzo de 2015

las cucardas s.a.

Bebíamos en un bar de paredes rojas como el útero de una cucarda
Que la metáfora no los huevee
Pues no era el famoso bar de las putas
De haber ido a Las cucardas S.A.
Mis manos estarían ahora aprendo tetas
y no estas absurdas teclas negras
que buscan inútilmente la verdad
En este bar NO habían putas
pero ponían canciones viejas que nos devolvían
a nuestra adolescencia de pingas paradas 24/7
La mesa era un barquito que remontaba el río de los años
Y nosotros CANtÁAaaAAABAMOSSSSSSS
cantAAAAAbaaaMossssss emocionados
Y yo dije: hemos aprendido a amar con estas canciones tan pendejas
nuestro corazón es un lobo
que se ha entrenado cazando gallinas cojas
y me avergoncé dulcemente
no solo de las canciones bobas y de mi amor barato
sino de mis primeros poemas
en los que te comparé con una flor
cuando lo único que yo quería, era clavarte
los colmillos en el cuello
y regarme la lengua con tus glóbulos
pues ahora comprendo
que aunque fui capaz de inventar un reflejo del amor
yo nunca he tenido amor
lo único que yo tenía
era sed

viernes, 27 de marzo de 2015

Micòl Finzi Contini y otras chicas de las que nos hemos enamorado leyendo un libro

Recuerdo que hace 10 años, en la última clase que tuvimos en la escuela de escritura creativa de la cato, Iván y Alonso nos pasaron una lista de novelas imprescindibles. Una a una, nos fueron explicando porqué eran importantes o nos contaban alguna anécdota sobre sus autores. Nunca olvidaré que cuando llegamos a la literatura italiana, Iván nos recomendó que leyéramos El jardín de los Finzi Contini de Giorgio Bassani, pero que NO se nos ocurriera enamorarnos de Micòl Finzi Contini porque era su novia. xD

Hace poco encontré la lista de novelas y ahí estaba mi anotación con lapicero azul "No enamorarse de Micòl porque es la novia de Iván". Csmre. El libro lo compré hace varios años pero hasta hace una semana todavía no lo había leído. Lo he terminado esta mañana de lluvia. Los libros a veces son como frutos verdes que metes a tu librero esperando a que les llegue el mejor día para ser devorados. Mis tías hacían lo mismo con las papayas o las paltas duras, las envolvían en periódico y las dejaban sobre la refri como gigantescas orugas. Entonces un día soltaban el nuevo aroma y al abrir las arrugadas hojas del periódico, las encontrabas con colores palpitantes que te decían: ya estoy, cómeme. ¿No pasa lo mismo con los libros? Cuando me acerco a mi librero tengo la impresión de que algunos me gritan: ¡Ahora me toca a mí! ¡A mí! Y otros que me dicen: Yo estaré bueno para el invierno. Y otros: A mí llévame a tu próximo viaje. O bien: Todavía eres joven para entenderme. O peor: Debiste leerme a los 16, cretino, ahora solo te voy a aburrir.

Debe ser también por eso que me gusta ir a Amazonas y a Quilca a comprar libros viejos, pues esos libros no solo hablan de sí mismos sino que parecen contarte también de las mesas de noche en las que estuvieron, las caminatas de quién acompañaron, a quién le removieron el cerebro y quién fue el hijodeputa que los metió a una caja y los remató por un sol el kilo.

El ejemplar que conseguí de El jardín de los Finzi Contini ha envejecido con dignidad. Tiene las hojas de un buen tono de amarillo y adentro encontré la viejísima boleta de compra tipeada en máquina de escribir. Dice: Librería La familia. Precio: S/.80.00 (los soles antiguos que usábamos antes de la llegada de los intis en el 85)

Bueno, anteayer agarré la novela y, recordando la advertencia de Iván, empecé a leerla con muchos nervios, como si estuviese asomándome indiscretamente al cuarto de su novia Micòl y fuese a sorprenderla calata mientras se cambiaba la ropa.

Micòl aparece desde las primeras páginas cuando es apenas una niña de cabellos rubios y ojos claros. Casi inmediatamente se convierte en el amor platónico del narrador que se pasa el resto de la novela en la friendzone. Micòl es sin duda encantadora, pero no fue hasta casi el final -cuando ella le explica a él por qué no pueden estar juntos- que comprendí a Iván. El argumento de Micòl era que ambos eran iguales, estaban lado a lado y "el amor era cosa para gente decidida a vencerse uno a otro: un deporte cruel, feroz. ¡Mucho más cruel y feroz que el tenis!, que había que practicar sin excluir los golpes y sin hacer intervenir jamás, para mitigarlo, la bondad de alma ni la honradez de propósitos"

Con eso ya me dejó medio loco, pero cuando líneas después él replica y le pregunta en qué sentido son iguales, fue que morí:

—Has dicho que nosotros somos iguales—dije—. ¿En qué sentido? Claro que sí, claro que sí —exclamó—: en el sentido de que también, lo mismo que ella, carecía de aquel gusto instintivo por las cosas que caracteriza a la gente normal. Lo intuía perfectamente: para mí, no menos que para ella, más que la posesión de las cosas, contaba su recuerdo, ese recuerdo frente al cual toda posesión, en sí, sólo puede parecer decepcionante, trivial e insuficiente. ¡Qué bien me comprendía! Mi ansia de que el presente se convirtiese en seguida en pasado, para poder amarlo y acariciarlo a mi sabor, era también la suya, exactamente. Era nuestro vicio, éste: ir adelante con la cabeza siempre vuelta hacia atrás. ¿No era así?

Oh Micòl, que forma tan bella de mandar a alguien al barranco. Si mis detractoras hubiesen tenido ese arte para chotearme no me hubiese esforzado tanto para encontrar el amor.

Pero envaina la espada, querido Iván, que si bien nunca olvidaré a Micòl Finzi Contini, yo no diría que me he enamorado de tu chica. Mas bien, al cerrar el libro, me he quedado pensando en cuál es mi Micòl y en si alguna vez yo he dicho eso de alguna chica literaria.

Recuerdo que cuando leí Las vírgenes suicidas, moría por ser Trip Fontaine en el momento en que sale todo desmoralizado de la cena en casa de las hermanas Lisbon y se sienta en su carro sin darse cuenta de que Lux sale después, se sube al carro, se le trepa encima, le da un beso malditamente salvaje y se regresa a su casa corriendo dejándole un chicle en la boca (aunque no recuerdo si esto del chicle solo pasa en la película). También estuve loco por la señorita Cora de Cortázar pero luego me he dado cuenta de que en realidad estaba enamorado de la forma en que Pablo estaba enamorado de ella. La Alejandra de Sobre héroes y tumbas me atraía como un precipicio. Y siempre quise morderle los bracitos a la Tere de Manongo en No me esperen en abril. Pero probablemente lo más cercano sea lo que me pasó cuando leí las 1503 páginas de ESO de Stephen King. Durante ese mes en que volví a tener 13 años y fui uno de los chicos de esa pandilla, me enamoré de Beverly Marsh y fui feliz caminando a su lado por las alcantarillas, esperando toparnos con el horror.

Sin embargo, creo que a ninguna de ellas podría llamarla: mi novia. Y me ha dado como nostalgia este agujero. Así que me he ido a caminar por esa parte de mi biblioteca donde tengo los libros que están aún por leer. Les he ido acariciando los lomos con el dedo índice, como preguntando ¿Dónde estás, carajo? ¿Estás en esta novela? ¿En este cuento? Y me ha dado miedo agarrar cualquiera, corriendo el riesgo de posponer nuestro encuentro unos días, unos meses, unos años. Pues, no sé si sea la lluvia o las calles vacías, pero realmente me gustaría encontrarla hoy.


viernes, 13 de marzo de 2015

¡¡ES HERMOSOO!! !!¡HERMOSO!!! ¡¡¡MUAJAJAJAJAJAAAAAA!!

Cuando empecé a ser profe, un amigo que también era profe me dijo: "Te van a poner chapas, cuando las sepas, cuéntamelas para cagarme de risa". Yo me resigné con alegría, pues me parecía paja tener alumnos que me pusieran chapas. Y siempre estuve atento, tratando de descubrirlas, pero nunca me gané con nada y hasta ahora no sé cómo carajo me dicen. "Tal vez no me han puesto chapas" pensé ilusamente alguna vez. Pero bueno, si no me las habían puesto, tal vez después del episodio de hoy me haga merecedor a una. Fue así:

Esta mañana empezó el ciclo. Nada mejor que llegar a la primera clase y ver todo el salón lleno de cerebros vírgenes. Lo primero que hago es intentar dinamitarles esa pereza que le tienen a los libros. Les hablo de la posibilidad de vivir otras vidas, de ser otras personas. ¡Es como cuando juegan PES y se convierten en Messi —les grito— O como cuando revientan zombis a escopetazos en Resident Evil! ¡Igualito carajo! Solo que —sin quitarle mérito a los juegos de vídeo— la literatura tiene cartuchos con experiencias más profundas. Por ejemplo, ustedes ahorita tienen veinte años, son una tira de pajeros, pero si abren un libro de Tolstói, pueden convertirse en el viejo Iván Ilich, postrado en su cama y aterrorizado por la inminencia de la muerte. ¡Una muerte que ustedes no vivirán hasta dentro de muchas décadas! pero que gracias a un genial escritor ruso podrán temer y tocar durante noventa páginas. Incluso pueden ser animales salvajes. Pueden ser el pequeño Colmillo blanco cuando se asoma por primera vez afuera del cubil en que lo ha dejado la loba, y ve la nieve y resbala y experimenta el dolor. Pueden sentir sus colmillos cuando descubre por azar el nido de perdices y se mete un pichón a la boca y siente el crujir de los huesos y la sangre. Y lo mejor, es que no hay culpa ni moral ni castigos pues el único fin es la belleza. Leyendo pueden convertirse impunemente en seres terribles que la sociedad enrejaría. (Aquí es cuando me empiezo a emocionar) ¡Pueden ser el encantador Patrick Bateman cercenando la cabeza a sus noviecitas en American Psycho! ¡Pueden ser el Arthur Gordon Pym de Poe cuando se resigna a comer carne humana para sobrevivir! ¡Pueden ser Paul Sheldon en Misery, gritando de horror cuando ve a Annie Wilkes, su más grande admiradora acercarse con el hacha y el soplete para rebanarle el pie! ¡¡Pueden ser Raskolnikov cuando le abre la cabeza a hachazos a la vieja usurera de Crimen y castigo!! ¡Oh Diosss! ¡¡¡Pueden ser Jean-Baptiste Grenouille momificando jovencitas para destilar el perfume que mana de sus pieles!!! ¡¡ES HERMOSOO!! !!¡HERMOSO!!! ¡¡¡MUAJAJAJAJAJAAAAAA!!!

Cuando vuelvo en mí, los veo con los ojos bien abiertos y pegados al respaldar de sus carpetas. Algunos se ríen, pero con risas nerviosas y entrecortadas. Acaban de comprender que con "experiencias profundas" me refería a la profundidad de los hachazos. Después hay un silencio extraño. Los mando al break y me quedo solito. Ahora sí me gané mi chapa, carajo. ¡Ahora sí! Ojalá sea El cercenador. Siempre me ha gustado el sonido de esa palabra. Esas dos erres larrrrrgas y ronroneantes como de sierra eléctrica. El cercenador me gusta. O el profe Hachazos. Pero me contentaré con cualquiera que se les ocurra.

miércoles, 11 de marzo de 2015

verdad que así era el amor

Bajo a la bodega a comprar mi desayuno y nada más entrar veo a una viejita locaza que está conversando con los tenderos. Conversar es un decir porque en realidad monologa y hace muecas para que todos los vecinos la escuchemos. Dice: ¡Despáchame rápido esas tostadas y la mermelada que me estoy yendo a ver a mi novio! ¡Y ponme también unos plátanos! Como la tía tiene pinta de que su último novio fue Porras Barrenechea, todos nos reímos entre muelas. Ella se da cuenta y fingiendo estar ofendida nos reclama ¿Qué? ¿No puedo tener novio? Miren —nos dice mientras saca de su cartera un objeto envuelto en un delicado pañuelo de seda color turquesa— le estoy llevando este regalo. No lo desenvuelve, pero cuenta: ¡Es una pistola! Para que se mate, ese desgraciado. Conchasumare. No sabemos si reírnos o salir corriendo. Ella continúa —Todos son iguales, pegalones carajo, ya me voy a llevarle su desayuno, chau—. Se va. Cuando salgo de la bodega la veo parada en una esquina como tratando de ubicarse. En una mano lleva la bolsa con las tostadas y los plátanos y en la otra la cartera con el arma. Carajo, verdad que así era el amor —recuerdo— estar extraviado con la alegría en una mano y las ganas de matar en la otra. De pronto parece recuperar el rastro y la veo irse con pasos decididos. ¿Cuánto más tardará en volver a cogerme a mí el virus? pienso y me recorre un escalofrío. Me sacudo como si se me hubiese subido un bicho gigante a la espalda. Subo a mi casa. Cierro la puerta. Me sirvo un vaso de leche chocolatada. Y bebo. Y estoy solo. Y estoy bien.