viernes, 22 de enero de 2016

La paloma

Los mando a leer La paloma de Patrick Süskind. Hay una escena en la que el protagonista, Jonathan Noel, portero de un banco, va al parque y ve a un vagabundo que está comiendo sardinas ahumadas. De un mordisco el clochard les arranca la cabeza y la escupe a un lado antes de meterse el cuerpo entero a la boca. Luego muerde un pedazo de baguette y le da un trago a su vino. El vagabundo come tan tranquilo y tan contento que Jonathan envidia su existencia tan despreocupada y empieza a cuestionarse si tiene sentido estar parado un tercio de su vida en la puerta de un banco abriendo una reja. ¿Por qué no vivir así, despreocupadamente, confiando en la caridad de la gente? Sin embargo, al rato recuerda que alguna vez vio a ese mismo vagabundo correr a esconderse entre dos carros para cagar en plena calle. Aquella vez Jonathan le vio el culo expuesto y vio cómo el charco le manchaba el pantalón. En ese momento se dijo que sí, que todo lo absurdo de su vida tenía sentido porque lo salvaba de tener que hacer la caca en la calle. Inspirado por esta escena, les pregunto a mis alumnos qué sería eso que a ellos les impediría apartarse de la tiranía de la civilización e irse a vivir a la banquita de un parque a comer sardinas. Las respuestas van por todos lados. Algunos hablan de su colchón como si fuera un amante, otros son tan quisquillosos para comer que dicen que podrían morir de hambre antes de abrir un tacho de basura, una chica dice que jamás podría bañarse en la pileta de una plaza -con lo linda que se le ve a Anita Ekberg en La Dolce Vita, csm-. otros dicen que no podrían vivir una vida que no tenga un propósito, uno argumenta que de cierta forma el vagabundo también sigue atado a la civilización, pero la respuesta que más me conmueve es la de una chica que dice que no podría dejar jamás su Play Station 4. Ese aparato tecnológico -me dice- le permite vivir miles de historias y ser la protagonista de muchas aventuras sin salir de su cuarto. Me conmueve porque es el mismo principio que opera con lo libros y presiento que ella lo descubrirá a lo largo del curso. Y antes de ponerle todo el puntaje a su examen, pienso que sí, que lo único que yo tampoco aceptaría de la vida es que sea solo una

jueves, 7 de enero de 2016

Matacojudos

(Carta de introducción al curso Géneros Literarios 2016-0)

Queridos alumnos. En mis tierras piuranas crece un árbol al que los lugareños llaman el Matacojudos. La primera vez que escuché su nombre me cagué de risa y mi profesora de Historia me contó que le decían así porque sus frutos -grandes como papayas y duros como mameys- a veces se desprendían de sus lianas y, si pasabas por ahí pensando en la guasa del burro, te mataban por cojudo. Csmre. En mi último viaje a Piura vi uno de estos árboles y le dije a mi vieja: ¡Señor Cautivo de Ayabaca, para el carro! y me fui corriendo a traer uno de los frutos. Mi vieja me dijo: ¡churre adefesiero! ¿pa qué quieres eso? Pero yo lo guardé y me lo traje como equipaje de mano en el Ittsa. Al llegar lo puse ahí en mi biblioteca junto a mis libros, pero solo ahora que empieza el ciclo y les veo las caras me doy cuenta de su oculto propósito. Los libros, queridos alumnos, también son, en su propia manera, matacojudos. No por esa aburrida idea de que los libros enseñan o educan, sino porque cuando ves a través de otros ojos: los ojos de Mowgli, de Colmillo Blanco, de Gregorio Samsa, de la Cándida Eréndira, de Jean Valjean o de Henry Chisnaki, desenfocas tu cerrada forma de ver el mundo y terminas por entender mejor a los demás y sus formas de vivir. Leer tiende a curar el racismo, el patriotismo y los fanatismos extremos. Es decir, leer mata la cojudez. Ahora bien, yo les voy a dar muchos libros en el ciclo, libros luminosos, libros para abrir la mente, pero de todas formas voy a llevar el matacojudos piurano a la clase y lo dejaré tranquilito en el escritorio. Es solo para que recuerden que si no leen, todavía me queda este método primitivo y no dudaré en reventárselos contra el cerebro. Les haré una trepanación craneana literaria tal que la cojudez les va a manar a chorros como un géiser. Les voy a convertir el cráneo en una cornucopia de materia gris alrededor de la cual los demás nos sentaremos a seguir contando historias ancestrales como la de este maravilloso árbol y a brindar por la muerte de la cojudez.

 Bienvenidos