sábado, 13 de septiembre de 2014

gypsy boy

¿Sabes cómo se ve una colilla de cigarro cayendo desde un onceavo piso? Una colilla lanzada hacia la vía expresa como un minúsculo meteorito. Las cosas más pequeñas pueden ser increíblemente bellas si guardas silencio. Una canción de dos minutos puede devastarte lo mismo que una patada en el estómago. Hoy vi una chica guapísima en la cola del supermercado. Estaba pálida como el lomo de un caballo blanco. De pronto se apoyó contra un anaquel y musitó ¿alguien puede ayudarme? medio segundo después se desvaneció como una blusa que resbala del colgador. Su madre la alcanzó justo antes de que tocara el piso. Alguien más le trajo una cocacola. La maldita alegría de vivir. Querían recargarla como una impresora que se ha quedado sin tinta. Yo miraba todo desde las cajas rápidas. Pagaba mi cerveza y comprendía que después de aquella visión una lata no me iba a bastar. Al salir conduje mi bici bajo la lluvia. Traté de olvidarme de la chica. Si me pongo a pensar en toda la gente que se desvanece en esta ciudad, podría lanzarme yo detrás de la colilla de mi cigarro. Al llegar a casa he escrito una frase de Cohen sobre la pared de mi cuarto. Mi perra dormía al pie del colchón. Mi perra es como la cola de tela que los niños atan a sus cometas. También tengo una lámpara que parece el pellejo de un animal atropellado devorado por el sol. No sé si me gustas más que el invierno, pero lo considero altamente probable. Tú y el invierno hacen que me den ganas de quedarme en la cama. De tener abrigos bonitos. De escribir canciones sobre mi pared. La única diferencia es que nunca dejaré que un invierno me mate. Y en cambio a ti te estoy mostrando el cuello desnudo. Hago cosas extrañas como buscar tabaco. Y dirás: pero tú no fumas. Y tendrás razón. Pero esta noche fumo para unirme a la vertiente de hombres que alguna vez necesitaron fumar un cigarrillo como otra gente necesita café en el desayuno. Así escribimos. Ya no importa si lo hacemos bien o mal. Lo hacemos para entrar al volcán en el que nadan los que un día no tuvieron otra cosa que las palabras. Los que no podían follarse a las mujeres que amaban más que con los poemas que escribían. Eres tan bonita como los colmillos inferiores de mi perra, hechos para destrozar la carne. Quiero escribir como quien se va quitando el polo, el bluejean. Necesito quitarte la correa sin tocarte, como un encantador de serpientes. Enroscar una frase en tu lóbulo izquierdo. Derramar cera caliente sobre la arena que rodea tu ombligo. Pero primero te hablo de colillas de cigarro, de una chica en el supermercado, para que sepas que puedo encontrar belleza en cualquier piedrita de la calle. Para que sepas que aún cuando te vayas seré capaz de cazar los pescaditos dorados de la madrugada. Paso saludándote desde mi balsa que visita tu ribera sin detenerse. Solo cuando siento tu nostalgia (no me atrevo a decir desesperación) aquel descubrir que nunca más conocerás un chico como yo, vuelvo a tu orilla. dejo que me conduzcas a tu cama. Oh, niña del Amazonas. Eres la calle de farolitos que el borracho reconoce camino a casa, la primera spondylus que un niño se acerca a la oreja, esas arañitas que saben caminar sobre el río. Eres tan parecida a la palabra lentamente. Y sin embargo, podrías derretir el Kilimanjaro entre tus piernas. ¿Qué soy yo sino el primer hombre del universo detenido ante una lluvia de estrellas? Pero también soy como el último hombre que vio hundirse la Atlántida y que no tiene cómo contarlo. No hay remedio. Me pongo a escribir frases en mi pared, miro a mi perra, lanzo cigarrillos desde mi ventana. Yo solía pensar que era una especie de gitano. Hasta que te dejé llevarme a casa.