domingo, 6 de diciembre de 2015

jueves, 26 de noviembre de 2015

jueves, 12 de noviembre de 2015

miércoles, 11 de noviembre de 2015

miércoles, 4 de noviembre de 2015

los músicos del Titanic

Cuando empecé a enseñar me sentía como Noé con su arca. Quería salvar a todos los animales. -Disculpen la precisión de la metáfora-. Si un solo alumno parecía desmotivado, yo enloquecía y volcaba todas mis técnicas para subirlo a cubierta. Con el paso de los ciclos descubrí que eso era demencial y suicida, no solo porque no todos conectan con la ficción o la literatura sino porque algunos alumnos tienen una alucinante vocación por el naufragio. Se quieren ir a la mierda y se van a llevar todo lo que se les ponga delante, incluido el profe. Comprendí entonces que mi tarea no era convertirme en el arca de Noé sino mas bien en algo así como el Kon-tiki, una pequeña balsa en la que solo los más entusiastas y valientes llegarían hasta la orilla de lo improbable.

A veces también pasa que al final del ciclo uno ya está tan agotado que no parece ni el arca de Noé ni el Kon-tiki ni el velero llamado libertad de Perales, sino mas bien Kate Winslet flotando en su tablita sin poder salvar siquiera al pendejo que la acaba de pintar calata en el Titanic.

Pero volviendo al Kon-tiki, lo que quería contar es que hay ciertos alumnos maravillosos que son como las velas de la embarcación. Las preguntas que hacen tras leer un cuento, la forma en que van subrayando frases, los grititos de asombro o las breves risas que dejan escapar mientras leemos, le dan vida al cuento. Yo los miro de reojo mientras me paseo leyendo entre las carpetas y, por el brillo de sus ojos y la forma en que aprietan las copias, comprendo que están dentro de la historia. Gracias a ellos uno puede seguir leyendo emocionado y puede incluso arrastrar sin problema la carga pesada de los que se duermen o revisan su celular o preguntan si pueden ir al baño justo cuando estás diciendo la frase más bonita del cuento.

Cuando estos chicos faltan a clases, el barco se hace pesado y empiezas a sentirte como Ben Hur en las galeras. Uno sigue leyendo, pero siente que el cuento es como una palito de fósforo raspando contra una superficie lisa que no lo enciende. En estos casos lo que hago es olvidarme de que estoy en un salón de clases y seguir leyendo solo para mí, convencido de que ni la apatía de quince wachiturros es capaz de matar un cuento tan bello como Un día perfecto para el pez plátano. Sin embargo, desde el fondo de mi ensimismamiento, sigo escuchando sus ronquidos o el teclear de sus celulares; y para no enloquecer y matarlos me repito mentalmente que ellos son como los músicos del Titanic que están tocando su dulce indiferencia mientras yo me voy a la mierda con todo y mi barco.




viernes, 30 de octubre de 2015

es viernes y las veredas lo saben

Usted ha bebido más de la cuenta. Abandone su carro. Emprenda el camino a casa mientras repite: soy un animal bípedo, estas son mis piernas, mis hermosas piernas. Deliberadamente pierda el camino. Deje escapar esa moneda de diez céntimos. Entre por calles desconocidas. Visite ese parque al que nunca va. Guíese por el olor de los jazmines. Ríndase. Estruje con su corazón la belleza de estar perdido. Recuéstese en este pedacito de cemento que hemos apartado para usted. Colóquese en posición fetal y forme con ambas manos una breve almohadilla de falanges y metacarpos. Apoye en ella su cabeza entumecida. Cierre los ojos. Sienta la brisa urbana cubrirlo como una sábana de luces. Piense que sobre usted está lloviendo eucalipto y cante. Cántese una canción de cuna como las que le cantaba su madre al nacer. Recuérdela cuando era joven y lo sostenía entre sus brazos. Llore si es preciso. Piense en todas las hormigas de su ciudad. Imagínelas haciendo una gran ronda alrededor suyo. Acepte que algún día ellas se lo comerán. Usted será la cena. Pero aún le queda tiempo. Usted está vivo. Alégrese. Déjese masticar por los ruidos de la noche. No tema quedarse dormido. Sueñe que está sobrio. Sueñe que está en su cama y una mujer hermosa lo está desnudando. Acaricie la acera. Sienta cómo la materia pierde su dureza y lo acoge. Déjese tragar. Desaparezca. Despierte con el sol pegado a la cara. Pregúntese qué pasó. No descubra nunca que la sobriedad es la verdadera borrachera. Prometa no volver a empinar una botella. Olvídese de esta vereda. Váyase a su casa.

miércoles, 28 de octubre de 2015

un día de furia

Son las 2 pm. Voy manejando bicicleta cuando de pronto me pica la cabeza. Es un picor que mide 3 milímetros, como un circulito de sol proyectado por una lupa sobre mi cuero cabelludo. Es un picor tan punta-de-alfiler, tan pedacito de carbón, tan la concha de khalessi, que sé que cuando consiga rascarme tendré un orgasmo craneal. Inmediatamente y sin dejar de pedalear, me llevo una mano a la cabeza y, entonces, mis uñas ya listas para despellejarme el parietal derecho se topan con el casco. La desesperación me embarga: Voy tarde a clases, la bicicleta lleva velocidad, el semáforo está en verde y debo aprovecharlo. No puedo darme el lujo de parar, quitarme el caso y empezar a rascarme la cabeza como un simio en medio de la Tomás Marsano. Pero también pienso: carajo, qué tal que más allá me pasa algo y me voy del mundo sin rascarme por última vez en la vida. Así que freno en seco, me quito el casco y lanzo mi mano al ataque. Mis dedos, como una manada de monos aulladores, atraviesan la jungla de mi pelo y se clavan a mordiscos contra mi piel. Me recorre un escalofrío eléctrico. Cierro los ojos, mi lengua sale pa'fuera y en ese momento sé que eso es la felicidad. Sé que en tres segundos se habrá terminado y que volveré a ser un profesor apurado en su camino a clases, pero en ese momento, en ese momento en que el picor se va disolviendo como una pastillita de redoxon en un vaso de agua helada, en ese momento soy feliz.

Después vuelvo a ponerme el casco y me voy. Entonces recuerdo que el lunes conversaba con dos amigas acerca de los piojos. Estábamos contándonos cómo hacían nuestros viejos para exterminarlos. Una de mis amigas contaba que un día su papá, desesperado porque los piojos no morían con nada, le había echado gasolina en la cabeza. Dijo que la idea original era también prenderle fuego al pelo, pero que su vieja había intervenido para evitar que la convirtieran en un Sayayin a tan temprana edad. Mi viejo no me echó gasolina pero un día me dijo que la mejor técnica para matar los piojos era rallarte un ladrillo sobre la cabeza. Anda, pendejo, le dije. En serio, contestó y agregó: después te echas una cerveza y entonces cuando los piojos están bien borrachos se agarran a ladrillazos.

En la clase de la tarde no pasó nada muy interesante salvo porque un alumno me preguntó si "iba" era con H y después en su examen confundió al personaje del libro y en vez de llamarla Amélie-san escribió Amélie Esan.

Así que al final del día estoy de nuevo en la bici, de regreso a casa. Voy por la Primavera cuando un conchasumadre me mete su camionetaza y me cierra contra la vereda. Freno en seco. Pero esta vez no sale el Pierre "ya estoy acostumbrado a estos animales". No sale el Pierre Mary Poppins en bicicleta. Esta vez sale el Pierre ángeles del infierno, el Pierre Machete, así que rodeo la camioneta y voy a pararme frente a ella. Mirando al tipo le pregunto si no ha visto cómo me ha cerrado. Hay una chica en el asiento del copiloto. Como el tipo levanta los brazos como diciendo: a mí qué chucha. Mi mano, que hace horas estuvo rascándome la cabeza e inventando la felicidad, forma un compacto e inesperado puño y baja como una comba contra el capot de la camioneta. En esos dos segundos infinitos en que mi mano se está clavando contra el carro y abollándolo, descubro que eso es el horror. Pienso que no debí hacerlo, que yo nunca hago esas cosas y no entiendo qué ha pasado. Justo antes de irme veo la cara de sorpresa de la chica. La de él no la veo así que no sé que estará pensando. Lo único que sé es que no puede seguirme porque hay decenas de carros detenidos frente a él. Mientras termino de hacer el camino a casa, asustado y enojado ya no con él sino conmigo mismo, vengo pensando en cómo ese pequeño acto de violencia podría haber cambiado toda nuestra vida. Imagino hipotéticas conversaciones entre el tipo y su chica. Y aunque en la mayoría de ellas ambos me putean. También imagino una en que ella me da la razón y se pelean. Después imagino algo peor. Imagino que el tipo tiene hijos y que mi furia clavada contra su capot puede transformarse en malhumor y después en un grito para ellos. En ese momento, me alegro de todos los puñetazos que nunca di en mi vida. Muchos tipos se lo merecían, pero por alguna razón, en ese momento me alegra no haberlos dado.

Al llegar a casa Pika viene corriendo a verme. Mis manos atraviesan su pelaje cochino de perro de alcantarilla y sienten su húmeda lengua que dice: por fin llegaste, conchetumare. Y con esas mismas manos cojo una mandarina y la pelo y me la como. Y con esas mismas manos me pongo a escribir esta historia. Y mientras mi puño y mi miedo de desvanecen con el movimiento de mis dedos, siento que esa es mi forma de pedir disculpas.

lunes, 5 de octubre de 2015

Cuántos cantos tiene la Ilíada

Mi profesor de literatura en el colegio era un viejito amable y de modales antiguos llamado Ricardo Gaona. Lo recuerdo con su impecable traje de color beige y recuerdo también la emoción con que nos recitaba fragmentos de La Ilíada mientras nosotros mirábamos por la ventana esperando a que sonara el timbre del recreo. No entendíamos ni mierda y tampoco queríamos entender. Sin embargo, había algo en su forma de leer a Homero que me hizo sentir que detrás de esa puerta había algo. Algo que yo no necesitaba en ese momento, pero por lo que algún día volvería. Mis amigos me dijeron que el viejito también podía ponerse locazo y que una vez había agarrado a puñetazos a un malcriado en pleno salón de clases. Al principio no lo creí, pero cuando me dijeron el nombre del malcriado dije: ah pes, ese conchesumare seguro se lo merecía.

Pasé literatura como cualquier otro curso. No recuerdo haberme sacado ningún 20 ni que él me haya augurado futuro alguno como escritor. Me despedí de ese profe como de tantos otros y después de salir del colegio no lo volví a ver más ni a pensar mucho en él. Veinte años después, soy yo quien entra a un salón a dictar una clase de literatura. Es el primer día del ciclo y estoy tomando asistencia cuando veo su nombre en mi lista. Primero se me ocurre que es una coincidencia, así que la dejo pasar. Pero como este chico que lleva su nombre, participa y comenta bastante, le pregunto: Ricardo ¿alguien en tu familia se dedica a la literatura? Me mira un momento, extrañado por la pregunta, y luego responde: Sí, mi abuelo era profesor de literatura en un colegio. ¿Y cómo se llama tu abuelo? pregunto. Se llamaba Ricardo como yo… pero ya murió. Tu abuelo fue mi profesor de literatura, le cuento, un buen profesor. Después no se me ocurre qué más decir así que solo nos miramos. Pero en esos segundos de silencio, mientras el resto del salón nos observa y espera, mi cerebro entra en trompo, como cuando sigues el rastro de una jugada de billar imposible esperando que alguna bola entre a la buchaca. Y finalmente me doy cuenta de que además de estar en un salón de clases, estoy parado en uno de los 3 vértices de un triángulo equilátero espacio-temporal que nos une a mí, a él y a su abuelo. Y de pronto siento que su abuelo va a aparecer en el salón como cuando en los Thundercats Yaga venía desde el más allá a aconsejar a Leon-o. Y pienso que yo soy Leon-o. Y que su abuelo va a venir todo azul al salón y me va a preguntar delante de mis alumnos cuántos cantos tiene la Ilíada. Y como no voy a saber ni mierda, me va a agarrar a tabazos cósmicos y me van a botar de mi chamba y después todos mis alumnos van a seguir contando esta historia y alguien va a decir: ah pes, ese conchesumare seguro se lo merecía.

domingo, 13 de septiembre de 2015

calatas

Ahora que leo la noticia de que Playboy dejará de publicar calatas, recuerdo que cuando era un chibolo pajero de 3er ciclo, mi profe Torrejón, que tenía por buena costumbre desahuevarnos y quitarnos la ñoñez escolar, nos dijo en una clase: ¡Muchachos, tienen que leer Playboy!. Todo el mundo se quedó locazo, así que el profe siguió: ¡No solo publican calatas, carajo! ¡En Playboy escriben las mejores mentes de esta generación! Csmre. Yo quise hacerle caso pero cuando eres chibolo gastarte más de 20 lucas en una revista es un acto demencial y suicida. Sin embargo, siempre me quedé pensando en esa frase. "Las mejores mentes de nuestra generación". En aquel entonces, mi pata M***** tenía una Playboy en su casa y yo la revisaba cuando iba a visitarlo. Todavía recuerdo a 3 de las chicas que salían en esa revista. Las recuerdo con más fidelidad y detalle que a chicas que conocí en carne y hueso. Ustedes pensarán que exagero porque ahora para ver calatas no hace falta más que entrar a google, o incluso a facebook, dependiendo del tipo de amigas que tengas. Pero en el 97 para ver calatas teníamos que mirar revistas o esperar la medianoche del domingo con la tele prendida. Pero volviendo a lo de "las mejores mentes", hace poco, mientras preparaba una clase sobre Ray Bradbury titulada "¿Por qué se queman los libros?", averigüé que mi profe Torrejón no estaba tan loco. Los primeros extractos de Fahrenheit 451, aquella maravillosa novela de Bradbury sobre una sociedad del futuro en la que leer está prohibido, fueron publicados por primera vez en Playboy. En aquel entonces Hugh Heffner no tenía un imperio ni una mansión llena de conejitas, era apenas un joven visionario sin mucho dinero, pero pagó 450 dólares para publicar a Bradbury en los primeros números de su revista. Pagó para publicar literatura en su revista de calatas ¿Qué hubiese sido del mundo sin Ray y sin Hugh? Yo nunca tuve una Playboy y hace un rato la nostalgia del pajero que fui me dijo que vaya al quiosco más cercano a comprarme una. La última Playboy con calatas. Sin embargo, finalmente he decidido abstenerme y conservar solo el recuerdo de aquella Playboy noventera de mi pata Manuel. Está tirada en un rincón de mi memoria y las chicas están poniéndose amarillas y arrugadas. Y seguro que tiene buenos artículos también. Artículos escritos por las mejores mentes de mi generación. Tal vez algún día los lea.

martes, 8 de septiembre de 2015

viernes, 14 de agosto de 2015

Hay ciertos placeres estúpidos que los no-fumadores nunca vivirán.
Como buscar en las manchas pardas de la colilla de un cigarro recién fumado la primera letra del nombre de la persona que está pensando en ti
Hay ciertos placeres hondos que los no-fumadores nunca vivirán
Como conversar con la muerte en el balcón y decirle mudas palabras de humo y ceniza
Pero armen sus propios cigarros. Compren el tabaco y el papel y conviertan el fumar en una ceremonia lenta, tal como cocinar, o sentarse en el inodoro o llevar un cuerpo ajeno hasta sus camas
Tómense el tiempo para comprender que todo acto de placer es un paso hacia la muerte. Y echen la sal con delicadeza y caguen con paciencia y muerdan la piel de esa muchacha con todos los dientes.
Y no fumen
Pero si fuman
Háganlo como si estuvieran conversando con la muerte
Y no olviden revisar las manchas en la colilla
Siempre hay alguien pensando en ti

lunes, 10 de agosto de 2015

jueves, 30 de julio de 2015

Miss Orquídea

Nunca he podido ver a una trapecista sin enamorarme, y sin morir de terror, que al fin y al cabo es la misma vaina. No sé si les pase a todos, pero es que a nosotros nos jodió Valdelomar. Es imposible curarse de un cuento como El vuelo de los cóndores. Yo no iba al circo hace años pero ayer, cuando ya habían salido los caballos y los malabaristas, y ya casi no me quedaba pop-corn en la caja y al apagarse las luces la vi allá arriba colgando del aro, la memoria del niño que fui me susurró: es Miss Orquídea. Y después me dijo: se va a caer. La putamadre. Inútilmente esperé que desplegaran la malla de seguridad o que pusieran un colchón. Ella se balanceaba sobre el vacío. La banda del circo tocaba una canción triste como un adagio o como un tango al que le han quitado la letra sin lograr extirparle el dolor. Recordé lo que decía el niño del cuento: ¡Cuánto habría dado yo porque aquella niña rubia y triste no volase! Sin embargo, la pequeña trapecista de ayer no estaba triste. Parecía divertida mientras enroscaba las piernas en el aro. No era exactamente un aro, era más bien como una lira a la que han quitado las cuerdas y ella colgaba de cabeza y luego se sostenía con una sola mano y elevaba una pierna perfecta. Estuve observando sus movimientos, la tensión de sus músculos y entonces lo comprendí. Por unos segundos dejé de escuchar la banda del circo, los aplausos de la gente y vi el circo de día: las butacas vacías, los malabaristas fumándose un pucho. Y la vi a ella entrenando esa rutina todas las mañanas. La vi sin aquel traje de encaje celeste. La vi vestida con su malla vieja, una malla agujereada y percudida de tanto rozar las sogas y los trapecios, de tanto aterrizar sobre la tierra del escenario. Y me dije: Esta chica no se va a caer. De hecho, su verdadera hazaña no consiste en no caerse, sino en reproducir para nosotros la sensación de que esa posibilidad existe. Está tejiendo el vértigo con sus piernas. Lejos de desilusionarme, esto me maravilló, pues delataba todo su esfuerzo como artista y era como ver esos detalladísimos dibujos de las máquinas voladoras de Leonardo da Vinci. Me pregunté además, con algo de angustia y euforia, si esto pasaría en todas las artes, por ejemplo, si alguno de mis cuentos delató la noche de desvelo que lo produjo. Me pregunté si hoy, al leer esta historia, alguien adivinaría que la estuve escribiendo mientras la veía volar. O que fui tartamudeando las primeras oraciones al salir de la carpa, o que al llegar a casa tuve que desacomodar mi biblioteca buscando el libro que me permitiría citar la frase exacta del cuento. Además, pensé ¿tendrá esto algo de valor para quien lee? ¿Será esto más bonito si saben que hay diez horas de sueño y un plato de tallarines entre las primeras dieciséis líneas y las últimas veinte? La verdad es que no lo sé. Pero ayer pude asomarme tras las bambalinas del vuelo y me pareció maravilloso descubrir que lo que para algunos es un abismo, para otros resultar ser el único lugar posible donde sentarse a mirar el mundo.

domingo, 21 de junio de 2015

Cabezas de pescado

Aunque suene raro o chistoso, nunca me siento tan parecido a mi viejo como cuando mastico cabezas de pescado. Lo descubrí hace unos días. Estaba en una cebichería de Surquillo y pedí una cachema frita. La trajeron entera. De tan grande no cabía en el plato y era como la escena del viejo pescador de Hemingway que no puede subir el pez espada a su bote y tiene que ver cómo los tiburones se lo comen. ¡Qué bestia! dije y agarré mi tenedor. Primero me comí toda la pulpa con el arroz y la salsa de cebollita. Como un gato, lamí el espinazo. Y en ese momento, cuando vi la solitaria y aterradora cabeza frita sobre el plato vacío, lo supe. Supe que me comería hasta los ojos y los dientes rostizados, y que tras ello me llegaría la inminente verdad de la que Ribeyro escribe en las líneas finales de su cuento Página de un diario: “Pero si soy mi padre –pensé. Y tuve la sensación de que habían transcurrido muchos años.”

La primera vez que reflexioné sobre esto fue en uno de los párrafos iniciales de mi cuento El río:

"En Talara, había visto a mi padre comer cabezas de pescado toda mi niñez. Era uno de sus platos favoritos y con gran gusto les mascaba los cachetes que mi madre había dorado en aceite; les sorbía las cuencas de los ojos expulsando, apenas, una pequeña bolita blanca que yo hacía rodar sobre mi plato vacío. Finalmente, les mordía todos los rincones, incluso los diminutos dientes hasta que el cráneo del pobre pescado se desarmaba bajo aquel impetuoso beso que alguna vez fuese para mi madre. Para mí, aquello era un espectáculo maravilloso y es por eso que yo nunca comí cabezas de pescado. Hubiera sido como ver a Houdini realizar uno de sus actos y luego pedir que me atasen de la misma manera. Sin embargo, allá en Manaus, tanto Talara como mi infancia eran dos sitios ya lejanos, así que tomé una silla junto al resto de hombres y pedí un plato de aquella sopa de pescado"

Aquel, debo decir, fue un incidente aislado y solo posible porque estaba en el Amazonas y sentía que debía probar cosas nuevas. La segunda vez que comí cabezas de pescado y la primera vez que realmente lo disfruté, ya había vuelto de mi viaje por Brasil y estaba borracho. Volvía de una fiesta. Un amigo me jaló hasta mi jato y recuerdo que apenas atravesé la puerta del depa sentí que me moría de hambre. Cuando abrí la refrigeradora –en esa época yo andaba más misio que el negro Alacrán– solo encontré media cebolla. Después abrí el congelador y encontré una bolsa de plástico con un sospechoso bulto. Lo abrí en el lavatorio. Eran tres cabezas de pescado.

Cuando preparábamos cebiche con mi hermana guardábamos las cabezas porque sabíamos que servían para hacer chilcano, pero como mi viejo ya no vivía con nosotros y nosotros no comíamos cabezas de pescado, al cabo de unos días seguían abandonadas en la refrigeradora llenándose de escarcha. Esa madrugada, sin embargo, el hambre que yo tenía era tan salvaje que metí la cebolla y las tres cabezas a una olla con agua y sal y prendí el fuego, esperando vaya a saber qué cosa. Luego me fui a recostar a mi cama. Al cabo de una hora desperté asustado y fui corriendo a la cocina. El agua, casi totalmente consumida, burbujeaba, la cebolla ya se había deshojado en transparentes pétalos y a las cabezas de pescado se les estaban desprendiendo minúsculos fragmentos de pellejo que flotaban alrededor dándole una consistencia extraña al caldo. Apagué el fuego y me serví todo en un plato hondo.

Es posible que nunca haya comido algo tan rico como eso. Por la mañana, mi hermana encontró el plato con todos los huesos del cráneo y preguntó ¿Mi papá ha venido? Lo preguntó como quien ve restos de ganado muerto y dice ¿Ha sido el Chupacabras?. Pero no. Había sido yo.

Desde entonces como cabezas de pescado. Las como en el chilcano, en sudado, fritas, arrebozadas, como sea. Y cuando la gente me queda mirando como a un animal de zoológico, cuando la mesera recoge el plato y no encuentra la cabeza y se asusta, yo pienso que me estoy convirtiendo en mi padre. Y eso me gusta, porque mi padre y yo no nos parecemos en casi nada. Y saber que lo que nos une es la capacidad de devorarle la cabeza a un pescado me hace sentir como si fuéramos parte de una escondida tribu de salvajes. La tribu de los hombres que han devorado todos los ojos del océano. Los hombres que sonríen y muerden con los dientes de los peces.


miércoles, 17 de junio de 2015

decisiones

Me encuentro en el club de cátedra con un amigo, profesor de filosofía. En realidad no es mi amigo, solo conversé con él una vez en una fiesta, pero su conversación fue tan sincera y transparente que desde entonces lo sentí como alguien cercano. Además anda siempre con esta expresión de estar navegando en el velero llamado libertad de Perales y eso me pastelea. Es decir, ver que una persona que tiene como profesión cuestionarse todo, conserva esa paz, como que me reconcilia con la vida. Pienso: si este pendejo anda así de tranquilo seguro que es porque en el fondo todo está bien con el universo. ¿No? Bueno, la cosa es que al entrar al club de cátedra, veo que este amigo filósofo está detenido frente a la chica del carrito sanguchero y con la mirada inspecciona detenidamente todas las galletas, kekes, brownies, chocolates, barras energéticas y sánguches posibles. ¡Hola! -le digo- ¿cómo estás?. Sonriendo pero casi sin dejar de mirar el carrito me responde: "Tomando decisiones". ¡La putamadre! Tomando decisiones. Yo pensé que estaba mirando galletas. También yo vengo con un sánguche de pollo en la mano. Lo acabo de comprar afuera de la universidad y es uno de esos que vienen con un sachet de mayonesa para que tú mismo se lo untes. 2.50 me costó. Había uno de 3 soles pero venía en pan ciabatta y era muy grande para andarlo comiendo delante de mis alumnos. Supongo que yo también tomé una decisión al escogerlo pero no lo había pensado hasta que él lo dijo. Finalmente parece decidirse y sonríe como si acabara de resolver una paradoja. ¡TOMA TIEMPO! me dice y se va todo contento con su desayuno. Yo termino de preparar mi café y me voy también a comer el mío. Pero entonces mi sánguche ya no me sabe a sánguche sino a teorema de pollo deshilachado. Y el café es una paradoja de la amargura. Y el sillón en el que me siento a beberlo es un acolchado signo de interrogación. Así que me paro y me voy a caminar por la universidad. Pero ahora cada paso que doy me parece un camino posible, otros encuentros, otro tiempo. Así que pienso: si escoger un sánguche implica una decisión, qué pasará cuando en un rato tenga que escoger la forma en que daré mi clase o la nota con la que condenaré a mis alumnos a la bica y posiblemente a otro futuro. ¿Que calles escogeré hoy al volver a casa en mi bici? ¿Iré el viernes a ese reencuentro con mis amigas del colegio? ¿Qué nombre le pondré a mi nuevo libro? ¿Llamaré hoy a mi mamá? Mis pasos se hacen cada vez más lentos y pesados, me voy encorvando, endureciendo, atemporalizando. Por fin llego a una banquita donde apoyo el culo totalmente petrificado. Y así me quedo. Una de mis manos me sostiene la barbilla. La otra se aferra a los restos de un sánguche de pollo que ya no sabré cómo terminar.

martes, 16 de junio de 2015

GOT

En la sala de casa mi roomate tiene una reu y yo escucho las conversaciones desde mi escritorio. Ahorita iban a empezar a hablar de Game of Thrones pero una chica paró la conversación diciendo: "No no no, chicas, yo no puedo ver juego de tronos porque me calienta. Hay demasiado cache y encima la ponen en las noches. Y lo jodido no es tanto que cachen, sino que además del cache hay mucho texto, entonces no te puedes concentrar en ninguna de las dos cosas porque apenas empiezas a ponerte caliente ya se murió alguien. Y así no se puede vivir" La mejor reseña de todos los tiempos.

jueves, 28 de mayo de 2015

con el Couch en el Tockyns

así que estamos en el bar. mi amigo me dice ¡una chela y nos vamos! pero pedimos cuatro. y luego dos más y luego dos más. y me cuenta. amé a esa mujer tanto. pero ella me traía en su carro y me contaba la historia del amor de su vida. y en ese momento me di cuenta que yo no era parte de la foto. ni siquiera era el fotógrafo. no era ni el tipo del catering, me entiendes? pero espera. mientras yo la escuchaba llorar por otro pendejo, bajábamos por una calle de Miraflores desde la cual yo veía la cruz de Chorrillos. No sé qué puta calle era. pero se veía la cruz y sentía que aquello era una señal. Ya sabes, la cruz, que me hablara de otro tipo. así que decidí olvidarla. pero hoy el taxi que me trajo bajó por la misma calle de la cruz. 5 años después. ¿tú crees en las señales? nah, mierda. mira. armé una lista de spotify solo por los nombres de las canciones. para que juntos dijeran algo. Me and the devil the old and the young like a child again not in love it's no good paint it black master and servant under my thumb I'll stay with you gimme shelter but not tonight. ¿te parece que dice algo? ¿oye tú crees en las señales? carajo, hazme caso ¿a quién estás mensajeando?

martes, 26 de mayo de 2015

la teoría del iceberg


Hoy, en medio de una clase sobre la teoría del iceberg en la que leemos cuentos en los que aparentemente no pasa nada pero cuyos personajes viven una tensión tremenda por conflictos que se tejen bajo la marea de lo narrado (Un día perfecto para el pez plátano de Salinger, Gato bajo la lluvia de Hemingway, ¿Por qué no bailan? de Carver) una alumna me pregunta: ya profe, pero ¿qué pasa cuando no está usted para hacer con nosotros este análisis del cuento y descubrir la parte oculta del iceberg? ¿qué pasa si nunca lo veo y no entiendo el cuento? Una pregunta totalmente válida y hermosa a la que tengo que responder algo estúpido y triste: Bueno, supongo que entonces te lo pierdes. Y está bien. Hay libros, cuentos, poemas que no llegan a nosotros en el momento indicado. O fotografías que un día te parecen estúpidas y otro día pueden hacerte llorar. No podemos pisar todas las minas del campo minado. No podemos ser el Titanic todos los días. Ella alza los hombros y sonríe de medio lado como resignada. Quisiera decirle algo más pero no se me ocurre qué. Así que al volver a casa en la bici, pedaleando por Salaverry sigo pensando en lo que me dijo. Pienso que a mí no me angustia tanto perderme ciertos cuentos o libros o canciones porque ya he tenido suficientes que me han marcado para siempre. Pero solo cuando ya estoy por entrar a Pezet descubro que aquello que ella me preguntó sobre los cuentos es lo mismo que a mí me angustia sobre la gente que he conocido o sobre la gente que me cruzo en la calle: ¿Y si no llegaron en el momento indicado? ¿Y si los dejé pasar de largo porque no me gustó la primera frase que dijeron? ¿Y si estaba demasiado borracho, demasiado cansado, demasiado distraído para darme cuenta de lo bellos que eran? Porque me ha pasado que tras haber perdido a una chica o algún amigo he dicho, años después, ¡Era por eso que lo hacía! ¡Así se sentía! ¡Oh mierrrrdaaa! Y he querido abrazarlos como cuando terminaba de leer un libro que me partía. Pero a la gente no se puede volver tan fácilmente como a los libros. No siempre puedes releerlos. A veces tienes que vivir para siempre con la angustia de no saber si en otra época de tu vida los hubieses entendido mejor. O si incluso, pudieron haberse convertido en tu libro favorito. Sigo pedaleando y veo a la gente en las calles, pero ya no veo gente, sino icebergs. Solo una parte de ellos asoma: su cara de sueño, la marca de su carro, lo que compran en el supermercado. Pero debajo de todo eso intuyo sus corazones, la parte grande del iceberg, esperando impactar en alguien que los comprenda. Y me pregunto qué tanto de mi iceberg está visible y si acaso ponerlo más a flote será la razón por la que escribo. Y me pregunto también qué tan lejos está el barco que viene hacia mí. O si es que ya nos cruzamos antes y nos dejamos ir.

jueves, 21 de mayo de 2015

viernes, 15 de mayo de 2015

oe ¿pa eso llamas desde el futuro?

Ayer, al final de la noche, estaba en mi cama viendo una película cuando entró una llamada a mi cel. Lo levanté para ver quién llamaba antes de ponerlo en mute pero no era ninguno de mis contactos. En la pantalla aparecía un número larguísimo como si me estuvieran llamando desde la Matrix. Apreté la tecla verde. ¿Aló? Era mi hermana llamándome desde Singapur.

-¡Holaaaa Kimiiii!
-Habla pes, salvaje
-¿Dónde estás?
-En Singapur
-No jodass ¿Y qué hora es allá?
-Son las 11 de la mañana del viernes.
-¡Cállate, si acá en Lima todavía es jueves!
-Lo sé. Te estoy llamando desde el futuro.
- 0__o ¡Csmmm!

Después conversamos de otras cosas pero cuando colgamos yo solo pensaba en que mi hermana estaba en el futuro. Y ya no pude dormir. Me pasé las siguientes horas pensando en el movimiento de la Tierra, en el Sol, en los husos horarios y en huevadas que nunca me he tomado la molestia de averiguar. Cosas como ¿en qué lugar del planeta empieza a contar el nuevo día? ¿Cuándo y cómo se pusieron de acuerdo? ¿Quién será la última persona del planeta que amanece? ¿Lo sabe? ¿Qué pasa si vas en un barco justo a la medianoche y cruzas esa línea? Y hoy por la mañana: ¿Por qué según el reloj de mi pc mi hermana todavía no ha hecho la llamada que yo ya estoy describiendo? ¿Qué pasa si en 5 minutos, a las 11am, le devuelvo la llamada y su teléfono suena ocupado? ¿Seré yo? Pero sobre todo, la pregunta que me sigue carcomiendo el cerebro es: ¿Por qué mientras yo veo una maravillosa película de Yasujirō Ozu llamada Cuentos de Tokio, mi hermana me llama desde Singapur para contarme que se va a comprar un celular nuevo y quiere que vaya a Compuplaza a que le averigüe si el ancho de banda de Perú es compatible con el de Singapur y si ellos hacen el cambio y cuánto cuesta? ¿Por si acaso alguno de ustedes sabe? xD


lunes, 11 de mayo de 2015

Caradeperro Records

Hace poco le regalaron a Karen un libro llamado "1001 discos que hay que escuchar antes de morir". Como lo tenemos de centro de mesa, cuando nuestros amigos vienen de visita, agarran el libro y lo hojean y gritan: ¡Alamierdaaa este disco! o ¡NOOOOO este disco NOOOO, que quemado! o van corriendo al índice, diciendo: ¡Este disco tiene que estar! ¡TIENE QUE ESTARRR!. Y cosas así. Yo no soy un muchacho que escuche discos, soy más de canciones. Pienso que el shuffle es una de las mejores cosas que se inventó en la vida. Sin embargo, se me ocurrió que sería paja escuchar un disco cada mañana y escribir algo. Tengo un libro que terminar y ando medio trabado y una vez leí que la mejor forma de escribir algo es tener que escribir otra cosa. Un profesor también me dijo: Levántate todas las mañanas y vence el miedo a la página en blanco escribiendo lo que sea. Así que bueno, acabo de crear una página/sello discográfico para hacer eso. Se llama CARAdePERRO Records y Pika sale en el logo. Yo antes tenía un blog donde hablaba de canciones. Se llamaba "Las canciones favoritas de Bruce Lee" y era un blog que disfrutaba escribir, pero luego me lo cerraron por subir canciones sin permiso y solo pude rescatar una docena de textos que había impreso o enviado por mail. La idea de esta página es un poco diferente. No voy a hablar de los álbumes ni mucho menos hacer crítica musical. Lo que haré será darle play al álbum en youtube y escribir algo mientras lo escucho. Luego lo linkearé para que ustedes puedan oírlo mientras leen. Iré avanzando en orden y tratando de no saltear ninguno de los 1001 álbumes. Vamos a ver hasta dónde llegamos. El primero es "In the Wee Small Hours" de Frank Sinatra. Fue grabado en 1955 y, aunque no tiene ninguna de las canciones más famosas de Frank, es terriblemente bello. El libro dice que es el mejor disco de desamor de todos los tiempos y fue grabado al poco tiempo de que Frank terminara su larga relación con la actriz Ava Gardner. Me he pasado la mañana oyéndolo y he escrito un texto con el que inauguraré "Caradeperro Records". Al principio le iba a poner Everymorning Records pero dudo que pueda publicar algo todos los días. Prometo tratar de escuchar dos álbumes por semana. Además vi la cara de Pika que es quien va a estar aquí escuchando los álbumes y dije: CARADEPERRO!

 Bueno, aquí los dejo con Caradeperro Records y Mr. Frank




sábado, 2 de mayo de 2015

pensé que este poema podría titularse ESE MOMENTO DE LA NOCHE EN QUE SABES QUE BILLY IDOL ESTÁ CANTANDO DANCING WITH MYSELF PARA TI porque ¿qué es el poema sino la desembocadura de la desgracia? I DONT HAVE ANY WORDS THAT CAN HOLD YOU LIK HANDS hAnds hands. en algún momento de la noche perdí mi lápiz y me puse a buscar algo con qué escribir en el sargento. ¿sabes lo difícil que es encontrar lápiz en un bar? una chica me miró como si le hubiese pedido una horca o una metralleta. La mujer de las casacas me dio el suyo a cambio de mi dni, así que pude continuar con esto. Me fui a sentar al pie del DJ que es barbón y es mi gran amigo. Me dijo: empezaré mi playlist con la única canción posible. Y empezó con SOLO QUIERO UN POCO DE PASTEL. Así que me subí al estrado y Desde el estrado te vi acercarte. ¿Puedo escribir en tu bitácora? preguntaste. Y pensé QUE OJOS TAN BONITOS y te la di. y te veía dibujar al medio de la pista de baile mientras todos bailaban como si lo último que necesitaran en el planeta fuese un maldito lapicero y una bitácora. Pero tú dibujabas. Mirabas al DJ y dibujabas y me mirabas a mí y dibujabas. Y cuando me la devolviste vi puros garabatos. Personas como hechas de turbulencias y música y pensé: bueno, tengo que conocer a esta chica. Así que cuando te fuiste. tuve que seguirte. Y vi cómo llorabas en la puerta del bar esperando tu taxi y tal vez a un novio hijodeputa y te dije: ¿estás bien? esa es mi bicicleta. Pero te fuiste. Antes de irte preguntaste ¿tienes tu bitácora? Y yo me palmeé el bolsillo trasero del jean que era donde llevaba tus dibujos. Y te vi irte. Y pensé, mientras me montaba a mi bici, en cómo diablos iba a hacer para encontrarte mañana. para que me explicaras por qué tu garabatos eran lo único que tenía sentido esta noche.



viernes, 1 de mayo de 2015

Justo detrás de la barra de este bar tienen un cuadro de César Vallejo. Es una pintura que replica la famosa foto en la que se sostiene la barbilla con la mano derecha. En el dedo medio de la mano izquierda -la que detiene el bastón- lleva un anillo con una enorme piedra roja que brilla como un translúcido piojo lleno de sangre. Nunca lo había notado. Tal vez porque siempre vi la foto en blanco y negro y en la pintura, esa piedra, es el único punto de color. Junto al cuadro de Vallejo está la vitrina que guarda todos los macerados de pisco con aguaymanto, de pisco con hojas de coca y otros licores menos solemnes y más vomitivos. Sobre una de las lunas de la vitrina, la más próxima a César, hay un sticker de Benito Bodoque. Eso es todo lo que hay. Poetas o gatos azules. Y alrededor, paredes. Paredes y licor.



miércoles, 29 de abril de 2015

Carlos Calderón Fajardo

Vi a Carlos hace no más de dos semanas cuando estuvo en ISIL haciendo reír a mis alumnos con sus anécdotas de escritor. Al final del conversatorio tuve que hacer mi cola atrás de varias chicas que le pedían autógrafos y selfies que él aceptaba con la alegría de un jovencito que acaba de publicar su primer libro de cuentos. Finalmente me acerqué a felicitarlo y, mientras me estrechaba la mano y le crecía esa sonrisa suya tan sincera y contagiosa, yo pensaba: ¡Que tipo tan de puta madre! En una hora ha logrado lo que a veces a mí me toma todo un ciclo conseguir: hacerles sentir a estos salvajes que atrás de esos libros que ellos juzgan aburridos, hay vidas absurdamente fascinantes y tan demenciales que las bibliotecas no son otra cosa que manicomios con celdas de papel cuyos locos esperan ser liberados.

Cuando les pedí a los chicos que me contaran qué era lo que más les había llamado la atención de lo que había contado Carlos, muchos recordaron las anécdotas chistosas, como aquella en la que, cuando Carlos todavía era muchacho y no sospechaba su futuro como escritor, Arguedas se quedó a pasar la noche en casa de su familia y tuvo que jatear con él. O la de la vez en que fue a buscar a Alida, que era la única peruana que conocía en París y Ribeyro salió a abrirle la puerta y Carlos le dijo ¿Y usted quién es? porque no tenía ni puta idea de con quién estaba hablando. Ni sospechaba que algún día serían grandes amigos y que incluso Carlos terminaría llamándolo: su padre literario.

Otros recordaron la fuerza de su vocación que se impuso incluso sobre la voluntad de su padre que lo había mandado a Alemania a estudiar medicina. Pero hubo algunos que habían quedado impactados por la explicación que él daba cuando la gente le preguntaba ¿por qué publicaba tanto? Carlos nos contó que un día se enteró de que padecía una dolencia que solo atacaba a una de cada mil personas y que lo postró en su cama por mucho tiempo —¡Te sacaste la lotería!— le dijo el doctor.

Y allí, en su cama, echado y sin poder hacer más, Carlos comprendió que no podía irse así, de modo que se puso a escribir y escribió tanto que publicó dos o tres libros al año. —Me di cuenta que todavía tenía mucho que decir —nos contaba— ¡Y tenía que decirlo pronto porque podía morirme en cualquier momento!

Después la enfermedad cedió milagrosamente y Carlos pudo caminar y cocinar y recibirnos con esas locas fiestas que daba en su casa de Punta Negra. Recuerdo la vez que llegamos temprano y nos paseó por todas las habitaciones mostrándonos los nidos que las gaviotas y otras aves marinas hacían en su casa cuando él no estaba.

Es difícil explicarle a un chico de veinte años que la vida es corta. Cuando tenemos veinte años todos nos creemos inmortales. Pero me parece que esa tarde los chicos le creyeron, porque Carlos no lo explicó con pena y resignación sino con la euforia y alegría de quien ha descubierto que un solo día puede hacer una vida maravillosa. Parecía que estaba diciéndonos ¡Están vivos, carajo! ¡Y es hermoso! ¡Es hermoso estar vivo aunque este sea el último día!

Nunca vi a alguien tan vivo como a Carlos aquella tarde de abril, hace apenas doce días. Creo que todos los que estuvimos allí riéndonos con sus historias hubiéramos jurado que aún le quedaban varios libros por escribir, muchas fiestas que dar y cientos de autógrafos por firmar. Sin embargo, creo que en el fondo lo que me tiene moqueando como un huevón aquí en la biblioteca de mi universidad, no es la sorpresa de su partida ni el saber que no volveré a escucharlo contar una historia, sino que haya podido compartir su epifanía tan claramente, que ahorita, mientras termino de escribir esta despedida y veo por la gran ventana los árboles, el sol y todos esos chibolos entrando y saliendo de clases, siento la vida como un tremendo golpe en el pecho. Y algo que me grita desde lejos ¡Es hermoso estar vivo aunque este sea el último día!


miércoles, 15 de abril de 2015

Hoy se metió un gatito a isil. Un pequeño gato, un pichón de gato. Andaba paseando por los jardines y algunas chicas se acercaban a hacerle mimos. Yo estaba en el jardín leyendo este libro de Amélie Nothomb que Regina me había recomendado hace tiempo y que recién hoy pude sacar de la biblioteca. Cuando me faltaban dos páginas para acabarlo vino el gato y se me sentó en la barriga. Debo decir que si hay algo más paja que acabar de leer un buen libro, es acabarlo con un gato sobre la barriga. Sentía cómo sus minúsculas garras atravesaban mi polo y se me clavaban en el pellejo. Cuando abrí mi mochila para guardar el libro, el gato olió los restos de mi almuerzo y se metió de cabeza. Me emocionó que el gato tuviera hambre porque yo había cocinado mi mundialmente famosa sangrecita con arroz y, cuando ayer se la ofrecí a mi roomate, me dijo huácala huácala y se fue corriendo. En cambio cuando abrí el táper frente al gato, todo fue un solo de colmillitos, lenguazos y bigotes. Cuando acabó, le dije: bueno gato, me voy a dar clases. Pero apenas me paré el gato se vino andando detrás mío dando breves maullidos. Pensé: que carajo, lo meto al salón y como toca clase de descripción, lo subo al escritorio y que estos salvajes me describan al gato. Así que allí íbamos por los pabellones de isil, el minino y yo. Pero cuando llegamos a la puerta del salón y le dije ¡entra, gato!, me miró con cara de Tas webón, yo al colegio no voy más, y sacó culo de vuelta al jardín. Mientras lo veía irse, pensé en eso que decía Edgar Allan Poe: "Desearía algún día escribir algo tan misterioso como un gato".



sábado, 28 de marzo de 2015

las cucardas s.a.

Bebíamos en un bar de paredes rojas como el útero de una cucarda
Que la metáfora no los huevee
Pues no era el famoso bar de las putas
De haber ido a Las cucardas S.A.
Mis manos estarían ahora aprendo tetas
y no estas absurdas teclas negras
que buscan inútilmente la verdad
En este bar NO habían putas
pero ponían canciones viejas que nos devolvían
a nuestra adolescencia de pingas paradas 24/7
La mesa era un barquito que remontaba el río de los años
Y nosotros CANtÁAaaAAABAMOSSSSSSS
cantAAAAAbaaaMossssss emocionados
Y yo dije: hemos aprendido a amar con estas canciones tan pendejas
nuestro corazón es un lobo
que se ha entrenado cazando gallinas cojas
y me avergoncé dulcemente
no solo de las canciones bobas y de mi amor barato
sino de mis primeros poemas
en los que te comparé con una flor
cuando lo único que yo quería, era clavarte
los colmillos en el cuello
y regarme la lengua con tus glóbulos
pues ahora comprendo
que aunque fui capaz de inventar un reflejo del amor
yo nunca he tenido amor
lo único que yo tenía
era sed

viernes, 27 de marzo de 2015

Micòl Finzi Contini y otras chicas de las que nos hemos enamorado leyendo un libro

Recuerdo que hace 10 años, en la última clase que tuvimos en la escuela de escritura creativa de la cato, Iván y Alonso nos pasaron una lista de novelas imprescindibles. Una a una, nos fueron explicando porqué eran importantes o nos contaban alguna anécdota sobre sus autores. Nunca olvidaré que cuando llegamos a la literatura italiana, Iván nos recomendó que leyéramos El jardín de los Finzi Contini de Giorgio Bassani, pero que NO se nos ocurriera enamorarnos de Micòl Finzi Contini porque era su novia. xD

Hace poco encontré la lista de novelas y ahí estaba mi anotación con lapicero azul "No enamorarse de Micòl porque es la novia de Iván". Csmre. El libro lo compré hace varios años pero hasta hace una semana todavía no lo había leído. Lo he terminado esta mañana de lluvia. Los libros a veces son como frutos verdes que metes a tu librero esperando a que les llegue el mejor día para ser devorados. Mis tías hacían lo mismo con las papayas o las paltas duras, las envolvían en periódico y las dejaban sobre la refri como gigantescas orugas. Entonces un día soltaban el nuevo aroma y al abrir las arrugadas hojas del periódico, las encontrabas con colores palpitantes que te decían: ya estoy, cómeme. ¿No pasa lo mismo con los libros? Cuando me acerco a mi librero tengo la impresión de que algunos me gritan: ¡Ahora me toca a mí! ¡A mí! Y otros que me dicen: Yo estaré bueno para el invierno. Y otros: A mí llévame a tu próximo viaje. O bien: Todavía eres joven para entenderme. O peor: Debiste leerme a los 16, cretino, ahora solo te voy a aburrir.

Debe ser también por eso que me gusta ir a Amazonas y a Quilca a comprar libros viejos, pues esos libros no solo hablan de sí mismos sino que parecen contarte también de las mesas de noche en las que estuvieron, las caminatas de quién acompañaron, a quién le removieron el cerebro y quién fue el hijodeputa que los metió a una caja y los remató por un sol el kilo.

El ejemplar que conseguí de El jardín de los Finzi Contini ha envejecido con dignidad. Tiene las hojas de un buen tono de amarillo y adentro encontré la viejísima boleta de compra tipeada en máquina de escribir. Dice: Librería La familia. Precio: S/.80.00 (los soles antiguos que usábamos antes de la llegada de los intis en el 85)

Bueno, anteayer agarré la novela y, recordando la advertencia de Iván, empecé a leerla con muchos nervios, como si estuviese asomándome indiscretamente al cuarto de su novia Micòl y fuese a sorprenderla calata mientras se cambiaba la ropa.

Micòl aparece desde las primeras páginas cuando es apenas una niña de cabellos rubios y ojos claros. Casi inmediatamente se convierte en el amor platónico del narrador que se pasa el resto de la novela en la friendzone. Micòl es sin duda encantadora, pero no fue hasta casi el final -cuando ella le explica a él por qué no pueden estar juntos- que comprendí a Iván. El argumento de Micòl era que ambos eran iguales, estaban lado a lado y "el amor era cosa para gente decidida a vencerse uno a otro: un deporte cruel, feroz. ¡Mucho más cruel y feroz que el tenis!, que había que practicar sin excluir los golpes y sin hacer intervenir jamás, para mitigarlo, la bondad de alma ni la honradez de propósitos"

Con eso ya me dejó medio loco, pero cuando líneas después él replica y le pregunta en qué sentido son iguales, fue que morí:

—Has dicho que nosotros somos iguales—dije—. ¿En qué sentido? Claro que sí, claro que sí —exclamó—: en el sentido de que también, lo mismo que ella, carecía de aquel gusto instintivo por las cosas que caracteriza a la gente normal. Lo intuía perfectamente: para mí, no menos que para ella, más que la posesión de las cosas, contaba su recuerdo, ese recuerdo frente al cual toda posesión, en sí, sólo puede parecer decepcionante, trivial e insuficiente. ¡Qué bien me comprendía! Mi ansia de que el presente se convirtiese en seguida en pasado, para poder amarlo y acariciarlo a mi sabor, era también la suya, exactamente. Era nuestro vicio, éste: ir adelante con la cabeza siempre vuelta hacia atrás. ¿No era así?

Oh Micòl, que forma tan bella de mandar a alguien al barranco. Si mis detractoras hubiesen tenido ese arte para chotearme no me hubiese esforzado tanto para encontrar el amor.

Pero envaina la espada, querido Iván, que si bien nunca olvidaré a Micòl Finzi Contini, yo no diría que me he enamorado de tu chica. Mas bien, al cerrar el libro, me he quedado pensando en cuál es mi Micòl y en si alguna vez yo he dicho eso de alguna chica literaria.

Recuerdo que cuando leí Las vírgenes suicidas, moría por ser Trip Fontaine en el momento en que sale todo desmoralizado de la cena en casa de las hermanas Lisbon y se sienta en su carro sin darse cuenta de que Lux sale después, se sube al carro, se le trepa encima, le da un beso malditamente salvaje y se regresa a su casa corriendo dejándole un chicle en la boca (aunque no recuerdo si esto del chicle solo pasa en la película). También estuve loco por la señorita Cora de Cortázar pero luego me he dado cuenta de que en realidad estaba enamorado de la forma en que Pablo estaba enamorado de ella. La Alejandra de Sobre héroes y tumbas me atraía como un precipicio. Y siempre quise morderle los bracitos a la Tere de Manongo en No me esperen en abril. Pero probablemente lo más cercano sea lo que me pasó cuando leí las 1503 páginas de ESO de Stephen King. Durante ese mes en que volví a tener 13 años y fui uno de los chicos de esa pandilla, me enamoré de Beverly Marsh y fui feliz caminando a su lado por las alcantarillas, esperando toparnos con el horror.

Sin embargo, creo que a ninguna de ellas podría llamarla: mi novia. Y me ha dado como nostalgia este agujero. Así que me he ido a caminar por esa parte de mi biblioteca donde tengo los libros que están aún por leer. Les he ido acariciando los lomos con el dedo índice, como preguntando ¿Dónde estás, carajo? ¿Estás en esta novela? ¿En este cuento? Y me ha dado miedo agarrar cualquiera, corriendo el riesgo de posponer nuestro encuentro unos días, unos meses, unos años. Pues, no sé si sea la lluvia o las calles vacías, pero realmente me gustaría encontrarla hoy.


viernes, 13 de marzo de 2015

¡¡ES HERMOSOO!! !!¡HERMOSO!!! ¡¡¡MUAJAJAJAJAJAAAAAA!!

Cuando empecé a ser profe, un amigo que también era profe me dijo: "Te van a poner chapas, cuando las sepas, cuéntamelas para cagarme de risa". Yo me resigné con alegría, pues me parecía paja tener alumnos que me pusieran chapas. Y siempre estuve atento, tratando de descubrirlas, pero nunca me gané con nada y hasta ahora no sé cómo carajo me dicen. "Tal vez no me han puesto chapas" pensé ilusamente alguna vez. Pero bueno, si no me las habían puesto, tal vez después del episodio de hoy me haga merecedor a una. Fue así:

Esta mañana empezó el ciclo. Nada mejor que llegar a la primera clase y ver todo el salón lleno de cerebros vírgenes. Lo primero que hago es intentar dinamitarles esa pereza que le tienen a los libros. Les hablo de la posibilidad de vivir otras vidas, de ser otras personas. ¡Es como cuando juegan PES y se convierten en Messi —les grito— O como cuando revientan zombis a escopetazos en Resident Evil! ¡Igualito carajo! Solo que —sin quitarle mérito a los juegos de vídeo— la literatura tiene cartuchos con experiencias más profundas. Por ejemplo, ustedes ahorita tienen veinte años, son una tira de pajeros, pero si abren un libro de Tolstói, pueden convertirse en el viejo Iván Ilich, postrado en su cama y aterrorizado por la inminencia de la muerte. ¡Una muerte que ustedes no vivirán hasta dentro de muchas décadas! pero que gracias a un genial escritor ruso podrán temer y tocar durante noventa páginas. Incluso pueden ser animales salvajes. Pueden ser el pequeño Colmillo blanco cuando se asoma por primera vez afuera del cubil en que lo ha dejado la loba, y ve la nieve y resbala y experimenta el dolor. Pueden sentir sus colmillos cuando descubre por azar el nido de perdices y se mete un pichón a la boca y siente el crujir de los huesos y la sangre. Y lo mejor, es que no hay culpa ni moral ni castigos pues el único fin es la belleza. Leyendo pueden convertirse impunemente en seres terribles que la sociedad enrejaría. (Aquí es cuando me empiezo a emocionar) ¡Pueden ser el encantador Patrick Bateman cercenando la cabeza a sus noviecitas en American Psycho! ¡Pueden ser el Arthur Gordon Pym de Poe cuando se resigna a comer carne humana para sobrevivir! ¡Pueden ser Paul Sheldon en Misery, gritando de horror cuando ve a Annie Wilkes, su más grande admiradora acercarse con el hacha y el soplete para rebanarle el pie! ¡¡Pueden ser Raskolnikov cuando le abre la cabeza a hachazos a la vieja usurera de Crimen y castigo!! ¡Oh Diosss! ¡¡¡Pueden ser Jean-Baptiste Grenouille momificando jovencitas para destilar el perfume que mana de sus pieles!!! ¡¡ES HERMOSOO!! !!¡HERMOSO!!! ¡¡¡MUAJAJAJAJAJAAAAAA!!!

Cuando vuelvo en mí, los veo con los ojos bien abiertos y pegados al respaldar de sus carpetas. Algunos se ríen, pero con risas nerviosas y entrecortadas. Acaban de comprender que con "experiencias profundas" me refería a la profundidad de los hachazos. Después hay un silencio extraño. Los mando al break y me quedo solito. Ahora sí me gané mi chapa, carajo. ¡Ahora sí! Ojalá sea El cercenador. Siempre me ha gustado el sonido de esa palabra. Esas dos erres larrrrrgas y ronroneantes como de sierra eléctrica. El cercenador me gusta. O el profe Hachazos. Pero me contentaré con cualquiera que se les ocurra.

miércoles, 11 de marzo de 2015

verdad que así era el amor

Bajo a la bodega a comprar mi desayuno y nada más entrar veo a una viejita locaza que está conversando con los tenderos. Conversar es un decir porque en realidad monologa y hace muecas para que todos los vecinos la escuchemos. Dice: ¡Despáchame rápido esas tostadas y la mermelada que me estoy yendo a ver a mi novio! ¡Y ponme también unos plátanos! Como la tía tiene pinta de que su último novio fue Porras Barrenechea, todos nos reímos entre muelas. Ella se da cuenta y fingiendo estar ofendida nos reclama ¿Qué? ¿No puedo tener novio? Miren —nos dice mientras saca de su cartera un objeto envuelto en un delicado pañuelo de seda color turquesa— le estoy llevando este regalo. No lo desenvuelve, pero cuenta: ¡Es una pistola! Para que se mate, ese desgraciado. Conchasumare. No sabemos si reírnos o salir corriendo. Ella continúa —Todos son iguales, pegalones carajo, ya me voy a llevarle su desayuno, chau—. Se va. Cuando salgo de la bodega la veo parada en una esquina como tratando de ubicarse. En una mano lleva la bolsa con las tostadas y los plátanos y en la otra la cartera con el arma. Carajo, verdad que así era el amor —recuerdo— estar extraviado con la alegría en una mano y las ganas de matar en la otra. De pronto parece recuperar el rastro y la veo irse con pasos decididos. ¿Cuánto más tardará en volver a cogerme a mí el virus? pienso y me recorre un escalofrío. Me sacudo como si se me hubiese subido un bicho gigante a la espalda. Subo a mi casa. Cierro la puerta. Me sirvo un vaso de leche chocolatada. Y bebo. Y estoy solo. Y estoy bien.

lunes, 9 de febrero de 2015

sobre Los tres mosqueteros

Acabo de terminar de leer Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas y ha sido una de mis más grandes decepciones literarias. Tal vez debí leerla cuando era niño. A estas alturas de la vida se me hace imposible empatizar con personajes que toman decisiones movidos por razones tan cojudas como el honor o el amor a la patria. Son como esos galanes de cigarrillo que antes nos parecían rebeldes y ahora solo nos parecen futuros enfermos de cáncer.

Los tres mosqueteros (Athos, Porthos y Aramis) son unos cretinos: se ofenden como niñas si alguien los mira feo, son abusivos y déspotas, les importan las apariencias, despilfarran el dinero de sus amigos y gilean con mujeres casadas que pa concha los mantienen. Pero Dartagnan, putamadre, Dartagnan ya la pega de huevonazo. Mata a decenas de tipos por el amor de una ñorsa que apenas conoce. Causa, yo también me he vuelto loco por chicas a las que vi una sola noche y podría haber llenado hojas y hojas de demencia por esas cacheras, pero el hecho es que Dumas no se detiene en la exaltación de ese amor, porque claro, es un libro de aventuras y lo que importa es que exista un catalizador de las acciones, en este caso, la mujer, pero al no hacerlo deja a su héroe Dartagnan como un bolas calientes. 

El caso es que, debido a mi imposibilidad de dejar un libro a medias, he ido comiéndome la novela con prisa, devorando los capítulos por decenas como un niño que quiere acabar rápido la sopa para ir a ver tele (apenas la terminé corrí a coger Misery de Stephen King que me ha caído como una helada lata de redbull) Sin embargo, cuando ya había aceptado que todos eran unos perfectos pendejos y en vez de tratar de empatizar tomé distancia del libro y vi la historia burlonamente y desde lejos (como cuando Vargas Llosa cuenta que iba al puente de Piura a ver cachar a los burritos en el cauce seco del río), el libro se me hizo más divertido, la trama se aceleró, todos los cabos se fueron atando y para cuando llegué al final con la decapitación de Milady -cuya ilustración (de Maurice Leloir) anexo abajo- estaba maravillado y casi me paro en la cama para aplaudir. 

Quería contar además que el capítulo XXXV se llama "De noche todos los gatos son pardos" como la canción de los Caifanes. Pero más loco me volví cuando vi que el penúltimo o antepenúltimo capítulo comienza ¡exactamente! con la misma frase con la que Snoopy, el perro de Charlie Brown, abre siempre sus cuentos "It was a dark and stormy night". ¿Será posible que Shultz haya sacado de ahí la frase? Cuando la leí me quise volver chango. 

Bueno, a lo que iba este post no es a desmerecer la novela de Dumas. De hecho, en la pila de libros por leer que está al pie de mi cama tengo El Conde de Montecristo y presiento que con esa me irá mucho mejor.  Yo la verdad venía a lo contrario, pues justamente cuando acababa el libro y llegué a la escena en la que Dartagnan comprende que, después de haber hecho tantas huevadas juntos, los 4 amigos van a separarse y todo triste le dice a Athos: "Ya no tendré más amigos ni nada más que amargos recuerdos"  Y Athos le responde "Eres joven y tus amargos recuerdos tienen tiempo de cambiarse en dulces recuerdos", me partí en dos. Un poco por la frase, pero sobre todo, carajo, porque supe que nunca más iba a sentir eso que estaba sintiendo mientras la leía y me dio nostalgia. Precisamente porque sabía que nunca iba a releer este libro y por tanto, la emoción producida por  la imagen de los amigos separándose y la sabia frase de Athos, jamás se repetirá en mi vida. 

Cada libro es único y esa sensación de terminar uno es irrepetible en el siguiente. Antes eso me parecía bien porque siempre volví a los libros que me gustaban y era como tener la sensación atrapada. He releído héroes, the catcher in the rye, los inocentes más de diez veces. Pero últimamente, tal vez al ver cómo los años pasan y lo grande que son las bibliotecas, ya me di cuenta de que hay libros de mi librero que nunca más podré releer para dejarle tiempo a todos aquellos que tengo pendientes. Y eso me angustia terriblemente.

Le decía a mi pata el Inde: ¡Carajo, ya quiero que se acaben los libros en el mundo para pasar el resto de mi vida leyendo los que me gustaron mucho! Pero no se puede pe'. Y lo que me maravilla es que haya descubierto esto al terminar un libro que en general no me gustó. Que pueda sentir nostalgia de algo solo porque es único en el mundo.  Es un poco como lo que dice Calamaro cuando canta Lorena "hay que ser hombre para olvidar a una mujer si no hay otra igual". 




el que se agarra la cabeza con aspecto de lamento debe ser el cretino de Dartagnan que aún después de haber atravesado con su espada a medio París, parece espantarse de la decapitación de Milady solo porque es una mujer cuando esa era otra salvaje que también anduvo cercenando vidas por doquier. pfff. ya pes amigo Dartagnan, un poco más de coherencia


viernes, 6 de febrero de 2015

carta del 2007


¿Podrá ser solo coincidencia que justo esta mañana haya sentido el impulso de abrir esa caja de recuerdos que nunca abro y al hojear una vieja libreta haya encontrado este calco de mi mano que tracé un 6 de febrero como hoy hace 8 años?


Y además ¿qué estaría haciendo yo aquel día?
Bueno, según el calendario era martes
así que más que seguro que estaba en la agencia
aburrido

Ahora estoy en mi casa, oyendo a Charlie Parker y escribiendo
los cuentos de mi segundo libro.

He calcado mi mano en una nueva libreta
una nueva libreta que pronto también terminará
guardada en una caja

¿Qué estaré haciendo cuando
la vuelva a encontrar
dentro de 8 años?

martes, 6 de enero de 2015

Canchita


la locación original de estos sucesos fue el bar de Don Lucho
a finales del año 2014. Por esos días, Jair me había
vendido una hierba increíblemente potente.
Después de la escena dibujada, el cerebro de Canchita abandonó
la celda craneana y huyó para siempre al infinito