martes, 31 de diciembre de 2019

El recuento de los daños

Hace un par de veranos, mi amiga Carmen vino a echar unas chelas a mi casa y -mientras yo cocinaba y ella hacía de DJ en mi Spotify- me propuso un juego. Mira Piers, me dijo extendiendo su vaso para que le sirviera más chela. Ya basta de Smiths y huevadas hipsters, de ahora en adelante solo canciones que palteen. ¿Cómo así, Carmen? Canciones que nos den vergüenza, pe salvaje. Una tú, una yo, ¿te parece? Ya rugiste, le contesté. Y entonces se fue corriendo a darle play al Popurrí de Pandora. Porque le nacía del corazón.

Ahora Carmen vive con su esposo Jordi en Barcelona, en una cuestita que sube del Mar Mediterráneo hacia las colinas y que se llama Poeta Cabanyes. Cuando hace un año fui a conocer Europa, ella y Jordi (y su gato Kitano y su perra Maggie) me alojaron y me llevaron a comer jamones, gambas y gazpacho. Pero recuerdo que el primer día, Carmen dio inicio al tour conduciéndome hasta una plaquita justo al frente de su edificio.

—Lee, salvaje— me dijo.
La placa decía así:

"En aquesta casa
va néixer el día 27 del XII del 1943
el cantautor Joan Manuel Serrat"

Casi me caigo de culo. Estaba yo hospedado frente al hogar en el que había crecido el autor de Lucía, de Penélope, de Tu nombre me sabe a hierba, el hombre que había escrito una canción de amor entre un loco y un maniquí ¿Me sonaba familiar? Esa noche, además, bebí mi primera cerveza catalana en esa misma calle, frente a un gran retrato de Joan Manuel, graffiteado sobre las paredes de una farmacia de turno. Putamare, —pensé— acá en Barcelona la gente se cura con Serratproxeno intravenoso.

Sin embargo, ahora que recuerdo esas madrugadas subiendo todo macerado en absenta por el Carrer Poeta Cabanyes y dándole una última mirada a la plaquita de Serrat antes de caer rendido sobre mi cama catalana, pienso que hubiese tenido más coherencia con el resto del Universo que Carmen viviera frente a la casa de Pablito Ruiz o de Las Flans. Porque la vida entera de mi amiga Carmen es un placer culposo. Una canción que paltea pero nos pone a bailar la memoria.

Algunos amigos te regalan libros o el primer perro de tu infancia. Otros te regalan un disco de los Beatles o te llevan a una fiesta en la que conoces al amor de tu vida. Carmen me regaló, como quien te contagia la varicela, el nunca tener que avergonzarme de la música que me hace feliz.

A lo que iba es a que el otro día me traje a casa a mis alumnos del taller para celebrar la clausura y propuse aquel juego que me enseñó Carmen. Al principio la gente no se mandaba. Todos tienen una reputación que cuidar. Ponían a Chacalón o a Britney Spears. Fuera, ctm, piteábamos, Muchacho provinciano y Oops!... I did it again ya son himnos. A nadie le debe dar vergüenza cantarlos. Entonces la gente pasó a Chayanne, a Christian Castro, a Diego Bertie, a la Shakira postmoderna. Pero todavía faltaba humillarse más. Todavía nadie vomitaba. Entonces una chica fue y puso El recuento de los daños de Gloria Trevi

* * *

Yo recuerdo que cuando era chiquita, mi hermana Cynthia tenía un cassette de la Trevi. Había quedado hipnotizada un día que la vio presentarse en Viva el sábado, el show musical que ponían en los 80’s después de Risas y Salsas. La vio en 20 uñas sobre el escenario, agitando los pelos de alambre mientras gritaba con su voz aguardentosa:

♪ A mí me gusta estar de pelo suelto
Aunque me vean siempre con enredos
A mí me gusta andar de greña suelta
Aunque se acabe de infartar mi abuela ♫

Weón, mi hermana tenía 9 años pero escuchó la canción como una trompeta que la llamaba a unirse a las filas de la insurrección. Pidió que le comprasen el cassette y desde entonces se pasaba las mañanas como una poseída, cantando y barriendo el piso de la casa con su larga melena negra. De milagro mis viejos no llamaron al exorcista de Talara.

Inevitablemente, a mí terminaron por pegárseme las rolas que mi hermana oía. Aún ahora me sé letras completas de Gloria Trevi, de Lucero, de Thalia, de Paulina y de Muñecos de papel. Tal vez no las cantaba en voz alta como ella para no paltear, pero en el taller mecánico de mi corazón, eso era lo que se oía.

Así que cuando 30 años después, propuse aquel juego y oí que alguien le daba play a El recuento de los daños, sentí que me hormigueaba la lengua y quise cantarla.

A diferencia de Pelo suelto (o Zapatos viejos), canciones en las que Gloria Trevi le dice al mundo que se caga echada en lo que digan los demás, El recuento de los daños, muestra su patética versión de perrito atropellado. La pobre muchacha hace un paralelo entre el fin de una relación y un accidente automovilístico en el que le han dado 20 vueltas de campana.

En el recuento de los daños / Del terrible choque entre los dos
Del firme impacto de tus manos / No sobrevivió mi precaución

No sé si es peor esa o “Con los ojos cerrados” (Qué más me da si miente, yo le creo). Ambas son la versión musical de las novelas de Televisa. Sin embargo, poca gente de mi generación con un sixpack encima y un corazón roto pasaría la prueba del silencio. O tal vez estoy exagerando. Como me dijo una amiga: weón, le has puesto mucha colapez a tu gelatina.

De todas formas, cuando le dan play, yo me pongo a cantarla con mis alumnos del taller. Pero eso, por supuesto, no es lo más asqueroso.

* * *

Unos días después de la reu, cuando la resaca ya se ha ido, yo todavía llevo la canción en los audífonos. Me siento como si hubiese arrastrado hasta el lunes el meloso olor de los cigarrillos del sábado. La he agregado a una de mis listas de Spotify y la voy oyendo mientras entro a ISIL. La voy oyendo mientras el guachimán me dice Buenos días, profesor, la oigo mientras estaciono la bici, mientras cruzo el patio, mientras subo las escaleras y, como le he puesto repeat, todavía sigue sonando cuando me detengo en la puerta del aula. Entonces giro hacia el balcón del pabellón B para dejar que la canción termine.

Un alumno que ha llegado temprano a la clase de Guion se me acerca y me extiende la escaleta de su cortometraje. Ahorita entro y la reviso —le digo, mientras me señalo los audífonos—. Claro, profe —responde y se va creyendo que estoy en medio de un Podcast de Robert McKee o de Paul Thomas Anderson—.

—¡Compórtate, carajo! —me grita la consciencia cuando me quedo solo— Tú les has dado clases enteras en contra de ese beso que me sube al cielo ¿Qué chucha haces coreando con la Trevi que te hundes en el infierno?
—¡Es que la culpa es de mi hermana que se compró el cassette! —reclamo— ¡Es la culpa de Viva el sábado!
—Is li quilpi di mi hirmini… Tu hermana tenía 9 años, pendejo, tenía permiso pa escuchar webadas, ¿cuál es tu excusa? ¿Pa’ eso te hospedas frente a la casa de Serrat?

Tengo el puño cerrado sobre el cable de los audífonos, listo para arrancarlos del cel y acabar con la humillación a la que yo mismo me he sometido. Pero dejo correr la canción hasta el final con la terquedad de un niño que se niega a escupir un chicle viejo.

Después entro al salón y me transformo en El profe. Me pongo a explicar en qué consiste un Guion Literario, cómo se escribe un buen diálogo, libre de clichés y lugares comunes. Pobre de ustedes, carajo —les advierto— que otra vez me traigan libretos de La Rosa de Guadalupe. Prohibido que los personajes lloren. Prohibido usar la muerte como desenlace ¿Prosor, por qué el personaje no se puede morir al final? Porque ese es el desenlace de la vida, ustedes pueden idear algo mejor.

Mis alumnos me creen, asienten y asustados dejan que les revise el avance de su guion. Pero mientras me paseo entre las carpetas, siento latir dentro del bolsillo de mi jean el Corazón delator de Gloria Trevi. El gato negro de la vergüenza maúlla tras la delgada pared de mi dignidad. Tengo la certeza de que cualquier mal movimiento de mi coxis va a darle play al Spotify y ellos van a descubrir la verdad. Van a saber que debajo del póster de Reservoir Dogs que adorna mi sala tengo uno de Magneto. Al instante me repongo y pongo cara de profe de Guion, cara de que no sé quién chucha es Paulina Rubio.

En el fondo, me digo, tenía razón Ribeyro cuando dijo que “La madurez es una impostura inventada por los adultos para justificar sus torpezas y procurarle una base legal a su autoridad”

—Cynthia— le digo a mi hermana— estoy escribiendo una historia de las épocas en las que te pegaste con Gloria Trevi.
—Ptmre, eso se lo inventaron ustedes —me dice— Yo nunca me pegué con esa canción.
—Annnnnda, ctm xD Ya la escribí. Ahora es verdad.

Mi hermana ya no tiene 9 años sino 38. Es fotógrafa de una cadena de cruceros. Ha recorrido más países que todo el resto de la familia junta. Se ha tomado fotos en Paris, Dublín, El Cairo, Liverpool y Nagasaki solo para que nadie se acuerde que de niña barría el suelo de casa cantando Pelo Suelto.

Es lo que hacemos todos ¿no? Escribimos libros, hacemos postgrados, citamos a Ribeyro y pegamos posters de Tarantino para que aquel vídeo en el que aparecemos ebrios y llorosos haciendo el recuento de nuestros daños, se pierda para siempre.

Por suerte, existen las amigas como Carmen, las listas de Spotify y las chelas, para traer de vuelta a casa la alegría. O la poca vergüenza, que tanto se le parece.



lunes, 16 de diciembre de 2019

Suavecito

-A ver qué te estás comprando- me preguntó una amiga que me veía salir del stand de Planeta con una bolsita sospechosa. -No son para mí, le dije antes de mostrarle los libros. Uno lo había comprado para mi mamá y el otro para Nicole. Eran 2 libros que yo no hubiese comprado por iniciativa propia, pero que sabía que a ellas las iban a poner contentas. -¿Por qué te avergüenzas?-preguntó mi amiga riéndose en mi cara de mis elecciones suavecitas-¿Qué hay de malo con la ternura, Pierre? -Nada de malo- le dije- a mí también me gustaba Benedetti. -¿Y por qué tienes que decirlo en tiempo pasado como si fuera un ex al que has superado?-preguntó. -¡BUENO, COÑO, que me gusta todavía, pero ya déjame vivir! XD Se cagó de risa y yo me fui corriendo abrazado a mi bolsa como si acabara de comprar dos docenas de manzanas acarameladas. Csm. Felizmente tuvimos mamás que nos criaron con ternura, chicas que hacen que nos provoque desenpolvarla y amigos que nos recuerdan de qué estamos hechos. Este vasito lo dibujé yo hace más de 10 años, pero vamos, que también podría haberlo dibujado hoy.



miércoles, 11 de diciembre de 2019

810 Gonzales Prada

Iba en mi bici por Surquillo rumbo a una entrevista en Útero y, a pocos metros de llegar, recordé que esa era la calle del poema de Juan Ramírez Ruiz, así que pasé a visitar. Qué bestia Lima para tener poesía hasta en sus rincones más feos


martes, 3 de diciembre de 2019

Un lenguado de 400 kilos

Oe, ptmre. Uno de mis alumnos de Periodismo, el que está a punto de chorrearse a la bica como gorda por tobogán, escoge escribir para el trabajo final un PERFIL sobre su abuelo Gastón: un señor de 82 años que practica el buceo y la caza submarina. Es una buena historia, pienso mientras leo y mastico mi pan chapla. Por eso le perdono que me la haya mandado tarde, le perdono que sea un archivo rtf en vez de un doc (se le ha malogrado la laptop, dice el csm) y le perdono incluso que los nombres de las playas donde su abuelo pescaba estén escritas en minúscula: pucusana, punta hermosa, san bartolo.

De hecho, estoy tan metido en la historia en la que su abuelo pesca meros, cabrillas, rollizos "y otras bestias" como él llama a los pobres pescaditos, que sigo leyendo incluso cuando escribe que su abuelo "llegó a cazar un lenguado de más de 4 metros de longitud con 400 kilos". Dos líneas después la imagen del enorme pez me aletea en el cerebro y paro. Oe, aguanta ¿Cuánto puede pesar un lenguado? ¿Pa' cuántas porciones de ceviche rendirá un lenguado de 400 kilos? Alapucta. Qué rico.

Cierro el Word y abro el Google. Todavía no le he quitado el voto de confianza a mi alumno. No soy experto en ictiología. Vamos, tal vez sí hay lenguados gigantes.¿O ustedes podrían negarlo a rajatabla? Les he enseñado que una de las cosas más importantes es corroborar datos, ahora es mi turno.

Pregunto: ¿Cuánto puede llegar a pesar un lenguado?
Google me responde: "El lenguado es un pez blanco, de forma plana y de agua salada. Habita en fondos cubiertos de arena o lodo, dejando al descubierto sólo los ojos. Peso en la adultez: 1.6 kg, aunque se han visto ejemplares de hasta 9 kilogramos"

Conchasumare.

No lo quiero mandar a la bica. No le quiero desgraciar el verano. Entro a Youtube y tipeo: Lenguado gigante. Aparece un pescador en bividí sacando de la orilla un enorme lenguado con la panza blanca. Es un pez grande y hermoso, pero el tipo lo puede cargar como si fuese un niño gordo. Pesa 12 kilos, el hombre lo muestra orgulloso, es una pintura. Otro vídeo dice: "Lenguado de 10 kilos arrastra a un pescador". Le doy click. Si un lenguado de 10 kilos tiene fuerza para eso, ¿qué puede hacer uno de 400 kg?

Un lenguado de 4 metros y 400 kilogramos tendría que ser como aquel lenguado del poema de Watanabe "A veces sueño que me expando / y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande / que los más grandes. Yo soy entonces / toda la arena, todo el vasto fondo marino".

Tal vez es mi culpa por llevarles tanta poesía, pienso. Tal vez la cagué cuando los mandé a leer a Hemingway. Yo quería que aprendieran de su novelita aquel estilo duro, ágil y directo como un gancho. Ellos aprendieron que hay peces de 400 kilogramos y que los viejos solitarios pueden pescarlos en los golfos.

Ya no me queda más que jalarlo. Pero entonces recuerdo otra historia, una que me contó mi mamá. Es de la época en la que era secretaria en Serpetro y su oficina quedaba cerca al muelle de Talara. A veces los pescadores pasaban por la oficina a ofrecer pescado y su jefe siempre dejaba indicado que le dejaran uno o dos de la pesca del día. Cierta mañana el pescador pasó:
—Señora Mirtha, hoy tenemos pez espada ¿Querrá el jefe?
—Sí, señor, déjele para su cevichito
—¿Cuánto le dejo?
—Déjele un par, pues
Al pescador casi se le salieron las tripas de la risa
—¡¿Un parrr? Señora Mirtha, ¿usté sabe de qué porte es un pez espada?

Mi alumno va a jalar el curso de Periodismo, pero en nombre de estas hermosas fantasías de peces gigantes —las de mi mami o las del Capitán Nemo atrapado en el Nautilus— no voy a ser tan duro con él. Tal vez no tenga futuro como periodista, pero quién sabe y le estoy dando la bienvenida al viejo club de los fabricantes de mentiras.




viernes, 22 de noviembre de 2019

dignamente acompañado

dentro de esta copa de vino ya vacía

que compré por 4.99 en la sección de menaje de plaza vea
vierto un chorro largo de agua blanca
como un padrecito de provincia
que enjuaga el último rastro de su fe


ahora que tengo 40
sé que debo beber agua después de cada cabernet sauvignon
si no quiero resucitar con la cabeza
extraviada en el sepulcro

mi abuela Bertha que me prestaba su Remington anaranjada
para que yo tipeara mis primeras palabras caca picho poto
y el señor Lizardo Cruzado que me firmó el polo viejo sobre el que yo había dibujado con tinta indeleble una hermosa cucaracha
presentaron esta noche sus nuevos poemarios
tal vez por eso
he sentido tan lejos de ellos
el irrefrenable deseo
de escribir huevadas

es horrible pero ahora existe
es horrible pero ahora existe

les dije a todos los amigos
que haría todo lo posible por reprimirlo

eso sería –dijeron– como cerrarle la puerta en la cara al náufrago que vuelve
o como cubrir con la mano tu copa cuando alguien te ofrece vino
-aunque tu poesía sea el Concha y Toro de 16.90 que venden en los gritos-

a lo mejor es el tetrahidracanabinol de la tarde
o que me puse a ver cómo bebían sangre
los hermosos vampiros de Only lovers left alive

pensé que iba a ser una noche larga
pensé que hoy vería a las estrellas y a mis amigos
sin embargo me quedé en casa a escribir

parece que será otra noche larga
pero solitaria

lo cuál después de todo no está mal
porque como decía el señor Porchia:
No he probado ningún vino superior a mi sangre

Y el otro poeta al que también voy a asaltar esta noche
dijo en 8 líneas lo que yo no pude en 40

Me gusta
Beber
Dignamente
Acompañado

Es decir
Solo
Y
Mi alma

jueves, 31 de octubre de 2019

Devuélveme mi amor para matarlo

El rosario de mi madre, del compositor arequipeño Mario Cavagnaro, es uno de mis valses favoritos, pero siempre que oigo este verso de la canción, no puedo evitar imaginar huevadas como esta




viernes, 25 de octubre de 2019

La historia va saliendo solita

Viajo a Talara para firmar unos documentos. Es un viaje violento, de ida y vuelta. Porque estamos a mitad de semana y yo debo volver para dictar clases. Llevo 2 polos, 2 pares de medias y 2 boxers en la mochila, pero nunca llego a cambiarme. Tomar una ducha significa media hora menos para conversar con mi mamá, así que me la salto. La limpieza puede esperar. Al amanecer me paso el día con mi viejo corriendo del banco al notario, del notario a la sunarp, de la sunarp al notario otra vez. Para colmo a las 2pm cierran el puente de Sullana y mi bus de Talara a Piura es el último que logra cruzarlo a tiempo. Al bajar corriendo del EPPO, escojo a cualquiera de los mototaxistas que jalan pasajeros en la puerta del terminal. Tengo 10 minutos para llegar a Cruz del Sur y emprender el regreso a Lima. Mientras corremos hacia su moto, el tipo me alcanza un casco ¿Un casco? Sí. No tiene una mototaxi. He contratado una moto lineal. Esto es Rápidos y Furiosos versión Churre, feat. Armonía 10 y Los piuranitos. Cantinerooooo ♫ El casco además no me entra porque tengo cabeza de rottweiler. Así que mientras sorteamos a toda velocidad piuranos, piajenos y camiones cargados de algarrobos yo pienso: Ya me morí, csm. Ahora sí me morí, como diría Javier Heraud: entre pájaros y árboles. O sea entre gallinazos y matacojudos. Mientras veo pasar mi vida entera ante mis ojos y me despido del mundo, recuerdo uno de los pocos momentos de paz que tuve durante el viaje. Estoy sentado en la plataforma del BCP de Talara frente a una señorita que me abre una cuenta corriente. Como el sistema se demora en cargar, yo me distraigo posteando fotos de pacazos en mi Instagram. Pero cada que levanto la vista de mi cel, encuentro a la señorita echándome miradas furtivas. ¿Usted a qué se dedica, joven? me pregunta por fin. Soy profesor, le digo, y también escribo cuentos. Ahhh yaaa, con razón tiene esa cara de filósofo. Ohyara ons. Será que no me he bañado, porque yo con lo único que estoy filosofando es con el cebiche de caballa que mi viejo me va a invitar donde El Zambón cuando terminemos los trámites. Gracias, le digo, sin saber muy bien qué estoy agradeciendo. Tengo una niña de 4 años, me dice, no sé qué cuentos comprarle. El otro día le llevé uno de un osito que pasea por el parque con su abuelo. Cuando acabó me dijo Ya mami, pero ¿qué más? Nada más, le dije, porque ahí acababa el cuento. Lo que pasa, le digo, es que algunos editores creen que los niños son huevones y son más vivos que las arañas. Yo nunca leí un solo libro para niños. Deme un papel. La señorita me pasa un formulario del banco que ya no sirve y empiezo a anotarle títulos: Momo de Michael Ende, Matilda de Roald Dahl, El libro de la selva, Las crónicas de Narnia, tal vez más adelante algo de Verne o de Stephen King, en ayunas y dosis moderadas. Me siento como un doctor escribiendo una receta. Dele esto a su hija, todo va a estar bien. Dieciocho horas después, mi bus llega al terminal de Javier Prado, 25 minutos antes de mi clase de las 9am en Miraflores. El taxista que me lleva a ISIL me ve inquieto. ¿Tienes clase? pregunta. Sí, le digo, tengo que dictar en 20 minutos. ¡Ah, eres el profe! Claro pe. Como ya han pasado 18 horas y más de mil kilómetros desde que me vieron cara de filósofo, este ya me ve cara de indigente. Por eso no me cree que soy profe. Pero resulta que no solo soy profe. Conversando descubrimos que soy el profe de su hijo. ¿Y te hacen sufrir mucho? pregunta riendo. Tienen una ortografía que hace llorar, le digo, pero siempre es más chévere aguantar a un alumno que a un jefe. Pucha, me dice, es que en esta época quién escribe bien. Ya nadie ya. Lo que sí me jode un poco, me dice, es que ahora solo hablan con jergas en inglés, no se les entiende nada. Señor, sus hijos viven en una aldea global, para ellos el mundo está a la vuelta de la esquina, decir tweet, chat, post es como decir camote, perro, chaufa. No sé, dice, nosotros antes también hablábamos con jergas pero decíamos cosas en español. Señor, no estamos en Madrid, el español también es un idioma extranjero. Ya cálmese y no sea tan viejo lesbiano. Ahí en la esquina me deja. Entro corriendo al instituto con mi mochila a cuestas, marco mi entrada en un aparato que me escanea la mano. Corro al baño a lavarme la cara y todavía me quedan un par de minutos para comprar un café y un caprese. Parado frente a mis alumnos me tiemblan las piernas de cansancio, pero veo sus caras sonrientes como de publicidad de yougurt y recupero el buen humor. Quisiera explicarles que no he dormido ni me he bañado en 2 días. Que lo único que quiero es irme a mi cama y morir una semana. Pero entonces pienso en sus viejos. Ese taxista que ya no entiende el idioma de sus hijos, esa funcionaria del banco que quiere encontrar un cuento que emocione a su hijita, así como a ella alguna vez la emocionó un cuento de Hans Christian Andersen o de los hermanos Grimm. Entonces saco mis plumones y empiezo a anotar algo en la pizarra blanca. No sé qué es. Estoy tan cansado que realmente no sé ni qué curso dicto. Son palabras al azar las que escribo. Pero a veces basta con empezar a poner algo. Luego la historia va saliendo solita.





martes, 24 de septiembre de 2019

azular el alma

Mientras de mis parlantes sale la hermosa voz de Isabel Pantoja cantando Hoy quiero confesar, me pregunto por qué por las tardes me gusta escribir mis historias oyendo esas terribles canciones de la hora del lonchecito: Emmanuel, Jeanette, Sandro, Rocío Durcal. 

Hay un capítulo de Los detectives salvajes, la mítica novela de Roberto Bolaño, en que uno de los personajes clasifica a los escritores entre maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos (fileno como Borges que de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual). No era una clasificación ni despectiva ni sexual. Servía para diferenciar a aquellos escritores que en su obra priorizan o bien la ética (maricón) o la estética (marica, mariquita o loca -según la intensidad-).
 
Por ejemplo, dice el personaje: "Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas / Y en Latinoamérica, ¿cuántos maricones verdaderos podemos encontrar? Vallejo y Martín Adán. Punto y aparte. / Más nombres: Gelman, ninfo, Benedetti, marica, Nicanor Parra, mariquita con algo de maricón, Westphalen, loca, Enrique Lihn, mariquita, Girondo, mariposa"

¿Y yo, csm? me pregunto mientras le doy play a mi playlist de spotify titulado "Corazón de poeta". ¿Qué diría Bolaño de mí? Putamadre, yo ya hasta me salí del espectro. Yo soy Señora declarada. O como diría Casciari: Señora Gorda. 

Y creo que por ahí va la razón por la que oigo esta música tan pendeja por las tardes. Estas eran las canciones que mis queridas y añoradas Meche y Juanita oían en casa cuando planchaban nuestra ropa.
Planchar, al igual que escribir cuentos, es una tarea inútil pero minuciosa. Uno puede perfectamente pasarse la vida con la ropa arrugada, lo mismo que se puede vivir sin haber leído un solo libro de Verne o de Italo Calvino. Yo no he vuelto a planchar una sola prenda desde que salí de casa de mis padres. Sin embargo, reconozco que hay algo maravilloso en estirar el brazo dentro de una camisa tibia y recién planchada. Uno siente, como diría Vallejo, que le han planchado el caos, que le han azulado el alma.

De todas las tareas domésticas, planchar es la más solitaria. Al cocinero lo acompañan y le llena la copa de vino. Le das un beso a quien te ayuda a tender la cama. Pero nadie quiere estar junto al burrito de planchar, ni verse envuelto en esa esfera de vapor denso como si un elefante te estuviera respirando en la oreja. Y por eso quien plancha, debe aferrarse a una canción y, si es posible, cantarla, para que que como la cometa de un niño, lo eleve unos centímetros por encima de la gravedad de la rutina.
Ahora tú me dirás, bien compare, entiendo lo de la música. Pero por qué tienes que escoger música de señora setentera?

Bukowski escribía oyendo a Brahms y a Beethoven, le encantaba la música clásica. Stephen King escucha Metallica, Judas Priest y Anthrax. Weón, hasta la flaca de la saga de Crepúsculo, Stephenie Meyer, escucha Muse. ¡Paulo Coelho (dice que) escucha Mozart! Y tú ctm, escuchando Teorema de Bosé y Como yo te amo de Raphael. 

A ratos me da roche porque de pronto uno de mis hermanos entra al depa y me encuentra con esta música a todo volumen y con los ojos húmedos. Hoy por ejemplo ha sido mi hermana, que solo me ve cada 6 meses y al encontrarme entre Montaner y Paloma San Basilio me ha mirado con cara de ¿Este wéon está enamorado o se está volviendo cabro? 

Supongo que ahora que casi siempre escribo mis historias para Facebook, me cuesta recordar que escribir es un acto solitario como planchar la ropa. Pero lo es. Y siempre debería serlo, porque es en esa pesada esfera de vapor, mientras intentamos quitar las arrugas de nuestra historia, que nos encontramos sin máscaras con nosotros mismos. Y a mí, esa música, tal vez porque la escuché en mi infancia, me lo recuerda.

Me recuerda también que como escritor no debería aspirar todo el tiempo a ser ese cocinero que quiere dejar contentos a todos sus comensales. Sino que como el que plancha una prenda para un ser querido, me debe alcanzar con que una sola persona meta su bracito por la manga tibia de mis palabras y sienta que le han planchado un poquito el caos, que le han azulado el alma.

martes, 13 de agosto de 2019

Todo Destrucción

La última chamba que tuve -antes de renunciar a la publicidad para siempre- fue trabajar en Green Apple, diseñando el catálogo de Sodimac. Después de 2 años en la cuenta pasé de ser diseñador a Director de arte. Pero para el resto del equipo, que eran mis patazas, o más bien mis compañeros de celda, yo seguía siendo simplemente Pierre, el pastrulo que rompía cosas. Y su mayor chongo para liberar el stress del día consistía en abrir el Photoshop para hacer montajes con mi cara. Una vez fuimos al Patio Constructor a hacer fotos de los productos y por joder le dije a Hiro: a ver tómame una foto cargando esta columna. La cagué. Solo quería recordarles que todo lo que ustedes digan o hagan con sus amigos puede ser -y será- usado en su contra.



lunes, 29 de julio de 2019

La historia del nombre "Yo no quería escribir cuentos (solo quería conocerte)"

Hace unos días llegué a una entrevista y lo primero que me preguntó la periodista fue:

Dime Pierre: ¿Por qué le has puesto ese título tan pendejo al libro?

Bueno, voy a contar esa historia
Creo que es una buena historia para el día de la presentación




Me tomó varias semanas acostumbrarme al título de mi nuevo libro.

La frase la encontró Juan Pablo, mi editor, en el texto más antiguo del manuscrito. El manuscrito tenía 119 historias. Yo lo mandé de Planeta sin título porque me resultó imposible encontrar una frase que agrupara tantas historias escritas a lo largo de tantos años. Juanpa escogió el primer verso de la más antigua de todas, que -además- es un poema que escribí a los 24. ¡Hace 16 años! (Ah sí, en el libro hay 2 o 3 poemas, pero les prometo que son chiquitos porque cuando a los narradores se nos da por la poesía más parecemos raperos de la 73).

A mi otro editor, Víctor, no solo le gustó la propuesta, sino que además sugirió agregar también el segundo verso entre paréntesis. De modo que el título quedó así:

“Yo no quería escribir cuentos
(solo quería conocerte)

Cuando llegué a las oficinas de Planeta y vi mi manuscrito impreso con ese titular, se me aflojó el elástico del calzón. Sin huevadas. Me palteé. Dije: no, esto no sucederá. Mi libro no va a parecer el instagram de una adolescente en busca de su Brayan.

Tal vez ustedes recuerden esa sensación de cuando tu vieja (o peor aún: tu hermano o un primo conchesumre) descubría tu diario personal y empezaba a leerlo en voz alta: "Te amo, Ricky, eres el chico más churro del 5to C" xD Bueno, esa es la sensación que tuve. Es decir, no podía negar que yo había escrito esos versos. Eran míos, era mi maldita letra. Pero alguien la estaba leyendo en voz alta y yo quería correr a esconderme al baño.

Escribí ese pequeño poema que ahora abre el libro en noviembre del 2003. Entonces vivía en un piso de Copacabana en Rio de Janeiro, a donde había llegado mochileando después de renunciar a un trabajo aburrido en Lima. Era pobre pero feliz, llevaba el pelo hasta la cintura, almorzaba frijoles y tenía un polo negro que en el pecho decía con letras blancas y enormes: FE. En realidad decía FÉ, con tilde, porque la palabra estaba escrita en portugués. La camiseta era parte de una campaña del gobierno llamada “A camiseta do Brasil”. Yo podría haber escogido entre Fé, Honestidade, Luta, Esperança y Respeito. Escogí FÉ porque tenía 24 años y mi corazón creía en TODO.

Una de estas cosas en las que creía era que lo que impulsaba el nacimiento de mis cuentos, aquellos primeros cuentos, no era el sueño de que algún día me llamaran escritor ni que me hicieran entrevistas o me dieran premios. Ni siquiera el deseo de publicar un libro o escribir una obra memorable. Yo escribía historias para conocer a alguien. Y para que me conocieran.

Es un deseo bastante común en los chicos de 20 años. Toda su energía está volcada a encontrar al otro. Y por eso es que a ratos el título sacado de aquel poema me sonaba como un slogan y no me gustaba. Me parecía que reclamaba mucha atención del lector. Pero les aseguro que no fue un ardid editorial. Simplemente sucede que ni el detergente que lava más blanco que blanco ni las pastas dentales científicamente comprobadas necesitan tanto del marketing como un chibolo de 24 años buscando un lugar donde poner su amor y sus hormonas.

Ahora han pasado ya 16 años. Ya no soy aquel extraño del pelo largo y las razones que me llevan a escribir cuentos casi nunca son hormonales. En cambio van desde escuchar hablar pendejadas a mis alumnos hasta hallar la explicación de la vida en un oso de peluche que canta como Celine Dion. Pero mi editor, que me conoce bien, encontró en aquel manuscrito de 119 historias aquella razón primigenia y me la puso en la cara. Este eres tú, me dijo. Este poema. Es tu ars poética.

Decía Julio Ramón Ribeyro en su diario: "Un amigo es alguien que conoce la canción de tu corazón y puede cantarla cuando a ti ya se te ha olvidado la letra".

Supongo que a mí con los años se me había olvidado la letra de mi canción. Y lo mejor de componer este libro con Juanpa y Víctor es que ambos son mis amigos y pudieron encontrarla y cantármela.

Miguel Abuelo tiene una hermosa rola que se llama “Himno de mi corazón”. Recuerdo que hace muchos años mi pata Fer no solo me la hizo escuchar sino que me la explicó y me dijo por qué, a pesar de no ser una de las más famosas de los Abuelos, era una de las mejores.

“Nadie quiere dormirse aquí, algo puedo hacer”

Es una canción en la que Miguel Abuelo se abre, uno intuye que está revelando quién es, su homosexualidad y lo difícil -pero necesario- que se le hace nombrarla. Es una canción que escarapela la piel cuando piensas de dónde sale. “Nada me abruma ni me impide en este día que te quiera, amor / Naturalmente mi presente busca florecer de a dos”.

Creo que las canciones que son el Himno de nuestro corazón siempre nos asustan un poco. Es como estar cantándolas en el karaoke de la vida. Hace años en la universidad otro amigo (que no era gay) nos confesó entre chelas que su canción favorita era Dancing Queen de ABBA. Desde entonces lo jodíamos porque imaginábamos que la bailaba solito en su cuarto, calato al salir de la ducha. Y aunque por años lo jodimos con eso, reconozco que yo sí he bailado Dancing Queen solito en mi casa. Y he sido feliz. ¿Quién no? Esa canción es un jodido himno de la alegría.

Nací un 22 de febrero, como Drew Barrymore y como Arthur Schopenhauer. Supongo que ahora me identifico más (o al menos eso me gusta aparentar) con el tío Schopenhauer que desea el fin de la humanidad, pero siempre es bueno que me recuerden que alguna vez también fui como Drew Barrymore en Jamás besada.

Aquellos amigos que me han leído desde el comienzo, mi familia, los compañeros de mis primeros grupos literarios: mis queridos K-latos y los inolvidables Heriditos, saben que siempre fui un escritor que se debatió entre la pastrulada y la cursilería de los amores imposibles. Y creo que cuando recorran estas 62 historias podrán decir que están buenas, malas, chistosas o –como decía mi pata Fer- para leer sentado en el wáter xD, pero reconocerán que son honestas. Que estoy en ellas sin pose ni máscara.

Ahora miro el título y me gusta.
Me gusta mucho
Me parece que Juan Pablo supo encontrarme.
Y creo que siempre me va a emocionar mirar esta portada y recordar que
Yo no quería escribir cuentos
(yo solo quería conocerlos)


domingo, 28 de julio de 2019

stickers


Estoy cortando los stickers que voy a regalar mañana en la presentación. Siempre he tenido fascinación por los malditos stickers. De niño los coleccionaba. Tenía un álbum donde los guardaba sin quitarles la lámina que cubría el adhesivo. Tenía stickers de los Transformers, de los Thundercats y hasta stickers comerciales que le regalaban a mi papá en las tiendas de repuestos. También tenía los clásicos ocheteros como el león rompiendo las cadenas y el chibolo meando de espaldas. Quien haya venido a mi casa sabe que la puerta de mi baño tiene más stickers que una combi asesina. Hay hasta memes. La puerta de mi baño parece un muro de facebook. Así que desde que publiqué mi 2do libro mandé a hacer stickers de mis propios dibujitos, a ver si alguien los empezaba a juntar. Y resultó que sí. Mis lectores me mandan fotos de sus laptops, sus cuadernos o el corcho de su cuarto donde tienen pegados al Tiranosaurio de Orientación vocacional, o a mi amiga Natalia B calata montada sobre un león. Ahora que sacamos Yo no quería escribir cuentos (solo quería conocerte), que tiene 62 ilustraciones nuevas, no podía dejar pasar la oportunidad. Así que si van mañana les regalo uno. Y luego ustedes le toman foto cuando lo peguen y me etiquetan. Para ver hasta donde llega mi arte urbano marginal

 





sábado, 27 de julio de 2019

Hoy me invitaron a RPP a grabar un podcast de mi libro. Tenía que escoger 1 de los 62 cuentos y no sabía cuál. No sabía cuál porque no he leído mi libro desde que salió impreso. Es algo que da un poco de miedo ¿saben? Es como subirse de pasajero a un avión que tú mismo has ensamblado con una sola llave de tuercas. No sabes cómo lo has logrado. Solo sabes que ya está listo y que esperas que alce vuelo. Por suerte, Lucía Barja de RPP, que sí ha leído mi libro y hasta tiene sus partes favoritas subrayadas, me sugirió que leyera La lonchera del fin del mundo. Recordé además que la primera foto que vi posteada de un fragmento de mi libro, la vi en las historias de whatsapp de Nicole, que también había escogido el mismo cuento. Entonces dije, vamos con ese. Al leer el primer párrafo, descubrí en mis palabras a mi hermana, con la que hablé esta mañana, y la casa de mi abuela y este pequeño diccionario sopena ilustrado que me compraron mis papás para que aprendiera a leer. Me alegré entonces de estar leyendo esa historia, ahí, en la pequeña salita de grabación de la radio que mi papá ponía por las mañanas antes de mandarnos al colegio. Supe que era la historia correcta. Porque me recuerda de dónde vengo. Me recuerda que fui un niño que no sabía leer. Y al que tuvieron que comprarle libros y cuadernos y -como me cuenta mi mamá- explicarle qué decía en cada letrero que veíamos en la calle porque yo no paraba de estirar mi dedo y preguntarle ¿qué dice ahí, mamá? Contaba hoy mi amigo Umberto la historia de nuestra campeona Gladys Tejeda y las primeras zapatillas que le prestó una vecina para que pudiera correr una carrera escolar. Una carrera en la que terminó 2da, no por falta de velocidad ni resistencia, sino porque las zapatillas le quedaban un poco flojas. Cuenta cómo su mamá, viuda con nueve hijos en una provincia olvidada a 4 mil metros de altura en la sierra peruana, por más imposible que pareciera alentó siempre el sueño de su hija menor que hoy ganó la medalla de oro para el Perú. Pienso en la foto de Gladys, abrazada a su mamá tras cruzar la meta y me digo esto: A veces la parte más bonita de cumplir un sueño, no son los premios ni las palmas, ni siquiera la propia satisfacción de haber cruzado una meta, sino que la persona que luchó para darte ese primer impulso: un par de zapatillas o un pequeño libro, te vea llegando y piense: bueno, valió la pena.



jueves, 11 de julio de 2019

De Morricone a Bad Bunny

Pónganle música a sus cortometrajes, les sugerí a mis alumnos de Guion. Es un truco barato pero úsenlo, apelen a la memoria musical de su público. La primera peli que vimos este ciclo fue Cinema Paradiso. Así que aproveché el bellísimo soundtrack de Ennio Morricone para mostrarles lo sencillo que es moverle el piso al público con una canción. Somos cojudos emocionales, les dije, por eso en los Tambos nos venden ositos de peluche que cantan la canción de Titanic. Fíjense en esta escena de fuga en Corre Lola Corre, cómo un momento de acción se vuelve romántico cuando al fondo Dinah Washington canta What Difference A Day Makes. La desolación de El graduado se vuelve más desoladora cuando Simon and Garfunkel la acompañan con The sound of silence. La risa en las películas de Chaplin nos brota porque el arco de un violín nervioso nos hace cosquillas en la panza. Mis alumnos asentían, sonreían. Los he convencido, pensé entonces. Parecía que desde ya estaban escogiendo las canciones para sus cortometrajes.Ahora es fin de ciclo. Estoy en la sala de profesores con los audífonos puestos. Y mientras mis colegas revisan controles de lectura y pruebas de redacción, yo le voy dando play a tres docenas de cortometrajes en los que nunca falta el Soltera Remix 2019. Otro trago, Te boté, Qué más pues, Fumeteo. De Morricone a Bad Bunny. De Paul Simon a Daddy Yankee. Sech feat Darell, Lunay, Jeday y laconchaTuMay.

miércoles, 3 de julio de 2019

Selfie

¿Alguna vez se han preguntado por qué los escritores salimos en las fotos con cara de que estamos frente al puesto de tamales decidiendo si llevamos uno o dos? Miren a Vallejo nomás. ¿Apagué la terma? ¿Serán los potros de bárbaros Atilas? ¿Seguirá asada Georgette? Les voy a contar el making off destavaina, porque justo ayer me citan de Planeta para hacerme una sesión. Son fotos para promocionar tu libro, dicen. Ven a la librería Book Vivant, dicen. A las 11am, dicen.

Así que yo chapo mi bici y voy. Pero antes me baño, me echo Old Spice y me pongo mi camisa tonera. Diez minutos después, pedaleo por Miraflores más contento que Carlos Vives en su vídeo, porque justo esa mañana mi libro entra a imprenta. Además he salido a doble página en el diario y mi viejo está que compra todo el tiraje de Perú21 para repartirlo a mi familia en Talara. Y pa concha, en una semana empiezan mis vacaciones. Ya no se puede más gozadera. Me emociona además que los de Planeta hayan escogido esa librería, porque justo cuando llego y dejo mi bici estacionada al frente, recuerdo que ese era el parque al que hace 15 años veníamos con Gonza, Karen, Erika y Bruno en nuestros recreos de la escuelita de escritura creativa, cuando éramos jóvenes, cuando no habíamos publicado ni mierda.

Total que entro a Book Vivant y ahí está Henry esperándome con su cámara. A ver Pierre, ponte acá, me dice. Siéntate ahí y haz como que miras libros. Dale.

Estoy sentado frente a la sección de autores que comienzan con H, así que los libros que tengo al frente son de Hornby y de Houellebecq. ¿Cómo chucha se pronuncia Houellebecq? Recuerdo un meme que decía que hay que pronunciarlo como si cantaras una canción de Ricky Martin: ♪ Houellebecq, que sin ti la vida se me vaaa ♫ xD Serán pendejos.

A Nick Hornby sí me lo sé de memoria. Hornby es el tipo de escritor que jamás va a salir en las fotos con cara de que no sabe qué cremas ponerle a su sanguchón. Aparece riendo o guiñando un ojo. Yo soy su feliz lector desde Alta Fidelidad y 31 canciones. Lo seguí con Un gran chico, Cómo ser buenos, Funny Girl, En picado y Julieta, desnuda. Pero el que ahora saco del estante es Fiebre en las gradas, uno que he buscado y que recién ahora encuentro. Abro la contratapa para ver el precio y leo: S/.126 soles. La conchadetutía, Nick Hornby.

Esa es la cara con la que salgo en la primera foto que me inmortalizará. Cara de laconchadetutía. Luego me hacen otras tomas mirando al infinito y avistando pájaros inexistentes. Otra con cara de que quiero ubicar el nombre de una canción pero justo he desinstalado el Shazam. Otra serio, como si acabara de recordar a todos los amigos que me deben libros. Hasta que Henry sonríe, le pone la tapita al lente de su cámara y me dice: Ya estamos, Pierre.




Mientras pedaleo rumbo a casa, me digo: ¿será que una de esas fotos tan solemnes va a salir en la solapa de mi libro? Estoy seguro de que Henry es un gran fotógrafo y de que están buenísimas. El problema es que el sujeto retratado no se va a parecer a mí. Mis amigos van a abrir el libro y van a decir: ¿oe y este concha desde cuándo se peina? por qué no sale Boston -borracho y stone-? Así que cuando un par de minutos después Víctor me llama y me dice ¡Pierre, tenemos que mandar la portada a imprenta ahoritaaa, pásame la foto! Yo paro la bici en Angamos y le digo: Puta, Víctor, las de Henry van a demorar así que usa esta que te mando nomás.

La foto que le paso la tengo en mi cel, me la tomé hace un par de días. Aparezco sentado en mi alfombra al pie del escritorio donde terminé las 62 historias de mi nuevo libro. No es una gran foto ni tiene solemnidad o claroscuros, pero es honesta. Al rato me llama el gran Augusto, que está diseñando mi portada y me dice:

—Pierre, dame el crédito de esa foto, al toque pa ponerlo
—¡Es un selfie, Augusto!
—Ah yaaa
—Los millenials me han contagiado sus costumbres.

Como estoy cerca a Surquillo, decido pasar por una leche de tigre de 5 lucas en Al toke pez. Avanzo entre las combis y recuerdo esas fotos de escritores hechas por genios del lente como Baldomero Pestana o Daniel Modzinski. Recuerdo la pintura de Ribeyro hecha por Herman Braun-Vega que aparece en la portada de Prosas Apátridas. Y pienso en mi foto que dice: Selfie.

Csmre.

Hace unos días leía una entrevista que le hace Fernando Ampuero a Gabriel García Márquez. Hablan sobre la fama y el Gabo le cuenta que una vez le preguntó a Fidel qué es lo que más quería en la vida Y Fidel respondió: "Chico, lo que yo más quisiera en la vida es poder pararme en una esquina". En ese momento el Gabo se da cuenta de que es lo mismo que él quiere. Y es lo mismo que yo quiero. Escapar de la solemnidad.

Ahhh, por supuesto que quiero la fama, pero la quiero para mis cuentos, no para mi cara o mi nombre. Quiero que mientras mis libros pasan de mano en mano, yo siga siendo el tipo despeinado que monta bicicleta por Surquillo como Carlos Vives. Quiero seguir llegando hasta Al toke pez donde Toshi, que saltea mariscos en una gran sartén, me recibe sonriente con un vasito de chicha gratis y a mí -eso- me parece suficiente recompensa por todas las historias que escribí en la vida.



lunes, 1 de julio de 2019

lunes, 3 de junio de 2019

martes, 28 de mayo de 2019

Chuletas con maracuyá

No sé si ustedes se imaginan cómo es una sesión de corrección de cuentos con tu editor. Les voy a contar, por si algún día se animan a publicar.

Primero vas a Plaza Vea y compras un kilo de chuletas de cerdo y una maracuyá. Un editor que no come es un editor cruel. Pones las chuletas en una bandeja y les chorreas la rica pulpa de la fruta encima, agregas finas hierbas al gusto, pero no de las que te fumas sino de las que sazonan. Y metes todo en el horno a 220 grados. Mientras tú y tu editor esperan a que esté la comida, te abres un Something Special y llenas dos vasos con abundante hielo. Mi editor no cree en eso que decía el tío Hemingway: "Escribe borracho, edita sobrio". Él también quiere editar borracho. Dice que para entender todos los niveles de profundidad de mis pastruladas es mejor tener el cerebro dislocado.
Los cuentos se leen en voz alta y con el estómago vacío. Las buenas historias abren el apetito. También debes estar preparado para ser -como decía Franco De Vita- un buen perdedor. Tu editor es ante todo una tijera y, si te conoce, sabe cuando ya estás escribiendo huevadas. "Este cuento no va" es una frase dolorosa pero que para ti es como el: "Te quiero como amigo". Es decir que si eres poeta, ya debes estar acostumbrado a escucharla. A ti no te entran balas, causa. Sigue tu camino. Lleva suficientes cuentos porque esto es el desermbarco de Normandía. Es tu día D. Solo tus mejores historias sobrevivirán. 
Nosotros empezamos con un manuscrito de 119 y ya nos bajamos la mitad. Esta huevada está muy cursi, chango ¿qué chucha estabas pensando al escribirla? Csm, vivía solo en Brasil pe' ctm, estaba triste y creía en el amor, no me juzgues.
Vamos dejando atrás historias que fueron escritas con tanto candor adolescente que ahora apestan a jabón chiquito.
Pero las que han sobrevivido, él las lee en voz alta. Esta tiene que ir de todas maneras—te dice emocionado— ¡esta no puede no ir! Y tú, para ocultar tu cara de cojuda alegría, te vas a ver si las chuletas ya están listas.

Sirves la cena. Las pepitas de la maracuyá se han rostizado sobre el pellejo del cerdo. Pero todo está rico. Nos hemos aburguesado, dice mientras chupa su whisky y corta un jugoso trozo de chuleta. Hace diez años era sopa ramen y chela. ¡Míranos ahora!

Hacemos un salud por nuestra vieja amistad y por los libros.

Mientras comemos sobre los restos garabateados del manuscrito, ambos comprendemos que la amistad y la cena también son parte del proceso. Un buen editor tiene que conocer el corazón y las manos de las que provienen las historias que va a publicar. Saber qué parte del cerebro se le está rostizando a su escritor.

—Es como en Jerry Maguire, ¿no?—le digo a Juanpa.
—Exactamente —me responde riendo— Tú eres el negro quemao y yo tengo que llevarte a la gloria.
—JAJA. Claro. Tú eres el embajador de mi quan.
—Csmre.



* * *

Se supone que hace 3 horas debería haberle enviado a Juanpa el manuscrito corregido, pero me puse a cocinar fideos tornillo con champignones y memocioné. Sé que va a entender que recién se lo mande ahorita. Qué más le queda al pobre. La verdad es me gusta estar editando este nuevo libro mientras cocino y hueveo, porque así fue escrito, como una interseccion de la vida cotidiana. Y me gusta también que mis dos editores, Juan Pablo y Víctor, además de unos capos, sean mis viejos amigos. Somos 3 gorditos que juntos parecemos pichones de cantantes de ópera. El libro también va a estar gordito y jugoso como las chuletas con maracuyá. La verdad es que no sé por qué carajo les puse maracuyá. Como tampoco sé cómo es que voy agregando ciertos ingredientes a mis cuentos. Solo sé que estamos cocinando el libro con cariño. Que tiene muchas finas hierbas. Y que pronto lo van a tener en sus manos.

lunes, 27 de mayo de 2019

Hey Jude

Las cosas que un niño descubre en la casa de sus abuelos. Los míos tenían ranas disecadas con trajes de ballet, cajitas musicales llenas de mariposas, radiolas y cajones con los juguetes viejos de mis 7 tíos. Sin embargo, entre todos aquellos tesoros, mi objeto favorito era el tomo sobre Gatos, Perros y Caballos de la enciclopedia Mis primeros conocimientos. Traía decenas de ilustraciones de cachorros jugando, gatos bebiendo leche de la ubre de la vaca y otras imágenes que me convencieron de que todo niño –incluyéndome– necesitaba un compañero de cuatro patas. El libro tenía varias páginas donde se mostraban las razas de los perros y yo las miraba una y otra vez pensando cuál escogería cuando mis padres accedieran a darme uno. Ahí estaban el robusto Bulldog de los dibujitos de Tom y Jerry, los hocicudos Terrier, el Mastín, famoso por sus hazañas de guerra, el Terranova que ayudaba a los pescadores a arriar sus redes o el San Bernardo con su barrilito de brandi para rescatar viajeros perdidos en los Alpes suizos. Me intrigaba sobremanera el Terrier Pelo de alambre ¿Realmente existía un perro con pelo de alambre? Y ni qué decir del Chow Chow ¡Si parecía un león! Y el Gran Danés un caballo, y el Galgo un perro disecado que podía correr a 60 km/h. ¿Cuál, cuál, cuál escoger?

Pero bueno, corrían los años 80 y, si conseguir un kilo de azúcar ya era difícil, imagínense un Chow Chow o un Papillon francés. Mi primer perrito no tenía raza. Yo decía que era Pekinés pero ahora que veo las fotos me doy cuenta de que simplemente era chiquito y con cara de loco. Por supuesto, apenas lo tuve conmigo me olvidé de las razas soñadas y me pareció suficiente verlo comer la carne que yo le desmenuzaba o seguirme a todos lados moviendo el rabo. Treinta años después, Pika, mi actual perrita, también es un remix de perro callejero. La abandonaron y mi amiga Karen la trajo a casa. Cuando llegó, tenía el pelo color charco de lluvia y el hocico negro como si hubiera estado escarbando la basura. Con el tiempo se volvió rubia. Mis amigos decían que se había aburguesado por vivir en Miraflores. Sin embargo, lo que nunca perdió Pika fue esa mirada, entre inquieta y desconcertada, como si acabara de recordar que la habían rescatado. A veces me la quedo mirando y pienso qué habría sido de ella si nadie la hubiera recogido. ¿Cuántos días habría sobrevivido en la calle? Y de haber sobrevivido ¿cuánto hubiera tardado en perder su habitual docilidad para mostrar los dientes y defenderse del mundo al cual había sido arrojada? Entonces corro emocionado a jugar con ella y pienso en la canción que Paul McCartney compuso para consolar al hijo de Lennon: “No cargues el mundo sobre tus hombros. Solo toma algo triste y conviértelo en algo mejor” Paul hablaba de una canción pero… ¿no podría ser también un perrito abandonado?

Hey Jude, don't let me down
You have found her, now go and get her
Remember to let her into your heart
Then you can start to make it better
Hey Jude, The Beatles




miércoles, 22 de mayo de 2019

Un cuento de la cripta antes de dormir

Como me he jalado al 60% del salón en su primera crónica, hoy hago una pausa en el curso y encajo una clase de poesía que no está en el silabo. Lo hago para sensibilizarlos con el lenguaje. Para que recuerden lo rico que pueden sonar las palabras cuando se les trata con cariño y osadía. Leemos poemas pero también canciones y caligramas, hasta que llegamos al capítulo 68 de Rayuela. Y esto es lo que pasa:

—Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes...
—Profe, el Word está subrayando todas las palabras, usted nos ha dicho que eso pasa porque están mal escritas.
—En este caso no están mal escritas, muchacho. Es un idioma que se inventó Cortázar para narrar un escena erótica con un lenguaje nuevo, se llama glíglico
—Ah ya, como Chisiricosoro.




martes, 7 de mayo de 2019

Chorearle una sonrisa a un preso

El año pasado el Ministerio de Cultura y su proyecto "La libertad de la palabra", infiltraron entre los presos del Penal Sarita Colonia varios ejemplares de mi libro de cuentos: Orientación vocacional. Un mes después me llevaron a mí. Esta es la crónica de una de las experiencias más bonitas que me ha tocado vivir como escritor.





Yo nunca había entrado a una cárcel.

Tampoco había estado en esta zona del Callao donde el Googlemaps no me sirve de nada, salvo para enterarme de que si me pierdo por aquí no sabré volver entero a casa.

Junto a la alta reja del Penal Sarita Colonia veo alineadas bolsas con víveres para los presos. Una de ellas es transparente y puedo distinguir lo que lleva. Pero no es necesario descifrarlo. Una hoja cuadriculada adherida con cinta scotch hace un inventario del contenido:

-10 bolsas de cuates picantes
-10 bolsas de cuates sin picante
-10 bolsas de papitas lays
-10 paquetes de cheetos

“Hijo querido, aquí te mandamos estas cositas, esperamos que estés bien y que el Señor te proteja”

Las bolsas de víveres se quedan asoleándose pero a mí me hacen pasar. Nunca he estado en un penal, sin embargo los presos del Sarita aguardan por mí. Me fallan los pies. Recuerdo la escena de una de mis películas favoritas: Andy Dufresne entra esposado y con la cabeza gacha a la prisión de Shawshank. Los internos ríen y apuestan cuál de los condenados va a llorar primero.

¿Acaso yo voy a llorar?
Sí, vas a llorar. Pero todavía falta.

Los guardias me conducen por los pasadizos salpicados de gatos que duermen sobre los jardines de la cárcel. Al igual que Andy Dufresne yo también soy inocente, es decir, nunca me han atrapado cagándola. Porque he robado. He robado y he mentido como todos. Pero sin ser descubierto. Mi único crimen público ha sido dedicar mi vida a inventar historias. Los internos del Sarita Colonia las han leído entre rejas. Han leído mi libro y ahora quieren conocerme. Están esperándome en el auditorio. Me han escrito un rap titulado El Orientador. Nunca nadie me ha escrito un rap:

El orientador así le dicen
y nunca deja que los grandes lo pisen
es un maestro de la vida fatal
y en lectura ni para q’ contar
es una máquina llena de sabiduría
desde pequeño su papá le decía
q’ él algún día iba a comprender
q’ importante tenía q’ser
Tiene su propio estilo no sean Atrevidos
O de Sarita los sacamos prendidos ♫

(continúa…)


Si mis amigos del colegio pudieran verme ahora tal vez no hubieran tirado mi mochila al techo. Si supieran que aquí soy el nuevo Tatán no le hubieran prendido fuego a mi carpeta.

Entro al auditorio y me veo rodeado por internos de baja, mediana y alta peligrosidad. Se acercan y se empujan para darme la mano. Hola Pierre, me dicen, qué gusto conocerte. El apretón de manos se convierte en un abrazo. Afuera eran presos, criminales. Apenas estoy junto a ellos son... son chicos, son adolescentes, son tan parecidos a mis alumnos. La mayoría ronda los 20 o 25 años. Chibolitos. La sonrisa aún les brilla en la cara aunque al lado salte una cicatriz.

Hemos hecho estos dibujos sobre tus cuentos, me dicen.

Veo papelógrafos pegados en las paredes del auditorio como en la función escolar del Día de la Madre. Solo que esta vez yo soy la madre. Ahí están Maicol, Manimal, Panzaloca, Luchito en llamas, Natalia B, mi amiga del colegio que quería ser actriz porno. Ellos la han dibujado, han soñado y se han pajeado con mi personaje entre las rejas del Sarita Colonia. Putamare, les digo y me agarro la cabeza. Y ellos se ríen.

Se me acerca un rubio de dientes afilados ¿Cuál será su crimen? ¿Pasar droga? Ha hecho una nueva portada para mi libro. Cuando leí tus cuentos recordé mi infancia. Voy a responderle algo cuando el director del Penal me jala y me lleva hasta la mesa de la ceremonia. ¿No te falta tu billetera no? me pregunta cagándose de risa. Meto la mano al bolsillo y la siento ahí. Me jode que me haya hecho desconfiar de ellos. Ni que estuviéramos en el Congreso, csm. Me pasa un micrófono. Tengo ¿80? ¿100 presidiarios delante de mí? Me siento como Johnny Cash at Folsom Prison. Todos guardan un respetuoso silencio. Ni mis alumnos de ISIL me prestan tanta atención. ¿Qué carajo les puedo decir? Puedes engañar a tus lectores hipsters del facebook, a tus alumnos. Puedes engañar a tus críticos. A un tipo condenado a diez años de cárcel no puedes mentirle.

Rosalina, la representante del Ministerio de Cultura que ha venido conmigo, dice: “El notable escritor Pierre Castro nos acompaña esta mañana”. Csmre, no me presentes así, qué palta. Pero ellos le creen y aplauden. Ellos no saben que afuera del penal soy un escritor chiquito, que los críticos nunca se acuerdan de mí, que todavía me cuesta terminar mis cuentos, que como decía Vallejo: quiero escribir y me sale espuma.

He presentado mi libro frente a mis amigos escritores, les cuento, lo he presentado frente a mi familia, he recibido premios de señores de corbata que me extendieron diplomas y jugosos cheques, y nunca me había sentido tan bien recibido como esta mañana delante de ustedes. Les hablo de pie. No puedo sentarme. De pie les cuento mi historia, mi infancia provinciana, el divorcio de mis viejos, mi llegada a Lima a los 13 años. La acabo en 3 minutos. Tu propia historia se vuelve una caricatura cuando tienes que contarla a tipos que han sido condenados a vivir encerrados en el culo de la ciudad. Prefiero que ellos hagan las preguntas así que suelto el micrófono.

–¿Todavía ves a los amigos que mencionas en tu libro, Pierre?

Al Necropedozoofílico lo veo todas las semanas, jugamos playstation. Ha puesto un restaurant con su novia: El Mesón de los Chukys, ahora es un hombre de bien que prepara choritos a la chalaca. Se cagan de risa. Si el Necropedozoofílico se ha reformado, todos pueden reformarse. Hay esperanza.

–Pierre, en tu libro tú les has puesto chapas a todos tus amigos del colegio, pero dinos cuál era la tuya.

Csmre, me cagan. Ya algunos periodistas me han hecho esa pregunta y siempre la he esquivado. A ellos no puedo negárselo. Trago saliva. Escuchen, les digo, cuando era niño yo era bien culón. Risas bajitas. A un pendejo se le ocurrió una palabra. Una palabra chiquita pero que se me pegó como un herraje a la vaca: Potito. Así me decían en primaria. Les falta barriga a los conchesumares para carcajearse. Parece que les hubieran dado la libertad condicional a todos. A la mierda, otra pregunta.

–Querido Pierre– me dice otro reo. Y esto que dice es lo que me quiebra, lo que me hace saltar las lágrimas. Pero mejor lo voy a guardar para el final.

Después de la ronda de preguntas empieza el show. Espío el cronograma que sostiene la señorita del Ministerio sentada junto a mí. Habrá rap, poesía, teatro, palabras de las autoridades, firma de autógrafos. Todo por un puñado de cuentos, maldita sea.

En el montaje teatral que han preparado y que es como una versión achorada de la escuelita del Chavo, recrean la historia de mi pata Kalolo y la de Manimal (el weón que en la primaria me contaba cómo cachaban las mantis y las arañas). También recrean el cuento de mi pata Alibabá, el terror de las loncheras. Uno de los presos me interpreta a mí. Es un gordito culón al que lo dejan varado con la cuenta. La historia de mi vida nunca mejor contada.

Después cae el telón, nos tomamos fotos, les firmo los libros, el rap, los poemas, los dibujos y ellos vuelven ¿A dónde? ¿A dónde mierda vuelven?

¿Quieres conocer los pabellones del penal? me pregunta el director. Pucha, no sé. Es decir, sí quiero, quiero saber cómo es una cárcel. Pero no quiero avergonzarlos. No quiero verlos encerrados cuando se han mostrado tan libres aquí en el auditorio.

Me conducen por los pasadizos interiores del Sarita Colonia. No es como lo había imaginado. Hay rejas y alambradas, claro, pero muchas de ellas están abiertas y los presos andan de un lado a otro como niños en el recreo. Es la hora del rancho. Una gran olla humea en el patio y un grupo espera con un plato entre las manos. ¿Qué toca hoy? Guiso de pollo con papa. Qué rico. ¿Alcanzará para mí? También tienen una biblioteca. Panfletos y libros de autoayuda. Yo les voy a mandar libros de verdad, les prometo.

¿Entonces vas a volver, Pierre?

Antes de salir del Penal me dicen que tienen que pedirme algo, que si no acepto no hay problema pero les alegraría mucho que aceptara.

¿Quieres ser el padrino de nuestra promoción?

¿De promo? ¿Estudian acá dentro? Claro, me dicen, y este año acabamos la secundaria ¿Aceptas?

Padrino de Promo de los Reclusos del Sarita Colonia.
Esta no se la hizo ni Vargas Llosa, csm.
Acepto al toque.


* * *


Llega el verano y el día de la ceremonia.

Rosalina y yo volvemos al penal en un taxi que avanza por la avenida Colonial. Hoy el sol brilla para todos. Les llevamos de regalo una caja de libros donados por el proyecto La libertad de la palabra y otro paquete que he armado con libros de mi propia biblioteca. Son novelas de las que me ha costado mucho desprenderme. Pero como son historias que suceden en una prisión, me ha parecido justo regalárselas a ellos. No sé por qué pero me emociona saber que alguien dentro del Sarita Colonia va a leer La milla verde de Stephen King.

¿Qué va a sentir cuando metido en su celda se sienta acompañado por John Coffey, el condenado a la silla eléctrica más bueno del mundo? Otro de los libros que llevo es El conde de Montecristo de Alexandre Dumas. Lo robé de la biblioteca de mi abuela. ¿Ya ven que todos somos choros? Ese no lo he leído aún pero me hace recordar una escena en la que Andy Dufresne está armando la biblioteca de la prisión de Shawshank y le dice a otro preso ¿Sabes de qué trata este? Trata de un tipo que se escapa de una prisión. Y el preso le responde: Pucha, entonces deberíamos ponerlo junto a los libros educativos :v

En la ceremonia de su graduación mis amigos bailan para Ministros y Autoridades. Marineras, huaynos y danzas amazonas. Liberan una paloma blanca que se niega a irse y se queda mirándolos desde un murito. También han formado una orquesta sinfónica pero nada de Chopin ni Mozart. Interpretan diferentes canciones de Queen (parece que también se han quedado afanadazos con la película). Cuando sus tambores tocan We will rock you, las nalgas se despegan de los asientos y da ganas de ponerse a cantar con ellos.

Estos presos del Penal Sarita Colonia no se van a fugar. No van a atravesar estas rejas con un alicate sino con su diploma de secundaria y las ganas de no volver a entrar. Me pregunto qué siente un ex convicto cuando ve por última vez el penal desde la calle. Esa sonrisa. Ese calor del sol en la mollera. El sol debe calentar diferente afuera. Tal vez sienten un poco de miedo también. A algunos los espera un chibolito, a otros una esposa o una madre que ya no tendrá que hacer cola frente al penal para llevarles bolsas de Cuates y Cheetos.

También los espera Lima por supuesto. “Porque en todo Lima está la tentación que te devora –escribió Oswaldo en Los inocentes- Y el dinero. Sobre todo el dinero, que hay que conseguirlo como sea”

Pero sé que eres bueno…


* * *


Me despido de mis amigos del Sarita Colonia. La próxima vez que los vea tal vez nos crucemos en la calle. Antes esa posibilidad me hubiese aterrado. Ahora pienso que es bueno que los hombres nunca pierdan la oportunidad de redimirse.

Rosalina y yo salimos del penal, nos devuelven nuestro DNIs y teléfonos. No hemos podido sacar ni una sola foto, pero del ecran de mi memoria esta película nunca se borrará. Tomamos un mototaxi para salir del barrio, un bus para salir del Callao y finalmente un Beat que serpentea por la Costa Verde rumbo a mi casa en Barranco. Voy mirando el mar y pienso cómo será no poder verlo cuando te dé la gana.

Entonces recuerdo lo que me dijo aquel preso en el auditorio. Era un señor de unos 50 años, se había puesto de pie: “Tal vez no te des cuenta de lo valioso de tu trabajo, Pierre, pero no sabes lo difícil que es hacer sonreír a alguien dentro de estas paredes.”

La frase me tira 10 años atrás. Estoy junto a Oswaldo Reynoso en una casona de Barranco. Vamos a presentar mi primer libro de cuentos. Mi papá y mi mamá han venido desde Piura. También están todos mis amigos. Y cuando Oswaldo recibe el micrófono dice esto: Hay una diferencia entre hacer reír a alguien y hacerlo sonreír. Lo primero es fácil. Luego toma mi libro y sonríe. A mi mamá le brillan los ojos.

El taxi se detiene en la curva de salida hacia Barranco, me despido y bajo para que ellos puedan seguir rumbo al Ministerio de Cultura sin desviarse. Hago el resto del camino a casa lateando. Incluso caminar bajo los árboles puede convertirse en algo maravilloso si has visto cómo sería que te privaran de ello.

Casi llego a casa. Camino por mi cuadra moviendo los dedos sobre un teclado imaginario. ¿Cómo voy a empezar a contar esta historia? ¿Cuál es la parte importante? Recuerdo los gatos del penal, las bolsas de cuates esperando bajo el sol, las rejas, los guardias, la humeante olla de comida en el patio. Pero sobre todo recuerdo sus caras divertidas, los dibujos que habían hecho, ese instante de la obra teatral en que volvieron a ser chibolos y se lanzaron bolas de papel como verdaderos colegiales, esa pintura sobre una tablita de madera que me regaló uno de ellos diciéndome: “dile a tu editor que si quiere la use de portada para cuando reediten tu libro”. Recuerdo la graduación de esa mañana cuando les cambié de lado la borla en su birrete y me preguntaron si alguna vez iba a escribir algo sobre ellos.

Algunos poetas escriben, como decía César Calvo, “para que los hermanos como Ángel Avendaño no sientan tanto frío en las prisiones, y para que el general Velasco lea estas líneas y sepa que Avendaño sigue preso por orden de una culebra disfrazada”. Hay otros escritores, como Manuel Puig en El beso de la mujer araña, que con la historia de dos presos que traban amistad contándose las películas que vieron alguna vez convierte una celda en un cine. Otros como José María Arguedas o Reinaldo Arenas que con El sexto y Antes que anochezca pueden hacer que te dé miedo pisar un Penal. Hay otros más fatalistas que pueden hacerte sentir que el mundo entero es una gran cárcel y otros que, al contrario, parecen revelarnos que el alma humana puede ser libre incluso estando encadenada.

Y al final de esta larga cola estoy yo con mis cuentos en las manos. Pensando que de todos aquellos momentos en que sentí que mi vocación de escritor se confirmaba, como cuando le pude contar a mi papá que había ganado el Copé o cuando vi a un niño leyendo mi libro en la banquita de un centro comercial, o cuando al escribir una historia pude convertir un recuerdo triste en algo feliz, nunca había sentido tan claramente el sentido de mis mañanas frente al teclado hasta que un preso del Sarita Colonia me dijo que lo había hecho sonreír.





martes, 23 de abril de 2019

el reconfortante peso de un libro en la mano


A veces pienso que más que un lector apasionado yo soy un yonqui de los ácaros. Y bueno, esos bichitos no anidan en los libros electrónicos sino en los de papel. Tengo asma desde los quince y, sin duda, un libro electrónico me ahorraría varias asfixias; pero aquella aburrida salud arrasaría con la sensación de que los libros son para mí una adicción y no un inmaculado e inodoro producto que consigo por internet.

No reacciono ante los ebooks porque nuestro tacto es insensible a la textura de los kilobytes y porque el diminuto taller óseo de mi oído se agita cuando la cascada es de papel y no de clics.

Un libro electrónico ha perdido todos sus privilegios de objeto; y por tanto, nunca podrá encarnar su rol de asiento, de paraguas, de máscara, de abanico, de escondite, de fetiche o de almohada. Y, dado que no puedes prestarlo, no tienes disponible la excusa de recuperarlo para reencontrarte con alguien.

No me gustan los libros electrónicos porque se consiguen googleándolos o revisando catálogos virtuales. Es decir, yendo directamente hacia ellos, como en esas falsas rutas de los libros de autoayuda. No te permiten la sorpresa de encontrarlos por azar. Y sin aquel azar, dejaría de existir para siempre nuestra cara de sorpresa, cada vez que -en la excursión anual a los libreros de Amazonas- encontramos una primera edición de los cuentos de Ribeyro o de Cortázar.

Además, yo leo para desconectarme, leo para que ustedes dejen de existir por un rato, y eso no es posible si sostengo entre las manos cualquier objeto electrónico, aquellas brutales anclas que me atan a esta época veloz y que no me dejan huir a las tibias calles con olor a plátano de Macondo.

Tal vez se deba a que trabajo en una computadora pero, para mí, leer literatura en una pantalla que brilla es algo tan terrible como caerle a una chica por chat. No me gustan los libros electrónicos porque, aunque cumplen el objetivo principal, han eliminado el ritual y leerlos es como tirar con ropa, como un viaje al cine sin olor a canchita ni trailers, o como lanzar sin desmoñar ni reírte de huevadas. Me gusta que cuando subo al Metropolitano una chica estire el cuello para averiguar lo que estoy leyendo. Me dan pena en cambio los libros electrónicos encerrados en su cárcel de chips, pues yo mismo tengo una carpeta con más de doscientos pdfs que no he leído ni leeré.

Mi biblioteca, por el contrario, es un lugar vivo, una ciudad abierta dentro de mi casa donde veo caminar a todos los personajes que alguna vez leí. En aquellos estantes de madera Bukowski es vecino de barrio de Vallejo y El eternauta pone su basura junto a la del Psicópata Americano.

No sé, pero frente a un libro electrónico me siento como otro mono desnudo en el mundo, un chango frente al monolito de Odisea en el Espacio. En cambio, frente a mi biblioteca, siento la infinita euforia de las posibilidades que otros hombres experimentan al entrar a un aeropuerto.



martes, 2 de abril de 2019

La broma infinita de prestar un libro

Hace años una amiga me llamó a la medianoche del domingo porque de pronto había tenido una epifanía: Quería leer más. Y no solo quería leer más, quería leer libros gordos, gordísimos weón, libros que le costara cargar para poder sumergirse en ellos como si fueran piscinas portátiles. Le dije que viniera a escoger algo de mi librero y yo mismo le fui poniendo libros en las manos mientras le contaba parte de la trama. Le daba libros cortos y pegadores como ganchos a la mandíbula porque sé lo jodido que es enganchar a un lector. Le di Las vírgenes suicidas, Guerra Mundial Z, probablemente algo de Stephen King y cosas así, pero todos me los iba tirando por la cabeza con una mirada que parecía decirme: ctmre, dame algo de verdad. Bueno, terminó llevándose de mi jato: Ana Karenina de Tolstói (1059 páginas), La broma infinita de Foster Wallace (más de 1200 páginas, rankeado en varias listas como uno de los libros más difíciles de leer. Yo mismo lo había dejado en la página 10 y Pika le había mordisqueado una esquina con desgano) Y de yapa se llevó The catcher in the rye en la edición norteamericana con la portada original, que me trajo mi pata Alfredo Deza de EEUU. Después de un año le pregunté cómo iba. Me pidió más tiempo. Después de 2 años le dije que no fuera pendeja, que ya me los devolviera. Los trajo. Había leído The catcher in the rye hasta la mitad y cheleando en la playa, el libro estaba cuarteado por el sol y las olas, Ana Karenina estaba intacto pero antes de darme La broma infinita me dijo que le diera otra oportunidad para intentarlo. Creo que más por orgullo que por ganas. Dejé que se lo llevara. Hace 3 años que no sé de ella xD. Creo que ahora vive en Barcelona así que dudo que se lo haya llevado consigo o le hubieran cobrado equipaje extra por ese chancabuques. Ahora ya no presto libros. Y la verdad es que cada vez me resulta más difícil recomendar alguno. He descubierto que cada lector es diferente. A mí me encantó Ana Karenina, pero vaya a saber si a ti te guste. Para eso existen lugares llamados librerías. Son hermosas. Y si eres pobre, bueno, las ferias de libros viejos, Quilca, Camaná, Amazonas. Vayan a caminar por sus pasillos como hueveando y abran libros al azar. Lean las primeras líneas. Si lo que te pega es Elvira Sastre, bueno, llévate ese. No será Ana Karenina, pero al menos podrás terminarlo :v