Como me he jalado al 60% del salón en su primera crónica, hoy hago una pausa en el curso y encajo una clase de poesía que no está en el silabo. Lo hago para sensibilizarlos con el lenguaje. Para que recuerden lo rico que pueden sonar las palabras cuando se les trata con cariño y osadía. Leemos poemas pero también canciones y caligramas, hasta que llegamos al capítulo 68 de Rayuela. Y esto es lo que pasa:
—Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes...
—Profe, el Word está subrayando todas las palabras, usted nos ha dicho que eso pasa porque están mal escritas.
—En este caso no están mal escritas, muchacho. Es un idioma que se inventó Cortázar para narrar un escena erótica con un lenguaje nuevo, se llama glíglico
—Ah ya, como Chisiricosoro.
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