No sé si ustedes se imaginan cómo es una sesión de corrección de cuentos con tu editor. Les voy a contar, por si algún día se animan a publicar.
Primero vas a Plaza Vea y compras un kilo de chuletas de cerdo y una maracuyá. Un editor que no come es un editor cruel. Pones las chuletas en una bandeja y les chorreas la rica pulpa de la fruta encima, agregas finas hierbas al gusto, pero no de las que te fumas sino de las que sazonan. Y metes todo en el horno a 220 grados. Mientras tú y tu editor esperan a que esté la comida, te abres un Something Special y llenas dos vasos con abundante hielo. Mi editor no cree en eso que decía el tío Hemingway: "Escribe borracho, edita sobrio". Él también quiere editar borracho. Dice que para entender todos los niveles de profundidad de mis pastruladas es mejor tener el cerebro dislocado.
Los cuentos se leen en voz alta y con el estómago vacío. Las buenas historias abren el apetito. También debes estar preparado para ser -como decía Franco De Vita- un buen perdedor. Tu editor es ante todo una tijera y, si te conoce, sabe cuando ya estás escribiendo huevadas. "Este cuento no va" es una frase dolorosa pero que para ti es como el: "Te quiero como amigo". Es decir que si eres poeta, ya debes estar acostumbrado a escucharla. A ti no te entran balas, causa. Sigue tu camino. Lleva suficientes cuentos porque esto es el desermbarco de Normandía. Es tu día D. Solo tus mejores historias sobrevivirán.
Nosotros empezamos con un manuscrito de 119 y ya nos bajamos la mitad. Esta huevada está muy cursi, chango ¿qué chucha estabas pensando al escribirla? Csm, vivía solo en Brasil pe' ctm, estaba triste y creía en el amor, no me juzgues.
Vamos dejando atrás historias que fueron escritas con tanto candor adolescente que ahora apestan a jabón chiquito.
Sirves la cena. Las pepitas de la maracuyá se han rostizado sobre el pellejo del cerdo. Pero todo está rico. Nos hemos aburguesado, dice mientras chupa su whisky y corta un jugoso trozo de chuleta. Hace diez años era sopa ramen y chela. ¡Míranos ahora!
Hacemos un salud por nuestra vieja amistad y por los libros.
Mientras comemos sobre los restos garabateados del manuscrito, ambos comprendemos que la amistad y la cena también son parte del proceso. Un buen editor tiene que conocer el corazón y las manos de las que provienen las historias que va a publicar. Saber qué parte del cerebro se le está rostizando a su escritor.
—Es como en Jerry Maguire, ¿no?—le digo a Juanpa.
—Exactamente —me responde riendo— Tú eres el negro quemao y yo tengo que llevarte a la gloria.
—JAJA. Claro. Tú eres el embajador de mi quan.
—Csmre.
Se supone que hace 3 horas debería haberle enviado a Juanpa el manuscrito corregido, pero me puse a cocinar fideos tornillo con champignones y memocioné. Sé que va a entender que recién se lo mande ahorita. Qué más le queda al pobre. La verdad es me gusta estar editando este nuevo libro mientras cocino y hueveo, porque así fue escrito, como una interseccion de la vida cotidiana. Y me gusta también que mis dos editores, Juan Pablo y Víctor, además de unos capos, sean mis viejos amigos. Somos 3 gorditos que juntos parecemos pichones de cantantes de ópera. El libro también va a estar gordito y jugoso como las chuletas con maracuyá. La verdad es que no sé por qué carajo les puse maracuyá. Como tampoco sé cómo es que voy agregando ciertos ingredientes a mis cuentos. Solo sé que estamos cocinando el libro con cariño. Que tiene muchas finas hierbas. Y que pronto lo van a tener en sus manos.
Pero las que han sobrevivido, él las lee en voz alta. Esta tiene que ir de todas maneras—te dice emocionado— ¡esta no puede no ir! Y tú, para ocultar tu cara de cojuda alegría, te vas a ver si las chuletas ya están listas.
Sirves la cena. Las pepitas de la maracuyá se han rostizado sobre el pellejo del cerdo. Pero todo está rico. Nos hemos aburguesado, dice mientras chupa su whisky y corta un jugoso trozo de chuleta. Hace diez años era sopa ramen y chela. ¡Míranos ahora!
Hacemos un salud por nuestra vieja amistad y por los libros.
Mientras comemos sobre los restos garabateados del manuscrito, ambos comprendemos que la amistad y la cena también son parte del proceso. Un buen editor tiene que conocer el corazón y las manos de las que provienen las historias que va a publicar. Saber qué parte del cerebro se le está rostizando a su escritor.
—Es como en Jerry Maguire, ¿no?—le digo a Juanpa.
—Exactamente —me responde riendo— Tú eres el negro quemao y yo tengo que llevarte a la gloria.
—JAJA. Claro. Tú eres el embajador de mi quan.
—Csmre.
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Se supone que hace 3 horas debería haberle enviado a Juanpa el manuscrito corregido, pero me puse a cocinar fideos tornillo con champignones y memocioné. Sé que va a entender que recién se lo mande ahorita. Qué más le queda al pobre. La verdad es me gusta estar editando este nuevo libro mientras cocino y hueveo, porque así fue escrito, como una interseccion de la vida cotidiana. Y me gusta también que mis dos editores, Juan Pablo y Víctor, además de unos capos, sean mis viejos amigos. Somos 3 gorditos que juntos parecemos pichones de cantantes de ópera. El libro también va a estar gordito y jugoso como las chuletas con maracuyá. La verdad es que no sé por qué carajo les puse maracuyá. Como tampoco sé cómo es que voy agregando ciertos ingredientes a mis cuentos. Solo sé que estamos cocinando el libro con cariño. Que tiene muchas finas hierbas. Y que pronto lo van a tener en sus manos.
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