Las cosas que un niño descubre en la casa de sus abuelos. Los míos tenían ranas disecadas con trajes de ballet, cajitas musicales llenas de mariposas, radiolas y cajones con los juguetes viejos de mis 7 tíos. Sin embargo, entre todos aquellos tesoros, mi objeto favorito era el tomo sobre Gatos, Perros y Caballos de la enciclopedia Mis primeros conocimientos. Traía decenas de ilustraciones de cachorros jugando, gatos bebiendo leche de la ubre de la vaca y otras imágenes que me convencieron de que todo niño –incluyéndome– necesitaba un compañero de cuatro patas. El libro tenía varias páginas donde se mostraban las razas de los perros y yo las miraba una y otra vez pensando cuál escogería cuando mis padres accedieran a darme uno. Ahí estaban el robusto Bulldog de los dibujitos de Tom y Jerry, los hocicudos Terrier, el Mastín, famoso por sus hazañas de guerra, el Terranova que ayudaba a los pescadores a arriar sus redes o el San Bernardo con su barrilito de brandi para rescatar viajeros perdidos en los Alpes suizos. Me intrigaba sobremanera el Terrier Pelo de alambre ¿Realmente existía un perro con pelo de alambre? Y ni qué decir del Chow Chow ¡Si parecía un león! Y el Gran Danés un caballo, y el Galgo un perro disecado que podía correr a 60 km/h. ¿Cuál, cuál, cuál escoger?
Pero bueno, corrían los años 80 y, si conseguir un kilo de azúcar ya era difícil, imagínense un Chow Chow o un Papillon francés. Mi primer perrito no tenía raza. Yo decía que era Pekinés pero ahora que veo las fotos me doy cuenta de que simplemente era chiquito y con cara de loco. Por supuesto, apenas lo tuve conmigo me olvidé de las razas soñadas y me pareció suficiente verlo comer la carne que yo le desmenuzaba o seguirme a todos lados moviendo el rabo. Treinta años después, Pika, mi actual perrita, también es un remix de perro callejero. La abandonaron y mi amiga Karen la trajo a casa. Cuando llegó, tenía el pelo color charco de lluvia y el hocico negro como si hubiera estado escarbando la basura. Con el tiempo se volvió rubia. Mis amigos decían que se había aburguesado por vivir en Miraflores. Sin embargo, lo que nunca perdió Pika fue esa mirada, entre inquieta y desconcertada, como si acabara de recordar que la habían rescatado. A veces me la quedo mirando y pienso qué habría sido de ella si nadie la hubiera recogido. ¿Cuántos días habría sobrevivido en la calle? Y de haber sobrevivido ¿cuánto hubiera tardado en perder su habitual docilidad para mostrar los dientes y defenderse del mundo al cual había sido arrojada? Entonces corro emocionado a jugar con ella y pienso en la canción que Paul McCartney compuso para consolar al hijo de Lennon: “No cargues el mundo sobre tus hombros. Solo toma algo triste y conviértelo en algo mejor” Paul hablaba de una canción pero… ¿no podría ser también un perrito abandonado?
Hey Jude, don't let me down
You have found her, now go and get her
Remember to let her into your heart
Then you can start to make it better
Hey Jude, The Beatles
No hay comentarios:
Publicar un comentario