jueves, 22 de febrero de 2024

sábado, 17 de febrero de 2024

viernes, 16 de febrero de 2024

Word Perfect 5.1

 



Escribí mis primeras historias en un viejo programa llamado Word Perfect 5.1. Corría 1995 y por las noches cubríamos las computadoras con una sábana de plástico. Mi abuela hacía lo mismo con sus pajaritos, no se fueran a resfriar. La computadora era algo tan nuevo en los hogares que no sabíamos si tratarla como a un artefacto, a una mascota o como los Supersónicos trataban a Robotina. Los mouses tenían su larga cola de alambre y dentro una bolita que había que sacar y limpiar de vez en cuando. Era como limpiarle el ombligo a tu PC. En 1995, Word Perfect todavía compartía el 50% del mercado con Microsoft Word. La pantalla era azul. Las letras grises. No recuerdo haberme preguntado por qué la hoja no era blanca como en la vida real. Ya era bastante tener un monitor a colores VGA. Cuando aprendí a jugar Prince of Persia lo hice en un monitor monocromático y nunca supe cuál era la poción revitalizante y cuál el veneno porque los dos humitos se veían del mismo color. Yo aseguraba que podía distinguir dos tonos diferentes de gris, pero a veces fallaba y me moría. Cuando terminaba de escribir una historia la guardaba en un diskette como cuando grababa canciones de la radio. Teníamos impresora pero hacía tanto ruido que solo se podía imprimir de día o despertabas a todo el vecindario. Algunas de esas cosas que escribí en los 90’s sobrevivieron al naufragio del tiempo. Mamá guardó las hojas impresas con su grapa oxidada en una esquina. Creo que ella pensaba que esas primeras eran mis historias más bonitas. Tal vez porque me escuchaba teclearlas desde su habitación o porque yo todavía escribía como su niño. Las tenía dentro de un fólder y me las dio muy contenta una de las últimas veces que la vi. Esto eras tú, parecía decirme, así empezaste a escribir. A veces echo de menos la pantalla azul del Word Perfect y los diskettes de 1.44 mb. Extraño tratar de distinguir la poción correcta en el Prince of Persia. Extraño terminar de escribir una historia y sentir que valía la pena despertar a todo el vecindario solo para que ella pudiera leerla.



jueves, 15 de febrero de 2024

Una postal para mi abuela



Acabo de encontrar una postal que debí enviarle a mi abuela hace 20 años. Se la escribí desde un barquito que navegaba a contracorriente por el río Amazonas. Entonces yo tenía 24 años y volvía a Perú después de un largo viaje por Latinoamérica. Me había crecido el pelo y el alma. Antes de partir, mi abuela me escribió un poema en el que me decía: “Crecerán los anhelos / como el agua de los ríos que mirarás al pasar / Serán bellísimos / me imagino / como la vertiente de tus sueños / Como las cataratas del Iguazú donde te contemplarás. / No estarás / Pero estarás como un paisaje en mi alma / pintado con los recuerdos de tu infancia / Ve pues, nieto querido / sacia tu sed de manantial”.

No sé si entonces me conmovió tanto su poema como lo ha hecho esta mañana. Ahora tengo 44 y la idea de ser un paisaje en el alma de mi abuela me impulsa a estirarme como un sol. No le envié la postal aquella vez porque tenía las monedas contadas así que pensé que se la daría al volver. Pero tampoco se la di entonces. Supongo que a los 24 uno cree que el tiempo va a durarnos para siempre. Me acabo de grabar leyendo la postal y le he mandado el vídeo por WhatsApp. Mi abuela vive en Sullana junto al río Chira y ahorita debe estar comiendo su almuerzo, acalorada. Si tuviera la postal, al menos podría abanicarse con ella. Pero en todo caso, me alegra tener una abuela que sabe usar WhatsApp. Le he leído también su poema. Aquel que escribió para su nieto que se iba lejos. No sé por qué. Supongo que a veces uno no se da cuenta de lo que ha escrito hasta que alguien más lo lee por ti.



 

miércoles, 14 de febrero de 2024

Garza nocturna

 



En el estanque del Parque El Olivar vive una garza nocturna corona negra. A diferencia de las garzas blancas, esta es rechoncha y sin cuello. Aunque sí tiene patas largas y flacas como sus comadres. Se parece un poco a la versión de El Pingüino de Danny Devito en Batman Returns. De día no se le ve mucho. Pero de noche baja de su árbol en busca de pequeños peces que comer. “Pequeños” es un decir porque también la he visto levantar en peso un pez del que salía fácil un ceviche para dos. Lo sostuvo un buen rato en el pico, trepada sobre su alta rama. Aquella vez me pareció que no sabía bien qué hacer con él. Era evidente que no podía pasárselo de un bocado. Pero imagino que le daba miedo bajar a comérselo entre las rocas y que una tortuga viniera a arrebatárselo. Ayer por la noche la observaba desde una de las banquitas junto al estanque donde me siento a escribir. Ese “a escribir” también es un decir. En realidad voy al Olivar porque en casa llevo horas frente al teclado sin pescar una línea que valga la pena. Probablemente la garza nocturna también se siente un poco defraudada levantando breves pescaditos que no dan ni para medio sánguche de pejerrrey. Imagino que su afilado pico verdinegro recuerda que alguna vez levantó un gran pez. Pero al menos esta noche no pasará hambre. Yo también recuerdo que una vez escribí un libro de 300 páginas. Lo sostuve orgulloso en mi pico, sin saber bien qué hacer con él. Esta mañana sin embargo no puedo sino pescar unas breves y escurridizas oraciones. Oraciones anchoveta, oraciones renacuajo, cola de tortuga, arañita de manantial. Pero igual bajo hacia el gran estanque de la hoja en blanco. Con mi cuerpo rechoncho y mi cuello encogido por el hambre, atravieso la profunda oscuridad del día con mis ojos rojos. Estiro mi pico con cuidado. Y levanto esta palabra.



jueves, 24 de agosto de 2023

martes, 18 de enero de 2022

Tolaca

Este verano doy clases al mediodía. Como me han programado insufribles bloques de 4 horas justo cuando el sol recuesta su candente culo sobre la ciudad, les doy a mis alumnos 3 breaks de 12 minutos, para que no mueran ni me odien como se odia esa hora que le sobra a Scarface, a Lawrence de Arabia y a Encuentros Cercanos del 3er tipo. Sé que la mayoría de mis alumnos hace cualquier otra pichulada mientras yo hablo de cine, porque el único huevonazo que prende la cámara soy yo. Al cabo de una hora de interpretar escenas de Rocky, de Terminator, de Náufrago, termino también como un sobreviviente, empapado en mi propia desesperación salada. Apenas anuncio el break y apago la cámara, me arranco toda la ropa y recorro con los brazos abiertos mi depa. Un rollizo hombre de Vitruvio intentando ventilarse. Preparo té helado, pongo música, a veces barro un poco. Cuando faltan unos segundos, corro a enjuagarme, me hago el moño, vuelvo a abotonarme la camisa y prendo la cámara. Ellos no intuyen detrás de su profe al hombre de crogmanon que un minuto atrás se rascaba los sobacos. ¡Qué rápido se pasan los 12 minutos! ¡Qué poco espacio para estirar el alma! A veces al volver a mi silla tengo la impresión de que olvidé algo. El moño, los lentes, me puse la camisa pero sigo en calzoncillos, he olvidado apagar la música y todavía se oye a Daniel F cantar que solo quiere un poco de pastel. Me siento como Mrs. Doubtfire con una teta fuera de lugar. En el primer break no es tan grave. Transito con cierta elegancia entre mi papel de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero al cabo de 3 horas, cuando sobre las sillas ya tengo tres camisetas empapadas y cada vez menos alumnos me siguen el ritmo, abandono las ganas de ocultarles que no es té helado sino chela. Que yo también estoy agotado. Que preferiría estar viendo una película que hablando de películas. Y mientras me suelto el prehistórico moño y me abanico las tetas con mi 4to polo empapado, concluimos la clase con lo único que vale la pena saber sobre las historias: La vida es ese Sol maravilloso e hijueputa que brilla afuera mientras dentro de las cuatro paredes del antagonismo, soñamos que al salir todavía alcance un último rayo para nosotros.




jueves, 21 de enero de 2021