viernes, 10 de enero de 2025

Calavera no llora

 Estoy leyendo un libro sobre la historia de los boleros. Tanto el libro, que se llama Sabor a mí, como cada capítulo, lleva el nombre de uno. El que abro hoy viernes se titula: Esta noche la paso contigo, por el tema de Los Ángeles Negros. La frase me hace pensar en que esta noche de viernes yo la voy a pasar con mi teclado. Es un fenómeno que no me sucedía hace meses. Porque cuando la vida va bien, a los cuadernos y a los lapiceros y las negras teclas de una laptop les empieza a crecer musgo y después flores y al final uno se olvida para qué sirven las palabras. Y cuando la vida va pal carajo, tampoco hay forma, porque los cuadernos se llenan de charcos y las teclas se nos escapan de las manos como escarabajos. Hay que encontrar el punto justo de la angustia. Que duela, pero que no mate. Como ese macerado de pisco y rocoto que te reinició el alma. O como esa canción de Chavela Vargas a la que sabes que no debes darle play.

Ahora, tampoco es que esta noche me falte posibilidad de peligro. Tengo un batallón de amigos borrachos que me acechan como hienas. “Ya estás con tu cara de medio like y la cago” me dicen riendo como demonios. Y yo les devuelvo la carcajada. Lo que pasa -como dijo Manolito- es que somos pocos y nos conocemos mucho.

Pero nada. Que esta noche la paso contigo. O sea con esta hoja blanco que se va llenando como un vaso de cerveza. Ese que me voy a tomar cuando ponga el punto final a esto. O como el que nos hemos prometido. Donde sea.

Yo antes pasaba las noches así, escribiendo, porque no había otra posibilidad. Este era mi puente con el mundo. Yo no quería escribir cuentos, solo quería… Ahora tengo la bicicleta, los libros y a mis amigos. Pero hoy he renunciado a todo eso, para recordar cómo se sentía no tener nada.

Me cuenta mi amiga Luna que una de las mejores alumnas de su taller de poesía es una niña de 11 años. No es raro, pienso. Para ella ese nuevo orden de las palabras, como para otros niños los mangas o bailar k-pop el sábado en un parque, es su único refugio. Ese lugar donde nadie los cuestiona y donde pueden sentir el sabor de su propia sangre. Tal como yo estoy saboreando el de la mía, ahora que he vuelto a escribir los viernes.



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