sábado, 27 de julio de 2019
Hoy me invitaron a RPP a grabar un podcast de mi libro. Tenía que escoger 1 de los 62 cuentos y no sabía cuál. No sabía cuál porque no he leído mi libro desde que salió impreso. Es algo que da un poco de miedo ¿saben? Es como subirse de pasajero a un avión que tú mismo has ensamblado con una sola llave de tuercas. No sabes cómo lo has logrado. Solo sabes que ya está listo y que esperas que alce vuelo. Por suerte, Lucía Barja de RPP, que sí ha leído mi libro y hasta tiene sus partes favoritas subrayadas, me sugirió que leyera La lonchera del fin del mundo. Recordé además que la primera foto que vi posteada de un fragmento de mi libro, la vi en las historias de whatsapp de Nicole, que también había escogido el mismo cuento. Entonces dije, vamos con ese. Al leer el primer párrafo, descubrí en mis palabras a mi hermana, con la que hablé esta mañana, y la casa de mi abuela y este pequeño diccionario sopena ilustrado que me compraron mis papás para que aprendiera a leer. Me alegré entonces de estar leyendo esa historia, ahí, en la pequeña salita de grabación de la radio que mi papá ponía por las mañanas antes de mandarnos al colegio. Supe que era la historia correcta. Porque me recuerda de dónde vengo. Me recuerda que fui un niño que no sabía leer. Y al que tuvieron que comprarle libros y cuadernos y -como me cuenta mi mamá- explicarle qué decía en cada letrero que veíamos en la calle porque yo no paraba de estirar mi dedo y preguntarle ¿qué dice ahí, mamá? Contaba hoy mi amigo Umberto la historia de nuestra campeona Gladys Tejeda y las primeras zapatillas que le prestó una vecina para que pudiera correr una carrera escolar. Una carrera en la que terminó 2da, no por falta de velocidad ni resistencia, sino porque las zapatillas le quedaban un poco flojas. Cuenta cómo su mamá, viuda con nueve hijos en una provincia olvidada a 4 mil metros de altura en la sierra peruana, por más imposible que pareciera alentó siempre el sueño de su hija menor que hoy ganó la medalla de oro para el Perú. Pienso en la foto de Gladys, abrazada a su mamá tras cruzar la meta y me digo esto: A veces la parte más bonita de cumplir un sueño, no son los premios ni las palmas, ni siquiera la propia satisfacción de haber cruzado una meta, sino que la persona que luchó para darte ese primer impulso: un par de zapatillas o un pequeño libro, te vea llegando y piense: bueno, valió la pena.
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