lunes, 3 de noviembre de 2008

el turismo del desempleo

Bordeando el malecón de Miraflores como quien no tiene ná más que hacer y viene de Magdalena del Mar rumbo a Barranco, se encontrará con que justo en la penúltima curva antes de llegar al jardín desde donde se lanzan los chicos en parapente, hay una banca de madera que podría ser igual a todas las otras bancas de madera agrupadas de a dos a lo largo del malecón, de no ser porque en su respaldar alguien ha tallado con muy mala caligrafía: ISABEL.

Si desde la banca de Isabel, uno avanza hacia el borde del cerco de ladrillos e inclina el tórax hacia el acantilado como tratando de alcanzar el mar, podrá ver que la parte superior de una de las formaciones rocosas debajo suyo, por más extraño que parezca, es exacta a la cara de King Kong. Claro que en realidad podría parecerse a la cara de cualquier gorila gigante en que uno pensase, pero es que yo de esos sólo conozco a King Kong.

Antes había una señal sobre los ladrillos hecha con liquid paper. Una flecha indicaba el lugar en que uno debía fijarse y abajo una nota decía algo así como: "Mira el monazo que te está mirando". De eso me acuerdo muy bien porque la primera vez que la leí me asusté de que hubiera un monazo suelto en plaza y de que además este estuviera mirándome. Luego claro, descubrí a aquel estático King Kong de granito y tierra y me tranquilicé.

Ahora alguien ha borrado la nota por lo que es difícil que uno de con la cara de King Kong a menos que esté muy desocupado como yo. Por eso es que lo pongo acá, por si a alguien le interesa visitar este tipo de monumentos del azar y promover el turismo urbano tan venido a menos.

Si deciden ir por estos días, talvez aún puedan aprovechar los últimos rezagos de la brisa marina y ver a King Kong gritando en medio de la niebla. También es aconsejable bajar un rato hacia la playa. Desde allí ya no se le ve a King Kong pero se está muy bien tirando piedras al mar y viendo a los surfers encaramarse sobre las olas como Jesús.

Lo único malo de este tipo de turismo es que los souvenirs con los que uno vuelve a casa suelen ser las piedras escogidas de la orilla o un pedazo de concha naranja con forma de cenicero, y estas cosas por supuesto, no gustan tanto a los amigos y familiares como las falsas artesanías o aquellos horribles polos de: "Alguien que me quiere mucho me trajo este recuerdo de Río de Janeiro".


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