martes, 12 de diciembre de 2017

Sobre las piedras

No es la cantidad de pequeños cangrejos disecados lo que me maravilla cada vez que me siento a descansar sobre las piedras de La Herradura. Lo surrealista, lo que me intriga, es que estos decápodos no hayan esperado la muerte escondidos en sus oscuros agujeros. Están ahí afuera, casi vivos, como si un rayo del crepúsculo los hubiese hipnotizado. ¿A qué hora se detuvo la vida en ellos? ¿Cuándo dejaron de mover sus tenazas y sus patas? Hoy por ejemplo llegué a la playa al mediodía y ya estaban secos. Y ni siquiera había salido el sol, era una mañana fría como si el mundo entero estuviese varado en altamar, de modo que tuve que descartar al fuego como presunto asesino. Con dos dedos levanté a uno de su piedra y lo observé por todos lados. ¿Quién fue la Medusa que te petrificó? le pregunté. ¿Quién fue tu gigante sin corazón? Luego lo volví a colocar sobre el canto rodado. A veces la curiosidad me gana y aprieto los dedos hasta convertirlos en polvo de crustáceo. No queda nada bajo la cáscara anaranjada. Son como una legión de aquel Caballero Inexistente con el que soñaba Italo Calvino. ¿Cuánto de movimiento y cuánto de armadura hay en nosotros? ¿Cuál será la última piedra sobre la que pongamos las patas? ¿Nos dejará la muerte mirar el mar una última vez? Ay. Podría hablar de cangrejos todo el día. Podría hablar de piedras y de libros. No sabes qué ganas de contarte tantas historias como esta. Qué ganas de petrificarme contigo sobre las piedras.




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