martes, 12 de febrero de 2019

El mono de los likes



Acabo de terminar de leer EL MONO DESNUDO de Desmond Morris y estoy fascinado, casi al borde de la epifanía. Me siento como el primate de la peli de Kubrick que lanza un weso al infinito. También me siento medio huevón. Durante años he aplazado la lectura de textos científikos porque consideraba que solo la literatura era digna de mis momentos de ocio. Calculo que, del millar de libros que andan regados por mi jato, 990 son novelas, cómics, poemarios o libros de cuentos. Solo asoman por ahí una "Historia de la revolución" que me trajo mi viejo de Cuba y el Diccionario de sinónimos y antónimos con el que mi mamá me enseñó a querer las palabras. Y la verdad es que la historia del hombre es tan alucinante que una enciclopedia o un libro antropológico como este pueden resultar tan hipnóticos como el suspenso de los cuentos de Poe o las Crónicas marcianas de Bradbury.

EL MONO DESNUDO, 1967 (el mismo año en que se estrenó El graduado, García Márquez publicó Cien años de soledad y se hizo el primer trasplante de corazón de humano a humano) es un libro en el que el zoólogo y etólogo Desmond Morris analiza las costumbres del hombre. Pero por supuesto, Morris, se niega a llamarlo hombre u homo sapiens porque como bien dice él, nos creemos la cagada entre todos los animales y ya es hora de que alguien nos diga "mira conchatumare". Sin duda somos seres sorprendentes, admite Morris, pero de eso ya se ha dicho bastante y es hora de que se analice también nuestras similitudes con otros animales y el lado primitivo que aún define nuestra forma de comportarnos.

El libro se divide en 7 capítulos: Orígenes, Sexo, Crianza, Exploración, Lucha, Alimentación, Confort y Animales. Y aunque me encantaría contarles algo de cada capítulo, como las teorías de Morris sobre el génesis de la sonrisa o de las tetas, voy a contarles sobre la evolución de nuestra vieja manía de espulgarnos.

Tal vez ustedes hayan visto alguna vez en la tele a un simio que busca entre los pelos de otro. El simio escarba hasta encontrar la pulga y se la lleva a la boca. A veces la escupe y a veces se la traga. Resulta que los primates no hacen esto solo para limpiarse. No lo hacen apenas con sus hijos o sus padres, lo hacen con cualquier miembro de la tribu. Es su forma de socializar. Incluso tienen un gesto: el chasquido repetido de la lengua, para indicarle a otro primate que se ofrecen a espulgarlo. Así es como el simio pequeño se amista con el grande o el grande le comunica al pequeño que no tiene intenciones de agredirlo. En palabras de Morris: "Al contribuir a que dos animales permanezcan juntos con ánimo colaborador y no agresivo, ayudan a estrechar los lazos interpersonales entre los individuos del grupo"

El problema es que luego se nos cayó casi todo el pelo. Así que tuvimos que sustituir la ceremonia del espulgue por otra. La sonrisa vino en nuestra ayuda y remplazó al chasquido de la lengua, pero necesitábamos algo más para reforzar el lazo. Fue así como nuestro innato repertorio de gruñidos y rugidos fue evolucionando a una serie más compleja de señales sonoras. El lenguaje adoptó diferentes funciones. Ya no solo contábamos con un lenguaje informativo que nos permitía hacer referencia a los elementos que nos rodeaban.

Empezamos a desarrollar un lenguaje de sentimiento para comunicar nuestras emociones, el lenguaje exploratorio que con los siglos dio paso a la literatura. Y apareció además, el lenguaje de cortesía, que no sirve para trasmitir información ni emociones ni es estéticamente agradable pero alivia la tensión cuando estamos ante individuos desconocidos: “Qué calor que hace, ¿no?

Que casi nadie pueda resistir el impulso de acariciar perritos, gatos o koalas es un rezago de nuestra vieja costumbre de escarbarnos mutuamente el pelo para decir: soy tu amigo. Por eso también acariciamos el lomo aterciopelado del mueble mientras esperamos nerviosos a que el simio grande nos haga pasar a la entrevista de trabajo.

La más paja de esta lectura ha sido que, como el libro fue publicado en 1967, Desmond Morris aún no era testigo de la alucinante diversificación que adoptaría nuestra forma de interactuar con extraños. No sabía que existiría Facebook, Whatsapp, Instagram o Tinder. Que podríamos discutir o enamorarnos de primates que escriben al otro lado del planeta. Que existiría toda una semiótica complejísima sobre los likes y que dejar en visto o mirar todas las instagramstories de alguien son mensajes cargados de sutilezas como una sonrisa o el viejo chasquido de la lengua.

Y sin embargo, me sorprende que a pesar de los años, sus teorías aún puedan ser aplicadas al mundo virtual. Tal vez es porque como decía Marshall McLuhan, vivimos en una Aldea Global y los medios son extensiones del hombre. Nuestras manos, agitándose sobre el teclado cuando le dejamos un comentario al post de alguien, son todavía las manos del simio que busca la pulga entre el pelaje de su compañero. Nos ponemos like en todo como si dijéramos: soy tu amigo, vengo en son de paz, dame like tú también, mira mis historias de instagram, no me dejes en visto pe’ ctm.

No les voy a contar más porque creo que es un libro que disfrutarán si deciden comprárselo, o regalárselo a alguien como mí me lo regaló Nicole mientras caminábamos entre el olor antiguo de la Feria de Libreros de Amazonas. Cuando regalas un libro, con tal que no sea uno de Paulo Coelho xD, abres una puerta en el cerebro de un ser humano. Y a diferencia de los peluches, las flores y las promesas de amor, un libro siempre está vivo y dispuesto a reventarte como una mina sembrada en tu propia casa. La próxima semana ya es San Valentín y no los quiero ver regalando huevadas a sus crushs. Regálenle un libro, que igual esa chica se va a olvidar de ustedes, pero al menos el libro quedará ahí esperándola como un pase al cine sin fecha de expiración.

Lo último que diré sobre el libro de Morris y que es además, la misma idea con la que el cierra su estudio, es que hace mucho bien mirarse en el espejo milenario de la evolución y recordar de dónde venimos. Que por más que ahora podamos hacer trasplantes de corazón y escribir obras maravillosas como Cien años de soledad o El graduado, todavía somos monos desnudos que buscan un poco de cobijo en el Universo. El árbol en el que nos espulgábamos aún está aquí produciendo el oxígeno que respiramos y los animalitos que nos vieron evolucionar observan espantados cómo devastamos este jardín que con ellos compartíamos.

Nos hemos engañado a nosotros mismos, como engañaron al mono del famoso poema de James Tate:

No tuvieron mayor complicación
enseñando al mono a escribir poemas:
primero lo amarraron a la silla,
después ataron el lápiz a su mano
(el papel ya había sido fijado).
Entonces el Dr. Bluespire se inclinó sobre su hombro
y susurró en su oreja:
“Pareces un dios ahí sentado.
¿Por qué no intentas escribir algo?”

Sigamos soñando, escribiendo poesía y construyendo sinfonías y puentes. Pero también de vez en cuando volteemos la cabeza hacia nuestro pasado primitivo, no para sentir la pequeñez de nuestra existencia sino para volver a apreciar y cuidar todo aquello que hemos dado por sentado. Pues ahora mismo, mientras ustedes leen esto, ligeramente encorvados sobre la luz de sus pantallas, no saben lo parecidos que están a ese ancestral monito que solo quería una fruta y una amiga que le ayudara a sacarse las pulgas.

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