miércoles, 8 de enero de 2025

ELVIS: THE TOP TEN HITS




Me daba un poco de vergüenza tener ese cassette. Elvis sale demasiado guapo en la portada. Y lo sabe. Por eso sonríe con esos dientes que parecen estar pidiendo que le invites un chicle. Lleva, además, el primer botón de la camisa desabotonado. O no. Me traiciona el subconsciente. Ahora me doy cuenta de que la foto se recorta antes que se vea el botón. Pero es que todo era muy puto en ese cassette. Empezado por su color fucsia, que es la versión glamorosa y orgullosa-de-sí-misma del rosado. Mamá tenía un vestido de noche color fucsia y se veía linda, por eso yo aprendí a pronunciar esa palabra antes que a gritar un gol.

A mis 8 años no quería que nadie -excepto mi mamá que me lo había comprado- me sorprendiese con ese cassette de Elvis en las manos. Era casi como si me sorprendieran mirándome la pija.

También tenía mis cassettes de los Beatles pero ellos no parecían tan interesados en verse guapos. Sus portadas eran divertidas, casuales, a lo mucho raras. A Elvis la Iglesia Católica lo había denunciado ante el FBI con una carta que decía: “El señor Presley es un peligro para la seguridad de los EEUU porque sus acciones y movimientos buscan avivar las pasiones sexuales de los adolescentes”.

En casa lo habíamos visto bailar El Rock de la Cárcel un sábado en la tele. Jailhouse Rock fue el primer videoclip de la historia, grabado en 1957 como parte de una película. Pero para la pequeña provincia que me vio crecer, en 1987, o sea 30 años después, aquello todavía parecía una novedad. Yo lo vi bailar en blanco y negro, agitándose entre las rejas vestido de presidiario y pensé que el rock’n’roll acababa de inventarse.

Luego me mandaron a dormir. Pero al día siguiente, como todos los domingos después de misa, fuimos a Disco Centro. Y ese domingo yo renuncié a mis audiolibros de cuentos y pedí un cassette de Elvis, el único que tenían en la única tienda de música de Talara: THE TOP TEN HITS. Después de oír unas cinco veces El rock de la cárcel, descubrí que sus otras canciones -las lentas- me gustaban todavía más.

Los nombres de los temas eran incluso más cursis que el cassette fucsia o que la foto de Elvis. Tal vez en inglés no suenen tan mal, así que los voy a poner en castellano, que es como aparecían escritos en el cassette: Hotel Rompecorazones; No seas cruel; (Déjame ser tu) Osito Teddy; No puedo evitar enamorarme; Te quiero, te necesito, te amo; Ámame y Ámame tiernamente. Csmre, oe.

Fue probablemente mi cassette favorito hasta que tuve 10 años. Pero siempre lo oí con culpa, como si no estuviera bien amar tan desesperadamente, o ser tan guapo y saberlo.

De pronto pasan 30 años.

Un amigo me recomienda una peli. El guion es de Quentin Tarantino pero la dirige Tony Scott, el hermano de Ridley. A pesar de que la peli se llama True Romance, estoy preparado para ver una película de acción. En la primera escena aparece un chico en la barra de un bar. Junto a él hay una rubia linda tipo Marylin y él le habla, aunque parece estar más bien hablando para sí mismo. Elvis era muy guapo, le dice a la rubia, era más guapo que muchas mujeres. De hecho, si alguien me obligara a tirarme a un tipo, yo me tiraría a Elvis. La rubia le dice que ella también se lo tiraría. ¿En serio? pregunta él. Bueno, cuando estaba vivo, agrega ella sonriendo, no ahora. Y Clarence, que así es como se llama este chico, le dice: ¿Ya ves? Ya tenemos algo en común, los dos nos tiraríamos a Elvis.

Al rato la rubia lo deja tirando cintura en el bar porque este chico -que como ya habrán notado tiene las habilidades de gileo de Kevin Arnold- la invita al cine a ver tres películas de Kung Fu con Sony Chiba. La chica se va. Esa misma noche, Clarence conoce al amor de su vida en las butacas del cine, precisamente mientras ve una peli de Kung Fu. La última línea de diálogo de True Romance la dice esta chica que se llama Alabama. Y es una de mis líneas favoritas al final de una película. Es ingeniosa, tierna y te dan ganas de estar enamorado. No se la voy a decir para que la vean, pero la última palabra de esa línea es: ELVIS.

No sé qué habrá pasado con mi cassette de los Top Ten Hits, pero esas canciones: Let me be your Teddy Bear, Hound Dog, Can’t help falling in love siguen sonando en el stereo de mi alma. Me veo de 9 años apretando el botón de play para que vuelva a sonar Love me tender, esperando que nadie en casa se diera cuenta de que más que escuchar música le estaba haciendo una paja a mi corazón. Me acuerdo de mi mamá con su vestido color fucsia, de la pequeña tienda de música del pueblo en el que crecí. Me acuerdo de mi corazón intacto y palpitante siendo formateado con canciones de amor.

Y aunque luego el estúpido mundo me dijo que era mejor ser tipo duro, como el Sailor de Nicolas Cage en Wild at Heart, con su chaqueta de piel de serpiente y sus lentes negros y sus ganas de reventar el mundo a patadas. Recuerdo que también en esa peli Sailor canta para Lula una canción de Elvis, trepado sobre un carro y completamente doblegado por su amor. Recuerdo la mirada enamorada de Lula en esa escena, la mirada enamorada de Alabama en True Romance. Y me alegro de haber tenido ese cassette de Elvis, de que mamá me lo comprara, de haberlo escuchado compulsivamente, de haber sido medio puto. Porque creo que al final no me fue nada mal las chicas. Tal vez hay pocas cosas tan sensuales como la ternura.


lunes, 6 de enero de 2025

La noche en que le regalé un moño a Irvine Welsh


Ahora escasean ambas cosas en mi morral. Pero en esos días, ejemplares de mis libros y marihuana eran lo que yo tenía de sobra. Por eso a menudo los regalaba. Si coincidías conmigo una noche y había de por medio una chela, una conversación paja o una mirada peligrosa, tú llegabas a tu casa con un libro nuevo o con un musgo misterioso. Encontrarte conmigo era como sacar el joker verde de la baraja. Así que cuando supe que Irvine Welsh estaría en el Británico de Miraflores, pensé en él como uno de estos afortunados amigos de la noche. Arranqué un moño del baobab que crecía bajo mi cama, cogí un ejemplar de mi 2do libro y me fui por Shell rumbo a Balta. 


Tal vez te preguntes ahora quién chucha es Irvine Welsh.

Irvine es el tipo por el que los chibolos de los 90’s caminamos como drogadictos a punto de redimir su vida. Cuando un chico de los 90’s corre, Iggy Pop se saca la camiseta. Y cuando hemos pasado el día con una chica linda que dice cosas lindas, nos vamos a dormir cantando Perfect Day de Lou Reed. Claro que todas esas canciones las puso Danny Boyle cuando hizo la peli en 1996, pero esa peli no existiría sin el libro, y ESE LIBRO que también es una sobredosis de extravío, lo escribió Irvine en 1993. Él también sale en la peli. Es el dealer que le da a Renton los dos supositorios de opio que Mark se mete al culo y que luego se caen al inodoro del peor baño de Escocia. La que sigue es una de las más asquerosas y memorables escenas del cine de los 90’s. 

Cuando el conversatorio terminó, fuimos a otra sala para que Irvine se tomara fotos con sus fans. Yo ya no tenía Trainspotting porque el que leí se lo afané a mi amiga K y luego alguien más me lo robó a mí xD Llevé Acid House, su primer libro de cuentos, lo que pareció sorprenderlo gratamente. Hasta que le pasé la weed envuelta en un papelito y eso lo sorPRENDIÓ más gratamente.  Mi amiga Ale Velez nos sacó las fotos. Yo le di mi libro y él me firmó el suyo.

A veces me siento medio huevón por haberle dado un libro mío que sin duda él no iba a leer. Pero cuando recuerdo esa portada que yo mismo dibujé, pienso que al menos ahora Irvine ya sabe cómo es el mapa del Perú. Y a qué sabe nuestra rica marihuana.



Un gran ventanal



Yo había mandado mi carta de renuncia.

Pero no me iban a dejar ir fácilmente. La gerenta quería hablar conmigo. Crucé por última vez la pista que separaba las mazmorras de la casa matriz. Ella tenía una de esas enormes oficinas de paredes blancas con un gran ventanal, como en las películas. Me invitó a sentarme. Había trofeos: Effies, Ojos de Iberoamérica, un León de Oro de Cannes. La nuestra era una agencia ganadora.
―¿Por qué quieres irte justo ahora que te hemos ascendido
―Quiero escribir otras historias
―¿Qué historias?
―Historias que no sirven para vender cosas.
―¿Y no podrías escribirlas mientras escribes estas?
―Una vez que has empezado a decir la verdad, cuesta mucho decir mentiras.
Nos quedamos en silencio.
De pronto me di cuenta de algo: En esa oficina no había libros. Miré por todas partes. Nada. Una agenda abierta sobre su escritorio. Había gente que vivía así, pensé. Gente que no necesitaba otra vida que esta, gente que tenía calendarios y hacía planes para almorzar ASAP. Y esa era la gente que tenía las oficinas con grandes ventanales. A ese mundo iba a salir yo a contar mi historia. Fue mi primera gran lección: Yo era un payaso.
Podría haberme acobardado. Podría haber vuelto a las mazmorras. ―¿Cuánto quieres ganar? me preguntó al fin.
Eso me dio valor. Le sonreí con todas las muelas.
―Me tengo que ir, le dije y me puse de pie.
De pronto me pareció tan chiquita en su gran cárcel sin libros. En ese momento no lo sabía pero cada vez habría más gente como ella. Yo entraría a otras oficinas sin libros, a casas sin libros, dictaría clases en salones sin libros, vería cómo mis amigos escritores se irían quedando sin empleo, los idiotas empezarían a gobernar el mundo y la gente querría ser parte del absurdo. Las víctimas de un viejo holocausto serían los asesinos del nuevo y cada mañana los adolescentes tendrían miedo de abrir los ojos porque no tendrían otra vida que esta. Así que yo me sentaría a escribir una historia. Una historia que alguien pudiera abrir como un gran ventanal en un día de verano.
Yo sé que hay gente que puede decir mentiras un día y al otro decir verdades. Es solo que a mí me cuesta un poco.