Me daba un poco de vergüenza tener ese cassette. Elvis sale demasiado guapo en la portada. Y lo sabe. Por eso sonríe con esos dientes que parecen estar pidiendo que le invites un chicle. Lleva, además, el primer botón de la camisa desabotonado. O no. Me traiciona el subconsciente. Ahora me doy cuenta de que la foto se recorta antes que se vea el botón. Pero es que todo era muy puto en ese cassette. Empezado por su color fucsia, que es la versión glamorosa y orgullosa-de-sí-misma del rosado. Mamá tenía un vestido de noche color fucsia y se veía linda, por eso yo aprendí a pronunciar esa palabra antes que a gritar un gol.
A mis 8 años no quería que nadie -excepto
mi mamá que me lo había comprado- me sorprendiese con ese cassette de Elvis en
las manos. Era casi como si me sorprendieran mirándome la pija.
También tenía mis cassettes de los
Beatles pero ellos no parecían tan interesados en verse guapos. Sus portadas
eran divertidas, casuales, a lo mucho raras. A Elvis la Iglesia Católica lo
había denunciado ante el FBI con una carta que decía: “El señor Presley es un
peligro para la seguridad de los EEUU porque sus acciones y movimientos buscan
avivar las pasiones sexuales de los adolescentes”.
En casa lo habíamos visto bailar El
Rock de la Cárcel un sábado en la tele. Jailhouse Rock fue el primer videoclip
de la historia, grabado en 1957 como parte de una película. Pero para la pequeña
provincia que me vio crecer, en 1987, o sea 30 años después, aquello todavía
parecía una novedad. Yo lo vi bailar en blanco y negro, agitándose entre las
rejas vestido de presidiario y pensé que el rock’n’roll acababa de inventarse.
Luego me mandaron a dormir. Pero al
día siguiente, como todos los domingos después de misa, fuimos a Disco Centro.
Y ese domingo yo renuncié a mis audiolibros de cuentos y pedí un cassette de
Elvis, el único que tenían en la única tienda de música de Talara: THE TOP TEN
HITS. Después de oír unas cinco veces El rock de la cárcel, descubrí que sus
otras canciones -las lentas- me gustaban todavía más.
Los nombres de los temas eran incluso
más cursis que el cassette fucsia o que la foto de Elvis. Tal vez en inglés no
suenen tan mal, así que los voy a poner en castellano, que es como aparecían escritos
en el cassette: Hotel Rompecorazones; No seas cruel; (Déjame ser tu) Osito
Teddy; No puedo evitar enamorarme; Te quiero, te necesito, te amo; Ámame y Ámame
tiernamente. Csmre, oe.
Fue probablemente mi cassette
favorito hasta que tuve 10 años. Pero siempre lo oí con culpa, como si no
estuviera bien amar tan desesperadamente, o ser tan guapo y saberlo.
De pronto pasan 30 años.
Un amigo me recomienda una peli. El
guion es de Quentin Tarantino pero la dirige Tony Scott, el hermano de Ridley. A
pesar de que la peli se llama True Romance, estoy preparado para ver una
película de acción. En la primera escena aparece un chico en la barra de un
bar. Junto a él hay una rubia linda tipo Marylin y él le habla, aunque parece
estar más bien hablando para sí mismo. Elvis era muy guapo, le dice a la
rubia, era más guapo que muchas mujeres. De hecho, si alguien me obligara a
tirarme a un tipo, yo me tiraría a Elvis. La rubia le dice que ella también
se lo tiraría. ¿En serio? pregunta él. Bueno, cuando estaba vivo,
agrega ella sonriendo, no ahora. Y Clarence, que así es como se llama
este chico, le dice: ¿Ya ves? Ya tenemos algo en común, los dos nos
tiraríamos a Elvis.
Al rato la rubia lo deja tirando
cintura en el bar porque este chico -que como ya habrán notado tiene las
habilidades de gileo de Kevin Arnold- la invita al cine a ver tres películas de
Kung Fu con Sony Chiba. La chica se va. Esa misma noche, Clarence conoce al
amor de su vida en las butacas del cine, precisamente mientras ve una peli de Kung
Fu. La última línea de diálogo de True Romance la dice esta chica que se llama
Alabama. Y es una de mis líneas favoritas al final de una película. Es
ingeniosa, tierna y te dan ganas de estar enamorado. No se la voy a decir para
que la vean, pero la última palabra de esa línea es: ELVIS.
No sé qué habrá pasado con mi
cassette de los Top Ten Hits, pero esas canciones: Let me be your Teddy Bear,
Hound Dog, Can’t help falling in love siguen sonando en el stereo de mi alma. Me
veo de 9 años apretando el botón de play para que vuelva a sonar Love me tender,
esperando que nadie en casa se diera cuenta de que más que escuchar música le
estaba haciendo una paja a mi corazón. Me acuerdo de mi mamá con su vestido
color fucsia, de la pequeña tienda de música del pueblo en el que crecí. Me
acuerdo de mi corazón intacto y palpitante siendo formateado con canciones de
amor.
Y aunque luego el estúpido mundo me
dijo que era mejor ser tipo duro, como el Sailor de Nicolas Cage en Wild at
Heart, con su chaqueta de piel de serpiente y sus lentes negros y sus ganas de
reventar el mundo a patadas. Recuerdo que también en esa peli Sailor canta para
Lula una canción de Elvis, trepado sobre un carro y completamente doblegado por
su amor. Recuerdo la mirada enamorada de Lula en esa escena, la mirada
enamorada de Alabama en True Romance. Y me alegro de haber tenido ese cassette
de Elvis, de que mamá me lo comprara, de haberlo escuchado compulsivamente, de
haber sido medio puto. Porque creo que al final no me fue nada mal las chicas.
Tal vez hay pocas cosas tan sensuales como la ternura.