Cuando yo era niño mi mamá estaba enamorada de Roberto Carlos. Tenía varios casetes suyos y los ponía con frecuencia. Imaginen una casa en la que siempre suena Qué será de ti, Cóncavo y convexo, Detalles, El gato que está triste y azul. Csmre. Hace poco le conté que en una tienda de antigüedades había encontrado un casete de Paul Anka que ella tenía y que me lo compré porque sentí que si rescataba ese recuerdo podría escribir algo. Ay, me dijo, pero si quieres los casetes están todos en cajas en el depósito. ¿Me los puedo llevar? pregunté. Claro, dijo. Así que subí y empecé a abrir cajas. Fue como hurgar en el corazón de mi mamá, en su forma de querer, de extrañar, de desear. Ahora tengo sus casetes sobre mi escritorio y al pie de mi cama. No tengo casetera para escucharlos así que lo que hago es leer la lista de canciones y buscarlas en spotify. Cuando les doy play y me pongo a cantar no siento que vuelvo a mi infancia sino a la juventud de mi mamá. Entonces voy a mirarme al espejo para buscarla. Y me alegra tanto parecerme a ella, tener su cabello, sus ojos, su sonrisa. Haber heredado hasta su forma de enamorarse.
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