¿Recuerdan esa peli en la que Tom Cruise interpreta a un abogado que cuando quiere pensar necesita tener su bat de béisbol en la mano? Me voy a ahorrar el análisis freudiano sobre la necesidad de tener un palo en la mano para pensar porque por ahí no va mi historia. Pero a mí me pasa algo parecido con la guitarra. No es que me inspire tener el mástil en la mano, sino que cuando le doy a las cuerdas recuerdo lo malo que soy tocando, cantando y bailando y entonces vuelvo corriendo al único lugar donde me siento medianamente seguro: el teclado.
Por la tarde fui a comprar plantas. Volví con 2 kokedamas. Esas bolas de musgo de las que brota una cabellera verde. Puse una en la mesa de centro y otra junto a la ventana. Se llaman Rosemary y Casiopea. Bienvenidas, les dije. Luego las rocié con el pulverizador de H2O y saqué la guitarra. Por eso de que a las plantas hay que hablarles. Pensé que tanto mejor que hablarles sería cantarles así que les canté Puff the magic dragon. Luego me tiré a leer.
Por cierto que el martes pasado un alumno me preguntó qué significaba ser ecléctico y no supe darle un ejemplo claro. Ser ecléctico es tener un pulverizador para rociar tus plantas y cantarles canciones de Peter, Paul and Mary y en vez de leer a Benedetti para guardar la coherencia de señora, ponerte a leer El amor es un perro del infierno de Bukowski.
Bueno, que además de ese poemario estoy leyendo El mono desnudo de Desmond Morris. Lo revelador de leer en paralelo un poemario de Bukowski -en el que casi todos los poemas describen escenas antes, durante o después del sexo- y un libro que analiza al primate humano desde sus orígenes, es que comprendes lo cerquita que todavía estamos del simio. Dos mil años de poesía no han podido depilarnos el instinto.
Por la mañana también compré queso parmesano en el mercado de Surquillo. Mientras lo mordisqueaba pensaba cómo es que el hombre llegó a crear el queso, el vino. Siglos de aburrimiento y de azar. Gonza no me creía que el monje que logró el primer vino espumante gritó ¡Vengan, estoy probando las estrellas! Gonza dice que lo del ayahuasca nos lo enseñó el jaguar.
Por la noche -cuando ya había dado por finalizado el domingo- mi tío El inmortal volvió a casa. Salió a una fiesta días antes de Navidad. ¿Dónde has estado durmiendo? le pregunto. En un parque, me dice.
Sé que si pudiera ponerme su pellejo tendría una mejor historia para contar esta mañana. Las noches a la intemperie suelen ser más reveladoras que la mayoría de libros o de clases universitarias.
Sin embargo, también me gustaba eso que decía Kafka: "No es necesario que salgas de casa. Quédate a tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes, quédate completamente solo y en silencio. El mundo llegará a ti para hacerse desenmascarar, no puede dejar de hacerlo, se prosternará extático a tus pies."
No sé si el mundo se me desenmascara o es que a mí me provoca contar huevadas. Creo que me hizo mucho daño ese cuento de Borges en el que un tipo descubre la escritura de Dios en las líneas de un jaguar. Ahora todo lo que veo me parece que contiene una posible historia, un mensaje oculto. No importa si es una kokedama, 100 gramos de queso parmesano o un bat en las manos de Tom Cruise. Empiezo a jalar el hilo y a veces encuentro un pedazo de lucidez. Otras veces, como hoy, no encuentro nada.
De todas formas siempre es paja ir acomodando palabras, como cuando de chibolo alineaba mis fichas de dominó hasta formar una larga serpiente en la sala de mi casa. Casi siempre un torpe dedo se me escapaba y tumbaba la fila antes de tiempo. Pero algunas veces, algunas poquísimas veces conseguía poner todas las fichas correctamente y veía mi diseño desde lo alto. Entonces bastaba un ligero empujoncito para sentir a la alegría corriéndome por el cuerpo, como si alguien me hubiera derramado polvo efervescente en el corazón.
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