miércoles, 14 de febrero de 2024

Garza nocturna

 



En el estanque del Parque El Olivar vive una garza nocturna corona negra. A diferencia de las garzas blancas, esta es rechoncha y sin cuello. Aunque sí tiene patas largas y flacas como sus comadres. Se parece un poco a la versión de El Pingüino de Danny Devito en Batman Returns. De día no se le ve mucho. Pero de noche baja de su árbol en busca de pequeños peces que comer. “Pequeños” es un decir porque también la he visto levantar en peso un pez del que salía fácil un ceviche para dos. Lo sostuvo un buen rato en el pico, trepada sobre su alta rama. Aquella vez me pareció que no sabía bien qué hacer con él. Era evidente que no podía pasárselo de un bocado. Pero imagino que le daba miedo bajar a comérselo entre las rocas y que una tortuga viniera a arrebatárselo. Ayer por la noche la observaba desde una de las banquitas junto al estanque donde me siento a escribir. Ese “a escribir” también es un decir. En realidad voy al Olivar porque en casa llevo horas frente al teclado sin pescar una línea que valga la pena. Probablemente la garza nocturna también se siente un poco defraudada levantando breves pescaditos que no dan ni para medio sánguche de pejerrrey. Imagino que su afilado pico verdinegro recuerda que alguna vez levantó un gran pez. Pero al menos esta noche no pasará hambre. Yo también recuerdo que una vez escribí un libro de 300 páginas. Lo sostuve orgulloso en mi pico, sin saber bien qué hacer con él. Esta mañana sin embargo no puedo sino pescar unas breves y escurridizas oraciones. Oraciones anchoveta, oraciones renacuajo, cola de tortuga, arañita de manantial. Pero igual bajo hacia el gran estanque de la hoja en blanco. Con mi cuerpo rechoncho y mi cuello encogido por el hambre, atravieso la profunda oscuridad del día con mis ojos rojos. Estiro mi pico con cuidado. Y levanto esta palabra.



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