domingo, 26 de enero de 2020

Días de Elecciones

En mi cola de votación, justo antes que yo, está un chibolo con su mamá. El chibolo viste bermudas, polo blanco y un gorrito de jockey. Tiene el rostro terso de los niños y la expresión de que ha dejado el playstation prendido a mitad de un partido. Se me ocurre que su mami lo ha traído para que la acompañe y a él no le ha quedado de otra. Pero en realidad es al revés, es ella la que lo acompaña a dar su primer voto. El chibolo ya tiene 18. Ese fenómeno se vuelve cada vez más común en mi vida. Decirle chibolo a alguien que ya puede votar, manejar un carro, ser mi jefe.

La señora entra con él al aula 106 del colegio Juana Alarco, él entrega su DNI a los miembros de mesa (que a mis ojos también parecen los Salsa Kids) y pasa a la mesa de votación. Al salir, le indican que debe doblar el papelito antes de meterlo al ánfora. Él hace como le indican y, entonces, le devuelven su dni con su primer sticker de platino, la primera figurita de su álbum electoral Contigo Perú. Más tarde descubrirá que el álbum en realidad se debería llamar (Me hundiré en la tierra) Contigo Perú. Pero ahorita mismo, el muchacho parece tener fe, le sonríe a su vieja y se van. Probablemente, esta tarde, esté un poquito más atento a la tele cuando empiecen a dar los resultados. Ahora él es parte de la decisión y de la incertidumbre. Tal vez de la alegría.

Yo también voto y salgo caminando como Peter Parker en Spiderman 3. Me monto a la bici y, antes de empujar los pedales, sintonizo mi playlist tonero, porque ha salido el sol y porque esa huevada de llamarle "Fiesta electoral" a las elecciones, hace que a uno le den ganas de destapar una chela, de ver el flash con los amigos y de bailarse un pinche cumbión bien loco viendo los memes de Meche Araóz con su nuevo peinado de Ayuwoki.

La canción que me salta primero es El día de mi suerte de Lavoe. Y por primera vez en 40 años, esa canción que tanto he cantado, bailado y gozado, me suena diferente. Me viene la imagen de un mapa del Perú toneando borracho y cantando en una esquina: ♫ Sé que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará ♫

¿Será que la suerte del Perú cambiará?

Recuerdo que cuando llegué a vivir a Lima en el 92, me estaba paseando por la recepción del que iba a ser mi colegio mientras mi mamá separaba mi matrícula. Protegida por una urna transparente, había una maqueta del colegio junto al auditorio y yo me quedé mirándola. La maqueta prometía muchas cosas lindas como piscinas y canchas deportivas para seducir a los padres incautos. Unos exalumnos que andaban por ahí se me acercaron y me dijeron esto: Chibolo, ¿ves esa piscina de la maqueta? Esa huevada está en planes desde que nosotros teníamos tu edad. Y te apuesto que cuando te vayas, todavía no va a estar lista. Luego se fueron cagaos de risa. Yo era un niño y su broma me pareció exagerada, pensé que a lo mejor se tardarían unos meses pero al final la piscina estaría lista. Vamos, había una jodida maqueta ahí que lo prometía. Pero la verdad es que cuando me fui del colegio, efectivamente la piscina no estaba terminada. Era un charco verde y mohoso. Y a nadie del cole le parecía extraño ver ese hueco inútil en un rincón del patio.

Hoy el chibolo de mi fila me recordó al que miraba la maqueta de una piscina olímpica en la que algún día podría nadar. Cuántas elecciones faltarán, me pregunto, para que se le diluya esa sensación de que las promesas se cumplen y venga a votar con cara de: yaaaa qué chucha. ¿Cuándo tenga 30? ¿Cuando tenga 40 como yo? Ojalá que no tan pronto. A mí, al menos, todavía me agarran de cojudo cada vez que hay elecciones.

A las 5 de la tarde veo los primeros resultados. El APRA que nunca muere ha muerto. Tampoco ha pasado la valla la inmundicia de Solidaridad Nacional. Asusta que casi el 9% del electorado haya escogido a un partido liderado por un señor que dijo que iba a resucitar pero ay siguió muriendo. Y preocupa que la banda criminal de Fuerza Popular no termine de extinguirse, pero de todas formas, uno nota cierto cambio. Cierto asco.

Mi colegio ahora tiene piscina. No sé cuándo chucha la construyeron, pero ahí está. A mi colegio lo compraron otros dueños, sacaron a los corruptos y me han dateado que ahora es un colegio de gente decente, no como en mis épocas. Tal vez no sucedió cuando yo estaba ahí, pero sucedió.

Quién sabe y ya no le toque a mi generación ver al país sano. Tal vez, cada vez que vaya a votar, yo todavía tenga que imaginar que el Perú es un pobre tipo que canta borracho de esperanza que pronto llegará el día de su suerte. Pero con fe, la generación de ese chibolo ya no tendrá que decir: yaaa qué chucha al acercarse a un ánfora. Ratas en la política siempre va a haber, nuevas y mejoradas. Pero creeeo, me pareeece (si no me estoy pasando nuevamente de huevón) que estamos aprendiendo a reconocerlas.

No hay comentarios: