martes, 5 de enero de 2021
sábado, 2 de enero de 2021
Una mascaipacha de sueños desplumados
Tengo un nuevo estilógrafo que me regaló N por Navidad. También tengo un nuevo teclado mecánico que hace ruidos de máquina de escribir. Tengo mi taza de café, dos huevos fritos y a los Beatles cantando en el parlante. Es raro escribir con este nuevo teclado porque hace ruido y soy -después de mucho tiempo- consciente de que construyo algo con palabras. No me sucedía desde que tipeé mis primeros cuentos a los 17 años. Entonces lo hacía de madrugada y encerrado en mi habitación, como si las historias de amor fuesen también un fluido adolescente que había que secar rápido con papel higiénico.
Cuando ejercitas lo suficiente ciertos músculos, las acciones cotidianas se vuelven automáticas. Uno deja de estar cerebralmente atento a lo que está haciendo. Supongo que por eso podemos acostumbrarnos a cosas terribles como ir al trabajo o dormirnos sin sueño. Hasta hace poco me pasaba cuando pedaleaba mi bicicleta. O cuando machucaba las teclas para contar una historia. Con la cuarentena dejé de salir a andar en bici. Al volver a montarla fui consciente de los oxidados músculos de mis piernas. Me dolían.
Ahora este teclado me recuerda que soy un insecto gigante que escribe. Cada letra que presiono deja un rastro auditivo maravilloso, como la patita de un insecto que se apoya. Soy el escarabajo del estiércol arrastrando su tibia bola de excremento por el desierto de la hoja en blanco.
Y puedo contar cosas. Como por ejemplo que…
Al salir del colegio teníamos que esperar el bus frente a una panadería de gente rica. Yo tenía 13 años y a mi fiel amigo Alain que se iba conmigo en el mismo bus. Nuestro bus se llamaba Sinchi Roca, como el segundo inca del Perú, hijo legítimo de Manco Cápac y Mama Ocllo. Era un bus anaranjado y viejo que se iba desarmando por la avenida Primavera. El piso metálico olía kerosene para que las moscas no se le subieran encima.
Sinchi Roca fue el primer inca en imponer el uso de la mascaipacha: una vincha de tejidos y plumas que lo distinguía como máximo gobernador del imperio. A Alain y a mí nos distinguían los chistes estúpidos, la risa fácil y el amor no correspondido de dos de las chicas más lindas del colegio. Llevábamos nuestros ojos enamorados como una mascaipacha de sueños desplumados. Éramos los sumos emperadores del imperio de las hormonas revueltas. Apretábamos nuestro corazón entre los dedos porque no podíamos apretarnos los huevos en público. Esperábamos el bus y a nuestras mujeres frente a la panadería que soltaba su vapor de pan recién horneado y eso nos recordaba que éramos seres humanos, que necesitábamos comer, sentirnos tibios, abrazar algo. Pero no teníamos dinero.
El Sinchi Roca cruzaba la Primavera cargando a cuestas con nuestra hambrienta adolescencia. El tiempo de los colegiales avanza cochambroso como un bus destartalado. Veíamos Lima a través de las ventanas arañadas y deseábamos que fuera nuestra, no algún día sino en ese mismo instante. La desesperación es buena amiga de la risa, por eso contábamos chistes aunque fuesen malos. Nos crujía el chasis del alma y, cuando nos bajábamos en la esquina con la avenida Aviación y veíamos las columnas de un tren que no estaría listo en otros 20 años, se nos saltaban todos los tornillos y nos llenábamos de extraños pensamientos nuevos, como viajeros lejanos que acaban de apoyar su maleta en la recepción de nuestra confusión.
Ayer, después de recorrer las calles de Lima como reyes, tomándonos fotos delante de portales ajenos y junto a carros que jamás conduciremos, entré con N a la vieja panadería frente a la que Alain y yo esperábamos el Sinchi al salir del colegio. Pedimos café y comimos milhojas de fresa con manjar blanco y relámpagos de chocolate rellenos de crema pastelera. La propina que le dejamos a nuestro mesero, le hubiera hecho un hueco a mi uniforme de colegial.
El pan tibio y el amor eventualmente dejan de escasear.
¿Qué nuevos colegiales recorrerán la avenida Primavera este próximo abril cuando mi nuevo libro esté listo?
¿Qué tan buena compañía será este libro para un adolescente desesperado?
¿En qué lugar existen todavía los niños que Alain y yo fuimos?
¿Hasta dónde hubiera llegado el Sinchi Roca si nunca se le hubiese acabado la gasolina?
¿En qué basural humean las suelas de nuestros zapatos gastados?
¿A qué parquecito de jubilados van a alimentar palomas los sueños que ya se han cumplido?
martes, 25 de agosto de 2020
miércoles, 3 de junio de 2020
domingo, 31 de mayo de 2020
La table servie
Hace unos días vi una escena de Los años maravillosos en la que Kevin alza la vista hacia el cielo y se pregunta cómo estarán los astronautas del Apollo 13 después de la explosión que puso en peligro su regreso en 1970. Mientras la toma se aleja, se oye su voz en off: —Mamá, ¿crees que los astronautas logren volver a casa?—. Ella le responde: —No lo sé, Kevin—. Y acaba el capítulo.
Esta mañana, mi amiga Carmen me escribió desde Barcelona para contarme que los astronautas de la misión SpaceX que partió ayer al espacio tienen cuentas de instagram y podemos ver hasta lo que comen. Entro a mi instagram, los busco y, efectivamente, veo que Doug Hurley ha posteado su desayuno: un plato con jugosos cortes de carne y 2 huevos fritos.
Pienso: Qué tan pendejo puede ser el ser humano que incluso tras años de riguroso entrenamiento en la NASA no puede evitar hacer un post de su comida en vez de ir a la ventana y mostrarnos el espacio. Pero cómo culparlo, csm. Si yo mismo ayer estuve todo orgulloso posteando imágenes de mi primer ceviche de cuarentena. Y antes que salgan los viejos lesbianos a joder a los millenials por querer registrarlo todo con su celular, les recuerdo que hace 200 años Nicéphore Niépce también dedicó una de las primeras fotografías de la historia de la humanidad a la comida. La foto se titula: La mesa servida.
Dicen que los perritos no pueden comer si antes no huelen su comida pues es así como la reconocen. Definamos entonces al homo sapiens moderno como ese bicho terrestre que ya puede pasearse en chancletas por el espacio, pero no puede comer su comida sin antes sacarle una jodida foto.
miércoles, 27 de mayo de 2020
jueves, 21 de mayo de 2020
En mi coche
miércoles, 20 de mayo de 2020
Thriller
martes, 19 de mayo de 2020
Un jabalí de la suerte
martes, 12 de mayo de 2020
viernes, 8 de mayo de 2020
Maicol
viernes, 17 de abril de 2020
Morir ansiara
Hace un tiempo me puse a buscar en Spotify esa polka llamada "Morir ansiara". La encontré en un remix junto con otra que se llama "Morir quisiera". Puta, qué pendejos, pensé, esta huevada está más suicida que leer Las penas del joven Werther con los Smiths de fondo. Ya mejor ponte un Adagio y pásame un shotcito de cianuro. Lo quemado es que las 2 canciones son súper toneras, dan ganas de abrir la cortina, destapar una chela, masticar ají, csm.
♪ Morir ansiara si me ofrecieras
como sepulcro tu corazón ♫
Sería esa muerte, mi único anhelo
porque es muy dulce morir de amor ♪
Mientras escuchaba el remix de ambas canciones pensaba en algo que siempre me ha causado curiosidad: el deseo tanático del hombre. ¿Por qué nos gusta asomarnos al vacío?
Cuando hace 2 años entré al Museo del Prado, ninguna pintura retuvo tanto tiempo mi mirada como "El triunfo de la muerte", de Pieter Brueghel el Viejo. Y en el mismo museo también estaban ¡Las meninas de Velásquez!, Las 2 majas de Goya, Las tres gracias de Rubens ¡El jardín de las delicias, de El Bosco!, que es como un pedazo de sueño colándose a la realidad. Pero nada, muchachos. Frente a El triunfo de la muerte estuve parado más de media hora. En la pintura se ve un ejército de esqueletos, arrastrando y decapitando gente por las calles de un pueblo en llamas. Han sido sorprendidos en medio de sus actividades cotidianas: estaban comiendo, jugando, trabajando. Hace un par de días volví a ver la pintura y ya no me hizo tanto chiste.
También ayer por la noche terminé de leer una antología de cuentos que me regaló mi amigo Álvaro y que se llama: Paisajes del Apocalipsis. De estos 21 cuentos sobre el fin de los tiempos, el de George R. Martin, creador de la sangrienta saga Juego de Tronos, es el más optimista, así que saquen ustedes su línea. ¡Qué salvaje que eres para leer eso justo ahorita!, me dicen. Pero no sé, a mí siempre me han gustado los libros y películas sobre el fin del mundo, a pesar de que también disfruto mucho existir: escuchar polkas, destapar chelas y masticar ají. Creo que como dice Freud, las pulsiones de vida (Lebenstriebe) y las de muerte (Todestriebe) son contrarias pero son inseparables.
Por último y para ya no aburrirlos, pero sobre todo porque últimamente andamos quejándonos de los días que nos toca vivir, he recordado esa divertida fábula de Esopo en la que un viejo y atareado leñador se queja de su difícil existencia y llama con insistencia a la Muerte, pero cuando esta al fin se le aparece y le pregunta pa qué la anda llamando, el viejo todo palteado le responde: pa' que me cargues la leña solamente :v
Aquí la moraleja en la versión de Samaniego:
Tenga paciencia quien se cree infelice
que aun en la situación más lamentable
es la vida del hombre siempre amable
el viejo de la leña nos lo dice