jueves, 9 de enero de 2014

Talara, tierra de pacazos



Durante mucho tiempo esparcí la leyenda de que mi pueblo era un lugar habitado por pacazos. Conté cuentos sobre pacazos, puse cabezas de pacazos a todos los personajes de la portada del Sgt Peppers y hablé tanto de ellos que mis amigos llegaron a creer que en el peaje de Piura, un bicho verde te recibía las monedas mientras otros se acercaban a venderte chifles agitando sus largas colas sobre el cálido asfalto. La leyenda creció porque en aquel entonces, muy pocos de mis amigos conocían Talara y creían que "el norte" era una especie de comarca gigantesca como la de los hobbits o un lugar al que entrabas por una enorme puerta de madera como en Jurassic Park.

Me acuerdo que mi pata Fernando decía que Talara era el Macondo peruano y que mi abuela era La Mamá Grande. También pensaba que en Talara había un solo colegio como en La familia Ingalls y cuando le dije que había venido a Lima en avión, todo palteado me preguntó: ¿Tienen aeropuerto? Le conté que Talara era la segunda base más importante de la FAP y como ya estaba recontra asado me puse a cantarle aquella canción que dice "quien no conoce Talara no podrá decir entonces que conoce el Perú" xD

Hace poco alguien me dijo que tal vez yo sería el encargado de escribir "la gran novela del norte". A mi nunca se me hubiese ocurrido una idea tan loca. Pero me dejó pensando. Tal vez algún día cuando sea muy viejito lo haga. Por lo pronto, les dejo lo que podría ser la portada de aquella novela. En la imagen se ve a un pacazo tomándose una cremolada en el Centro Cívico de Talara. Las cremoladas YUM YUM son las que vendía mi papá. No las hubiese incluido de no ser porque hace poco, chupando ron en la Plaza San Martín, una amiga me presentó a un talareño que al enterarse que yo era el hijo del creador de las cremoladas Yum Yum, me miró como si estuviese viendo a Doña Pepa en persona. Me dijo que las cremoladas Yum Yum habían marcado su infancia y cuando le dije que si quería podía conseguirle uno de los gorritos con el logo, se desmayó.

Lo que se ve detrás del carrito de cremoladas es la Plaza de Armas, la Iglesia La Inmaculada, la torre de la refinería y el cálido e incomparable mar del norte.

viernes, 3 de enero de 2014

Perro, gato y pericote

Una de las cosas más extrañas que me tocó hacer el 2013 fue cuidar de un perro, una gata y un ratón, al mismo tiempo. Ninguno de los tres bichitos es mío, pero como los tres viven en la mansión que me dejan a cargo mis amigas cuando huyen al norte a tostarse los pellejos, también tengo que cuidarlos a ellos. Esto comprende: alimentarlos, limpiarles el guano, sacarlos a pasear y, de vez en cuando, decirles: michi michi michi. Como yo no tengo mascotas desde que era un niño, a veces no sé qué decirles y les hablo como le hablo a mi primo Lucho aquí en casa. Por ejemplo, mientras le echo el alpiste a Bandido -el ratón blanco- y lo veo refugiarse entre el aserrín, le digo: "Oe ya cambia de vida, carajo. Te gusta la vida fácil". Luego le cierro la reja y me voy donde Catalina, la gata parda. Le acaricio el lomo y dejo que me lama los dedos con su áspera lengua "Reacciona, mujer -le aconsejo- Se te está escapando la juventud en este sillón". Y finalmente, mientras camino con Félix por el malecón y lo veo husmearle el rabo a otras perritas le digo, en un tono que se debate entre el reproche y la complicidad: "Te gusta andar en la pendejada, no carajo? Nada más paras en Las Cucardas, ya termina tu tesis, puta madre, conviértete en un hombre de bien" Parece que estas frases, al igual que con mi primo, funcionan y los bichos me han cogido cariño. La otra noche saco a pasear a Félix por 28 de Julio. Es tarde, casi medianoche. No hay gente en las calles. Llevo también una guitarra que he encontrado en una de las habitaciones de la mansión. Esto es lo que pienso mientras caminamos: Que rápido puede uno acostumbrarse a otra vida. Normalmente soy el chico que a esta hora está leyendo en su cama. Ahora soy un chico que pasea un perro por Miraflores. Hasta podría acostumbrarme. Y bueno, eso es lo que voy pensando hasta que descubro que Félix ha trabajo amistad con una pequeña perrita que no le llega ni al buche. Al comienzo intento llevármelo (temiendo que el dueño aparezca y me acuse de corruptor de menores), pero como Félix y su chica parecen emocionados de haberse encontrado, los dejo ser y me siento en un murito a tocar la guitarra. Les toco Piano Man de Billy Joel mientras ellos tratan de engancharse detrás de unos arbustos. There’s an old man sitting next to me, making love to his tonic and gin larala laralaaaa. Al rato aparece el dueño de la perra. Es un viejito en bata que recorre la avenida silbando y gritando un nombre que podría ser Betsy o Chipsy. Félix y yo salimos disparados, muriendo de la risa y con la lengua afuera. Llegamos a casa. Enciendo las luces. Le lleno el pote de agua y lo escucho beber, complacido. Ha sido una buena noche. También le lleno los potes de comida y agua a la gata y el ratón. Antes de irme de la mansión, les acaricio la cabeza a los tres: Bandido, Catalina y Félix. Cuiden la casa, les digo, como si fuesen los músicos de Bremen. Luego cierro la puerta, me monto a mi bici y vuelvo a ser yo. Llego a mi casa. Ya no tengo mascotas, tengo libros. Libros que no he extrañado. Es como si por un rato hubiesen dejado de existir. Podría acostumbrarme a cualquier vida, pienso. Pasear perros. Tocar el piano en un bar. Recoger latas en una playa de Río. Mudarme a El Cairo. Tal vez, como decía Quino, lo único que realmente importa de la vida, es estar vivo.