miércoles, 27 de junio de 2012

No man is an island

La primera vez que escuché la frase “Ningún hombre es una isla” fue en la película About a boy, que está inspirada (al igual que High Fidelity ) en un libro de Nick Hornby. Nada más comenzar la película, Will, un tipo solitario al que parece no faltarle nada salvo problemas -y que, gracias a las regalías de una canción navideña que su padre compuso, puede olvidarse del trabajo y dividir así su día en: tomar baños de tina, jugar al pool, arreglarse el cabello y ver calatas en internet- cita la frase, refiriéndose a ella como algo que dijo Bon Jovi; y aunque, efectivamente, Jon Bon Jovi comienza su canción “Santa Fe” con esa línea, el músico también la está citando, pues es un verso del siglo XVI escrito por un poeta metafísico inglés llamado John Donne. 

Recordé esa escena hoy al leer la noticia sobre la muerte del Solitario George, una tortuga gigante de las Islas Galápagos que con más de cien años era la última de su especie y que acaba de morir de un paro cardíaco cuando iba camino a su fuente de agua. Me extrañó un poco la ilación de mis ideas, pero parece ser que la mente humana está guiada por el mismo azar que rige nuestra vida y por tanto, pensamientos tan disímiles como un verso metafísico y una tortuga gigante, pueden cruzarse en la esquina de una de nuestras neuronas sin que medie mayor explicación que el mismo azar que nos hace encontrar una moneda noruega en una calle de Lima, o conocer a la mujer con la que pasearemos el resto de la vida porque ella googleó la palabra “hormigas”. 

Poco rato después, he visto que un amigo ha posteado en su muro una canción de una banda española llamada “Vetusta Morla”, nombre que hace referencia a la tortuga gigante que habita los pantanos de la tristeza, aquel terrible lugar en el que Atreyu ve morir a su caballo Artax en “La historia sin fin”. Y finalmente, en el muro de otro amigo, he visto una foto de una isla prefabricada que puedes comprar por 6.5 millones de dólares para ponerla en el océano que te la gana y quedarte a vivir allí. 

Todo esto sobre islas y tortugas. 

Ahora voy a retroceder un poco. Recuerdo que cuando era niño lo que más quería era conocer las Islas Galápagos. En casa teníamos una enciclopedia de países del mundo y ahí vi fotos de las tortugas gigantes. Probablemente mi obsesión se debía también al hecho de que andaba muy pegado leyendo “Viaje al centro de la tierra” y, lo mismo que ahora quiero ir a conocer París por Rayuela, en aquel entonces la idea un lugar donde todavía podía encontrar seres prehistóricos en su hábitat natural y jugar a ser el profesor Lidenbrock o su sobrino Axel (Te adoro, mi pequeña Graüben), me ponía a delirar. 

Pese a que por aquél entonces yo vivía con mis papás en Talara y el Ecuador estaba muy cerca, incluso más cerca que Lima, que fue el lugar al que finalmente vinimos a dar, nunca fuimos a las islas Galápagos. Yo creía haber olvidado aquel viaje pendiente, hasta que hace poco, leyendo un libro de Eduardo Galeano, me enteré que Charles Darwin hizo sus primeras anotaciones sobre la teoría de la evolución en un viaje a las famosas islas ecuatorianas. Aquel dato reavivó mi viejo recuerdo, y aunque es verdad que ahora, después de haber leído otros libros, el mapa de mis viajes soñados se ha esparcido con más voracidad hacia otros rincones del planeta, todavía me pregunto qué dibujos y anotaciones hubiese hecho en mi libreta, de haber ido a las Galápagos cuando era niño. 

La muerte del Solitario George, por supuesto, ha intensificado aquella interrogante.

De todas formas, si me permiten un poco de honestidad brutal, puedo contarles que no empecé a escribir esta mañana porque estuviese consternado por la muerte de aquella vieja tortuga, ni por esa extraña nostalgia que nace en ti cuando te das cuenta de que hay una parte del planeta que ya nunca podrás conocer. Empecé a escribir porque eso es lo que hago, y aún cuando no sepa hacia donde se dirige lo que cuento, tengo que seguir apretando las teclas. A veces escribir también es un poco como estar solo en una isla y ponerte a lanzar botellas esperando que una encuentre a alguien. 

Al borde del final de mi historia, de pronto intuyo con algo de miedo que tal vez el azar, aquella fuerza que guía nuestra vida y mis palabras en esta página, y que yo comprendo como un huracán ingobernable que no sabe hacia donde nos lanza, no sea eso, sino en cambio una marea que nosotros mismos agitamos. Pues quien sabe que a lo mejor, mientras yo aburrido en Río de Janeiro, dibujaba inocentemente aquellas hormigas, ellas ya iban trazando su larga fila hacia tu casa. Y puedo yo negar que me aflija la muerte del Solitario George y negar incluso haber empezado a escribir esto por su causa, pero ¿cuán consciente soy yo de mis propias razones? ¿o acaso no es verdad lo que dice el resto del poema con el que empecé esta página?


Habitante de la Tierra, la muerte
de toda criatura te disminuye, por eso,
cuando alguien muere, no preguntes
por quién doblan las campanas
Doblan por ti




martes, 26 de junio de 2012

delirium tremens



Al hombre que mira un borracho desde la orilla de la cordura, le parece que la realidad de este se ha nublado, cuando la verdad es que la realidad del borracho no se nubla sino que se ondula, permitiéndole entrar como un pez a mareas que le están vedadas en la sobriedad. Cuando un borracho niega su borrachera no es que no se dé cuenta que ha perdido la habilidad de usar eficazmente su sentido del equilibrio y de la mesura, simplemente sucede que le parecen cualidades deleznables dentro del tibio océano de locura que le está dando la bienvenida.

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jueves, 7 de junio de 2012