miércoles, 18 de mayo de 2011

Floripondio



hay unos pequeños árboles en Lima cuyas pesadas y olorosas flores blancas cuelgan de cabeza como campanas. se llaman floripondios y al tocarlas uno siente que están hechas de cartílagos, de orejas de ratón. es un poco como acariciar a un animal pequeño o a una mujer que duerme profundamente (experiencia que sinceramente espero hayas vivido alguna vez). he escuchado decir que esas flores se hierven para producir un brevaje alucinógeno. pero del cual uno no debe beber más que unas pocas cucharadas pues se corre el riesgo de volverse loco. resulta extraño que la locura esté tan al alcance de la mano en la ciudad. los floripondios no son árboles escasos en Lima y uno pasa por debajo de ellos todo el tiempo. también he oído decir que si se desea un efecto menos intenso, basta con colocar unos cuantos debajo de la almohada. al amanecer se tendrá la sensación de haber pasado la noche con la mujer que se ama.

cerca a la casa de mi novia crece un pequeño floripondio. su flores cuelgan a una altura ideal, pues me basta levantar la cabeza como mirando al cielo para que toda mi nariz quede completamente sumergida en la flor, rozando los largos pistilos. el olor es denso y te absorve como si fuese una mujer abrazándote la cabeza con sus piernas. la ciudad se adormece, el cerebro se desdobla, el claxon de los carros se convierte en una orquesta sinfónica y tiene uno la clarísima sensación de estar tragando pétalos. los cuatro o cinco segundos vividos se dilatan tanto como las ocho horas del sueño nocturno y lo dejan a uno ir con la misma sensación de paz y reposo. es lamentable que ya no mucha gente se acerque a oler las flores ni levante la cabeza hacia el cielo.

sobre la posibilidad de llevármelas a casa y ponerlas a hervir en una olla o colocarlas bajo mi almohada, he decidido abstenerme. hay algunas locuras que no vale la pena buscar y exprimir codiciosamente sobre uno. simplemente hay que dejar que ellas se aproximen a nosotros como huraños animales salvajes, y que apenas rozándonos, pueblen nuestras noches de una extraña mezcla de paz y delirio. inmediatamente hay que dejarlas ir sin intentar poseerlas. es el caso de las ciudades, las flores y las mujeres.

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