sábado, 28 de junio de 2008

en el sinchi

Ayer como en la época del cole, volví a subirme a un sinchi roca. Los sinchi roca son unos buses anaranjados y viejísimos como latas de fanta chancadas. Me trajeron de vuelta a casa en sus asientos descascarados durante los últimos años de la secundaria. El paradero en que esperaba el sinchi roca junto a mi amigo Alain, quedaba junto a una panadería de esas elegantes donde los panaderos usan gorros altos. Pese al hambre y el olor a pan recién horneado, dejábamos pasar uno o dos micros antes de subirnos. A veces ellas aparecían y la veíamos un rato pero lo normal era irnos sin haberlas visto. Igual nosotros siempre esperábamos. Luego nos subíamos al sinchi oyendo canciones de metallica y de aerosmith en nuestros viejos walkmans. Coincidentemente ayer mientras venía en el sinchi como en la época del cole, estaba oyendo una canción del get a grip de Aerosmith. Estaba tirado en el asiento como cualquier cosa. Supongo que porque me sentía como en la época del cole. Luego, a la altura de la vía expresa se subieron tres colegiales. Dos chicas y un chico. Venían contándose chistes. Ellas llevaban faldas escocesas en tonos de verde y a él le asomaban lenguetas de la camisa por encima del pantalón. Nada parecía poder tocarlos. Yo los espiaba un poco. Eran tan diferentes a mi que después de un rato dejé de sentirme como en aquellas épocas del cole y me bajé del bus. Por suerte cuando me bajé, Aerosmith seguía cantando. Diez años después, seguían cantando. Ella ahora vive a unas cuadras de mi casa junto a su esposo y sus dos pequeños rubiecillos. A veces me la encuentro comprando tomates en la bodega. A Alain lo sigo viendo regularmente. La última vez que estuvo en casa hace un mes, cogió un libro de Bukowski de mi biblioteca. No lo he vuelto a ver.

miércoles, 25 de junio de 2008

blade runner

Últimamente tengo un sueño recurrente en el que me encuentro en una ciudad del futuro. Hay señales de neón por donde uno mire, edificios como fortalezas de metal, carros que andan flotando a un metro del suelo y yo voy abriéndome paso entre la gente –decidido- como si supiera a donde me dirijo. La verdad es que al comienzo no tengo ni puta idea de a donde voy, sin embargo, no puedo evitar correr cada vez más rápido. La gente me abre camino al avanzar, me señalan y comentan entre ellos de modo que al rato termino por darme cuenta de que soy un blade runner.

No me convierto en Harrison Ford ni nada por el estilo. Básicamente sigo siendo yo mismo, un poco más guapo talvez, pero ahora soy uno de aquellos blade runners de la película y estoy yendo a matarte. Tú eres una replicante de la Tyrell Corporation que ha escapado y a mi me pagan para eliminar cosas como tú. Nadie sabe dónde has logrado esconderte. Te han buscado por semanas enteras sin dar contigo. Ni siquiera yo debería saber dónde estás, pero soy el mejor del equipo y aquella noche mientras corro, levanto la vista hacia el espeso cielo rojo, veo una luz encendida en un edificio lejano y no puedo evitar saber que estás allí.

Quisiera no saberlo porque tengo un arma cargada y conozco el tamaño de los agujeros que hace al dispararse. Quisiera que la gente no estuviera mirándome para poder dejar de buscarte y meterme a alguno de los bares por los que voy pasando. Mis piernas, sin embargo, son mucho más fuertes que mi voluntad y es como ir en el asiento trasero de un auto sin chofer. Mi fama me precede y me jala. Voy esquivando carros, destrozando el asfalto a cada paso y abriendo una gran zanja que se traga los autos mientras avanzo hacia ti. Luego todo sucede muy rápido. Llego al lugar, subo las escaleras, pateo la puerta, levanto el arma y te pego un tiro justo en la frente antes de que puedas decir cualquier cosa.

Debe ser un sueño muy perturbador porque cuando despierto aún está todo muy oscuro y puedo oírme respirar. Casi siempre tardo un rato en recuperarme y poder volver a dormir. Hoy sin embargo, el sueño me ha dejado más intranquilo que lo usual y no puedo dormir más. Al rato prendo la PC y me siento a escribir. Escribo lo que he soñado. Al principio me lo he tomado con paciencia: describo las calles de mi sueño, la gente, las luces, pero ya sabes que mi cuarto tiene una ventana grande y puedo ver los edificios y este cielo rojo y espeso tan parecido al del sueño. Entonces imagino que andas por allí, buscándome, y trato de apresurar el paso. Apesar de que tengo la luz apagada, presiento que puedes ver el reflejo de mi pantalla en la ventana de mi habitación. Imagino que los otros edificios no logran esconderme del todo y escribo más rápido. Ya sabes sin embargo, que nunca he sido bueno con las palabras. No consigo dar con las correctas. Sé que tienes un arma cargada. Sé que eres la mejor del equipo y que tampoco puedes evitar aproximarte hacia mí, pero es inútil, en la vida real no soy un blade runner. Mis piernas son lentas y más aún mi mente. Soy más bien como un pequeño relojero loco y taciturno, un erizo de mar, un tanque abandonado. Aún no he acabado de escribir cuando te siento llegar a mi calle. Apresuro torpemente el final de la historia mientras subes las escaleras y sé que no conseguiré apagar la luz antes de que mi puerta se abra violentamente. Apuntarás aquel hoyo negro hacia mi frente y conseguirás disparar antes de que yo pueda decirte algo. La bala recorrerá mi cabeza como una lombriz hambrienta en el momento exacto en que tú despiertas asustada, en algún otro punto de la ciudad.


lunes, 23 de junio de 2008

...

Mi cerebro, que es un niño de ocho años, ya se dio cuenta de que lo he convertido en una puta. He intentado engañarlo, tratar de hacerle el asunto más llevadero. El viernes, por ejemplo, inundé su caverna de alcohol, de amigos y de drogas. El salió a recorrer sus dominios como un lagarto hambriento. El sábado durmió largo como un pequeño bisonte arrimado a una roca tibia. Al despertar, despeinados como einsteins y sin bañarnos nos fuimos al cine. Vimos al increíble hombre verde y al agente 86. En el intermedio de ambas películas compramos un libro de Yasunari Kawabata y hoy domingo le hice leer los primeros cuentos que disfrutó de sobremanera. Por la tarde nos fuimos lejos de casa a escuchar los poemas de mis amigos en la vereda de un parque amarillo. La pequeña Laura le enseñó a armar una gigante grulla de origami. La trepamos a un árbol y la dejamos allí para que la gente la mirara y dijera: mira una grulla gigante!. Luego volvimos a casa. Entonces me ha visto arreglar la cama y quitarme la ropa de calle. Sabe que no tiene sueño. Sabe que no estoy cansado. Pero presiente que lo obligaré a dormir para que despierte lúcido y pueda trabajar en algo en lo que no cree. Me echo a la cama e intento leerle un cuento más de Kawabata antes de dormir. Un úlitmo consuelo para ambos. Pero se niega a escucharlo. No se concentra y de pronto comienza a repetir la palabra puta hacia sí mismo como un pequeño autista. Kawabata habla del monte Fuji, de las nubes, de la nieve y yo solo oigo la palabra puta, puta, puta haciendo eco en mi cabeza. Está como un loquito golpeándose contra las paredes acolchadas de su celda. El cuento de Kawabata tiene una historia tan bonita y tan lejana, que leerlo es como tomarse una tacita de té relajante, un toque de morfina, un enjambre de moscas tsé tsé, pero no hay manera de contárselo. Releo las los párrafos una y otra vez como intentando agarrarme de aquella paz, despacio, en voz alta, hasta que finalmente vencido por su queja y su llanto lanzo el libro a un lado de mi cama. Apago la lámpara, me envuelvo en las sábanas y trato de dormirme, deseando que de alguna forma mañana no sea lunes. Que cuando despierte, mi pequeño niño siga allí jugando con la grulla de papel. Que en su lugar no encuentre a aquella mujer paseando sus horribles zapatos por mi cabeza, acariciándome las ideas y abriéndose de piernas a mi mente, mientras yo tomo la primera taza de café del día y me repito frente al espejo del baño: Aguanta un poco más. Sólo un poco más.

sábado, 21 de junio de 2008

honestidad brutal

uno de los mejores discos para limpiar la casa, la mañana después de la fiesta.

jueves, 19 de junio de 2008

elpuntodelrock

hoy llevé a kara en la bici. primero se montó adelante y aguantó un buen trecho, pero al rato le dolían la contracara de las piernas y se bajó. es raro que una parte del cuerpo no tenga nombre, verdad pierre?. -como esto- dije yo, y me señalé el huequito abajo de la nariz. eso si tiene nombre. se llama libro, y no te metas entre los carros. verás, antes cuando yo dibujaba rostros dibujaba un libro de verdad abajo de la nariz. recordé los dibujos de kara. manos que son gatos y tazas que gritan porque se las van a tomar. luego se pasó atrás apoyando los pies en los tornillos de la llanta trasera. esquivábamos los baches. un libro bajo la nariz suena raro. aunque si uno lo mira bien. llegamos hasta la plaza de las banderas, en pershing. kara no sabía donde estaba y pensaba que las embajadas eran casas. dijo: quiero vivir en una embajada. luego tomó un taxi porque la esperaban en el estudio para el programa. yo volví solo hasta mi casa. - libro -, pensaba al regresar. que nombre más loco. en su programa hablaban de asesinos en serie y ponían canciones de blondie. y además, pensaba, ¿cómo se llamarán esas cuatro bahías que se forman entre los dedos cuando la mano está extendida?, ¿y el lugar del tórax donde te golpean con los dedos los doctores para ver como suena? y sobre todo ¿qué extraños nombres habrán perdido aquellos rincones del cuello que fueron en algún momento forzados a formar parte de una sola palabra de seis letras y de los cuales sólo sabemos, cuando alguien los mira, los huele o los besa, y una pequeña revolución se levanta en nuestra piel contra siglos y siglos de libros de anatomía?


kara on the radio
http://elpuntodelrock.com/
todos los jueves de 10 a 12 pm

miércoles, 18 de junio de 2008

lima, 18 de junio

algo o alguien se está robando el tiempo de la gente. en lo que a mi concierne, parece ser que el único momento del día que aún me pertenece es el que paso encima de mi bicicleta. pero hasta de eso va quedando muy poco. veinte minutos en la mañana, treinta en la noche porque es de subida. luego: la nada. Y además llueve. los que van caminando traen la cabeza gacha para no llenarse la nariz de agua y de gripe. los que tienen auto son apenas siluetas deformes tras las gotas adheridas a sus parabrisas. tres distritos separan a la agencia de mi casa. digamos que son algunos cientos de miles de personas en el camino. hoy, sin embargo, no he cruzado la mirada con una sola de ellas. no es que yo vaya muy rápido o que no mire a mi alrededor, pero no recuerdo una sola cara. es como haberme metido en una de esas cloacas llenas de ciegos de las que contaba sábato, o como recorrer por dentro el cuerpo de una persona que ha dejado de creer.

martes, 17 de junio de 2008

martes, 10 de junio de 2008

El arte de dibujarte - Eduardo Galeano -

En algún lecho del golfo de Corinto, una mujer contempla, a la luz del fuego, el perfil de su amante dormido.
En la pared, se refleja su sombra.
El amante, que yace a su lado, se irá. Al amanecer se irá a la guerra, se irá a la muerte. Y también la sombra, su compañera de viaje, se irá con él y con él morirá.
Es noche todavía. La mujer recoge un tizón entre las brasas y dibuja, en la pared, el contorno de la sombra.
Esos trazos no se irán.
No la abrazarán, y ella lo sabe. Pero no se irán.

sábado, 7 de junio de 2008

una rosa blanca y un pollo sin cabeza

Hubiera querido darle la rosa a July o a Mane. Cualquiera de las dos se hubiese puesto contenta de recibirla. Pero inmediatamente me acordé que el bestia de Ricardo, en un intento de explicarles las complicaciones de la amistad entre chicos y chicas, les había dicho eso de "¿Qué? ¿Acaso ustedes no saben que ya las hemos alucinado calatas?", y pensé que mejor me quedaba la rosa para mi y no las ponía paranoicas pensando que posiblemente yo también las estaba alucinando calatas y que esa rosa blanca no era una simple muestra de cariño, sino una intención escondida de mandar al carajo diez años de amistad entre las sábanas de un hotel abierto a las tres de la mañana.

Veníamos todos del matri de Carloncho. La rosa me la había robado de la gran copa de hielo a la entrada de la recepción. Puede que yo sea un tipo muy cretino cuando hablo del matrimonio, pero siempre termino por llevarme a casa una de las rosas de la copa de hielo. Supongo que es mi forma de decir: No creo en nada de esto, pero talvez me gustaría creer y bailar una lenta de Sinatra en la pista vacía como ustedes.

Así que bueno, ahí venía en el carro todo enternado, con la rosa en la mano y sin poder dársela a nadie. Al llegar a casa, atravesé la sala a oscuras y en la cocina le conseguí una taza con agua donde ponerla a pasar la noche. Al día siguiente mi tía la cambió de lugar a un vasito de vidrio que iba más de acuerdo a su tamaño.

Yo no sé exactamente cuánto viven las rosas después que las han cortado del tallo. No soy el maldito Anthony Brown criador de rosas, pero resulta que después de una semana entera, esta rosa blanca no da señal de estarse marchitando.

No me hubiese importado encontrarla seca después de un par de días y tirarla al tacho. Pero después de una semana de cambiarle el agua ya es diferente y uno comienza a ponerse paranoico y preguntarse cosas muy horribles como si le joderá irse muriendo de a pocos o qué pensará de la música triste que pongo mientras escribo.

Todo esto es un poco como la historia de aquel pollo de Colorado que vivió 18 meses sin su cabeza. Pati me mandó la noticia hoy con todo y la foto. Lo que pasó es que a este pollo se lo iban a comer y le cortaron la cabeza con tan mala puntería que le dejaron intacta la yugular y el cerebro. Al día siguiente sus dueños descubrieron con sorpresa que el pollo seguía vivo y decidieron mantenerlo así. Consiguieron alimentarlo a traves de una cañita, lo convirtieron en una atracción de feria donde lo hacían correr mientras exhibian su cabeza en un pote de formol y hasta instauraron un día de "Mike, el pollo sin cabeza".

Estoy tratando de convencerme de que ni los pollos ni las rosas meditan acerca de lo que les pasa para no volverme loco. Hoy en El Cinematógrafo están pasando La noche de los muertos vivientes y voy a ir a verla para distraerme un poco. Es raro como cuando uno escarba un poco en cualquier cosa termina por espantarse. La próxima vez, voy a darle la rosa a alguien y asi me ahorraré una tarde de paranoia. Volveré a casa sólo con mi borrachera y mi camisa arrugada. Le daré la rosa a alguien, a quien sea, y me va a valer un carajo si terminan pensando que es una muestra de mi cariño o de la imposibilidad de las relaciones de amistad de los hombres con las mujeres (o los pollos sin cabeza).

domingo, 1 de junio de 2008

Blue Velvet

La canción de la película Blue Velvet, llamada también Blue Velvet, y que dice algo así como She wore blue velvet, bluer than velvet was the night, me ha transtornado el cerebro. He soñado que estaba en el bar y veía a Isabella Rossellini cantándola. Era exactamente el mismo bar de la película pero ella estaba desnuda como en la escena en que pierde la razón. Cantaba con uno de esos micrófonos rectangulares antiguos y estaba muy triste porque habían secuestrado a su bebé y a su esposo le habían cortado la oreja como a Van Gogh. Nadie en el bar parecía notar que ella estaba desnuda o triste. Mi amigo Gianpa dice que él en sus sueños nunca consigue lo que quiere. A mi en cambio siempre me va bien y ayer en aquel bar, yo era el único en notar su tristeza y ella lo sabía. De cuando en cuando miraba hacia mi mesa y era casi como tenerla sentada allí a mi lado. Ya saben que esas canciones antiguas duran muy poco, pero Isabella cantó Blue Velvet por varias horas. Cuando me quedé dormido sobre mi mesa y la gente ya se había ido, ella seguía cantando Blue Velvet. Yo estaba teniendo un sueño dentro de mi sueño. Soñaba con la oreja de su esposo mordida por las hormigas y luego soñaba que ambos estábamos encerrados en una habitación sin puertas forrada de terciopelo azul. Hoy al despertar aún tenía aquella canción en la cabeza. Es una canción de 1951 y suena tal y como se la imaginan. Es suave y tiene esos coros que son como un eco y que hacen sentir como si la música saliera de una rocola. Podría ser una canción cualquiera supongo. Excepto que cada vez que dicen blue, prolongan tanto la letra e que es como estar corriendo alrededor de la cornisa de un edificio muy alto y tropezar cuando la e se acaba y dicen velvet. Mi cuarto huele diferente hoy. Es como si algo de toda aquella tristeza se hubiese colado dentro. No es algo que me moleste. Es una tristeza leve como un aire enrarecido. El único problema es que Isabella Rossellini no está por ningún lado. He abierto mi closet y los closets de mi tía y mi hermana pero no he encontrado nada que se parezca al terciopelo. Resignado he puesto la canción en repeat y me he tirado a la cama. Al rato ya no me basta oírla. Trato de absorverla con la nariz. Cierro los ojos y me concentro. Le clavo las uñas al edredón y empino la nariz. Entonces siento como un sensación azul subiéndome por las fosas nasales. Me mareo. Deliro. Y un instante justo antes de perder la consciencia, aún llego a oir el traje de terciopelo azul, resbalando por su pálido cuerpo hacia el piso de mi habitación.