viernes, 29 de febrero de 2008

hello darkness my old friend

Regina me regaló "El graduado" por mi cumpleaños. Acabo de verrrrla y es la mejor película en años! Merde! ¿O serán los dos whiskys que he tomado mientras la veía? Ahora en las películas ya no ponen canciones completas. En esta pusieron dos veces The sound of Silence!. Y vaya canción. A ratos los escenarios, la vestimenta te hacen sentir que es una típica película gringa sesentera pero luego ves a Dustin Hoffman vestido de buzo, sumergido en la piscina de su propia casa!. Me estás hueveando! Y el ombligo de Mrs Robinson! Y Elaine Robinson! Too much!Y no hay nadie en casa! He de salir de aquí o estallaré en mil pedazos!!!

martes, 26 de febrero de 2008

Fotos de Eliana

Cuando cumplí dieciocho años mi papá me regaló un reloj Rusty de esos que vienen en un estuche cilíndrico de metal y con los que puedes sumergirte trescientos mil kilómetros dentro del mar sin que dejen de funcionar. Además, tenía un botón al lado con el que prendías una luz verde tipo neón que iluminaba la cúpula del reloj, de modo que podías ver la hora aún si estabas en la panza de la ballena que te había tragado cuando te sumergiste trescientos mil kilometros dentro del mar. Visto de cualquier lado, el reloj era espectacular y yo sabía que le había costado a mi papá una fortuna, de modo que cuando me lo dio, puse mi mejor cara de felicidad y me fui con mi reloj, tan contento.

Obviamente, después de un mes, el reloj seguía metido en su estuche. Primero, porque yo no uso reloj y segundo, porque si lo usara, probablemente tendría que ser uno de esos relojes de plástico que vendían en los ochentas y que se transformaban en robot.

Finalmente mi papá terminó por descubrir que yo no me ponía el reloj, pero como tanto mi papá y yo ya estamos acostumbrados a regalarnos cosas equívocas, llegamos al común acuerdo de que el reloj le vendría mucho mejor a él, que vive cerca al mar, y tiene más oportunidades de ir a sumergirse trescientos mil kilómetros junto a las ballenas.

El hecho es que por una de esas cosas, yo terminé quedándome con aquel estuche cilíndrico que al comienzo fue llenándose de lápices, tajadores, monedas viejas, tornillos perdidos, y luego terminó siendo el depósito de un montón de pequeñas fotos en blanco y negro de cuando llevé el curso de fotografía general en la universidad.

Cada una de esas fotos tiene el tamaño de un tajador, porque son recortes de las planchas de contacto que hacíamos antes de ir a preguntarle a Eliana, cuál de las fotos debíamos ampliar. Eliana era mi profesora de fotografía, y uno de esos recortes que tengo en esa cajita es una toma que hice de su cara girando repentinamente hacia mi. Eliana tenía los ojos grandes, la voz grave y sacaba sus suaves brazos color canela a través de polos manga cero. Con seguridad, no fui sólo yo el único chico de comunicaciones que salió de aquel cuarto oscuro semi drogado y confundido entre tanto olor a fotoflo y la noción de su presencia, asomándose por sobre nuestros hombros a espiar lo que revelábamos.

Por supuesto que por aquel entonces yo también estaba enamorado de otra chica, pero estar enamorado de una profesora siempre es algo diferente. Como llevar a cabo una ceremonia imposible que mantienes sólo como una forma de entrenarte, como un hamster corriendo en su rueda sin esperanza o motivo alguno. Talvez sea el hecho de que se trata de una mujer mayor que tú, o que es alguien que te está enseñando algo aún desconocido para ti, o talvez sólo sea que Eliana era bonita y recorría aquel cuarto oscuro como una pantera, sin que tú pudieras percibirlo, hasta que ya estaba demasiado cerca de ti ayudándote a sacar la tira de negativos del rollo mientras tú perdías oxígeno.

Claro que ahora con todo esto de las cámaras digitales, ya no usan negativos y me parece que la última vez que pasé por la universidad (a dar una clase de foto, que coincidencia), ya no vi la puerta negra por la que se entraba a aquel cuarto oscuro.

A lo mejor es sólo que lo han cambiado lugar y los chicos de ahora aún siguen sumergiendo los dedos en químicos de revelado y mirando los negativos húmedos sobre aquella mesa luminosa; asomándose sobre la pequeña lupa cónica hacia sus primeras fotos en blanco y negro: un gato sobre un muro, un mendigo en el jirón de la unión, la cúpula de una iglesia llena de palomas, una ventana vieja. Con suerte, todavía salen corriendo del cuarto oscuro hasta el baño del pabellón, a agitar una lámina de papel fotográfico bajo el secador de aire mientras sobre ella, termina de fijarse la imagen de un cielo soleado visto a traves de las ramas de un árbol. A lo mejor después de eso, todavía vuelven con la foto ya seca, a extenderla orgullosos delante de las narices del resto, aunque ahora Eliana ya no esté allí para verla. Aunque un día de hace ya algunos años, ella se desvaneciera del mundo, como un objeto fuera de foco en una imagen: un hombre en bicicleta que se va, la silueta de un faro lejano, o una bandada de pájaros que pasa huyendo hacia otro lugar.

No sé por qué empecé contando lo del reloj ni porqué creí que escribir sobre esa foto de Eliana iba a tomarme un par de párrafos. Estaba oyendo aquella canción de Instrucción Cívica llamada Obediencia debida, y hay una parte que dice: “yo tuve un perro y una profesora que me enseñaron a olvidar”. Entonces fue que recordé la foto de Eliana y otra foto que también tomé en su curso. Una foto de mi pequeña perra shit-zu (la popular kimi), un día que la atrapé con el objetivo de mi cámara jugando en el parque, muchos años antes de que también muriera, bajo las llantas de algún carro apurado.

Ahora me alegro de tener aquellas fotos. La memoria es salvaje y ciega, y termina por borrar toda clase de cosas importantes, tan sólo porque la imagen, la música o el olor que nos remiten a aquello, ya no está a nuestro alcance. Mi amigo Renzo, que también fue su alumno y es el actual profesor del curso, hizo algo mucho más inteligente: llamó Eliana a una de sus cámaras fotográficas.

La cosa es que diez años pasaron por encima de todo y yo inesperadamente, fui feliz. Es cierto que después, muy pocas veces he tomado una cámara fotográfica y he salido a las calles a cazar mendigos, perros, balcones o atardeceres; pero a través de todas mis mudanzas, siempre he arrastrado conmigo una vieja caja de kodak llena de negativos y aquel estuche del reloj con todas las fotos que tomé aquel verano.

Hay incluso días como hoy en que todo vuelve a mi. El pabellón B de la universidad, mis viejos amigos, la tienda de petit thouars donde comprábamos los rollos y el papel fotográfico, la ruedita en la que se enroscaba el negativo, la luz roja de la máquina ampliadora, el adictivo olor de los químicos, y tus manos surcando el agua del recipiente hasta rozar nuestras fotos con la yema de tus dedos.

A veces me he preguntado, por qué nunca llegué a ampliar esa foto tuya. No era una foto maravillosa, pero aparecías tú, y eso para mi debió ser más que suficiente. Supongo que simplemente salí del curso y pensé que como a todos, iba a volver a verte algún otro día y quien sabe, talvez podría tomarte otra foto mejor. Pero pues, ya sabes como es la vida. Y ya sabes como es la muerte. Que loco que sea justo así como también termina así esta canción de Instrucción Cívica con la que empecé la historia, sabes?


Pensando en ti,
me he puesto a cantarla.




Me fui con la inconsciencia tranquila

Después de no volverte a ver

Pensando que te iba a encontrar

Pero no volviste a aparecer



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Pero no volviste a aparecer







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lunes, 25 de febrero de 2008

100% de nada


Creo que voy a empezar contando que la semana pasada fui a polvos rosados y cometí la salvajada de comprarme once dvds con todos los capítulos de Los años maravillosos. No lo digo a modo de excusa, pero casi cualquier chico que se haya pasado los ochentas viendo aquella serie por la tv como yo y comparándola con su propia pubertad, podrá imaginar que comprar esos once dvds a estas alturas y echarse en el sillón a ver nuevamente como Kevin y Winnie se destruyen sistemáticamente el corazón al ritmo de los beach boys, dylan, los beatles o the shirelles, es más que suficiente para dejarlo a uno emocionalmente transtornado e inahbilitado para cualquier actividad de tipo biográfica como, digamos…escribir blogs.

La segunda cosa loca que me ha pasado por estos días ha sido que me mudé de casa por decimonovena vez en mi vida y hubo que hacer cajas, lo cual trajo a su vez como consecuencia: encontrar viejas fotos, cartas, regalos, cuentos de amigos en hojas arrugadas, discos sin estuche, estuches sin discos, la tapa del perfume de mi primera novia, la mitad de un par de lentes amarillos que rompí en Brasil, un walkman descompuesto y cassettes de nirvana hongueados de la época del cole. Ahora mi cuarto nuevo tiene un closet enorme en el que he enclaustrado todo aquello por un tiempo de modo que desde mi cama no se vea más que objetos inofensivos como mi lámpara y mi guitarra.

También tengo una ventana muy grande en el cuarto piso. Hace un rato al mirar a través de ella vi pasar un avión. Le apunté con mi caleidoscópio y le di vueltas. Luego vi a la luna tan redonda que por reflejo me hizo pensar en la tierra tan redonda flotando en la nada y me dio un vértigo horrible. He pensado que será un buen ejercicio escribir un post sobre cada una de las diecinueve casas en las que he estado antes de esta, así que mañana comienzo con eso.

Hace unos días estuve a punto de escribir un post sobre una película genial de Antonioni llamada Blow-up pero como resultó que la película está basada en un cuento de Cortázar llamado “Las babas del diablo” pues me puse a leer el cuento y luego ya me quedé dormido. Ya no recuerdo qué quería decir sobre la película, pero véanla porque es muy buena.

Karen y yo nos hemos vuelto a meter al taller de literatura en el que estuvimos el 2004 y que convirtió aquel año en uno de los mejores de nuestras vidas. En aquel taller conocimos a Bruno, a Erika y a Gonzalo y juntos, nos dedicamos a pasear por Miraflores con las manos llenas de alcohol y las mochilas llenas de cuentos. Ahora Bruno anda por Barcelona y Erika por EEUU pero Gonzalo ha prometido ir a la siguiente clase y talvez las cosas se pongan buenas. El martes saliendo del trabajo compré una cerveza y me fui al taller. Leyeron cuentos muy buenos y también se criticó sin piedad. Al salir pasamos por casa de Irene y trepamos a su techo a ver el eclipse que no era ese día sino el siguiente.

He estado leyendo Los vagabundos del Dharma de Jack Kerouac y lo que puedo decir que fue como tomarme una gran una taza de tilo. No me gustó, pero me relajó bastante. Supongo que es porque se trata básicamente de un grupo de tostados mentales (entre los cuales están Ginsberg y el mismo Kerouac) que no hacen más que trepar montañas y dedicarse a hablar de buda y hacer haikus mientras comen pasas. Vaya vida. También leí Queremos tanto a Glenda. No es el mejor libro de cuentos de Cortázar pero hay un par que valen la pena. A mi parecer: Grafitti, Tango de vuelta, Anillo de Moebius y el que lleva el título del libro.

Y finalmente, anteayer cumplí veintinueve años. Supongo que debería estar aterrado o algo, pero hice una fiesta y vinieron setenta amigos y así ya no da muchas ganas de aterrarse.

Cuando estaba en la universidad un profesor (el que inventó el Ahhhhh de Kolynos y el logo antiguo del banco de crédito y que luego terminó dirigiéndo aquellos terribles comerciales de desodorante Aval) nos enseñó un ejercicio que consistía en escribir tres hojas todos los días. No importaba lo que pusieras, si era bueno o malo, tonto, estúpido, cursi, porno, etc. Lo importante era llenarlas todas. Por lo general las primeras líneas eran del tipo: “No sé que escribir, que ejercicio de mierda nos ha dejado este huevón, para que chucha voy a llenar tres hojas de nada bla bla blah…”, pero luego te dabas cuenta que al cabo de un par de hojas ya uno se cansaba de hablar huevadas y algo bueno escribías.

Supongo que esto que he escrito son como las primeras líneas de esos ejercicios. He estado medio bloqueado, sin poder contar nada o dibujar algo. Le dije a una amiga mientras cruzábamos la pista, que a veces me pasaba que no podía contar algo sin sentir la necesidad de ponerlo todo. Aquello de ponerlo todo es terrible cuando uno escribe porque a nadie le interesa todo.

Y sin embargo es tan difícil desprenderse de esa sensación de ser Funes el memorioso y no poder llamar perro al perro de las tres y cuarto que cruza la calle y también llamar perro al perro de las tres y veinte al que le cae otra luz, y que además es visto de perfil con otra actitud. Supongo que necesito medicación. Supongo que es por eso que no debería dejar nunca de tener un blog a mano o un block en mi mesa de noche donde pueda escribir todas mis pastruladas y no invadir mis cuentos de cosas innecesarias. Supongo que es por eso que Iván decía que más difícil que escribir, es editar. Borrar párrafos enteros, romper páginas, incendiar tu computadora y comenzar de cero. Supongo.

Mañana apenas se me ocurra algo bueno este post pasará a la historia.




miércoles, 13 de febrero de 2008

viernes, 8 de febrero de 2008

miércoles, 6 de febrero de 2008

viernes, 1 de febrero de 2008

Tengo una pistola


Hoy venía en la combi, sabes macarena? bicho, pichón de cuy, amiga mía. Venía en la combi y me acordé de ti. Me acordé de ti porque tenía una ceveza en la mano, ok lo admito, pero me acordé también de ti porque caía el sol sobre Lima y yo estaba oyendo el Depende. Aquel disco que oíamos cuando la universidad, cuando pecas y el X, cuando yo vivía entre cuatro paredes de triplay en la cima de Monterrico. Un lugar que decidimos llamar “la pajarera” porque estaba tan alto, que las palomas entraban como Pedro en su casa, mientras tú y yo conversábamos sobre mi cama. Aquel lugar en el que me confesaste que te gustaban las chicas, mientras yo, un adolescente idiota que empezaba a enamorarse de la literatura, guardaba en su closet todos tus poemas y su platónico amor por ti. Y que loco sabes?, porque justo ayer M me llamó. Tú no conoces a M más que por fotos, pero M, que es tan loca y linda como vós, me dijo que por fin se había acordado de dónde recordaba la frase esa de Christina que dice “Tengo una pistola por si un día todo falla”.

Resulta que hace como un par de meses yo le envié por mail todo el QUE ME PARTA UN RAYO, que según recuerdo ha sido uno de tus tantos discos favoritos (y talvez por ello también sea uno de los míos y parece va a ser uno de los de M). La cosa es que M se pegó con esa canción que dice “Tengo una pistola por si un día todo falla”, pero me dijo: “Pierre, esa frase de Christina yo la había visto en otro lugar antes, pero recién ayer lo recordé.” M dijo que tú la habías puesto hace mucho tiempo en uno de tus blogs, o talvez en la página aquella de los cuentos que frecuentábamos con burbuja. Y entonces yo recordé, mierda, no sé si tú te acordarás, pero estábamos con José Carlos caminando por el parque a unas cuadras de la revista y él dijo que estaba vendiendo una pistola.

Para mi eso era la cosa más loca, así, que alguien viniera y te vendiera una pistola, mierda un arma que dispara balas y mata, me entiendes? Pero tú preguntaste que cuánto costaba y preguntaste más cosas y yo estaba tan loco porque esa era la época en que ganábamos trescientos soles y nos sentíamos como la mierda. Un trabajo que aceptamos sólo porque trataba de escribir y no eran tan estrictos con el horario y demás. Y le conté eso a M y luego le dije más cosas sabes? Le dije que tú ahora estás tan contenta, mierda, que tienes un trabajo increíble en que ganas mil veces trescientos soles, que han pasado como cuatro años y que podríamos ir a almorzar al restaurant más caro de la ciudad si así lo quisiéramos. Que no necesitamos una puta pistola.

Pero luego, cuando nos despedimos y colgamos el teléfono yo me quedé pensando en ti y supe (porque las cosas giran como dice Fito) que volverán a llegar épocas en que no estemos como hoy sabes?. Épocas en las que volvamos a almorzar pan con queso, ya no por nostalgia como hoy en que he almorzado pan con queso en tu nombre, sino por necesidad, porque no hay plata la puta madre, porque queremos escribir y no estar como babosos frente a un escritorio pretendiendo que nos gusta estar allí sólo porque a fin de mes nuestra cuenta crece. Volverán épocas en que estemos en un país que no sea el nuestro y nos partan el corazón con una lanza de fuego; y épocas, en que pongamos sobre la cama todo lo que hemos escrito y nos parezca una real mierda.

Y yo quisiera, sabes pequeño bicho?, que cuando llegue ese día, no te acuerdes de ninguna puta pistola. Quisiera que te acuerdes de mi, que también suelo ser como una pistola si me lo propongo.

Yo sé que cuando me pasaste las fotos de tu cumpleaños nos reímos de que yo hubiese firmado en el individual que nos robamos del bar: “Búscame”, porque csmare, la verdad es que ni yo me acordaba que había puesto eso, pero vamos, que dicen que todo borracho dice la verdad y ahora que también estoy con unas cervezas encima, vuelvo a entender porque puse “Búscame” en el individual y porqué te regalé esa noche “Desayuno en Tiffany´s” y firmé otra frase loca en la primera página.

La cosa es que ayer te vi conectada en el msn y tu nick era precisamente “desayuno en tiffany’s” y yo quería decirte algo acerca de Tener una pistola, no sabía bien qué, pero lo que te quería decir no te lo podía decir sin cagarte completamente el final de la novela porque yo todo lo explico con metáforas, de modo que no te lo dije ayer, ni te lo diré hoy en este post. Pero espero que cuando termines Desayuno en Tiffany’s o cualquier otro día en que te sientas tan desesperada, vacía y perdida como Holly Golightly bajo la lluvia, sepas que hay un Fred en un taxi con la puerta abierta, esperando que te subas y a lo más te pongas a llorar y ya que rayos pues, siempre hay epocas en que todo parece una mierda, pero también amigos salvajes como pistolas, por si un día todo falla.


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