martes, 24 de diciembre de 2013

Cartas a Papanuel


Esta navidad del 2013, mi amiga Carmen que anda un poco loca, convocó entre sus contactos de FB a un concurso. Se trataba de escribirle una Carta a Papá Noel. Como premio se ofrecía una caja de cupcakes y un dibujo mío ilustrando la carta. Estas fueron las Ganadoras :D



Nora Sugobono




Virna Viacava García



jueves, 19 de diciembre de 2013

Grand Theft Auto

No se equivocaba mi amiga Regina cuando me dijo que Grand Theft Auto era el juego que todo escritor debería tener en su pc. Sin embargo, recién ahora me doy cuenta que no es solo por el genial guión del juego, sino, paradójicamente, por la posibilidad que tienes apartarte de aquel violento destino y hacer lo que te canten los grillos del culo. Es decir, tú eres Carl Johnson y Carl Johnson es un putazo entre los putazos. Es paja ser él. Empiezas montando bicicleta, pero luego tienes que reventar a tiros bandas callejeras, pintar graffitis, robar autos de todos los modelos, comer pizza o pollo broaster, intimidar gángsters, comprar bazookas, derribar helicópteros, pilotear aviones, tener novia, llevarla a bailar, follártela y, vamos, todo eso está muy bien. Pero si no estás de un humor asesino, también puedes olvidarte de aquello y dedicarte a caminar por la ciudad, conversar amablemente con las putas, hacer taxi, subir a una colina a mirar a las melancólicas calles de Los Santos o robar un convertible e ir a pasear por la costanera cuando muere la tarde. No hay prisas ni deadlines. Hermano, es como jugar Mario Bross sin tener que ir a matar a Koopa. Es como sería esta vida si alguien detuviera la maldita ruleta que nos tiene girando como ratones. Para colmo, ahora me he comprado la extensión Vice City que viene con un soundtrack que te cagas. Cada vez que robo un carro y suena la radio, siento que mi tío H está en el asiento del copiloto sintonizando su maldita música ochentera. Por ejemplo, en una esquina me subo a una deportivo azul y Michael Jackson está cantando Billy Jean. Más allá, me cambio a una Bobcat, y suena Cum on feel the noize de Quiet Riot. Después: el piano de Keep on loving you de Reo Speedwagon. Csmre. Que feelin esta huevada. Subo el volumen. Canto. ¿Qué chucha juegas? pregunta mi primo, pero no le hago caso. Me emociono tanto que pierdo el control y sin querer, al girar una esquina, le rebano la carrocería a un patrullero. La puta que los parió. Veo dos estrellitas de búsqueda activarse en mi pantalla. Acelero. Escucho las sirenas de la tombería detrás de mí. Me pierdo entre las calles pero no logro despistarlos. De pronto, aparece en mi mapa el símbolo del SPRAY que me indica la existencia de un garaje cercano donde puedo pintar mi carro y confundir a los polis. Hacia allá voy pero, justo cuando estoy a pocas cuadras, empieza a sonar "More than this" de Roxy Music. Ya saben, aquella canción que Bill Murray canta en la escena del karaoke de Lost in Translation. Sé que si entro al garaje la música se detendrá. Los policías me perderán, pero la música se detendrá. Yo no puedo hacerle eso a Bill Murray, así que sigo acelerando. Que se joda la misión, pienso. Que se joda el mundo, yo no me llamo Raimundo. Paso de largo el garaje. Los policías vienen detrás y se acercan peligrosamente. Mi carro está echando humo del motor. Nada puede ir peor. Pero la canción sigue sonando y yo trato de ganar tiempo para que Bob siga cantando y Charlotte se enamore de él. Me dirijo hacia la costa. Después de unos segundos veo aparecer el océano a mi izquierda, los bañistas, las chicas en patines, algunos barcos a lo lejos. La tombería se pone hostil. Me golpean el parachoques trasero. Tratan de sacarme de la autopista. Malditos chacales, les grito y canto junto a Bill: MORE THAN THIS YOU KNOW THERE'S NOTHING, MORE THAN THIS. Cuando se acaba la letra y siento que llegan los últimos acordes de la canción, me pego al borde del acantilado. Es la única solución posible. Entonces escucho el fade out de la canción y giro hacia la izquierda. Pierdo a los policías. Pierdo la autopista. También pierdo el juego, pero eso ya no importa. Mi auto cae hacia el mar como una gaviota. Las sirenas se escuchan cada vez más lejos. El metal se hunde lentamente entre los peces y mi personaje flota boca abajo. El que inventó este juego era un poeta. Era un maldito poeta.

domingo, 8 de diciembre de 2013

ámbar gris

en algún lugar de Gran Bretaña, un niño de ocho años va a la playa y encuentra una extraña roca en la orilla. esta roca tiene un olor intenso y es suave como la cera. si el niño supiera que lo que tiene entre las manos es medio kilo de vómito de ballena, probablemente su primera reacción sería soltar la roca. pero el niño, por supuesto, todavía no lo sabe. tampoco sabe que ese medio kilo de vómito vale aproximadamente 50 mil euros y que lleva décadas flotando en el océano. sin embargo, le intriga su apariencia y se la lleva a casa. pronto harán los análisis y descubrirán que se trata de ámbar gris. el ámbar gris es una sustancia muy cotizada en el mercado de las perfumerías pues sirve para fijar los olores y solo se encuentra en el vómito de las ballenas o en su material fecal obstruida. ambas provienen de los restos no digeridos de los calamares que gustan tanto a las ballenas. el niño cambiará su roca por 50 mil euros. esta es una noticia vieja. tal vez ya la habían escuchado. yo no tengo más información sobre el niño. presumo que le gustó ganar los 50 mil euros. en una web dicen que los donó a un refugio de ballenas. de todas formas, imagino que algunas noches, este niño se debe acordar de su roca, de su extraño olor, de cómo se sentía entre sus manos. ahora su hallazgo se ha diluido en pequeños frascos y habita el cuello de las muchachas bonitas. algún día este niño crecerá y conocerá a estas muchachas. alguna de ellas accederá a bailar con él. la música los irá acercando como dos botes que se tambalean al pie de un muelle. después de algunas piezas, él le buscará el cuello y, entonces, al acercarse, reconocerá el olor de su infancia y creerá haber hallado un rastro. perseguirá el olor con los ojos, con la nariz, con la lengua. lamerá del cuello de la muchacha el vómito de la ballena, lamerá el ámbar gris y los calamares muertos, lamerá el océano, el tiempo, las décadas, todas las lunas llenas que han pasado, la tibia mano del sol acariciando las olas, lamerá todos los peces del mar y, esa noche, tumbado sobre su cama con la lengua todavía salada y el alma revuelta, escribirá el nombre de la chica sobre su colchón y escribirá también un cuento en su cabeza y dirá que es amor, y estará convencido de aquella palabra. y no existirá otra cosa en el mundo. y se olvidará que una vez fue un niño. y se olvidará también que una mañana de hace muchos años encontró una extraña roca en la orilla del mar

jueves, 28 de noviembre de 2013

Flora

Tres días a la semana me llamo Flora. Me llamo Flora y soy un ama de casa que compra en METRO con su tarjeta METRO y que debe en esa tarjeta 2579 soles. Lo sé porque una señorita con voz de fotocopiadora me llama por teléfono para recordármelo. Me llama tres o cuatro veces por semana. Cuando el teléfono comienza a timbrar, yo todavía soy Pierre y estoy leyendo. Cuando digo Aló, todavía soy Pierre y he cerrado mi libro. Pero una vez que ella toma la palabra, soy Flora y le debo 2579 soles a Metro. Naturalmente, yo le digo que se ha equivocado de número, pero ella asegura que tiene el número correcto y que yo debo ser Flora. Le digo que no, que ni siquiera conozco una Flora. ¿No es su mamá? dice la pendeja ¿su tía, acaso?. No. ¿Está seguro? Bueno, la conversación continúa en la misma dirección un rato más. Cuando por fin cuelgo, intento volver a mi lectura, pero no puedo. Estoy pensando en Flora. ¿Quién será esa Flora? Al principio, me la imaginaba como un ama de casa simpática. Una gordita cuarentona y gastalona que sale de Metro con el carrito lleno y dos niños pequeños orbitándole las piernas. Pobre Flora, pensaba yo, debe andar corriendo como loca para juntar los 2579 soles. ¿Lo sabrá su marido? ¿La irá a zurrar cuando se entere? Su dolor era el mío. Sin embargo, a medida que las llamadas persistieron durante meses, incluso hasta invadir mis mañanas de domingo, la imagen de Flora se me fue deformando. Al primer mes le borré a los niños y se le fue como el 80% del encanto. Al segundo mes vacié el carrito de frutas y galletas coronita y lo llené de tintes LOREAL y alimentos dietéticos. Al tercer mes, reemplacé al marido opresor por un tímido esposo trabajador que se deslomaba para satisfacer sus caprichos. Y ya para el cuarto mes, me la imaginé divorciada y prófuga en el Caribe, tomándose una piña colada con dos morenos fornidos aceitándole y masajeándole la malagua. Gorda cachera, pensé, por tu culpa llevo meses sin poder leer tranquilo. La vaina es que hoy, la señorita que llama, ya no me ha dicho que se comunica de parte METRO, sino de un lobby de abogados. Carajo, es lógico. Supongo que tras tantos meses, ya se cansaron de esperar y están cazando a Flora como a una marrana en día de feria. Las vacaciones se le han acabado. La imagino -mismo Thelma y Louise- en un Ford Thunderbird, acelerando por una autopista mexicana con una docena de patrulleros siguiéndole el paso. La escucho reír demencialmente dentro del carro mientras mete la mano a una bolsa de doritos y jura que no la atraparán con vida. Eso es, le digo mentalmente, no nos atraparán con vida. La veo desesperar, salirse de la autopista, siento en mis huesos el traquetear de las llantas contra la arcilla del desierto, la sorpresa de los policías, veo el acantilado a través de sus ojos y finalmente el silencio del auto volando hacia el vacío. Entonces pienso: ya no sonará más mi teléfono. Ya nadie me llamará Flora. Y estoy feliz. Y sonrío. Y es también como morir un poco.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los años verdes

Cerebralmente, son pajas los cinco últimos días del mes. En ese último trecho, mientras tu sueldo real se cuenta ya en rumitas de monedas (con estos 3 soles hoy almuerzo arroz con plátano, con este otro sol compro té y chancays para la noche, con estos 0.60 un head&shoulders para bañarme 2 días); tu sueldo soñado (el que viene llegando en cámara lenta al ritmo de "Charriots of Fire") se expande hasta el infinito. Del 25 al 29, por lo menos tres veces al día, dices: "UY carajo, cuando cobre podemos..." y esta apertura de frase es como un portal a lo imposible: "Ir a comer a ese lugar buenazo que nos dijeron, instalar un bar en la jato, saquear a los libreros de Amazonas, hacer una fiesta con burro como Tom Hanks. Es como aquel sketch ochentero que tenía Rossini en Risas y Salsas. ¿Cómo se llamaba? ¡"Los años verdes"! Alan nos reventaba a paquetazos y ahí estaba Rossini, con un perico al lado, diciendo que "Cuando llegaran los años verdes la gente se iba a mechar por ser quien pague la cuenta". Bueno, en estos días el cerebro se pone en modo Guillermo Rossini y se le ocurren cojudeces. Pero lo más pendejo es que yo además agarro una hoja bond y voy escribiendo todos allí (comprarme medias, llenar la refri, visitar a mis viejos, ir al mundial de Brasil). Me llevo la hoja al baño, la saco a la calle por si se me ocurre algo afuera, la miro antes de dormir y al amanecer le anoto algo que se me ocurrió entre sueños. Para cuando llega el 30, aquel A4 está todo lleno de dobleces y posibilidades en diferentes tintas de lapicero. Entonces voy al banco. Veo mi sueldo, levantándose indestructible como un Kraken que me monta sobre su hombro y me lleva a pasear por Lima. ¿Cuánto dura la euforia del poder? No lo sé exactamente. Solo recuerdo que de pronto hay como un fade a negro igual que en las películas. En la última toma todavía se me ve airoso sobre mi monstruo, sonriendo contra un cielo limpio de nubes. Despierto el día 5 o 6 del mes. Estoy solo en la playa del arrepentimiento. Del Kraken no quedan más que escamas que me apuro a recoger y meter a mi mochila. Todavía no estoy en la miseria, podré sobrevivir, comer y hasta beber un poco. Pero los planes se adaptan: ya no saquearé Amazonas, tal vez podré comprar un par de libros viejos en Quilca, comeremos en esa carretilla buenaza que nos dijeron, me compraré 1 par de medias, veré el mundial, por la tele. A veces me topo con la hoja a mitad de mes y me muero de la risa. Es como cuando un niño te explica cómo va a ser su castillo, antes de meter la pala de plástico en la arena. Sé, sin embargo, que a fin de mes, volveré a hacer lo mismo, volveré a llenar una hojita de cojudeces. ¿Por qué? Creo que porque cuando imagino y escribo las cosas, es como si me sucedieran un poco. Es decir, yo recuerdo los paquetazos de los 80s, recuerdo en los 90s a nuestro ministro de economía, Hurtado Miller, diciendo "Que Dios nos ayude". Pero también recuerdo estar metido en la cama con mis viejos viendo a Rossini hablar con su loro de "Los años verdes". Recuerdo este sketch en el que dos conductores se chocaban y se peleaban por ver quién pagaba el choque. Al final llegaba el tombo todo asado y decía "Tanta huevada, aquí pago yo y los dos se me van pa' su casa" xD Csmre, recuerdo estar matándonos de la risa con esa historia. Sí, de hecho, eso es lo que más recuerdo de esa época

viernes, 22 de noviembre de 2013

chasquis

Recuerdo que en el cole me quedé locazo cuando la profe de historia nos contó que, cuando al Inca le provocaba comer pescado fresco, los chasquis corrían como salvajes desde las costas del Pacífico hasta Cusco para traérselo. Primero pensaba: "pero que hijoeputa el Inca", pero luego me imaginaba al fornido chasqui corriendo con un mero fresco entre los brazos y esa imagen me maravillaba. Veía clarito al pescado, observando con su ojo de gelatina los desiertos, los Andes, todos los caminos del Imperio y pensando ¿a dónde carajo me llevan? Mientras la profe contaba, yo sentía el sonido de las pisadas del chasqui retumbando en los cerros, lo veía divisar a su compañero, lanzarle el pescado: ¡corre huevón! o como se diga en quechua, y verlo continuar su camino mientras recuperaba el aliento. Finalmente imaginaba al último emisario llegando hasta el Inca con un mero que todavía agitaba la cola y llenaba el salón real de olor a olas y fitoplancton. Siempre que he recordado esta historia pensaba: "Pero que loca es la gente, yo del Inca me comía un choclo con queso, tanta huevada, no voy a poner a correr a todo mi imperio porque se me antojó un cebiche" Hoy, sin embargo, lo he recordado sentado en las banquitas de Cruz del Sur mientras esperaba una encomienda que ha mandado mi viejo desde Talara. Cuando me la dan, desbarato el paquete, meto toda la comida a mi mochila y salgo disparado en mi bicicleta. Llevo sobre la espalda: tres bolsas de chifles y veinte tamalitos verdes de Piura. Son para mi hermana que acaba de bajar del crucero donde trabaja como fotógrafa y donde ha pasado los últimos seis meses bordeando las costas de Japón y Corea sin probar pizca de comida peruana, su favorita. Una semana antes de bajar nos lo advirtió: "llego a Lima a medianoche, a esa hora no voy a conseguir tamalitos verdes, mándenmelos de Piura pe´". CSM. Imagino a mi viejo, corriendo por Talara en busca de los tamales, al bus interprovincial entrando a Pasamayo, me veo a mi mismo, atravesando en bicicleta la Javier Prado, esquivando carros con la espalda llena de ese amasijo de maíz y culantro, todo para que mi hermana pueda abrir emocionada el lazo de las pancas y meterle el diente a su plato favorito. Sonrío. Sí, me digo, es un ritual maravilloso hacer feliz a alguien. Pienso eso, y sigo pedaleando.

lunes, 18 de noviembre de 2013

hemisferios

Hace años un profesor me contó que uno podía saber si una persona le estaba contando una mentira tan solo con mirarlo a los ojos. Su técnica no tenía nada que ver con aquello de que "los ojos son el espejo del alma" ni toda esa pendejada poética. Me dijo: cuando alguien te cuenta algo y mira hacia el lado superior izquierdo, quiere decir que está recordando, por tanto, te está diciendo la verdad. Si, en cambio, mira hacia el lado superior derecho, es porque está imaginando, es decir: inventando. Me dijo que tenía que ver con los hemisferios y con que nuestro cerebro trabaja por zonas igual que una fábrica. Bueno, la cosa es que recordé esto de los hemisferios porque acabo de descubrir que escuchar música mientras trabajo me distrae menos si me pongo solo el audífono de la oreja izquierda. Esto me ha puesto muy contento ya que yo no puedo trabajar sin música. Lo malo es que rápidamente he recuperado la tristeza al darme cuenta que lo que me distraía no era la música, sino las ganas de venir a postear cojudeces como esta en facebook xD

viernes, 15 de noviembre de 2013

'moliente

Me despierto tarde y no hay pan en casa. Tengo hambre. No puedo empezar a trabajar así. Me cubro la pijama con un saco y avanzo semidormido hasta la esquina. Me paro frente a la carretilla y musito algo. La señora me llena un vasito de 'moliente y su compañera me prepara un pan con lomo y cebollita. Regreso a casa con el estómago tibio y el corazón listo para el día. Esto es lo que voy pensando: ¿Ya existe un monumento al emolientero? En Sullana, la tierra de mis abuelos, hay un homenaje al señor de las raspadillas. En uno de los jardines de la Plazuela Checa, descansa la carreta sobre la que llevaba su enorme bloque de hielo (Melquíades ¿eres tú?). Cuando le pedías raspadilla, retiraba la piel de sacos negros con la que protegía su bloque del sol, tomaba un rallador y lo frotaba hasta llenarte el vasito plástico de afilada escarcha. Luego le echaba los jarabes que tú le pidieras. Tamarindo, mango, cola. La psicodelia de la infancia. No sé qué era lo más paja, si comer la raspadilla o el resplandor que te pegaba en la cara cuando descubría el glaciar, o la cascada de color que iba colándose por los cráteres del hielo y que tú ya ibas sintiendo en tu lengua de niño. Aquel ritual, ancló aquel señor a mi memoria. Lo mismo me pasa ahora con mis queridas emolienteras. Me venden algo más que un desayuno. ¿Pero cómo podría ser su monumento? ¿Una tajada de limón hecha de granito? ¿tres altas espigas de cebada? ¿una enorme botella de alfalfa? ¿podría ser una pileta que simule dos jarritas de metal enfriando el emoliente? Es absurdo. Tal vez solo baste con seguir yendo hasta su carretilla, seguir estirando nuestros vasos para que nos sirvan la yapa. En resumen, rendirles el mismo tributo que le damos a todos nuestros héroes cotidianos: mantenerlos como parte de nuestros días hasta que marquen su huella indeleble en nuestra memoria.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Perceval

Melamine. Dicen que conocen una chica que se llama Melamine. Así le puso su viejo, dicen. A lo mejor se hueveó con Melanie. O a lo mejor era carpintero. No hay forma que una chica se llame Melamine, digo. Pero ellos aseguran que la conocen. Pienso: suena bonito Melamine después de todo, aunque a lo mejor un día la estás acariciando y te entra la paranoia de estar sobando un repostero. ¿Qué hay en un nombre, además? ¿No era eso lo que se preguntaba Harvey Pekar? ¿Qué hay en un nombre? La reniec publica una lista con los más curiosos registrados el 2013: Apple, Android, Maus, Clickman, Norkys, Agua, Hamilton, Samurai, Superman, Barny, Garfield, Gokú, Chuky, Chuk Norris, Dólar, Frescura, Ruido, Dimisión, Transfiguración, Grito, Presidente, Indio, Banco, Papá Noel y Ecologito. El amigo de mi primo me dice: Más pendejo es mi nombre. Todavía no sé cómo se llama el amigo de mi primo. Acaba de llegar de Trujillo y está tumbado sobre unos cojines en el piso de nuestro cuarto. Va a pasar la noche aquí porque mañana tiene una entrevista y no quiere pagar telo. Prefiere gastarse esas 30 lucas invitándonos un chifa. Me llamo Perceval. ¿Perceval? ¿En serio, brother? Es que a mi viejo le gustaba esa huevada de... ¿ROMEO Y JULIETA? interrumpo, ¡NO NO! Guarda, ese era Mercucio ¿verdad? ¡LADY OSCAR! no no PUTAMADRE, ese es Robespierre, ¿Cómo se llamaba esa huevada? Se cagan de risa. ¡Los caballeros de la mesa redonda! Sí, eso, dice Perceval. Perceval era el causaza del Rey Arturo. Achorado tu viejo. Nos quedamos jatos. Al día siguiente muy temprano, Perceval se pone su terno y se va a su entrevista. Vuelve a las 2pm, totalmente desmoralizado. Le fue pal culo, nos dice. Esa misma noche se vuelve a Trujillo. Pero antes que caiga la noche salimos en busca de un ron. Volvemos a casa con los 4 productos más tóxicos del mercado: Cocacola, Ron, Tabaco y una bolsa de Chizitos Fiesta. Pienso: El apellido Fiesta existe ¿Habrá alguien que se llame Chizito? Nos llenamos los vasos de ron con cocacola. Les digo: si mi tía Magali entra ahorita se va a poner locaza. ¿Por qué? quiere saber Perceval. Es que es vegetariana, dice Lucho. Ya pe, dice Perceval levantando su vaso de ron: “caña y coca, aquí todo es vegetal, que chupe con nosotros”. El hombre está loco. El fracaso ha orientado su vida hacia el desquicio. Tiene apenas 2 horas antes de que su bus parta a Trujillo, pero de alguna manera se las ingenia para chupar lo suficiente y perder la cordura. Veinte minutos antes de las nueve le digo: lárgate o se te va el bus. Perceval me da la razón pero justo entonces se le cae un anillo que se acaba de sacar del dedo. ¡¡NOOOO!! Grita. Miramos en el piso como quien observa el mar y no vemos a dónde ha ido a parar. Perceval, completamente enloquecido, se tira al suelo y empuja todos los muebles de la sala. No aparece el anillo. Quedan 17 minutos. Vete, le decimos, cuando lo encontremos te lo mandamos a Trujillo. Pero Perceval grita NO NO NOOOO mientras aparta el escritorio de Lucho, el porta abrigos, mi bicicleta. Parece que se le ha escapado de las manos el Santo Grial. Yo aprovecho para ir a mi cuarto y traer perfume. Mientras Perceval busca yo le voy rociando la cresta para que no apeste a alcohol y lo dejen embarcar. Le cae un poco en la cara y se queda ciego y grita, pero sigue buscando a tientas. ¡Carajo, es el anillo de mi abuela!, dice, es lo único que me queda de ella. Faltan 13 minutos. Por fin lo encuentra entre dos losetas y grita de alegría. ¡MI ABUELA! ¡MI ABUELA! Tiene los ojos rojos, ya no sabemos si por el perfume o por la emoción. VETE, carajo. Nos abraza, coge su maletín y baja corriendo las escaleras. ¿Llegará? Maldito Perceval. Malditos cuentos medievales. ¿En qué habría estado pensando su viejo? Al final solo era un borracho y un loco. Un borracho con un anillo y un recuerdo. Un recuerdo y una convicción. Sí, me digo, tal vez también un caballero.

jueves, 7 de noviembre de 2013

jueves, 31 de octubre de 2013

El Superba

EL SUPERBA, este histórico bar inaugurado en 1929 en la esquina de Petit Thouars y Javier Prado, no se llama Superba porque se le haya caído la R de Superbar. Pero supongo que esa historia ya la conocen así que, para quienes no sepan el porqué, lo contaré al final (más pendejo mi gancho narrativo xD). Mientras espero mi apanado con tacutacu, veo los viejos recortes de periódicos pegados en la pared. Siempre he querido sentarme en esta mesa para poder leerlos, pero hasta ahora nunca pude porque venía con una sarta de borrachos. Ahora sin embargo, estoy solo, así que cojo mi vaso de chela y me paro a leer. En una foto sale Alfredo Bryce comiéndose un apanado con tacutacu como el que yo espero. "El Superba nunca muere" dice otro. Pienso: putamadre, este bar existe desde 10 años antes que el mismo Bryce naciera, desde antes de la segunda guerra mundial. Un bar que tiene la misma edad que Julio Ramón Ribeyro.

Es el último mediodía de octubre. Ha salido el sol y yo he cobrado. Vengo de dictar clases. Justo esta mañana les he leído a mis alumnos un cuento de Bryce: "Con Jimmy en Paracas". Les ha gustado a los cabrones. ¿De qué se trata? les pregunto con el plumón en la mano. Me dicen: De un viaje a Paracas. Anoto en la pizarra. De un niño al que le gusta viajar, de Jimmy. ¿Eso es todo? carajo, ahora sí me saco la correa. No, profe, trata de un niño que observa a su padre. Vamos mejorando. Martín me trae una cerveza y más cebollita con ají. Ahora ya no estoy en el Superba. Escribo esto desde mi casa pero un amigo (el más wasca de todos mis amigos) Ricardo me acaba de llamar para seguirla. Le he dicho que puedo volver al bar en 4 minutos porque vivo a 3 cuadras. Presiento que en media hora estaré allí así que hagamos como que sigo en el bar y esto es solamente un breve oasis de sobriedad.

Esta mañana para ir a clases he pasado por el barrio Marconi, aquel lugar que Manongo y Teresita recorrían en No me esperen en abril. A veces paro en una bodeguita de ese barrio y desayuno en la esquina para sentir que mi vida es la novela que otra persona ha escrito.

Bueno, parece que ya se me subió la chela así que interrumpiremos este texto xD. Pero lo prometido es deuda: El Superba se llama así porque sus fundadores son italianos de Génova y a Génova le dicen "Génova, la Superba" que significa "Génova, la soberbia".

Pero ya basta de etimología, vayan y pidan un tacutacu con apanado y una docena de chelas a mi nombre. Pregunten por Adolfo, por Martín y me timbran que yo en 4 minutos estoy ahí.

martes, 29 de octubre de 2013

rockstars

Es como estar viendo su cerebro. Estoy sentado en la butaca del teatro mirando el escenario. Veo los tablones de madera, el telón, la utilería, los actores conversando, pero yo solo puedo pensar: esto es el cerebro de Ernesto. Si los actores dicen algo, si de pronto uno de ellos besa a la chica de pelo corto, es porque Ernesto le ha dicho: ahora debes decir esto, ahora debes besar a la chica de pelo corto.

Ernesto fue mi pata en la universidad y me parece que ya entonces hacía teatro, pero luego le perdí el rastro y esta es la primera vez que vengo a ver una de sus obras. En las butacas de al lado veo a otros amigos de aquellas épocas. Algunos están más gorditos. Otros están iguales pero mejor vestidos o acompañados. Se ríen. Les gusta la obra. Yo también me la paso bien pero no logro distraerme de esta idea: Lo que estoy viendo no es solo un montaje teatral sino el engranaje cerebral y emocional de mi amigo. Es como si él me hubiese dicho: "Pierre, toma estos pases gratis para que vengas a sentarte dentro de mi cabeza".

Me refiero a que a pesar de que durante años nos cruzamos por los pasillos de la universidad y nos dimos la mano, esta es la primera vez que realmente siento que lo conozco, la primera vez que sé quién es. La obra trata de cuatro pajeros que acaban de terminar el cole y tienen una banda de rock. Casi toda la historia se desarrolla en el estudio donde se juntan a ensayar, chupar y hablar esas luminosas pendejadas que solo saben hablar los adolescentes. No es la obra del año, pero es un cague de risa. Los diálogos tienen esa frescura y autenticidad de las cosas que escribimos sin otra pretensión que la de divertirnos mientras le vamos dando a las teclas.

Pero lo que personalmente me conmueve, es saber que todas las paltas y pajazos mentales de estos chibolos que quieren ser los próximos Saicos (o al menos Arena Hash), son paltas y pajazos mentales que Ernesto también debe haber tenido cuando descubrió que le gustaba el teatro más que los cursos de publicidad que llevábamos entonces. Lo intuyo, porque son paltas que yo también tuve cuando me descubrí una madrugada escribiendo cuentos: ¿Por qué se siente tan paja inventar huevadas? ¿cómo voy a comer? ¿se asarán mis viejos? ¿tendré talento de verdad? ¿algún día firmaré un autógrafo? ¿tendré groupies? ¿conmoveré a la gente? ¿cambiaré sus vidas? ¿llevará alguien mis libros en el bolsillo trasero de su jean? ¿tiene sentido hacerlo? ¿Por qué carajo me pasa esto a mí?

Mientras veo a esos chicos tocar la guitarra, enamorarse, putear porque el grupo se tiene que separar, preocuparse porque sus viejos los joden para que estudien carreras de verdad, me dan ganas de subirme al escenario a abrazarlos y decirles: malditos ilusos, chibolos de mierda, pajeros soñadores. Presiento que hacerlo sería como abrazar a Ernesto, puta madre, sería como abrazarme a mí mismo.

Salgo del teatro emocionado. Camino por Larco sintiéndome como un adolescente baboso que cree que va a cambiar el mundo. Sostengo la sensación todavía por unas cuadras más. Y cuando ya empieza a desvanecerse, a desaparecer, recuerdo que nada es ficción, recuerdo que acabo de ver una obra que Ernesto ha escrito y que yo mismo estoy tejiendo una en mi cabeza.

Me acomodo el saco y murmuro: tal vez no estuvo tan mal ser un poco iluso, Ernesto, un poco baboso. Nuestros viejos putearon, nos faltó la plata, todavía no tenemos groupies siguiéndonos como a los Beatles. Pero vamos, escribimos nuestras historias y conseguimos que alguna gente se acercara a escucharlas. Creo que en el fondo, eso era todo lo que necesitábamos para sentirnos rockstars.

jueves, 24 de octubre de 2013

Los calatos

Tengo este grupo de amigos con los que me junto a leer cuentos. Nos llamamos los calatos en combi. Alguna vez planeamos tomarnos una foto calatos en una combi. Conseguimos calatearnos pero no conseguimos la combi. El resto es historia. La cosa es que al comienzo éramos muy pobres. Éramos tan pobres que andábamos por Quilca y, entre casi diez que éramos, nos alcanzó apenas para una botella de Magdalena Queirolo y una bolsita de chancays. Rotábamos el vino en un minúsculo vasito de plástico y dividíamos los chancays como Cristo. Ahora que lo recuerdo, no era ni siquiera un Magdalena Queirolo sino uno más barato que sabía a chicle y pintaba la lengua. Bueno, eso fue hace diez años. Ahora tenemos dinero. Seguimos escribiendo pero ya no bebemos porquerías ni comemos chancays. Tenemos reuniones mensuales y cada uno llega con una botella de pisco, un havana para los mojitos (el trago oficial del grupo), un six pack de chelas o algo parecido. La última reunión ha sido el sábado en mi casa. Estaban todos muy emocionados porque esa tarde todos habíamos llevado nuestros cuentos al concurso. La emoción se tradujo en trago y alimentos. Hago un recuento de lo que había sobre mi mesa: una botella de chuchuhuasi, una jarra de jugo natural de fresa, 2 havana club, 1 cartavio y 2 six packs de pilsen. Pero espera, escucha lo que había para comer: De entrada, frescos espárragos con salsa de limón y ajo, 2 baguettes y crema de queso, bocaditos varios. Y el plato fuerte de las tres de la mañana: atuncito encebollado con tomate y ají, acompañado de una generosa guarnición de arroz salpicado de pimientos y choclitos. Bueno, tal vez el atún te parezca tela, pero un borracho a las tres de la mañana, vendería la silla de ruedas de su abuela por mucho menos. Ya, bueno, la cosa es que cuando llega la hora de cocinar y comer, todos estamos tan wascas que extraviamos el glamour y volvemos a ser los chicos pobres de Quilca. Yo reparto platos vacíos y lanzo la olla arrocera y la fuente de atún sobre la mesa. ¡Sírvanse, chacales! les digo. Todos saltan sobre la comida como dobermans. Poco les falta para coger el arroz con las manos. Cuando en la olla no quedan más que 4 granos y medio choclito, regresan a sus sillas y mastican en silencio, vierten espesos chorros de crema huancaína sobre sus platos. Finalmente, esta escena: alguien arranca un pedazo de baguette y, como si fuera una esponjita scotch brite, lo refriega contra las paredes del pote de crema de queso y se lo lleva a la boca. Una de las chicas dice: "Puta madre, los productos mejoran, pero nosotros seguimos igual". Efectivamente, somos la misma huevada de hace diez años. Nos reímos. Yo los miro y pienso: bueno, al menos nuestros cuentos han mejorado. Nuestros cuentos y la calidad del vino y el queso. Solo por eso voy a tolerar, no... corrijo, voy a ser feliz viéndolos comer como puercos del armagedón

miércoles, 23 de octubre de 2013

Tal vez estamos envejeciendo

Karen es mi mejor amiga. Lo que llamamos amistad, usualmente consiste en vagabundear por las calles de Miraflores, conversando y adquiriendo latas de chelas en puntos aleatorios. Si la vida fuese un vídeo-juego, nosotros seríamos como Donkey Kong y el otro monito haciendo checkpoint en grifos y supermercados: un par de latas en el Vivanda de Pardo, un par en Schell, otro par en Vivanda de Benavides, tal vez una en el Piers o Berlín, que diablos. Bueno, la cosa es que hoy quedamos en vernos, pero como yo estoy hasta el tope de alcohol, le digo: Karen, ¿podemos tomar un café esta vez? Me dice: Perfecto, yo también estoy en plan cero chela. Así que quedamos en el Kennedy. Pero como ella se tarda, me siento en una banquita a leer el manuscrito de su nuevo poemario que me ha mandado por la tarde. Me siento a leerlo bajo un árbol de gatos. Ya me habían contado que los gatos del parque forman pandillas y suben a anidar a los árboles como monos. Me lo habían contado pero nunca lo había visto. Él árbol que tengo a mi derecha no mide más de 3 metros pero carga -hasta donde alcanzo a ver- con ocho mininos. Cuelgan de las ramas como gordos racimos de uvas en una parra. Racimos que maúllan. Yo también les maúllo MIAWWWWW MEAOOOW. Uno me mira fijamente pero a la mayoría le vale verga mi maullido. Sigo leyendo los poemas. Por fin Karen me mensajea. Quedamos en un cafecito frente al María Angola. Me dice que nunca ha estado ahí. Yo le cuento que aquí estuve una vez, tomando cervezas con Fernando, antes de un concierto de Molotov. Ahora sin embargo, no hay una sola cerveza sobre la mesa. Pedimos dos cafés, un tamalito, una salchipapas especial para compartir y un jugo surtido. ¿Qué nos pasa? le pregunto ¿Qué diablos hacemos tomando jugo surtido a las 9 de la noche? Karen se ríe. Me dice: tal vez estamos envejeciendo. Asustados, postulamos otras teorías: ambos atravesamos días felices como Richie Cunningham y Fonzie. Las endorfinas hacen pogo suficiente como para alborotar lo que antes alborotábamos con alcohol. Pagamos. Caminamos un rato más y luego nos despedimos. La dejo en casa de su chica. Yo me voy en busca de mi bicicleta que he dejado atada frente al Pacífico. De camino, cruzo nuevamente por el parque y paso junto al árbol de gatos. Me veo a mí mismo en la banquita, leyendo el manuscrito de Karen y maullando a los gatos. Entonces siento algo como una visión del futuro y digo: No, Karen, nosotros no vamos a envejecer. Algún día usaremos bastón, claro, y necesitaremos lentes más gruesos, y se te caerán las tetas y yo compraré viagra para hacerle el amor a mi mujer. El tiempo, como un remolino, me arrebatará la cabellera y a ti los dientes. Tal vez un día le acariciaré la cabecita a uno de tus nietos y tú le comprarás un balde de legos al mío. Nuestra diversión máxima será perseguirlos por el jardín, a lo mejor con un gajo de naranja entre los dientes, y no habrá latas de chelas ni caminatas sino tal vez parrillada familiar y media copa de vino, pero mientras sigamos leyendo nuestros últimos manuscritos y le maullemos a los gatos, la vejez será apenas un traje en el ropero de la vida, un traje que los días nos pondrán en la espalda como un atardecer, pero que nosotros nos sacudiremos cuando se nos dé la gana.

martes, 22 de octubre de 2013

Pacto

Mi primo y yo hemos hecho un pacto: el primero que le joda la paciencia al otro, le debe abonar 50 céntimos como reparación civil. Al comienzo dijimos 1 luca, luego 20 céntimos, al final, quedamos en china. La idea fue de mi primo que está haciendo su tesis y necesita calma y tranquilidad. Como nuestros escritorios están en la sala y la sala es chiquita, lo usual es que de rato en rato la tensión llegue a un punto crítico; y entonces, alguno de los dos se para y le pega al otro en la cabeza con una cáscara de plátano, o lo hace caer de la silla, o le corta un poco de pelo, o agita la correa como una hélice a medio centímetro del cráneo o se pone a gritar como Bruce Lee dando karatazos al aire. Somos como primates. Suele ser divertido, pero ahora, como este salvaje necesita terminar su tesis, ha propuesto esta medida de emergencia. El pago debe hacerse al primer contacto: un golpe. Un golpe: 50 céntimos. Ayer antes de dormir me dice: Putamare, cuando trabaje y gane plata, te voy a pagar por adelantado para poder gomearte un buen rato. Yo me río de sus locas ilusiones. Pero entonces recuerdo que yo sí trabajo y que puedo tranquilamente gastarme 5 lucas en reventarlo un poco. Meto la mano a mi bolsillo y cuento mis monedas y billetes. Primero digo: pucha, con estas cinco lucas podría patearle el rabo unas 10 veces. Y luego digo: ala, pero con estas 20 lucas podría cazarlo como a un jabalí, y luego veo a Basadre asomar en el billete azul y me brillan los ojos con locura: Con esto, me digo, con esto puedo llevarlo rodando por Bajada Balta hasta la playa, puedo perseguirlo a chicotazos por toda la Arequipa, puedo atarlo de manos y pies y soltarlo en medio de la vía expresa, puedo prenderle fuego a su cama mientras duerme. Me empiezo a reír como una bruja agitando su caldero. ¿De qué te ríes? me pregunta mientras se mete bajo sus colchas. Nada nada, le digo, duerme, más bien ¿has visto el kerosene? Sí, me dice, creo que está en el baño ¿por? Nada, es que quiero limpiar mis zapatillas.

jueves, 17 de octubre de 2013

otra vida

Acabo de terminar mi cuento para el concurso El cuento de las 1,000 palabras de Caretas. Mañana es el último día para entregarlo. Mi cuento tiene 1,000 palabras exactas. He tenido un orgasmo al terminarlo. No hablo metafóricamente. Hablo de pérdida de oxígeno, contracciones, euforia, la necesidad de encender un pucho e ir por una cerveza. Estoy chupando con mi primo y echando humo. Ser escritor es un privilegio. No sé cómo vive la otra gente. No importa la falta de dinero, las noches en vela, los críticos, la soledad. Puta madre, no escogería otra vida que no fuese esta.

domingo, 13 de octubre de 2013

hablando de ajíes

Tengo las manos empapadas de bermejo zumo de rocoto. He estado ahuecándolos con una cuchara para poder rellenarlos de queso y carnecita. A ratos me salpicaba una gota en la cara y me dejaba una candente herida. El rocoto está molesto porque lo he ultrajado y su sangre me muerde los poros. Ya me lavé las manos, pero eso es como intentar limpiarse fluido radioactivo con un baño de burbujas. Por lo pronto me digo: Pierre, no te vayas a tocar los ojos. Y pienso que tengo la situación controlada, como esa gente que dice "Todavía puedo un par de chelas más" "De aquí grabo el archivo" o "Fuck Elvis, I'm not falling in love again". Pero sé que en algún momento lo olvidaré. Soy un tipo distraído. Cuando vaya por la segunda chela, estaré pensando en si pongo una de canción de Tom Jobim o de Compay Segundo. Estaré conversando con mi mejor amiga y su chica, a quienes he invitado a almorzar rocoto relleno. Probablemente alguno de los tres cuente algo chistoso. Probablemente lloremos de la risa. Entonces me secaré las lágrimas con la mano picante. Olvidaré que en mis dedos se agita furioso el rocoto y me hurgaré todo el globo ocular como un niño lloroso. Al principio solo será una sensación extraña. Pero un segundo después sentiré el despertar de todo su infierno, como hordas de vikingos saltando con espadas hacia el barco enemigo. Gritaré. Gritaré y daré vueltas cubriéndome la cara. Mis amigas me traerán agua (karen no, karen se va a estar cagando de risa). Pero no habrá remedio y solo habrá que esperar a que el incendio lo consuma todo. echarse al dolor, abrir otra chela. Bueno, hay algo que se parece a esto de andar descorazonando rocotos. Pero es sábado, así que mejor dejémoslo allí y digamos que solo estoy hablando de ajíes.

sábado, 12 de octubre de 2013

dos dibujitos para el libro "Mundo Cachina" de mi amigo Augusto Rubio







glutem

Tres días a la semana almuerzo en un restaurant vegetariano. Sin embargo, debo confesar algo avergonzado, que este nuevo hábito no parte de un compromiso de hermandad con el ganado, sino apenas porque los vegetales no me noquean y puedo seguir trabajando tranquilo sin la modorra que produce la ingesta de carne. Es decir, vamos, realmente me dan pena las vaquitas y los pollos y los cerdos, pero si la naturaleza no quería que nos comiéramos a sus hijos, no debió sazonarlos tan rico. Bueno, la cosa es que, cada vez que puedo, almuerzo en este lugar. La comida es realmente rica. Pero hay algo que todavía no me cuadra: los platos, pese a que no contienen un solo gramo de carne de animal, no cambian de nombre. Puedes llegar y pedir: Lomo saltado, ají de gallina, seco de cordero, hamburguesa a la reina, mondonguito a la italiana, cebiche mixto o hasta seco de pato. Por supuesto, el plato no tiene ni lomo, ni gallina, ni cordero, ni mondongos, ni pescado, ni pato. Todo es gluten o carne de soya sazonada y preparada según la receta del plato original. Casi siempre lo tengo en cuenta, pero hoy... hoy lo he olvidado. Y mientras esperaba que me trajeran una "Corvina a la chorillana" mis papilas gustativas y mi mente iban ya saboreando la blanca y suave fibra del pescado, el olor del mar y la feliz noción de saber que vivo en un país de pescadores. Al llegar el plato, se veía realmente bien. El montoncito de cebollas y ajíes amarillos se alzaba como una bella torre sobre "la corvina". Al meterle el tenedor he descubierto la estafa. Ha sido como tomar un avión al caribe y desembarcar en el terminal terrestre de Huacho. Era carne de soya. He tratado de disfrutar el plato pensando en que al menos, hay una corvina que andará por ahí jodiendo con el cardumen y picando fitoplacton un rato más. Imagino y siento su escamado lomo surcar las frías corrientes del Pacífico, rodear un grupo de algas, perderse en el océano. Y trato de mantener esa imagen, para no darme cuenta de la terrible verdad: acabo de pagar 9 lucas para masticar un pedazo de llanta.

viernes, 11 de octubre de 2013

la concha de la lora

2:20 de la madrugada. Apago la compu y entro al cuarto. Mi primo Lucho se despierta un poco ¿Qué fue? pregunta desde su cama. Voy 990 palabras, le digo, me faltan 10 para terminar el cuento, pero lo haré mañana. Desde un bostezo me sugiere esto: Pon como frase final "La concha de la lora" Con eso cierras tu cuento, te dan el Nobel. Calla cachera, le respondo mientras me cubro de colchas. Pero luego recuerdo que fue él quien me regaló la historia del cuento que estoy escribiendo. Una historia tierna y única. Así que pienso: ¿Y si eso de "la concha de la lora" funciona? ¿Y si la idea le ha venido a mi primo como una revelación desde la tierra de los sueños? ¿Podré adaptar el cuento para que esa frase encaje como la última pieza del rompecabezas? Por suerte, también recuerdo que por la tarde este salvaje rompió el vidrio de nuestro mesa de centro con el culo. Recuerdo también que nuevamente vertió mostaza sobre el magistral saltadito de corazones que yo acababa de cocinar. Y me digo: No Pierre, no seas loco, todos tenemos buenas historias, eso no nos quita la condición de orangutanes cuando intentamos escribirlas. Trabaja en ese final. Presiento que me va a tomar un par de días.

lunes, 7 de octubre de 2013

ella lo entrevistaba y yo lo dibujaba





Ciro Vargas Paredes nació en Santa Cruz, Cajamarca, en diciembre de 1950. En su tierra trabajó durante años como agricultor en las chacras: “antes me dedicaba a la siembra de papa, maíz, arvejitas…” señala. Sus manos coloradas, húmedas y con nudillos gruesos confirman lo que dice: ha sido un hombre trabajador. Le gustaba esa vida, pero un día decidió venir a Lima y buscar otro trabajo. Caminando por Quilca descubrió un papel pegado en la pared: “SE NECESITA MESERO”. Al subir la pequeña gradita del local no pensó que se quedaría casi 30 años allí. Era 1984 y 12 años antes, el ferreñafano don Luis Ayudante, había inaugurado el conocido bar “Don Lucho”    leer toda la crónica de Lauraluz

jueves, 3 de octubre de 2013

no debéis temer de lo que escriba

Esta noche he comprado siete libros de poesía. He comprado siete libros de poesía y he tomado veintitrés vasitos plásticos de vino. No los he contado mientras los bebía, pero veintitrés es un número bonito, así que diremos que fueron veintitrés. Ahora ya no estoy tomando vino sino café así que no debéis temer de lo que escriba. Bebíamos vino tirados en el grass bajo altísimos árboles de eucalipto y luego entramos a una sala a escuchar poesía. Era una sala oscura con cómodas butacas que te recibían como una cariñosa madre grizzly sentándote en sus piernas . Éramos veinte o treinta espectadores. Una de las poetas que leía nos quedó mirando y dijo "Que raro es estar en esta sala oscura con gente que viene a escuchar poesía". No recuerdo si hubo risas o silencio pero nos sentimos como si estuviésemos en un cine porno. Yo tenía los siete poemarios en la mochila y de pronto sentí que si mi vieja abría la mochila iba a sacar revistas llenas de calatas. La pornografía del alma. Recordé aquella noche en Quilca cuando pasaba serenazgo en batida y nosotros nos paramos al medio de la pista a gritar: NO SOMOS PUTAS! SOMOS POETAS (que es parecido, pero nunca tanto). Me vi al medio de mi sala diciendo "Viejo, he gastado una parte considerable parte de mi paga en libros de poesía. No sé para qué sirven, pero los necesito". Luego Pablo ha leído un poema sobre las moscas y Mario uno sobre la soledad y todo ha sido explicado. Camino a casa ella me ha hecho recordar los cuadernos de Luchito, así que al bajar de la combi he ido por plumones al supermercado. Estaba cerrado. He detenido mi nariz contra el vidrio. Volveré mañana. Los barcos tienen nombre de mujer. Los tornados también. Hay un verso de Pavese ¿lo recuerdas? Tengo 7 libros de poesía sobre el escritorio. No es una buena señal. Mi padre y mi madre me miran desde lejos. Como en el final de un cuento de Carver: mi vida va a cambiar, lo presiento.

miércoles, 2 de octubre de 2013

gajes del oficio

Cuando termino un dibujito en la animación, tengo que agruparlo y ponerle nombre para poder darle movimiento. A veces los nombres van de acuerdo a la imagen: lápiz, perrito, señor caminando, pelota rebotando, sánguche mordido. Pero a veces, la mañana me agarra medio eufórico y en vez de poner nombres adecuados como: "grupo de gente corriendo", le pongo: "todos se van pal chingao". Hay otros símbolos llamados "eseconches", "OHHH DEMONIOSS" o "la caja de cartón más chévere del universo". Puedo dibujar una manzana y ponerle tu nombre. Puedo dibujar un árbol y llamarlo casa. Ahorita, por ejemplo, mientras dibujo una silla azul y escucho a Pavarotti cantar Nessum Dorma a todo volumen por décima vez, he tenido que nombrarla "Dilegua, o notte!". La silla que está a su costado se llama "Tramontate, stelle"

Vallejo


Entre 1920 y 1921, Vallejo pasó 112 días en una cárcel de Trujillo, injustamente acusado de agitador e incendiario. Algunos poemas de Trilce (probablemente uno de los poemarios más importantes de la literatura universal) respiran el aire deaquella lóbrega celda. La primera edición del libro se imprimió en 1922 en los talleres de la Penitenciaría de Lima (donde ahora queda el Sheraton). El libro costaba 3 soles y tenía en la portada un retrato del poeta hecho a lápiz.



martes, 1 de octubre de 2013

el afilador de cuchillos

Al llegar a casa veo al afilador de cuchillos paseando por mi calle. Es un señor que luce como una larga tira de charqui con bigote y gorrita. Nos miramos de acera a acera. ¿Cuánto?, maestro. Levanta dos dedos como haciendo el símbolo de la paz. Espéreme, ahorita bajo. Subo la bici y regreso con mis cuchillos: el grande y el chiquito. Que sean dos por tres soles pe'. Listo. Meto la mano al bolsillo: tengo 2.90. Me debes para la próxima. De la conches. Mientras pisa la rueca le pregunto cosas: Señor ¿cuánto le dura la piedra? ¿Dónde la compra? ¿Cuánto cuesta la piedra? Las chispas comienzan a salir. Esta me costó 350, la compré por la avenida Argentina, la firme cuesta 700 pero dura más de 3 años. Ahhh ¿y en cuántos distritos afila? Uhhh, yo me voy de Lince a Santa Catalina, a San Borja, también me voy por el malecón de Miraflores y llego hasta Surquillo. Voy paseando por varios distritos para dar tiempo a que se desafilen los cuchillos pe'. La máquina silba como un pájaro que huye. Los rojizos dedos del afilador pasean el metal sobre la piedra rodante. Sé que el aluminio debe estar muy caliente por la fricción, sin embargo sus dedos aguantan como si con ellos hubiera forjado el sol. Listo, dice por fin y me los entrega. Brillan peligrosos. Ya no parecen cuchillos sino escamas de dragón. Subo a casa y empiezo a picar tomates y ajíes para el atún. Mientras pico, pienso en la ruta del afilador y en todos los filos que va repartiendo por Lima. Seguro que la gran mayoría sirven para picar papas, filetes y limones para limonada, pero quién sabe si también ha afilado algunas locuras y algunas muertes. De pronto recuerdo aquella historia que me contó un amigo sobre un colchón y un cuchillo. Este amigo vivía con otro chico y ambos se habían vuelto adictos a la cocaína. Un día mi amigo decidió dejar la coca así que compró un buen pocotón de marihuana y se encerró en su cuarto a desintoxicarse y escuchar música. El segundo no lo consiguió. Le siguió dando a la coca y se puso cada vez más loco. Al final decía ver minúsculos bichitos que flotaban en el aire y que le salían por debajo de las uñas. Se paseaba por la casa con la cabeza envuelta en un polo y rociando spray desinfectante. Mi pata llegaba a la casa y no podía respirar: ¡estás loco! gritaba ¡deja de rociar esa huevada! ¡aquí no hay bichos! Pero el chico le mostraba la mano abierta y le decía, míralos, aquí están. Me cuenta mi pata que una mañana muy temprano siente que la puerta de su cuarto se abre de una patada. No acaba de salir del sueño cuando se topa con la pesadilla: su amigo está parado en la puerta de su cuarto y agita un cuchillo en la mano: ¡¡¡LOS ENCONTRÉ, HUEVÓN!!! grita ¡LOS ENCONTRÉ!. Mi pata no atina a decir nada. Piensa: ¿QUE TE PASA, LOCO?, pero solo lo piensa, de su boca no salen palabras. De pronto siente la mano de su amigo que lo jala y lo lleva hacia el otro cuarto. En el piso hay un colchón completamente destripado a cuchillazos. Le saltan los resortes y el relleno. Su amigo se tira al piso y levanta pedazos de huaipe y se los muestra: ¡AQUÍ ESTÁN! MIRA ¡LOS ENCONTRÉ! ¡ENCONTRÉ SU NIDO! Mi pata no dice nada, solo observa. Unos días después, se muda. Su amigo termina en una clínica de rehabilitación o en manicomio, no recuerdo. Fin de la historia. Me pregunto si el afilador habrá afilado ese cuchillo o si, en todo caso, presiente que al ritmo de su pedal y su piedra se tejen historias como esta. En eso estoy pensando cuando mi cuchillo termina de atravesar un tomate y entra impunemente a mi pulgar. Está tan afilado que no siento dolor, pero al instante veo un relámpago de sangre extendiéndose sobre la yema de mi dedo. Lo acerco a mis ojos y observo de cerca. Por unos segundos tengo miedo de descubrir bichitos saliendo de mi piel, pero no hay nada. Me chupo el dedo. Siento el sabor salado y metálico de mi sangre. Después cubro la herida con un pedacito de piel de cebolla. Sigo preparando el almuerzo.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Bajo un árbol de moras

Cuando era chiquito me partieron la cabeza bajo un árbol de moras. Cuando ya era grande, besé a una chica bajo un árbol de moras. Entre ambas historias, pasaron más de veinte años humanos. A ratos sin embargo me parece que fueran veinte minutos. Me partieron la cabeza cuando tenía 8. Estaba en el patio del colegio esperando a que la movilidad viniera por mi. Mientras tanto, tirábamos piedras a un árbol de moras. Éramos muy pequeños pero lanzábamos las piedras con una euforia y puntería digna de los primeros cazadores de mamuts. Después, en otros colegios, he bajado a pedradas ácidos tamarindos y esponjosas guabas, pero las moras fueron mi primer alimento silvestre. La cabeza se me rompió porque cuando escuché el claxon de mi movilidad, fui corriendo por mi mochila que estaba al pie del árbol y alguien lanzó un tardío pedazo de loseta. Cuando el monolito cayó sobre mi cráneo y la sangre me empezó a resbalar por las sienes, todos mis amiguitos me rodearon como apóstoles. ¡ES SANGRE! decían. El niño que había lanzado la piedra dijo ¡NO! ¡ES EL JUGO DE LAS MORASSS! pero nadie, salvo yo, quiso creerle. Entre todos me llevaron al lavatorio y bajo el caño vi como corrían mis pobres leucocitos hacia el desagüe. Luego vinieron las monjas y me llevaron a un hospital que estaba cruzando la pista. Ahí me parcharon la cabeza. Cuando llegué a casa con la vincha de esparadrapo, mi vieja pensó que era una broma de mi tío que era médico y vivía en el piso de abajo. Pero no era una broma. Mi tío revisó la herida y dijo que como era pequeña podían coserme o podía dejar que se cerrara sola. Como yo le tenía miedo a las agujas, decidí que se cerrara sola. Hasta hace unos años todavía podía tocarme la cicatriz con los dedos, pero como ya después el pelo me ha crecido como un incendio, ya no la he buscado.

El árbol bajo el que besé a la chica era pequeñito y nos cubría con un sereno confort de choza. Antes de llegar al árbol yo sabía que tenía que besarla. De hecho, antes de llegar a la calle del árbol, yo sabía que tenía que besarla. Vamos, lo sabía desde que la había visto por primera vez en mi vida, pero no me atrevía. Cuando estuvimos bajo el árbol, uno de los dos se agachó a recoger una mora y luego vino el beso. Entonces fue que sentí la piedra y algo que corría como fuego por mis sienes. Quise creer que era el jugo de las moras, como había dicho mi amigo. Pero no era. Cuando el beso terminó, ella me hizo adiós y entró a su casa diciendo que nos veríamos pronto. Yo crucé la pista y sentí como me crecía la vincha de esparadrapo alrededor de la cabeza. Cuando llegué a mi cuarto quise creer que todo era una broma como había dicho mi vieja. Pero no era. Ya no le tenía miedo a las agujas, pero igual decidí dejar la herida abierta y ver qué pasaba. Entre ambas historias pasaron más de veinte años, pero a veces siento que fueran veinte minutos, bueno no ¿qué hora es ya? digamos un par de horas.



jueves, 26 de septiembre de 2013

música en clase

1.
Una de las cosas que me gusta hacer en clase, es poner música antigua cuando les pido a mis alumnos que escriban un cuento. Ellos tiene la cabeza metida en la hoja, pero yo les suelto bajito a Nina Simone, a Bobby Vinton, a Del Shannon, a las Shirelles. Ahorita está sonando That's life de Sinatra. Ellos siguen escribiendo, pero de pronto mueven el pie o la cabeza. Sí, pendejos -les digo mentalmente- esto es música, primero aprendan de la vida, luego podemos aprender a escribir.


2.
Y en eso de poner música en clase estamos cuando les suelto Pink Floyd. ¿Qué disco es ese, profe? El Dark side of the moon, les digo, uno de los mejores discos de la historia. Y luego, como ya he ido agarrando confianza, agrego: "Además, ayer lo vi en una lista de los 20 mejores discos para fumar". Se ríen. Entonces uno de ellos se mete la mano al bolsillo y dice: "Profe, justo acá tengo un..." y saca un pequeño objeto envuelto en maskingtape. Mentalmente todo el salón grita GUARRRRRDAAAAA!!! Él ve nuestra cara de palteados y dice: NOOO!!! ES MI USB!!!, acá tengo ese mismo disco pero en versión DUB! xD Ufffff. Lo ponemos. Suena chévere

domingo, 22 de septiembre de 2013

El Inmortal

Mi tío, a quien llamaremos “El Inmortal” para proteger su identidad, ha pasado los últimos seis meses chupando y durmiendo en las calles. Fue este un invierno cruel ¿verdad? En casa tiritábamos aún cobijados bajo los tigres de la frazada. Cerrábamos las cortinas y tomábamos cocoa caliente agitando nuestro puño contra el viento. Mientras tanto, mi tío, perdido en algún rincón de Lima, recibía la llovizna en el pellejo con la misma cuarteada firmeza del asfalto. Su juerga empezó el día de su cumpleaños, en febrero. Terminó hace dos semanas, en agosto. Mi tío El Inmortal dice: “Cuando se trabaja, se trabaja, pero cuando se chupa, se chupa”. Suelta la frase contento y orgulloso, con el mismo tono que otra gente utiliza para decir “estoy haciendo un máster en negocios”.

Nunca me ha contado cómo ni en qué momento decide que la fiesta ya terminó. A lo mejor es un poco como cuando Forrest deja de correr. Simplemente sucede: amanece en un parque, enjuaga sus legañas con el agua de los charcos, deja la botella y viene a vernos. Siempre llega escuálido y desorbitado como una rana disecada. Nuestra casa le sirve de centro de re-encauchamiento y así lo recibimos. No hacemos muchas preguntas porque a nosotros tampoco nos gustan las preguntas. Dejamos que él nos hable mientras prepara un almuerzo reparador.

No voy a contar toda la historia de mi tío El Inmortal porque, la última vez que escribí un cuento sobre él, se puso un poco loco y me dijo que vaya a escribir cuentos sobre mi abuela (su vieja). No voy a contar del carro que lo ha chancado (a mi tío El Inmortal los carros le pasan por encima sin magullarlo como a Marv en Sin City), ni tampoco voy a contar que acaba de conocer al primer nieto que le ha dado el cachero de su hijo, mi primo. Pero lo que sí quería contar (porque escribir, al igual que beber, es una extraña forma de acceder al conocimiento) es algo que no termino de comprender en su forma de ser y que me maravilla por su parecido con los hábitos de algún bicho que seguro recordaré cuando termine de contar la historia.

Ahí vamos.

 Cada vez que esto de la fiesta perpetua sucede, mi tío pierde todas sus cosas. Es decir, antes de empezar el desmadre, él tiene un cuarto y un trabajo. El cuartito es alquilado y el trabajo va de chofer de combi a guachimán. En su cuarto tiene una cama, algunos pares de zapatos, chompas, un perfume, cepillo de dientes y tal vez hasta una Kolinos en el baño. Pero cuando empieza a beber, se olvida de su trabajo, del cuarto y de sus cosas. Si algún día lo recuerda, no tiene dinero para pagar la renta, así que, antes de ganarse una puteada de la casera, decide abandonar la cama y el cepillo y seguir bailando. Cuando viene a vernos, ha empeñado hasta los dientes. Con suerte, lo que todavía le queda es su dni y una férrea voluntad de no volver a probar alcohol, parecida a la que los mortales experimentamos el domingo por la mañana.

Entonces comienza su proceso de reconstrucción, que bien podríamos musicalizar con una de esas canciones de Survivor que ponen cuando Rocky Balboa entrena.

Se levanta todos los días a las 7am, se lava la cara y prepara una olla de avena quaker con algarrobina. Cuando está lista, nos llama a desayunar. Al ver que no le hacemos caso y seguimos durmiendo, se para en la puerta y nos grita: levántense prostitutos! Finalmente se rinde y también duerme otro rato más. Al mediodía cocina el almuerzo mientras nosotros trabajamos y cantamos canciones como “El hombre que casi conoció a Michi Panero”. A veces le cambiamos la letra y cantamos “lo he pasado bien y casi conocí en una ocasión a mi tío Inmortal ♫”. Él grita: oe no sean pendejos, y sigue picando cebolla. Después del almuerzo se va. El primer día no sabíamos a donde pero cuando lo vimos regresar con un saco en la espalda mismo Don Ramón cuando chambea de ropavejero, tuvimos que preguntar. El Inmortal no responde nada, solo vacía el saco en la sala y nos deja ver lo que trae: tres pares de zapatos viejos, un celular, un reloj y una casaca.

Una vez que todo está en el piso, toma uno de los objetos, digamos el reloj, y mientras nos lo muestra, hace su pregunta favorita: “¿Cuánto creen?” No sé, le digo, diez soles tal vez. No huevón, me dice, tres soles. ¿Dónde? pregunto. En la Cachina. Miro el reloj. Es un reloj de metal, pesado pero tan feo que preferiría pasar la vida preguntando la hora a desconocidos. El celular, que más parece un jabón de glicerina con botones: ocho soles. Los zapatos (dos pares negros y uno blanco como para irse a tonear con Pedro Navaja): quince soles. ¿Y la casaca? 1 sol le digo por joderlo y él asiente. Efectivamente, le ha costado 1 sol. Y es un Puma original, me muestra la etiqueta.

Cada día llega con más cosas y las va acumulando en nuestro pasadizo: celulares de distintos modelos, más pares de zapatos usados, polos, casacas, un destapador, una vieja billetera Lacoste, un anillo de acero y ayer: un estéreo con radio, reproductor de casetes y cds: 18 soles. Estaba palteado porque no se lo habían probado. Puse un disco y escuchamos la voz de Silvio salir de los parlantes: En el borde del camino hay una silla. Funcionaba.

Pero la ceremonia no acaba en la compra. Pues una vez que nos ha mostrado la merca, se pasa el resto de la tarde lustrando los tres pares de zapatos con más cariño, técnica y ahínco que el de las abejas cuando construyen las celdas de su panal. Luego le saca brillo al reloj, le limpia el óxido al destapador y al anillo, encera su estéreo y presiona las teclas de los celulares tratando de descubrir si un aparato de ocho soles puede tener acceso a tv o a facebook.

Ayer lo hemos embarcado en un taxi con todas sus cosas. El re-encauchamiento ha terminado. Ya recuperó su peso y no parece más una rana disecada sino un sapo maduro. Ha encontrado un cuarto en Santa Anita y un trabajo como guardia nocturno de una discoteca. En apenas dos semanas viviendo aquí en casa, ha acumulado tantos bultos que el station wagon se ha ido tan lleno como el trineo de Santa Claus. Le hacemos adiós desde la puerta.

Esto es lo que pienso mientras veo al taxi alejarse de mi calle:

Todas esas cosas volverán a perderse un día. Una a una, regresarán a la Cachina cuando El Inmortal decida que ya es hora de una nueva fiesta de seis meses. Es como ver a Sísifo empujando la piedra hasta la cima de la colina para verla caer de nuevo, o como pensar en Prometeo atado a la roca del Cáucaso esperando que el águila de Zeus venga a devorarle el hígado que todas las noches le vuelve a crecer.

Pero lo más extraño, oh demonios, es que estoy seguro que mi tío también lo sabe. Sabe que lo que lleva a cuestas lo acompañará solo una parte del camino. Y sin embargo, esa noción de que todo perece o escapa de nuestras manos (de las suyas incluso con mucho más velocidad), no detiene su emoción al buscarlas, encontrarlas y tratarlas con cariño mientras las lleva consigo.

Le decía el otro día a unos amigos mientras chupábamos al borde de mi biblioteca: Miren todos estos libros viejos. Cada uno me recuerda a alguien, la historia de dónde lo compré, quién me lo regaló o dónde lo leí. Y sin embargo, el día que yo me vaya, alguien los venderá al peso y volverán a Amazonas donde otro chico como yo y otra chica como tú los encontrarán emocionados.

Puteamos al destino, nos reímos y seguimos chupando en silencio. No sé si mis amigos están pensando en esto mientras le dan un trago a su cerveza, pero yo recuerdo a las personas que he perdido. También son como libros, zapatos blancos, relojes feos, casacas de un sol, estéreos de los que brotan canciones maravillosas. Llegan, los cuidamos y un día los perdemos.

Es una idea terrible. Trato de desahuevarme y fluir como mi tío El inmortal. Intento convencerme de que la piedra de Sísifo no es aquella carga imposible que se nos escapa de las manos. Trato, en cambio, de recordar el mito que cuenta que aquella piedra es el Sol y que necesariamente debe irse para volver más tarde a sentarse en mi ventana. Pienso en nuestros hígados y nuestros corazones regenerándose sin miedo al águila de Zeus. Pienso en el invierno, en las calles de Lima, en la llovizna, pienso en los sapos y las ranas, pienso en la Cachina como una gran metáfora del mundo. Y pienso en mi tío El inmortal. Pienso sobre todo en él, como un río que todo lo recibe y todo lo deja ir. Veo su taxi alejarse e intento contagiarme un poco de su vida. Sé que si no lo consigo, voy a quebrarme, voy a partirme en dos, justo ahorita, mientras mi corazón recuerda todo aquello que alguna vez encontré maravillado, aquello que durante un tiempo sostuve con fuerza entre mis brazos y que luego tuve que abandonar en alguna habitación a la que no pude volver más.


lunes, 2 de septiembre de 2013

colegios chinos

Así que estoy en el cumpleaños del Equis. A ratos me quedo solo porque he llegado temprano y al único que conozco es al Equis y a su novia. Pico pasas con maní. Reviso su colección de vinilos. De pronto llega este chico que me cuenta cosas. Dice que me conoce de antes y yo también lo reconozco pero no tenemos ni puta idea de dónde. Pero eso no es lo importante. Lo importante es lo que me cuenta. Me cuenta, por ejemplo, que estudió en un colegio chino. Según él hay tres colegios chinos en Lima: el de los ricos, el de los menos ricos y el suyo. Él no es chino pero de chibolo era berraco y dice que una vecina le dijo a sus viejos que en ese colegio no creían en Willie Colón ni en eso de "árbol que nace doblao jamás su tronco endereza", así que lo metieron de cresta. Me cuenta que todos sus compañeros eran chinitos pero se llamaban Pedro, Andrés, Jorge. Dice que él les decía "Oe, tú eres chino, has nacido en China, tu viejo es chino, tu vieja es china, no me jodas con que te llamas Pedro, ya, suelta la cachanga". Entonces sus amiguitos les decían sus nombres de verdad: Chen, Liu, Feng, Chinji, Naruto. En el propio colegio les habían sugerido que usen otros nombres para que les sea más fácil socializar. ¿Qué carajo? Por ejemplo ¿tú cómo te llamas? Chun Li. A la mierda, ahora te llamas Carmen. No contaban con Nintendo y Capcom. Si yo hubiese conocido a una niña llamada Chun Li, no me hubiese sido difícil socializar con ella. Probablemente hasta me hubiese enamorado. Chun Li significa Bella Primavera y su nombre me recuerda, además de mi infancia, un agudo grito y patadas giratorias de cabeza. ¿Por qué habría de llamarla de otra forma?

jueves, 29 de agosto de 2013

miércoles, 28 de agosto de 2013

Como si el huracán viajara sobre rieles de diamante

Cuando hace un mes, mis amigos me preguntaron cómo me imaginaba que sería dictar clases, yo -que estaba tan emocionado como un perro al que le van a pagar por hablar de huesos- les respondí: "Como una mezcla de La sociedad de los poetas muertos y Escuela de Rock". Rieron hasta el llanto. Parecía que me habían preguntado ¿Cómo te imaginas el África? y que yo les había dicho "Una mezcla entre Los dioses deben estar locos y Tarzán". Pobre hombre, me dijeron mientras me palmeaban la espalda, pero está bien muchacho, está bien que vayas con esos ánimos. Tarde o temprano descubrirás que es más bien como emprender el Proyecto Gorilla. Bueno, el jueves pasado di mi primera clase. Leímos "Los Merengues" que es uno de mis cuentos favoritos de Ribeyro. Apliqué Pavlov y les llevé merengues genuinos para los que participaran. Funcionó, aunque llenaron el salón de migas. El viernes pasado, como dándole la bienvenida al fin de semana, leímos "La venganza de los malditos" de Bukowski. Toda la vida había querido leer a las nuevas generaciones aquella línea del vagabundo que se despierta a mitad de la madrugada y grita: "DIOS ES UNA NEGRA LESBIANA DE 180 KILOS". Fue hermoso, al menos para mí. Pero no todo es tan chévere. Por ejemplo, siempre empezamos las clases leyendo un poema. El lunes leímos "La sonrisa de Leonardo es una rosa cansada" de Eielson. Cuando terminé de leerlo (una alumna inició la lectura pero a la mitad dijo que era muy largo y me pidió que la relevara), colapsaron, pero no en el buen sentido. Aaaaala dijeron, nooo, demasiado triste. Yo quería hacer la del exorcista y sacar mi agua bendita, pero me contuve. Les pregunté por qué les parecía horrible: muy depre, todo mal, dijeron. ¡Pero las imágenes! les digo ¡las imágenes! Conversamos sobre el tema. Les muestro Guernica de Picasso, el autorretrato de Van Gogh con un parche en la oreja. Un bombardeo, un órgano cercenado. Tampoco debe ser divertido cortarse una oreja les digo; y sin embargo, miren el cuadro. El sufrimiento se ha transformado en otra cosa. Por eso el cuadro sigue aquí 100 años después de que lo pintaron. Luego como que quieren darse cuenta y se ponen a releer el poema. Todavía les parece una montaña densa y pesada pero ahora, al atravesarla, empiezan a recoger piedras, cosas que les llaman la atención en el camino. De pronto uno de ellos lee un verso en voz alta: “como si el huracán viajara sobre rieles de diamante”. Es uno de mis versos favoritos. Dibujo sobre la pizarra un enorme huracán, unos rieles de diamante. Nos quedamos mirándolos un rato. Repetimos el verso en voz baja. ¿Qué habrá querido decir? pregunto. Veo sus caras, los escucho. Algo se está encendiendo. Algo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

la monocromática espalda

Después de almorzar con dos viejos amigos a quienes dejé de ver por mucho tiempo, subo en bici hacia Miraflores. Como cada vez que recorro Pardo (una de mis avenidas favoritas en esta ciudad), me detengo un rato frente al busto de Ribeyro. Normalmente solo paso a saludarlo; pero hoy, además, le pido su bendición. En menos de una semana empiezo como profesor y, según me han dicho, dictar literatura a las nuevas generaciones es como ser una ninfómana hablando de sexo ante un grupo de catequistas frígidas. Protégeme Julito, le pido. Les hablaré de ti. Les leeré tus cuentos. Luego sigo pedaleando. No acabo de salir del óvalo cuando veo en una esquina a Charles Chaplin acomodándole la armadura a Depredador. Es una visión que me detiene. He visto antes a ese Carlitos Chaplin agitando su bastón por el Parque Kennedy y he visto también a Depredador lateando por el Jirón de la Unión junto a su pata Alien. Por un par de soles se toman fotos con los niños o los poetas. Pero bueno, ver a Depredador y a Chaplin juntos, es otra huevada. El primero, es un monstruo aterrador, de estatura considerable, lleno de colmillos y greñas. Hay niños que lloran de pánico cuando sus padres (víctimas del cine ochentero) intentan hacer que se tomen una foto con aquel bicho del cual los niños no tienen ni puta idea. Sin embargo, verlo parado bajo los eucaliptos de Pardo, al mediodía, y mientras el personaje más simpático del cine -arrodillado frente a él como una costurera- le acomoda la falda de la armadura, es como ver a un niño ante su mamá en la mañana del primer día de colegio. De pronto a Depredador se le ve dócil, domesticado y ya no da ganas de que venga Schwarzenegger a reventarlo a metralletazos. Una vez que Chaplin lo deja listo, Depredador le palmea cariñosamente la monocromática espalda y se van caminando juntos rumbo al parque, probablemente a meterse en sus personajes y ganarse los frejoles. Es una imagen que me reconforta. Al principio no comprendo muy bien porqué, (ni necesito saberlo) pero de pronto presiento algo. Mientras observo sus disímiles espaldas alejarse, recuerdo la de mis dos amigos que se despidieron de mi unos minutos antes. Uno de ellos, el chato, también se llama Carlitos como Chaplin; y aunque el otro, por supuesto no se llama Depredador, es enorme y a veces suele comportarse como una bestia de otro planeta. Pienso: la amistad debe ser eso ¿no? Solemos creer que se trata de encontrar gente que, por su trabajo, sus hobbies o su forma de pensar, parecen adaptarse al guión de nuestra película; cuando en realidad, se trata más bien de los inesperados personajes que llegaron a nuestra vida cuando, entre el rodaje de una escena y otra, nos quitamos el disfraz y nos alejamos del rutinario plató para echar a caminar un rato bajo los eucaliptos.

jueves, 8 de agosto de 2013

comer como un ser humano

Hay algo que nunca debes hacer cuando alguien cocina para ti: no ir a la mesa cuando esa persona te dice que ya está servido. Y eso es exactamente lo que ha desencadenado el desmadre de hace un rato. Yo ni siquiera iba a cocinar, tenía muchas tareas, pero este pendejo de mi primo jode y jode: cocina dice, para eso vamos al mercado dice, tenemos la refri llena de verduras que luego se pudren dice, será divertido dice. Así que dejo mis dibujos y me pongo a picar cebollas y tomates. Al principio lo hago sin muchas ganas; pero al rato, casi sin darme cuenta (tal vez por el bonito color que toma la tabla de picar cuando le pegan estos escasos rayos de sol), estoy cantando y aderezando la carne como quien baila boleros. Cada tanto me asomo de la cocina a la sala y le digo a Lucho: "se te va a desprender el hocico cuando pruebes esto", y luego "ahora vas a aprender a comer como ser humano", cosas así. Finalmente apago las calderas y llevo los humeantes platos de mi más logrado lomito saltado hasta la mesa. Listo, le digo, sonriente y orgulloso. Ya voy dice él, pero sigue parado frente a su escritorio revisando su diccionario de alemán. Dice palabras en voz alta: Frau, Mann, Mutter, Vater. Trato de no hacer combustión espontánea y me siento yo solo. Le doy la primera cucharada a mi plato. Que bestia, pienso mientras mastico, que maestro que soy. Pero algo me distrae: Lucho sigue revisando su diccionario. Por fin me paro, lo agarro del pescuezo y lo llevo hasta la mesa. Ven ctm. Le quito el diccionario y en la misma mano le pongo el tenedor: Come carajo, le digo. Parece que por fin todo ha llegado a buen término; sin embargo, antes de meter el tenedor a su plato, Lucho se para y saca de la alacena un sobre de mostaza, lo desgarra con los dientes como un cavernícola y antes de probar el lomito saltado en su estado puro, vuelca sobre la carne un obsceno chorro de esa caca de canario. Como yo ya estoy acostumbrado a su adicción a la mostaza, me controlo, pero entonces Lucho decide retar mi paciencia: acerca el sobre a mi plato y echa también un chorro. Ante mis ojos, veo como la mostaza, como el dedo del Rey Midas, expande su vibra y transforma mi lomito saltado en una masa amarilla sin sabor y sin vida. Lo que viene después es lo que sucedería en la jaula de unos chimpancés borrachos: yo lanzo la mitad de mi refresco sobre su arroz, Lucho tira trozos de carne a mi vaso y luego un poco de menestra a la jarra. Finalmente ambos cogemos nuestros platos y salimos corriendo de la mesa. Terminamos de comer parados en dos rincones opuestos de la sala, riéndonos y vigilándonos desde lejos como animales.

sábado, 3 de agosto de 2013

Podríamos titular este post: "Mi primo y Sasha Grey", aunque más me gusta "¡Oh Dios, no tiene cara de puta!" o "Una chica que compra el pan y entra a las heladerías"

Así que mi primo vuelve de la FIL. Cruza la puerta semi-congelado, el fantasma del frío cubre su espalda como una larga escama de hielo. Ha comprado un libro de Hegel, el pensador alemán. Es un libro sobre Filosofía del Derecho. Me lo muestra, orgulloso. Mi primo tiene 22 años y no es un chico gastador, pero acaba de graduarse en Derecho y además está tomando clases de alemán, así que este libro le viene a pelo. Sin embargo lo noto demasiado loco. Algo parecido al éxtasis salpica de sus ojos. Intuyo que no es la emoción por este libro ni la angustia por las 63 lucas que le ha costado y que lo obligarán a comer pan con huevo toda la semana. Lo miro fijamente y por fin la suelta: Pierre, están vendiendo un libro Sasha Grey en la feria. ¡NO! ¡Sí, animal! ¿De qué crees que hable? me pregunta y no se detiene a esperar una respuesta ¡Seguro cuenta cosas de su infancia, de cuando iba al colegio, de las cosas que le gustan para desayunar! ¡Debemos comprarlo! Me contagia su alegría. Parece un niño que acaba de ver un tigre por primera vez y quiere traerlo a su patio trasero. Le pregunto dónde lo vio, de qué color era el libro. ¡Por ahí, era celeste! ¡Pero qué carajo importa el color, Pierre! ¡Te estoy diciendo que hay un libro con historias contadas por la más grande chica del porno de todos los tiempos! Ha perdido la razón. Se da vueltas por toda la sala agitando los brazos. El libro de Hegel yace olvidado en un rincón de su escritorio. Entonces digo algo inocente. Juro que no tengo intención de romperle el corazón. Soy como Bryce en aquel cuento del borrachito escalador: me gusta andarle llenándole la piscina a la gente para que no se estrellen de cresta contra la realidad. Sin embargo, de pronto me escucho diciéndole esto: "No creo, Lucho. De hecho, es probable que Sasha ni siquiera haya escrito el libro”. Lo digo casualmente, distraído, pero entonces observo el cambio en su expresión y me doy cuenta del crimen que he perpetrado. Puedo escuchar su alegría quebrándose como un gran témpano de hielo que se desprende del continente y se hunde para siempre en el océano. Su sonrisa naufraga. Sus ojos se apagan como planetas tragados por un agujero negro. El alma se le cae hasta los tobillos como viejas medias sin elástico. Acabo de darle un terrible sablazo a su adolescencia. Quiero retirar mis palabras, retroceder el tiempo; sin embargo, me doy cuenta de que no es necesario pues su desconcierto dura apenas un segundo. Inmediatamente su tristeza se convierte en arrebato y me grita ¡Ándate al a mierda! ¡Sasha escribe! ¡Escribe poesía! ¡Es una chica inteligente! Le digo que yo no niego eso, pero que me parece normal sospechar que algún tipo en terno haya pensado: “Si publicáramos un libro de Sasha podríamos vender millones, tanto como si vendiéramos sus propios calzones” ¡Cállate! me grita el hijodesumadre. ¡Cállate, blasfemo! Su furia es la misma que yo tendría si me dijeran que mi libro favorito no lo escribió Salinger sino Coelho. Entiendo lo que dices, me contesta un poco más calmado, pero este no es el caso ¡Sasha lo ha escrito! Mientras seguimos la discusión, buscamos fotos de Sasha Grey en Google. En una aparece comiendo plátano. En otra parece que estuviera en nuestro cuarto, sobre la cama de Lucho. ¡Mírala! grita. Es una chica que podría ser tu amiga del colegio, esa que debiste haber convertido en tu novia antes de que fuera una estrella porno, entiendes? ¡Oh Dios, no tiene cara de puta! Esta mujer va a comprar el pan y entra a las heladerías, te digo! ¡Podría ser una abogada de mi estudio! Me convence. Logra convencerme, el animal. ¡Bueno! le digo ¡COMPREMOS EL PUTO LIBRO! ¡Vamos a medias! Ahí se acaba la conversación. Me deja el dinero y esa misma noche viaja a Trujillo para visitar a sus padres. Esto sucedió la semana pasada. La noche en que Lucho va viajando, empiezan a circular los rumores de que Sasha Grey ha venido a la Lima para presentar su libro en la FIL. Dicen (casi no puedo creerlo) que está hospedada en el Marriot. Por facebook circulan memes donde se ve a hordas de pajeros corriendo por Larco rumbo al hotel. Es medianoche. Apenas han pasado tres horas desde que Lucho se fue a la agencia. Calculo que su bus está sorteando las azules y frías curvas del Pasamayo. Entonces decido darle la noticia. Apenas un SMS de 12 palabras: “Sasha ha venido a la FIL, está en el Marriot, allá voy”. Imagino el impulso electromagnético de mi mensaje viajando por el cielo de Lima, cruzando la garita de Ancón y persiguiendo al bus a través el sinuoso camino como un espectro. El celular de Lucho vibra. Lee mi mensaje mientras a su izquierda la luna llena tiembla sobre el Pacífico como una teta. Puedo ver su cara al leerlo: la incredulidad, la euforia, la desesperación contenida. Lo imagino, finalmente, pidiendo permiso a los soñolientos pasajeros mientras se abre camino hasta el baño del bus donde se encierra a descargar su llanto y su deseo.

sábado, 20 de julio de 2013

Me he comprado esta uña de Elvis para tocar la guitarra


Mi viejo en facebook y un kilo de mandarinas

El último bastión de la resistencia ha caído: MI VIEJO SE ABRIÓ UN FACEBOOK. Ver a mi viejo en FB es como ver el capítulo de los Simpsons en el que Homero se mete a la 3ra dimensión y grita: ¡TENGO MUCHAS BOLAS! Me quedo mirando su foto de perfil en la que sonríe a la sombra de unas palmeras y me lleva la cachetada. Sin huevadas. Ver a mi viejo en FB es como cuando el Chapulín Colorado se metía a un capítulo del Chavo; o como cuando los Picapiedra y los Supersónicos se encuentran. Todavía no tiene foto de cabecera pero en su info dice que vive en Puerto Talara. Me gusta que diga "Puerto Talara" en vez de solo Talara porque la palabra Puerto me permite imaginarlo cerca al mar y eso me tranquiliza. Mi papá como que rima con los pelícanos y los meros. Mi papá nos llevaba a la playa y se ponía a dormir debajo de un bote hasta que caía la tarde. En casa trabajaba mucho y dormía poco. Las pocas veces que lo vi dormir estaba debajo de un bote en la playa. Por eso me es difícil imaginarlo en facebook. Facebook se parece tan poquito a dormir debajo de un bote en la playa.

Otra de las cosas que he pensado es: "csmaire, ahora mi viejo va a leer lo que publico aquí. Va a descubrir que cuando le digo que estoy escribiendo es probable que esté trabajando en un cuento o en una de estas pendejadas en las que lo hago rimar con pelícanos y meros. Por ejemplo lo que iba a contar hoy. Tenía que llevar el poemario de mi abuela al edificio de Petroperú para el concurso. Me estoy alistando para ir cuando llegan Jon y Gonza. Cada vez se parecen más a los viejitos peleones de los Muppets. Jon y Gonza son mis amigos pero hoy solo han venido a usar mi casa como zona de trueque. Mi primo Lucho sirve el almuerzo mientras ellos intercambian ramitas y billetes. Lo que Jon ha traído tiene bonito color. Me hace pensar en iguanas piuranas. Gonza me cede un poco de su porción. Luego bajamos las escaleras. Ellos se van a trabajar y yo a dejar el poemario de mi abuela. Antes de despedirnos lanzamos un poco.

Pedaleo. Atravieso en mi bicicleta todas aquellas calles san isidrinas con nombre de flores. El tetrahidrocarbocannabinol repta por mi sistema nervioso hasta el cerebro. En Begonias le pega. Llego a Petroperú y ato mi bicicleta al edificio como si la atase a un enorme árbol. Me siento como Juanito el de las habichelas. Cruzo portería. Coloco el poemario de mi abuela junto al resto como alguna vez hice con mi cuento. Al salir descubro que mi llanta trasera se ha pinchado. Pienso: tomaré un taxi a casa. Lo pienso pero empiezo a empujar mi bicicleta por Córpac. Meto la mano al bolsillo y cuento mi dinero: 6 soles. Tal vez desde Juan de Arona me cobren 6 soles. Sigo caminando. Entonces siento el hambre. Lo siento como un dragón abriendo los ojos dentro de mi estómago. Recuerdo este capítulo de "Mil maneras de morir" en el que el guachimán de una plantación de marihuana tuvo tanta hambre que atrapó muchos grillos, se los tostó, se los comió y se murió. Pienso: "tengo tanta hambre que podría comer grillos tostados". Pero en cambio me compro un paquete de Fochis de pasas.

Cuando estoy en Juan de Arona pienso: mejor llego hasta la Arequipa y ahí tomo el taxi. Compro unas gomitas Mogul para el camino. Juan de Arona es una avenida congestionada pero con gomitas Mogul todo va de maravilla. Mientras camino, repito en voz alta algunos versos de mi abuela. "Mi casa es una choza en el corazón del mundo". Lo digo muchas veces como un mantra. "Mi casa es una choza en el corazón del mundo". Un par de cuadras más allá se me acaban las gomitas así que compro un paquete de Vizzio. Para cuando llego a la Arequipa decido buscar un taxi pero entonces me doy cuenta que ya solo me quedan 3 soles. Me he comido el resto. Mi vaca por unas habichuelas.

Un par de cuadras antes de llegar a casa veo una carretilla llena de frutas. ¿Cuánto está el kilo de mandarinas, señora? Tres soles. Perfecto. Le doy mis últimas monedas y ella me da 8 mandarinas en una bolsa verde. Cuando muerdo la primera siento como si me la hubiese exprimido directamente sobre el cerebro. Mi cerebro es una lengua, mi cráneo un paladar. Cruzo la Arequipa apurado. Siento que la gente me quiere quitar mis mandarinas. Llego a mi casa y entro a facebook. Entro al facebook de mi viejo y lo miro mientras muerdo la cuarta mandarina. Lo miro bajo las palmeras y me pregunto si alguna vez ha comido grillos tostados. Me pregunto qué irá a postear o si cuando me lea entenderá que caminar stone por Juan de Arona puede sentirse como dormir debajo de un bote en la playa. Me pregunto muchas cosas mientras lo miro. Luego despellejo la quinta mandarina y me pongo a escribir.



martes, 16 de julio de 2013

cremas

Hay días en que mi fe en la humanidad es regulada por la forma en que la gente pone cremas a su comida. Por ejemplo, tuve este amigo al que quería mucho pero que le ponía ketchup a todo. No solo a sus sánguches. El arroz verde terminaba rojo, la causa limeña parecía hecha de beterraga, el arroz chaufa era una bandera china. Incluso los platos cuya naturaleza era roja porque incluían tomate en su preparación (como los tallarines a la bolognesa), eran igualmente sometidos al régimen y terminaban luciendo como una escena de "Tu mamá se comió a mi perro". Este amigo mío es un tipo sumamente divertido así que yo me debatía entre privarme de sus chistes o exponerme a la radiación que emitía su plato. Por supuesto, siempre escogía almorzar con él. Lo que pasa es que cada crema como que va con una personalidad; y la de "los locos del ketchup" es: ser niños grandes. Son divertidos. Los de la mayonesa son puercos hedonistas. Los de la Golf: locas indecisas. A los de la Salsa Criolla y el Relish: todo les vale 4 vergas. Los de la Huancaína y la Ocopa: creen que la vida es un almuerzo perpetuo. Y los del Ají, que son mis favoritos, ya se dieron cuenta de que no pueden incendiar el mundo así que se están prendiendo fuego ellos mismos. Luego están las combinaciones. Están permitidas, pero hay que tener arte. Es como hacer malabarismo: mientras más elementos, más difícil mantener el equilibrio. El ají es como el negro en ropa. Va bien con todo. El guacamole, la huancaína y la aceituna son como los peces Betta, no toleran otro a su alrededor. Si escoges un sabor fuerte, quédate con ese. Ponle guacamole esta vez y la próxima vez que vengas puedes echarle aceituna. El mundo no se va a terminar esta noche mientras comes tu sánguche. Tranquilo. Pero sobre todo, recuerda que la peor frase que ha concebido la humanidad no es "me gustas solo como amigo" sino "DÉMELO CON TODAS LAS CREMAS". Si algún día salimos y pides un sánguche con todas las cremas, huiré. Bueno, basta, no tengo ni puta idea de lo que estoy hablando. Solo vine a joder un rato. La verdad es que empecé a escribir esto porque, ahora que me he mudado con mi primo Lucho, soy testigo de como le pone mostaza a todo. Me pasé la mañana cocinando y de pronto veo todo su plato amarillo como la cara de un Simpson. Podía haberle dado tecnopor molido y le hubiese sabido igual. Quería degollarlo. Pero no lo degollé. Me preguntó: ¿Qué es la mostaza? mientras echaba otro chorrito a su plato. Creo que una semilla, le dije. Luego me quedé con el tenedor suspendido, mirando aquella masa amarilla que él tragaba. La miraba a través de mis lentes amarillos. Tras las lunas, mis pupilas bullían como yemas de huevo sobre una sartén caliente.

domingo, 14 de julio de 2013

Vivir a tres cuadras del Superba


Acordarte de eso el viernes a las 11:30 de la noche
Cambiarte el polo
Ponerte uno de rayas negras y blancas
Parecer un presidiario solo para decir
                         ¡Escaparé de esta maldita casa!
Recordar que tu tía, la hermana de tu madre
que te leía fábulas de Esopo cuando eras niño,
vive cruzando la pista
Te apunta como un francotirador
NO SALGAS, NO VAYAS AL BAR
                                    pero no te da
Ponerte el abrigo negro y las medias de lana
creyendo que servirán de algo
como si el frío fuese apenas un cardumen de gotas
                                      que se cuela por los pies
y no esa anguila que se enrosca al corazón
cuando la gente te ve pasar      s  o  l   o       camino al bar
Pensar: voy un rato y vuelvo a dormir
Pensar: me sentaré en la barra
miraré a los borrachos
Meter un libro y una libreta a tu morral
Creyendo que leerás
Creyendo que escribirás
Llegar y recibir la mano
del mozo que te saluda
y que tú sostienes
como una carta que no esperabas
¿Te reconoce? ¿por qué te reconoce?
No hay sillas en la barra
Y sin embargo
queda una última mesa vacía
Una mesa que te espera
como esperaba por ti tu carpeta de colegio
¿hace cuánto fue eso?
¿Importa ahora que el mozo te ha reconocido?
¿Acaso en los restaurantes los meseros te dan la mano?
¿En el colegio alguien te daba la mano?
Por eso prefieres los bares
Prefieres ir y preguntar hasta que hora abren hoy
                                                                   
                                                                   Hasta las 3

Descubrir que olvidaste el morral con el libro y el cuaderno
Putear
Putear
Resignarte
Tomar una servilleta
Sacar de tu abrigo un lapicero negro marca NOVO
el único lapicero del mercado que puede escribir
                                             sobre una servilleta
                                                              sin    des   tro   zar    la
Escribir sobre la servilleta
escribir
escribir
escribir poesía después de tantos
                                         tantos años
Escribir y sentir como llega a ti sin que la llames
como una chica que te dejó y que ahora vuelve
sin decir hola
sin explicar nada
Solo entra a tu cocina
y te prepara tallarines rojos
con hongos y laureles
Llega como el invierno
llega como este tipo que ahora entra al Superba mientras tú
escribes sobre la servilleta con tu lapicero NOVO
Un tipo demasiado parecido a ti
parecido pero más viejo
con una barba salpicada de pequeñas canas
como una fogata que alguien apagó mucho tiempo atrás
Está solo
Por eso también se parece a ti
sobre todo por eso
Te ve escribiendo sobre la servilleta

                   ¿Te molesta si me siento aquí?
                               
                                          No

Pide una cerveza y un sándwich de carne apanada
él también saca una libreta de su saco (de corduroy)
se pone a escribir
“Hoy quité una coma y por la tarde la volví a poner
Fue un gran día de trabajo”
Oscar Wilde – te dice
Eso es lo primero que te dice
tú levantas tu vaso hacia el suyo
No le preguntas su nombre
No lo necesitas
Ves como pone brutales cantidades de rocoto molido sobre su sándwich
brutales cantidades
tiene los ojos llorosos aún antes
de probar el ají
Algo le sucede
pero no le preguntas
A ti también te sucede algo
Por eso estás en el bar
Tal vez él solo ha venido a comer pero
A TI te sucede algo
Pasan las horas
Siguen citando a Wilde
Pero ninguno de los dos pregunta
Nada sobre el otro
Nada
Solo beben y citan a Wilde
Chocan sus vasos
llaman al mozo
vuelven a chocar sus vasos
así toda la noche
luego se van
como dos icebergs
que se han visto pasar desde lejos
y siguen camino
en busca de sus barcos