miércoles, 28 de agosto de 2013

Como si el huracán viajara sobre rieles de diamante

Cuando hace un mes, mis amigos me preguntaron cómo me imaginaba que sería dictar clases, yo -que estaba tan emocionado como un perro al que le van a pagar por hablar de huesos- les respondí: "Como una mezcla de La sociedad de los poetas muertos y Escuela de Rock". Rieron hasta el llanto. Parecía que me habían preguntado ¿Cómo te imaginas el África? y que yo les había dicho "Una mezcla entre Los dioses deben estar locos y Tarzán". Pobre hombre, me dijeron mientras me palmeaban la espalda, pero está bien muchacho, está bien que vayas con esos ánimos. Tarde o temprano descubrirás que es más bien como emprender el Proyecto Gorilla. Bueno, el jueves pasado di mi primera clase. Leímos "Los Merengues" que es uno de mis cuentos favoritos de Ribeyro. Apliqué Pavlov y les llevé merengues genuinos para los que participaran. Funcionó, aunque llenaron el salón de migas. El viernes pasado, como dándole la bienvenida al fin de semana, leímos "La venganza de los malditos" de Bukowski. Toda la vida había querido leer a las nuevas generaciones aquella línea del vagabundo que se despierta a mitad de la madrugada y grita: "DIOS ES UNA NEGRA LESBIANA DE 180 KILOS". Fue hermoso, al menos para mí. Pero no todo es tan chévere. Por ejemplo, siempre empezamos las clases leyendo un poema. El lunes leímos "La sonrisa de Leonardo es una rosa cansada" de Eielson. Cuando terminé de leerlo (una alumna inició la lectura pero a la mitad dijo que era muy largo y me pidió que la relevara), colapsaron, pero no en el buen sentido. Aaaaala dijeron, nooo, demasiado triste. Yo quería hacer la del exorcista y sacar mi agua bendita, pero me contuve. Les pregunté por qué les parecía horrible: muy depre, todo mal, dijeron. ¡Pero las imágenes! les digo ¡las imágenes! Conversamos sobre el tema. Les muestro Guernica de Picasso, el autorretrato de Van Gogh con un parche en la oreja. Un bombardeo, un órgano cercenado. Tampoco debe ser divertido cortarse una oreja les digo; y sin embargo, miren el cuadro. El sufrimiento se ha transformado en otra cosa. Por eso el cuadro sigue aquí 100 años después de que lo pintaron. Luego como que quieren darse cuenta y se ponen a releer el poema. Todavía les parece una montaña densa y pesada pero ahora, al atravesarla, empiezan a recoger piedras, cosas que les llaman la atención en el camino. De pronto uno de ellos lee un verso en voz alta: “como si el huracán viajara sobre rieles de diamante”. Es uno de mis versos favoritos. Dibujo sobre la pizarra un enorme huracán, unos rieles de diamante. Nos quedamos mirándolos un rato. Repetimos el verso en voz baja. ¿Qué habrá querido decir? pregunto. Veo sus caras, los escucho. Algo se está encendiendo. Algo.

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