lunes, 29 de julio de 2019

La historia del nombre "Yo no quería escribir cuentos (solo quería conocerte)"

Hace unos días llegué a una entrevista y lo primero que me preguntó la periodista fue:

Dime Pierre: ¿Por qué le has puesto ese título tan pendejo al libro?

Bueno, voy a contar esa historia
Creo que es una buena historia para el día de la presentación




Me tomó varias semanas acostumbrarme al título de mi nuevo libro.

La frase la encontró Juan Pablo, mi editor, en el texto más antiguo del manuscrito. El manuscrito tenía 119 historias. Yo lo mandé de Planeta sin título porque me resultó imposible encontrar una frase que agrupara tantas historias escritas a lo largo de tantos años. Juanpa escogió el primer verso de la más antigua de todas, que -además- es un poema que escribí a los 24. ¡Hace 16 años! (Ah sí, en el libro hay 2 o 3 poemas, pero les prometo que son chiquitos porque cuando a los narradores se nos da por la poesía más parecemos raperos de la 73).

A mi otro editor, Víctor, no solo le gustó la propuesta, sino que además sugirió agregar también el segundo verso entre paréntesis. De modo que el título quedó así:

“Yo no quería escribir cuentos
(solo quería conocerte)

Cuando llegué a las oficinas de Planeta y vi mi manuscrito impreso con ese titular, se me aflojó el elástico del calzón. Sin huevadas. Me palteé. Dije: no, esto no sucederá. Mi libro no va a parecer el instagram de una adolescente en busca de su Brayan.

Tal vez ustedes recuerden esa sensación de cuando tu vieja (o peor aún: tu hermano o un primo conchesumre) descubría tu diario personal y empezaba a leerlo en voz alta: "Te amo, Ricky, eres el chico más churro del 5to C" xD Bueno, esa es la sensación que tuve. Es decir, no podía negar que yo había escrito esos versos. Eran míos, era mi maldita letra. Pero alguien la estaba leyendo en voz alta y yo quería correr a esconderme al baño.

Escribí ese pequeño poema que ahora abre el libro en noviembre del 2003. Entonces vivía en un piso de Copacabana en Rio de Janeiro, a donde había llegado mochileando después de renunciar a un trabajo aburrido en Lima. Era pobre pero feliz, llevaba el pelo hasta la cintura, almorzaba frijoles y tenía un polo negro que en el pecho decía con letras blancas y enormes: FE. En realidad decía FÉ, con tilde, porque la palabra estaba escrita en portugués. La camiseta era parte de una campaña del gobierno llamada “A camiseta do Brasil”. Yo podría haber escogido entre Fé, Honestidade, Luta, Esperança y Respeito. Escogí FÉ porque tenía 24 años y mi corazón creía en TODO.

Una de estas cosas en las que creía era que lo que impulsaba el nacimiento de mis cuentos, aquellos primeros cuentos, no era el sueño de que algún día me llamaran escritor ni que me hicieran entrevistas o me dieran premios. Ni siquiera el deseo de publicar un libro o escribir una obra memorable. Yo escribía historias para conocer a alguien. Y para que me conocieran.

Es un deseo bastante común en los chicos de 20 años. Toda su energía está volcada a encontrar al otro. Y por eso es que a ratos el título sacado de aquel poema me sonaba como un slogan y no me gustaba. Me parecía que reclamaba mucha atención del lector. Pero les aseguro que no fue un ardid editorial. Simplemente sucede que ni el detergente que lava más blanco que blanco ni las pastas dentales científicamente comprobadas necesitan tanto del marketing como un chibolo de 24 años buscando un lugar donde poner su amor y sus hormonas.

Ahora han pasado ya 16 años. Ya no soy aquel extraño del pelo largo y las razones que me llevan a escribir cuentos casi nunca son hormonales. En cambio van desde escuchar hablar pendejadas a mis alumnos hasta hallar la explicación de la vida en un oso de peluche que canta como Celine Dion. Pero mi editor, que me conoce bien, encontró en aquel manuscrito de 119 historias aquella razón primigenia y me la puso en la cara. Este eres tú, me dijo. Este poema. Es tu ars poética.

Decía Julio Ramón Ribeyro en su diario: "Un amigo es alguien que conoce la canción de tu corazón y puede cantarla cuando a ti ya se te ha olvidado la letra".

Supongo que a mí con los años se me había olvidado la letra de mi canción. Y lo mejor de componer este libro con Juanpa y Víctor es que ambos son mis amigos y pudieron encontrarla y cantármela.

Miguel Abuelo tiene una hermosa rola que se llama “Himno de mi corazón”. Recuerdo que hace muchos años mi pata Fer no solo me la hizo escuchar sino que me la explicó y me dijo por qué, a pesar de no ser una de las más famosas de los Abuelos, era una de las mejores.

“Nadie quiere dormirse aquí, algo puedo hacer”

Es una canción en la que Miguel Abuelo se abre, uno intuye que está revelando quién es, su homosexualidad y lo difícil -pero necesario- que se le hace nombrarla. Es una canción que escarapela la piel cuando piensas de dónde sale. “Nada me abruma ni me impide en este día que te quiera, amor / Naturalmente mi presente busca florecer de a dos”.

Creo que las canciones que son el Himno de nuestro corazón siempre nos asustan un poco. Es como estar cantándolas en el karaoke de la vida. Hace años en la universidad otro amigo (que no era gay) nos confesó entre chelas que su canción favorita era Dancing Queen de ABBA. Desde entonces lo jodíamos porque imaginábamos que la bailaba solito en su cuarto, calato al salir de la ducha. Y aunque por años lo jodimos con eso, reconozco que yo sí he bailado Dancing Queen solito en mi casa. Y he sido feliz. ¿Quién no? Esa canción es un jodido himno de la alegría.

Nací un 22 de febrero, como Drew Barrymore y como Arthur Schopenhauer. Supongo que ahora me identifico más (o al menos eso me gusta aparentar) con el tío Schopenhauer que desea el fin de la humanidad, pero siempre es bueno que me recuerden que alguna vez también fui como Drew Barrymore en Jamás besada.

Aquellos amigos que me han leído desde el comienzo, mi familia, los compañeros de mis primeros grupos literarios: mis queridos K-latos y los inolvidables Heriditos, saben que siempre fui un escritor que se debatió entre la pastrulada y la cursilería de los amores imposibles. Y creo que cuando recorran estas 62 historias podrán decir que están buenas, malas, chistosas o –como decía mi pata Fer- para leer sentado en el wáter xD, pero reconocerán que son honestas. Que estoy en ellas sin pose ni máscara.

Ahora miro el título y me gusta.
Me gusta mucho
Me parece que Juan Pablo supo encontrarme.
Y creo que siempre me va a emocionar mirar esta portada y recordar que
Yo no quería escribir cuentos
(yo solo quería conocerlos)


domingo, 28 de julio de 2019

stickers


Estoy cortando los stickers que voy a regalar mañana en la presentación. Siempre he tenido fascinación por los malditos stickers. De niño los coleccionaba. Tenía un álbum donde los guardaba sin quitarles la lámina que cubría el adhesivo. Tenía stickers de los Transformers, de los Thundercats y hasta stickers comerciales que le regalaban a mi papá en las tiendas de repuestos. También tenía los clásicos ocheteros como el león rompiendo las cadenas y el chibolo meando de espaldas. Quien haya venido a mi casa sabe que la puerta de mi baño tiene más stickers que una combi asesina. Hay hasta memes. La puerta de mi baño parece un muro de facebook. Así que desde que publiqué mi 2do libro mandé a hacer stickers de mis propios dibujitos, a ver si alguien los empezaba a juntar. Y resultó que sí. Mis lectores me mandan fotos de sus laptops, sus cuadernos o el corcho de su cuarto donde tienen pegados al Tiranosaurio de Orientación vocacional, o a mi amiga Natalia B calata montada sobre un león. Ahora que sacamos Yo no quería escribir cuentos (solo quería conocerte), que tiene 62 ilustraciones nuevas, no podía dejar pasar la oportunidad. Así que si van mañana les regalo uno. Y luego ustedes le toman foto cuando lo peguen y me etiquetan. Para ver hasta donde llega mi arte urbano marginal

 





sábado, 27 de julio de 2019

Hoy me invitaron a RPP a grabar un podcast de mi libro. Tenía que escoger 1 de los 62 cuentos y no sabía cuál. No sabía cuál porque no he leído mi libro desde que salió impreso. Es algo que da un poco de miedo ¿saben? Es como subirse de pasajero a un avión que tú mismo has ensamblado con una sola llave de tuercas. No sabes cómo lo has logrado. Solo sabes que ya está listo y que esperas que alce vuelo. Por suerte, Lucía Barja de RPP, que sí ha leído mi libro y hasta tiene sus partes favoritas subrayadas, me sugirió que leyera La lonchera del fin del mundo. Recordé además que la primera foto que vi posteada de un fragmento de mi libro, la vi en las historias de whatsapp de Nicole, que también había escogido el mismo cuento. Entonces dije, vamos con ese. Al leer el primer párrafo, descubrí en mis palabras a mi hermana, con la que hablé esta mañana, y la casa de mi abuela y este pequeño diccionario sopena ilustrado que me compraron mis papás para que aprendiera a leer. Me alegré entonces de estar leyendo esa historia, ahí, en la pequeña salita de grabación de la radio que mi papá ponía por las mañanas antes de mandarnos al colegio. Supe que era la historia correcta. Porque me recuerda de dónde vengo. Me recuerda que fui un niño que no sabía leer. Y al que tuvieron que comprarle libros y cuadernos y -como me cuenta mi mamá- explicarle qué decía en cada letrero que veíamos en la calle porque yo no paraba de estirar mi dedo y preguntarle ¿qué dice ahí, mamá? Contaba hoy mi amigo Umberto la historia de nuestra campeona Gladys Tejeda y las primeras zapatillas que le prestó una vecina para que pudiera correr una carrera escolar. Una carrera en la que terminó 2da, no por falta de velocidad ni resistencia, sino porque las zapatillas le quedaban un poco flojas. Cuenta cómo su mamá, viuda con nueve hijos en una provincia olvidada a 4 mil metros de altura en la sierra peruana, por más imposible que pareciera alentó siempre el sueño de su hija menor que hoy ganó la medalla de oro para el Perú. Pienso en la foto de Gladys, abrazada a su mamá tras cruzar la meta y me digo esto: A veces la parte más bonita de cumplir un sueño, no son los premios ni las palmas, ni siquiera la propia satisfacción de haber cruzado una meta, sino que la persona que luchó para darte ese primer impulso: un par de zapatillas o un pequeño libro, te vea llegando y piense: bueno, valió la pena.



jueves, 11 de julio de 2019

De Morricone a Bad Bunny

Pónganle música a sus cortometrajes, les sugerí a mis alumnos de Guion. Es un truco barato pero úsenlo, apelen a la memoria musical de su público. La primera peli que vimos este ciclo fue Cinema Paradiso. Así que aproveché el bellísimo soundtrack de Ennio Morricone para mostrarles lo sencillo que es moverle el piso al público con una canción. Somos cojudos emocionales, les dije, por eso en los Tambos nos venden ositos de peluche que cantan la canción de Titanic. Fíjense en esta escena de fuga en Corre Lola Corre, cómo un momento de acción se vuelve romántico cuando al fondo Dinah Washington canta What Difference A Day Makes. La desolación de El graduado se vuelve más desoladora cuando Simon and Garfunkel la acompañan con The sound of silence. La risa en las películas de Chaplin nos brota porque el arco de un violín nervioso nos hace cosquillas en la panza. Mis alumnos asentían, sonreían. Los he convencido, pensé entonces. Parecía que desde ya estaban escogiendo las canciones para sus cortometrajes.Ahora es fin de ciclo. Estoy en la sala de profesores con los audífonos puestos. Y mientras mis colegas revisan controles de lectura y pruebas de redacción, yo le voy dando play a tres docenas de cortometrajes en los que nunca falta el Soltera Remix 2019. Otro trago, Te boté, Qué más pues, Fumeteo. De Morricone a Bad Bunny. De Paul Simon a Daddy Yankee. Sech feat Darell, Lunay, Jeday y laconchaTuMay.

miércoles, 3 de julio de 2019

Selfie

¿Alguna vez se han preguntado por qué los escritores salimos en las fotos con cara de que estamos frente al puesto de tamales decidiendo si llevamos uno o dos? Miren a Vallejo nomás. ¿Apagué la terma? ¿Serán los potros de bárbaros Atilas? ¿Seguirá asada Georgette? Les voy a contar el making off destavaina, porque justo ayer me citan de Planeta para hacerme una sesión. Son fotos para promocionar tu libro, dicen. Ven a la librería Book Vivant, dicen. A las 11am, dicen.

Así que yo chapo mi bici y voy. Pero antes me baño, me echo Old Spice y me pongo mi camisa tonera. Diez minutos después, pedaleo por Miraflores más contento que Carlos Vives en su vídeo, porque justo esa mañana mi libro entra a imprenta. Además he salido a doble página en el diario y mi viejo está que compra todo el tiraje de Perú21 para repartirlo a mi familia en Talara. Y pa concha, en una semana empiezan mis vacaciones. Ya no se puede más gozadera. Me emociona además que los de Planeta hayan escogido esa librería, porque justo cuando llego y dejo mi bici estacionada al frente, recuerdo que ese era el parque al que hace 15 años veníamos con Gonza, Karen, Erika y Bruno en nuestros recreos de la escuelita de escritura creativa, cuando éramos jóvenes, cuando no habíamos publicado ni mierda.

Total que entro a Book Vivant y ahí está Henry esperándome con su cámara. A ver Pierre, ponte acá, me dice. Siéntate ahí y haz como que miras libros. Dale.

Estoy sentado frente a la sección de autores que comienzan con H, así que los libros que tengo al frente son de Hornby y de Houellebecq. ¿Cómo chucha se pronuncia Houellebecq? Recuerdo un meme que decía que hay que pronunciarlo como si cantaras una canción de Ricky Martin: ♪ Houellebecq, que sin ti la vida se me vaaa ♫ xD Serán pendejos.

A Nick Hornby sí me lo sé de memoria. Hornby es el tipo de escritor que jamás va a salir en las fotos con cara de que no sabe qué cremas ponerle a su sanguchón. Aparece riendo o guiñando un ojo. Yo soy su feliz lector desde Alta Fidelidad y 31 canciones. Lo seguí con Un gran chico, Cómo ser buenos, Funny Girl, En picado y Julieta, desnuda. Pero el que ahora saco del estante es Fiebre en las gradas, uno que he buscado y que recién ahora encuentro. Abro la contratapa para ver el precio y leo: S/.126 soles. La conchadetutía, Nick Hornby.

Esa es la cara con la que salgo en la primera foto que me inmortalizará. Cara de laconchadetutía. Luego me hacen otras tomas mirando al infinito y avistando pájaros inexistentes. Otra con cara de que quiero ubicar el nombre de una canción pero justo he desinstalado el Shazam. Otra serio, como si acabara de recordar a todos los amigos que me deben libros. Hasta que Henry sonríe, le pone la tapita al lente de su cámara y me dice: Ya estamos, Pierre.




Mientras pedaleo rumbo a casa, me digo: ¿será que una de esas fotos tan solemnes va a salir en la solapa de mi libro? Estoy seguro de que Henry es un gran fotógrafo y de que están buenísimas. El problema es que el sujeto retratado no se va a parecer a mí. Mis amigos van a abrir el libro y van a decir: ¿oe y este concha desde cuándo se peina? por qué no sale Boston -borracho y stone-? Así que cuando un par de minutos después Víctor me llama y me dice ¡Pierre, tenemos que mandar la portada a imprenta ahoritaaa, pásame la foto! Yo paro la bici en Angamos y le digo: Puta, Víctor, las de Henry van a demorar así que usa esta que te mando nomás.

La foto que le paso la tengo en mi cel, me la tomé hace un par de días. Aparezco sentado en mi alfombra al pie del escritorio donde terminé las 62 historias de mi nuevo libro. No es una gran foto ni tiene solemnidad o claroscuros, pero es honesta. Al rato me llama el gran Augusto, que está diseñando mi portada y me dice:

—Pierre, dame el crédito de esa foto, al toque pa ponerlo
—¡Es un selfie, Augusto!
—Ah yaaa
—Los millenials me han contagiado sus costumbres.

Como estoy cerca a Surquillo, decido pasar por una leche de tigre de 5 lucas en Al toke pez. Avanzo entre las combis y recuerdo esas fotos de escritores hechas por genios del lente como Baldomero Pestana o Daniel Modzinski. Recuerdo la pintura de Ribeyro hecha por Herman Braun-Vega que aparece en la portada de Prosas Apátridas. Y pienso en mi foto que dice: Selfie.

Csmre.

Hace unos días leía una entrevista que le hace Fernando Ampuero a Gabriel García Márquez. Hablan sobre la fama y el Gabo le cuenta que una vez le preguntó a Fidel qué es lo que más quería en la vida Y Fidel respondió: "Chico, lo que yo más quisiera en la vida es poder pararme en una esquina". En ese momento el Gabo se da cuenta de que es lo mismo que él quiere. Y es lo mismo que yo quiero. Escapar de la solemnidad.

Ahhh, por supuesto que quiero la fama, pero la quiero para mis cuentos, no para mi cara o mi nombre. Quiero que mientras mis libros pasan de mano en mano, yo siga siendo el tipo despeinado que monta bicicleta por Surquillo como Carlos Vives. Quiero seguir llegando hasta Al toke pez donde Toshi, que saltea mariscos en una gran sartén, me recibe sonriente con un vasito de chicha gratis y a mí -eso- me parece suficiente recompensa por todas las historias que escribí en la vida.



lunes, 1 de julio de 2019