viernes, 17 de abril de 2020

Morir ansiara



Hace un tiempo me puse a buscar en Spotify esa polka llamada "Morir ansiara". La encontré en un remix junto con otra que se llama "Morir quisiera". Puta, qué pendejos, pensé, esta huevada está más suicida que leer Las penas del joven Werther con los Smiths de fondo. Ya mejor ponte un Adagio y pásame un shotcito de cianuro. Lo quemado es que las 2 canciones son súper toneras, dan ganas de abrir la cortina, destapar una chela, masticar ají, csm.

♪ Morir ansiara si me ofrecieras
como sepulcro tu corazón ♫
Sería esa muerte, mi único anhelo
porque es muy dulce morir de amor ♪


Mientras escuchaba el remix de ambas canciones pensaba en algo que siempre me ha causado curiosidad: el deseo tanático del hombre. ¿Por qué nos gusta asomarnos al vacío?

Cuando hace 2 años entré al Museo del Prado, ninguna pintura retuvo tanto tiempo mi mirada como "El triunfo de la muerte", de Pieter Brueghel el Viejo. Y en el mismo museo también estaban ¡Las meninas de Velásquez!, Las 2 majas de Goya, Las tres gracias de Rubens ¡El jardín de las delicias, de El Bosco!, que es como un pedazo de sueño colándose a la realidad. Pero nada, muchachos. Frente a El triunfo de la muerte estuve parado más de media hora. En la pintura se ve un ejército de esqueletos, arrastrando y decapitando gente por las calles de un pueblo en llamas. Han sido sorprendidos en medio de sus actividades cotidianas: estaban comiendo, jugando, trabajando. Hace un par de días volví a ver la pintura y ya no me hizo tanto chiste.

También ayer por la noche terminé de leer una antología de cuentos que me regaló mi amigo Álvaro y que se llama: Paisajes del Apocalipsis. De estos 21 cuentos sobre el fin de los tiempos, el de George R. Martin, creador de la sangrienta saga Juego de Tronos, es el más optimista, así que saquen ustedes su línea. ¡Qué salvaje que eres para leer eso justo ahorita!, me dicen. Pero no sé, a mí siempre me han gustado los libros y películas sobre el fin del mundo, a pesar de que también disfruto mucho existir: escuchar polkas, destapar chelas y masticar ají. Creo que como dice Freud, las pulsiones de vida (Lebenstriebe) y las de muerte (Todestriebe) son contrarias pero son inseparables.

Por último y para ya no aburrirlos, pero sobre todo porque últimamente andamos quejándonos de los días que nos toca vivir, he recordado esa divertida fábula de Esopo en la que un viejo y atareado leñador se queja de su difícil existencia y llama con insistencia a la Muerte, pero cuando esta al fin se le aparece y le pregunta pa qué la anda llamando, el viejo todo palteado le responde: pa' que me cargues la leña solamente :v

Aquí la moraleja en la versión de Samaniego:

Tenga paciencia quien se cree infelice
que aun en la situación más lamentable
es la vida del hombre siempre amable
el viejo de la leña nos lo dice


martes, 14 de abril de 2020

el polo de la cuarentena

Poco antes de empezar la cuarentena, cuando todavía podíamos pasear por las calles y gastarnos el sencillo en futilidades, pasé por una librería y me compré un kit de plumones para dibujar sobre tela. En otra tienda compré un par de polos blancos. Pensé que ya que sabía dibujar podría diseñar mi propia ropa. Con todo lo que vino después, nunca saqué los plumones de su estuche y los polos blancos se quedaron colgados en mi ropero. Mi vestimenta se ha reducido a las 4 o 5 prendas más cómodas que tengo y que lavo una vez por semana. Imagino les ha pasado lo mismo a ustedes. Ayer, sin embargo, vi la caja de plumones bajo la mesa de centro y la abrí. Saqué del ropero uno de los polos y escribí sobre el pecho: Cuarentena, día 25: Hoy hizo erupción el volcán Anak Krakatoa. Con el plumón rojo dibujé el volcán y la lava. Como pensé que era una noticia terrible, cogí otro plumón y escribí más abajo Día 26: Hoy vi Tiempos Modernos de Charles Chaplin y lloré como weón. Lo demás ha sido cuestión de ir recordando. Día 4: Nicole logró regresar a Arequipa camuflada en un camión de frijoles, le di mis cuentos de Bryce para el camino y una postal incompleta para llenarla cuando volvamos a vernos. Día 12: Avistamiento de delfines en el litoral. Día 9: Descubrí que tenía 120 soles ahorrados en monedas y fui al mercado por alimentos. Día 23: Aprendí a cocinar olluquitos. Día 20: El remix Contigo Perú, Contigo aprendí y Resistiré ya me tiene loco. Día 10: Insomnio. Día 17: Primera chupeta virtual con mis amigos. Día 3: Empecé a leer El Quijote, si no es ahora ¿cuándo? Día 17: Me he vuelto un adicto al Scrabble Online. Día 24: Vizcarra anuncia que no nos esperen en abril. Día 28: Murió el tío de un amigo cercano sin que nadie pudiera ir a despedirlo. Etc. etc. etc. He dejado los plumones y el polo a la mano para seguir llenándolo como un diario. A veces me imagino en el futuro usando esa huachafa camiseta por la calle. No me va a importar. Si salgo de esta, tendré muchos menos reparos para ser feliz con cualquier pendejada. Imagino que alguien -detenido junto a mí en un semáforo- la mira de reojo y lee sobre mi omóplato izquierdo: Día 1: Hoy vi el mar por última vez. Día 45: Se me acabaron las latas de atún. Tal vez al leer eso recordará también cómo pasó la cuarentena. Quién lo acompañaba. Qué cocinaba por las tardes. A qué tuvo que renunciar. A qué amigos no volvió a ver. Qué aprendió de todo eso. Y cuando la luz cambie a verde y estemos a punto de volver a ser dos desconocidos en la ciudad, leerá sobre mi omóplato derecho la frase que también algún día escribiremos sobre esta historia: Día X: Hoy encontraron la cura.



viernes, 3 de abril de 2020

Dos soles de culantro

A propósito de los chistes sobre no saber diferenciar el culantro del perejil o el pimiento del rocoto, recuerdo que hace aaaaños cuando mi abuelo -el ñato- vivía, nos fuimos con él y con mi viejo a comer un ceviche. Fue en Talara y el ceviche de mero fresco estaba coronado por una rojísima rodaja de rocoto. Cuando el ceviche se nos fue acabando y empezamos a meterle cuchara a la leche de tigre, mi abuelo levantó también la rodaja de ají. —Papá, eso es rocoto— le advirtió mi viejo. —Es tomate— dijo mi abuelo. —Caramba, papá, es rocoto, te vas a picar—. Pero ya saben cómo son los abuelos, terrrco el csm. —Ahhh, bueeeno—, dijo mi viejo sin quitarle los ojos de encima. Vimos entonces cómo se metía el rocoto a la boca y empezaba a ponerse colorado. Las gotas de sudor le brotaron asustadas de la frente y los pocos pelos que le quedaban sobre la pelada se le erizaron. Incapaz de soltarlo, mi abuelo se lo pasó de un cachete al otro sin saber qué hacer, hasta que por fin, al borde del infarto, lo escupió con todo y su dentadura postiza. —¡Ay chucha, sí era rocoto!—dijo y apuró su vaso de chela xD. Ptmre. Ese es uno de los mejores recuerdos que tengo de mi abuelo. Mi abuelo, de 80 años, aprendiendo a diferenciar frutos rojos como un niño. Dejen nomás que esos manganzones que tienen en casa vayan al mercado solos. Dejen que pidan 2 soles de culantro, que descubran que la papa amarilla es marrón y que el ají amarillo en realidad es anaranjado pero que también le dicen ají verde o ají escabeche. Dejen que el casero se cague de risa cuando pida zapallo y al preguntarle¿cuánto, casero? él responda: deme uno nomás. Véanlos volver a casa cargando un zapallo de 8 kilos y un atado de culantro como para sazonar 4 ollas de seco de cabrito. Déjenlos, carajo, que alguna vez también a ti te pasó lo mismo. En la escuela de la vida, todos somos niños todavía.