jueves, 28 de noviembre de 2013

Flora

Tres días a la semana me llamo Flora. Me llamo Flora y soy un ama de casa que compra en METRO con su tarjeta METRO y que debe en esa tarjeta 2579 soles. Lo sé porque una señorita con voz de fotocopiadora me llama por teléfono para recordármelo. Me llama tres o cuatro veces por semana. Cuando el teléfono comienza a timbrar, yo todavía soy Pierre y estoy leyendo. Cuando digo Aló, todavía soy Pierre y he cerrado mi libro. Pero una vez que ella toma la palabra, soy Flora y le debo 2579 soles a Metro. Naturalmente, yo le digo que se ha equivocado de número, pero ella asegura que tiene el número correcto y que yo debo ser Flora. Le digo que no, que ni siquiera conozco una Flora. ¿No es su mamá? dice la pendeja ¿su tía, acaso?. No. ¿Está seguro? Bueno, la conversación continúa en la misma dirección un rato más. Cuando por fin cuelgo, intento volver a mi lectura, pero no puedo. Estoy pensando en Flora. ¿Quién será esa Flora? Al principio, me la imaginaba como un ama de casa simpática. Una gordita cuarentona y gastalona que sale de Metro con el carrito lleno y dos niños pequeños orbitándole las piernas. Pobre Flora, pensaba yo, debe andar corriendo como loca para juntar los 2579 soles. ¿Lo sabrá su marido? ¿La irá a zurrar cuando se entere? Su dolor era el mío. Sin embargo, a medida que las llamadas persistieron durante meses, incluso hasta invadir mis mañanas de domingo, la imagen de Flora se me fue deformando. Al primer mes le borré a los niños y se le fue como el 80% del encanto. Al segundo mes vacié el carrito de frutas y galletas coronita y lo llené de tintes LOREAL y alimentos dietéticos. Al tercer mes, reemplacé al marido opresor por un tímido esposo trabajador que se deslomaba para satisfacer sus caprichos. Y ya para el cuarto mes, me la imaginé divorciada y prófuga en el Caribe, tomándose una piña colada con dos morenos fornidos aceitándole y masajeándole la malagua. Gorda cachera, pensé, por tu culpa llevo meses sin poder leer tranquilo. La vaina es que hoy, la señorita que llama, ya no me ha dicho que se comunica de parte METRO, sino de un lobby de abogados. Carajo, es lógico. Supongo que tras tantos meses, ya se cansaron de esperar y están cazando a Flora como a una marrana en día de feria. Las vacaciones se le han acabado. La imagino -mismo Thelma y Louise- en un Ford Thunderbird, acelerando por una autopista mexicana con una docena de patrulleros siguiéndole el paso. La escucho reír demencialmente dentro del carro mientras mete la mano a una bolsa de doritos y jura que no la atraparán con vida. Eso es, le digo mentalmente, no nos atraparán con vida. La veo desesperar, salirse de la autopista, siento en mis huesos el traquetear de las llantas contra la arcilla del desierto, la sorpresa de los policías, veo el acantilado a través de sus ojos y finalmente el silencio del auto volando hacia el vacío. Entonces pienso: ya no sonará más mi teléfono. Ya nadie me llamará Flora. Y estoy feliz. Y sonrío. Y es también como morir un poco.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los años verdes

Cerebralmente, son pajas los cinco últimos días del mes. En ese último trecho, mientras tu sueldo real se cuenta ya en rumitas de monedas (con estos 3 soles hoy almuerzo arroz con plátano, con este otro sol compro té y chancays para la noche, con estos 0.60 un head&shoulders para bañarme 2 días); tu sueldo soñado (el que viene llegando en cámara lenta al ritmo de "Charriots of Fire") se expande hasta el infinito. Del 25 al 29, por lo menos tres veces al día, dices: "UY carajo, cuando cobre podemos..." y esta apertura de frase es como un portal a lo imposible: "Ir a comer a ese lugar buenazo que nos dijeron, instalar un bar en la jato, saquear a los libreros de Amazonas, hacer una fiesta con burro como Tom Hanks. Es como aquel sketch ochentero que tenía Rossini en Risas y Salsas. ¿Cómo se llamaba? ¡"Los años verdes"! Alan nos reventaba a paquetazos y ahí estaba Rossini, con un perico al lado, diciendo que "Cuando llegaran los años verdes la gente se iba a mechar por ser quien pague la cuenta". Bueno, en estos días el cerebro se pone en modo Guillermo Rossini y se le ocurren cojudeces. Pero lo más pendejo es que yo además agarro una hoja bond y voy escribiendo todos allí (comprarme medias, llenar la refri, visitar a mis viejos, ir al mundial de Brasil). Me llevo la hoja al baño, la saco a la calle por si se me ocurre algo afuera, la miro antes de dormir y al amanecer le anoto algo que se me ocurrió entre sueños. Para cuando llega el 30, aquel A4 está todo lleno de dobleces y posibilidades en diferentes tintas de lapicero. Entonces voy al banco. Veo mi sueldo, levantándose indestructible como un Kraken que me monta sobre su hombro y me lleva a pasear por Lima. ¿Cuánto dura la euforia del poder? No lo sé exactamente. Solo recuerdo que de pronto hay como un fade a negro igual que en las películas. En la última toma todavía se me ve airoso sobre mi monstruo, sonriendo contra un cielo limpio de nubes. Despierto el día 5 o 6 del mes. Estoy solo en la playa del arrepentimiento. Del Kraken no quedan más que escamas que me apuro a recoger y meter a mi mochila. Todavía no estoy en la miseria, podré sobrevivir, comer y hasta beber un poco. Pero los planes se adaptan: ya no saquearé Amazonas, tal vez podré comprar un par de libros viejos en Quilca, comeremos en esa carretilla buenaza que nos dijeron, me compraré 1 par de medias, veré el mundial, por la tele. A veces me topo con la hoja a mitad de mes y me muero de la risa. Es como cuando un niño te explica cómo va a ser su castillo, antes de meter la pala de plástico en la arena. Sé, sin embargo, que a fin de mes, volveré a hacer lo mismo, volveré a llenar una hojita de cojudeces. ¿Por qué? Creo que porque cuando imagino y escribo las cosas, es como si me sucedieran un poco. Es decir, yo recuerdo los paquetazos de los 80s, recuerdo en los 90s a nuestro ministro de economía, Hurtado Miller, diciendo "Que Dios nos ayude". Pero también recuerdo estar metido en la cama con mis viejos viendo a Rossini hablar con su loro de "Los años verdes". Recuerdo este sketch en el que dos conductores se chocaban y se peleaban por ver quién pagaba el choque. Al final llegaba el tombo todo asado y decía "Tanta huevada, aquí pago yo y los dos se me van pa' su casa" xD Csmre, recuerdo estar matándonos de la risa con esa historia. Sí, de hecho, eso es lo que más recuerdo de esa época

viernes, 22 de noviembre de 2013

chasquis

Recuerdo que en el cole me quedé locazo cuando la profe de historia nos contó que, cuando al Inca le provocaba comer pescado fresco, los chasquis corrían como salvajes desde las costas del Pacífico hasta Cusco para traérselo. Primero pensaba: "pero que hijoeputa el Inca", pero luego me imaginaba al fornido chasqui corriendo con un mero fresco entre los brazos y esa imagen me maravillaba. Veía clarito al pescado, observando con su ojo de gelatina los desiertos, los Andes, todos los caminos del Imperio y pensando ¿a dónde carajo me llevan? Mientras la profe contaba, yo sentía el sonido de las pisadas del chasqui retumbando en los cerros, lo veía divisar a su compañero, lanzarle el pescado: ¡corre huevón! o como se diga en quechua, y verlo continuar su camino mientras recuperaba el aliento. Finalmente imaginaba al último emisario llegando hasta el Inca con un mero que todavía agitaba la cola y llenaba el salón real de olor a olas y fitoplancton. Siempre que he recordado esta historia pensaba: "Pero que loca es la gente, yo del Inca me comía un choclo con queso, tanta huevada, no voy a poner a correr a todo mi imperio porque se me antojó un cebiche" Hoy, sin embargo, lo he recordado sentado en las banquitas de Cruz del Sur mientras esperaba una encomienda que ha mandado mi viejo desde Talara. Cuando me la dan, desbarato el paquete, meto toda la comida a mi mochila y salgo disparado en mi bicicleta. Llevo sobre la espalda: tres bolsas de chifles y veinte tamalitos verdes de Piura. Son para mi hermana que acaba de bajar del crucero donde trabaja como fotógrafa y donde ha pasado los últimos seis meses bordeando las costas de Japón y Corea sin probar pizca de comida peruana, su favorita. Una semana antes de bajar nos lo advirtió: "llego a Lima a medianoche, a esa hora no voy a conseguir tamalitos verdes, mándenmelos de Piura pe´". CSM. Imagino a mi viejo, corriendo por Talara en busca de los tamales, al bus interprovincial entrando a Pasamayo, me veo a mi mismo, atravesando en bicicleta la Javier Prado, esquivando carros con la espalda llena de ese amasijo de maíz y culantro, todo para que mi hermana pueda abrir emocionada el lazo de las pancas y meterle el diente a su plato favorito. Sonrío. Sí, me digo, es un ritual maravilloso hacer feliz a alguien. Pienso eso, y sigo pedaleando.

lunes, 18 de noviembre de 2013

hemisferios

Hace años un profesor me contó que uno podía saber si una persona le estaba contando una mentira tan solo con mirarlo a los ojos. Su técnica no tenía nada que ver con aquello de que "los ojos son el espejo del alma" ni toda esa pendejada poética. Me dijo: cuando alguien te cuenta algo y mira hacia el lado superior izquierdo, quiere decir que está recordando, por tanto, te está diciendo la verdad. Si, en cambio, mira hacia el lado superior derecho, es porque está imaginando, es decir: inventando. Me dijo que tenía que ver con los hemisferios y con que nuestro cerebro trabaja por zonas igual que una fábrica. Bueno, la cosa es que recordé esto de los hemisferios porque acabo de descubrir que escuchar música mientras trabajo me distrae menos si me pongo solo el audífono de la oreja izquierda. Esto me ha puesto muy contento ya que yo no puedo trabajar sin música. Lo malo es que rápidamente he recuperado la tristeza al darme cuenta que lo que me distraía no era la música, sino las ganas de venir a postear cojudeces como esta en facebook xD

viernes, 15 de noviembre de 2013

'moliente

Me despierto tarde y no hay pan en casa. Tengo hambre. No puedo empezar a trabajar así. Me cubro la pijama con un saco y avanzo semidormido hasta la esquina. Me paro frente a la carretilla y musito algo. La señora me llena un vasito de 'moliente y su compañera me prepara un pan con lomo y cebollita. Regreso a casa con el estómago tibio y el corazón listo para el día. Esto es lo que voy pensando: ¿Ya existe un monumento al emolientero? En Sullana, la tierra de mis abuelos, hay un homenaje al señor de las raspadillas. En uno de los jardines de la Plazuela Checa, descansa la carreta sobre la que llevaba su enorme bloque de hielo (Melquíades ¿eres tú?). Cuando le pedías raspadilla, retiraba la piel de sacos negros con la que protegía su bloque del sol, tomaba un rallador y lo frotaba hasta llenarte el vasito plástico de afilada escarcha. Luego le echaba los jarabes que tú le pidieras. Tamarindo, mango, cola. La psicodelia de la infancia. No sé qué era lo más paja, si comer la raspadilla o el resplandor que te pegaba en la cara cuando descubría el glaciar, o la cascada de color que iba colándose por los cráteres del hielo y que tú ya ibas sintiendo en tu lengua de niño. Aquel ritual, ancló aquel señor a mi memoria. Lo mismo me pasa ahora con mis queridas emolienteras. Me venden algo más que un desayuno. ¿Pero cómo podría ser su monumento? ¿Una tajada de limón hecha de granito? ¿tres altas espigas de cebada? ¿una enorme botella de alfalfa? ¿podría ser una pileta que simule dos jarritas de metal enfriando el emoliente? Es absurdo. Tal vez solo baste con seguir yendo hasta su carretilla, seguir estirando nuestros vasos para que nos sirvan la yapa. En resumen, rendirles el mismo tributo que le damos a todos nuestros héroes cotidianos: mantenerlos como parte de nuestros días hasta que marquen su huella indeleble en nuestra memoria.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Perceval

Melamine. Dicen que conocen una chica que se llama Melamine. Así le puso su viejo, dicen. A lo mejor se hueveó con Melanie. O a lo mejor era carpintero. No hay forma que una chica se llame Melamine, digo. Pero ellos aseguran que la conocen. Pienso: suena bonito Melamine después de todo, aunque a lo mejor un día la estás acariciando y te entra la paranoia de estar sobando un repostero. ¿Qué hay en un nombre, además? ¿No era eso lo que se preguntaba Harvey Pekar? ¿Qué hay en un nombre? La reniec publica una lista con los más curiosos registrados el 2013: Apple, Android, Maus, Clickman, Norkys, Agua, Hamilton, Samurai, Superman, Barny, Garfield, Gokú, Chuky, Chuk Norris, Dólar, Frescura, Ruido, Dimisión, Transfiguración, Grito, Presidente, Indio, Banco, Papá Noel y Ecologito. El amigo de mi primo me dice: Más pendejo es mi nombre. Todavía no sé cómo se llama el amigo de mi primo. Acaba de llegar de Trujillo y está tumbado sobre unos cojines en el piso de nuestro cuarto. Va a pasar la noche aquí porque mañana tiene una entrevista y no quiere pagar telo. Prefiere gastarse esas 30 lucas invitándonos un chifa. Me llamo Perceval. ¿Perceval? ¿En serio, brother? Es que a mi viejo le gustaba esa huevada de... ¿ROMEO Y JULIETA? interrumpo, ¡NO NO! Guarda, ese era Mercucio ¿verdad? ¡LADY OSCAR! no no PUTAMADRE, ese es Robespierre, ¿Cómo se llamaba esa huevada? Se cagan de risa. ¡Los caballeros de la mesa redonda! Sí, eso, dice Perceval. Perceval era el causaza del Rey Arturo. Achorado tu viejo. Nos quedamos jatos. Al día siguiente muy temprano, Perceval se pone su terno y se va a su entrevista. Vuelve a las 2pm, totalmente desmoralizado. Le fue pal culo, nos dice. Esa misma noche se vuelve a Trujillo. Pero antes que caiga la noche salimos en busca de un ron. Volvemos a casa con los 4 productos más tóxicos del mercado: Cocacola, Ron, Tabaco y una bolsa de Chizitos Fiesta. Pienso: El apellido Fiesta existe ¿Habrá alguien que se llame Chizito? Nos llenamos los vasos de ron con cocacola. Les digo: si mi tía Magali entra ahorita se va a poner locaza. ¿Por qué? quiere saber Perceval. Es que es vegetariana, dice Lucho. Ya pe, dice Perceval levantando su vaso de ron: “caña y coca, aquí todo es vegetal, que chupe con nosotros”. El hombre está loco. El fracaso ha orientado su vida hacia el desquicio. Tiene apenas 2 horas antes de que su bus parta a Trujillo, pero de alguna manera se las ingenia para chupar lo suficiente y perder la cordura. Veinte minutos antes de las nueve le digo: lárgate o se te va el bus. Perceval me da la razón pero justo entonces se le cae un anillo que se acaba de sacar del dedo. ¡¡NOOOO!! Grita. Miramos en el piso como quien observa el mar y no vemos a dónde ha ido a parar. Perceval, completamente enloquecido, se tira al suelo y empuja todos los muebles de la sala. No aparece el anillo. Quedan 17 minutos. Vete, le decimos, cuando lo encontremos te lo mandamos a Trujillo. Pero Perceval grita NO NO NOOOO mientras aparta el escritorio de Lucho, el porta abrigos, mi bicicleta. Parece que se le ha escapado de las manos el Santo Grial. Yo aprovecho para ir a mi cuarto y traer perfume. Mientras Perceval busca yo le voy rociando la cresta para que no apeste a alcohol y lo dejen embarcar. Le cae un poco en la cara y se queda ciego y grita, pero sigue buscando a tientas. ¡Carajo, es el anillo de mi abuela!, dice, es lo único que me queda de ella. Faltan 13 minutos. Por fin lo encuentra entre dos losetas y grita de alegría. ¡MI ABUELA! ¡MI ABUELA! Tiene los ojos rojos, ya no sabemos si por el perfume o por la emoción. VETE, carajo. Nos abraza, coge su maletín y baja corriendo las escaleras. ¿Llegará? Maldito Perceval. Malditos cuentos medievales. ¿En qué habría estado pensando su viejo? Al final solo era un borracho y un loco. Un borracho con un anillo y un recuerdo. Un recuerdo y una convicción. Sí, me digo, tal vez también un caballero.

jueves, 7 de noviembre de 2013