martes, 13 de diciembre de 2016

KFC

bueno, hace un rato me llevé a mi diente nuevo a que se coma un Kentucky Fried Chicken. le dije: mira weón, bienvenido a mi boca, ahora vas a morder hartas cosas ricas, namás agárrate fuerte no te vayas a caer como el otro baboso. tú tienes que durar porque primero se cae un diente, luego el pelo y ahí empieza el vacío existencial y las ganas de leer a Sartre y yo ya no estoy pa esas huevadas. así que me pido un combo completo como quien dice vamo a cagarla, vamo a meterle bypass a la aorta. crispy y toda la cochinada. pero jugosas las presas le dije a la cajera porque me acordé que mi pata Fer me contó que cuando era chibolo y escuchaba Corazones Rojos de Los Prisioneros pensaba que cuando cantaban la parte de la entrepierna bien jugosa se referían al estofado de pollo xD más pendejo ese concha. total que me siento en una mesa inmunda como todas las mesas y apoyo la bandeja: tres presas de pollo, ensalada de col, papas y ají como para aderezar un toro de lidia. y aguas negras del imperialismo, tamaño regular. miro alrededor, nadie conocido, nadie me mira así que me pongo en modo Hans el erizo y meto el hocico a la bandeja. para mí ir al kentucky es como ir a comprar porno, solo se hace una vez al año. además hay que ir a escondidas y solo. de preferencia encapuchado como mr. robot. no vas a llevar a tu flaca al kfc, no seas puerco. ya si tienes con ella un par de meses y ya se perdieron el respeto se compran el balde y se lo comen en la cama mirando how I met your mother. luego si quieren tiran pero primero bota los wesos no se les vayan a clavar en el culo. la huevada es que estoy ahí mascando pollo radioactivo cuando me doy cuenta que soy el único que está comiendo agazapado y de prisa. en las otras mesas conversan, comparten papas, algunos incluso comen aburridos como si vinieran al kfc dos veces por semana. ¿no te mueres si haces eso? ¿cuántas presas kfc aguanta un corazón sano? un vagabundo se pasea por las mesas y levanta los restos de un sandwich que alguien no ha terminado. no es un mendigo ni un loco, se nota que es su rutina diaria. pasar por el kfc a recoger la carroña. he ahí un tip de viajero. raspo las últimas papas en el ají y echo los restos a la basura. me pongo la mochila en la puerta listo para huir. recuerdo que cuando llegué a Lima en el 93 la puerta del KFC del Parque Kennedy me parecía la entrada de un maravilloso castillo. tenía 13 años y acababa de llegar a la capital. era Robin, así me dijo una chica una vez en un tono. Tú eres Robin ¿no? ¿Robin? no, yo soy Pierre. Sí pe, Pierre, pero eres Rovinciano. JAjaja Ctm, sí, soy de Piura, tanta huevada, nunca había visto un castillo como el KFC pe. en Talara solo habían 2 sangucherías para todo el pueblo y cuando me decían comida rápida era porque mi vieja iba a preparar arroz con atún. ahora el kfc ya no me parece un castillo. han pasado 24 años. he progresado en la vida. estoy parado en la puerta y pienso que el combo me ha costado lo que cobro por 20 minutos de clase, más o menos el tiempo que me toma leer y comentar un cuento corto, digamos Dejar a Matilde de Alberto Moravia que es uno de los cuentos más bonitos que leímos este ciclo. un cuento que ahora yo he convertido en pollo rostizado. si toda la literatura pudiera comerse, qué tipo de comida serían mis cuentos? y qué sería este texto? me monto a la bici. Soy Hans el erizo. Soy Robin. Cae la noche en Lima y acaban de empezar mis vacaciones

viernes, 2 de diciembre de 2016

la realidad es una pila gastada

Vas al cine a ver la última película de zombis con tus amigos. Una de tus amigas ha metido chelas en su bolso. ¿Has metido chelas al cine? Sí ¿Cuántas? 3. ¿Te las vas a tomar todas? No, son para compartir, dice. Y eso hace. Te pasa una cuando las luces se apagan. Al salir del cine –tal vez porque la peli de zombis los ha hecho sentir la inminencia del apocalipsis– les da pena separarse. Se miran. Proponen ir a fumar la pipa de la paz hasta el carro de uno. Es un carro pequeñísimo pero como es el único lugar donde pueden lanzar en paz, trepan. Parece el chiste de los elefantes en el volkswagen. ¿Cómo subes a 5 elefantes a un vocho? No sé. Dos adelante y tres atrás pues pendejo. Pero nosotros somos 6. A la mierda. Pasa el wiro. Desde afuera el carro parece una cámara de gas. Las risas se estrellan contra las lunas del auto como abejorros enloquecidos. Al rato cesan. El grupo se desintegra a besos. Te quedas con una amiga y un amigo. Aún es temprano ¿Vamos a ver Mr. Robot a tu jato? Vamos. Ellos se van en el carro. Tú los sigues en la bici. Cindy Lauper grita en tus audífonos que las chicas solo quieren divertirse. Luego los Pretenders. Este es el año de las chicas. Todas las canciones y todos los libros que lees son de chicas. ¿Significará algo eso? Compran más chelas y pretzels. Miran Mr. Robot en tu cuarto. Tu amiga está enamorada de Mr. Robot, de su rostro de calavera y de su paranoia. Tu amigo está enamorado de Christian Slater. Tú comes pretzels. Da la medianoche. Se van. Apagas la luz para dormir pero no puedes. Prendes la radio. Barry Manilow canta Copacabana. Recuerdas que una vez alguien te hizo prestar atención a la letra. Es una historia triste sobre una pareja de jóvenes enamorados. Una bailarina y un barman en un club de La Habana. A él lo matan de un balazo por defenderla de un patán. Ella envejece, se queda sola y se vuelve loca. Una mierda triste triste. Pero la canción tiene este ritmo tan sexy que no da pena. Da ganas de tomarse una piña colada y de bailar. Apagas la radio. Coges un libro. Mientras lees eres una mujer de limpieza que llora. Te quedas dormido. Sueñas con una caja que está dentro de otra caja y dentro de otra caja y en la última caja estás tú frente a un espejo. Despiertas. Te lavas la cara. Vas a dictar clase. Tu clase consiste en pasear a tus alumnos por las calles de Miraflores mientras les lees un cuento. Les cuentas cómo eran esas calles hace 60 años cuando la historia del cuento sucedía. Y te creen. Te creen a pesar de que tú llegaste a Lima a los 13 y no tienes ni puta idea de nada. Llegan a la playa como los personajes del cuento. Tiran piedras al océano. Se toman fotos. Después te vas al dentista. Te toman las medidas para reponerte el diente que perdiste hace meses. Te lo pondrán el miércoles. Pero no será tu diente. Será una parte de ti que alguien más ha esculpido en un taller. Alguien que no te conoce, además. Tampoco es tuyo el cuento ni las calles de Lima. Tampoco la canción de Barry Manilow ni los acordes de los Pretenders ni la película de los zombis. A lo mejor tu sueño es tuyo pero no estás seguro de entenderlo. Y entre todas esas cosas está extraviada tu vida. Entre las películas, la música, y los wiros. No extraviada mal. Apenas perdida como alguien que voluntariamente ha decidido meterse por la calle equivocada. ¿Para qué? ¿Para qué te meterías por la calle que no es? ¿Por qué te dormirías escuchando una canción triste? ¿Por qué quieres llorar como la mujer de la limpieza? ¿Por qué querrías ver cómo sería el mundo devorado por los zombis? No lo sabes. Pero una vez escuchaste que Salinger, cansado de que todo el mundo lo buscara como a un guía dijo: “el hecho de que yo plantee ciertas preguntas en mis libros, no quiere decir que yo tenga las respuestas”. De todas formas, tú podrías intentar una respuesta. ¿Recuerdas que en los 80’s sacábamos las pilas del walkman y las mordíamos para que duraran un poco más? Ajá. Bueno, la realidad es la pila gastada y la música, los libros, los amigos y toda esa mierda son las mordidas. A mí mi viejo me decía que no hiciera eso con las pilas porque era tóxico y podía morir envenenado. Sí, bueno, en los ochentas no creíamos en esas huevadas.

jueves, 3 de noviembre de 2016

encuesta

Un encuestador del INEI toca mi puerta y me pregunta ¿Quién es el jefe del hogar? Yo estoy en calzoncillos y en muletas y no parezco un jefe del hogar, pero como Karen no está, le digo: Soy yo, csm. Si Karen hubiese abierto la puerta también hubiese dicho: Soy yo, csm. Pero la realidad es otra. Lástima que el INEI no acepte dibujitos como respuestas



viernes, 14 de octubre de 2016

así no es

El hombre tuvo que inventar la mantequilla, el vino y el fuego. Tuvo que aprender a sumergirse en el océano para atrapar atunes y apretarlos en una minúscula latita. Tuvo que forjar vasijas resistentes al calor y usar ramitas secas hasta inventar la cuchara de palo. Tuvo que morir envenenado probando todas las hierbas del bosque hasta descubrir que la hiedra envenenaba, que la marihuana relajaba y que el orégano sazonaba. Y tú que en 5 minutos mezclas todas esas vainas en una olla quieres tomarte un selfie con tu plato para decir que sabes cocinar. No causa, eso no va a pasar. Así no es.

miércoles, 5 de octubre de 2016

pan con pollo

Tengo clase en el 703 pero por distraído me bajo en el piso 8. Entro al 803 y escucho gritos de júbilo: ¡PROSSORRRR PROSSORRR! Qué raro, pienso, si estos csmres del miércoles nunca me saludan y además siempre llegan tarde y caminando como extras de The Walking Dead. Pronto me doy cuenta de que estoy en el salón equivocado y que son alumnos de otra sección que están esperando otra clase. Pero ya que estoy allí aprovechan para preguntarme qué va a venir en el parcial y si ya me pusieron el diente y otra intenta venderme un pan con pollo. Profe, es para pagar la carrera, me dice y pone cara de paloma atropellada. ¿Cuánto está? S/.2.50. Ya ya, dame uno. ¿Uno no más? Csmre. Me voy con mi pan con pollo y bajo al 703. Entro. Allí nadie me ovaciona ni me pregunta por mi diente ni me ofrece pan con pollo. Pa ellos es como si hubiese entrado el viento. Así que abro mi ppt y me pongo a dictar mi clase todo triste. Pero cada que se descuidan me escondo tras el escritorio y le doy una mordida al pan con pollo. Siento cómo me pasan las papas al hilo por el hueco del diente que todavía me falta.

miércoles, 17 de agosto de 2016

el día que explotó mi cocina

Ayer por la noche explotó la cocina del depa. Yo preparaba unos ravioles cuando se escuchó un ¡¡KABOOOM!! y toda la mole con su olla de agua caliente salió propulsada hacia mí. No me pasó nada. Ni siquiera me quemé. Fue como cuando el negro Jules esquiva las balas en Pulp Fiction. Pero con una bala de 100 kilogramos. 24 ravioles de espinaca y 24 ravioles de carne nadaban en el piso sorteando minúsculos icebergs de vidrio de la tapa de la olla. Gaby, que estaba en el cuarto, dijo que pensó que se había estrellado un avión contra la casa. Karen confesó que tenía miedo de entrar a la cocina y verme como Don Ramón cuando fuma después de tomar kerosene. Y ahí nos dio ataque de risa. Porque yo estaba intacto. Como diría mi primo Lucho: Oe, yara. Y una hora antes habíamos estado mirando muñecos Funko en La camaleona cuando Gaby me dijo: ¡escoge uno!, y yo empecé a enloquecer porque ahí estaban Drácula y Robocop y Jessica Rabbit y Wall-e y Snoopy que venía con Woodstock (el pollo, dijo Gab). Al final no sabía si elegir a Charlie Brown o a Nosferatu así que estuve media hora repitiendo Masster Massster con la voz del ayudante del vampiro. Sin embargo escogí a good ol' Charlie Brown porque ese csmre de Shulz me cae bien chévere. Era un poco depre el tío y por eso es que a Charlie todo le sale hasta las huevas. La escuela, el béisbol y la niña pelirroja. Pero Shulz convirtió esa tristeza en algo maravilloso. Al llegar a casa coloqué a Charlie sobre mi mesa de noche, me fui a preparar los ravioles y ¡¡KABOOOOOM!!. Después del susto estuvimos trapeando y muriendo de risa como en ese poema de Karen en el que había que embadurnar la casa de mantequilla. A Pika hubo que descongerlarle su jama con el agua caliente del caño y se la servimos en la sala porque se negaba rotundamente a entrar a la cocina. Nosotros pedimos pollo. Después de comer le conté a Gaby que ayer había visto Brazil de Terry Gilliam y que era hermosa pero demasiado pastel y no sé cómo, hablando de Brasil, terminé contándole que cuando vivía en Copacabana una vez había ido a la playa en zunga. Gaby dijo que mejor se iba a dormir en su casa. Luego fui a ver a Gonza en la bici y compramos gomitas en Tarata. Unas cuadras antes de despedirnos le pregunté si había escuchado El hombre que casi conoció a Michi Panero. Es una canción autobiográfica de Nacho Vegas, le cuento, en la que recuerda toda su vida y aunque sabe que la ha cagado dice que por lo menos una vez casi conoció a Michi Panero. ¿Michi Panero? Era un escritor o director español, hermano de los poetas Juan Luis Panero y Leopoldo María Panero que estuvo en el manicomio. ¿Y por qué él? No sé pero Nacho dice que casi conocerlo es bastante más de lo que jamás soñarías en mil vidas. Y yo le creo. Jaja. No sé, es decir, en un momento estás pensando si Nosferatu o Charlie Brown y al otro te revienta la cocina en la cara. Y ahí te quedas filosofando puras huevadas. Estás parado sobre el agua y trapeando contento porque esta vez has esquivado la bala y no sé. Karen me dice: weón, eres Clark Kent. Y Gaby dice: eres un gato. Y Gonza me dice: ya te quedan pocas vidas, ctm. Pero por ahora puedes seguir preparando ravioles y leyendo tiras cómicas o lo que sea que hagas cuando la vida va bien. Y si no va bien, vas y te compras gomitas en Tarata que solo cuestan S/2.60 los cien gramos. Te las comes camino a casa. Y cantas esta canción si quieres. Porque aunque la has cagado un culo de veces, has tenido una buena vida. Y porque si no la has tenido, todavía te queda pensar que hoy podría ser el día en que casi conocerás a Michi Panero. O a quien chucha sea

domingo, 17 de julio de 2016

lunes, 27 de junio de 2016

jueves, 23 de junio de 2016

waysepallá

Ahora que Karen se ha llevado a Pika a pasear a Cusco, me doy cuenta de que esa cachorra es el ser vivo con el que más hablo durante el día. Pika no está, pero yo igual camino por toda la casa vacía repitiendo: ¡USHH! o "tchs tchs tchs tchs" o "miiiiichi michi" o "¡waysepallá!". Incluso cuando vuelvo de clases por las noches y voy subiendo en el ascensor, empiezo a llamarla con silbidos para que venga a la puerta. Pero luego abro la puerta y Pika no está. Así que me voy a la cocina y me preparo un sandwich de jamón. Y aunque no hay a quién decirle ¡waysepallá, perrito pedilón! yo igual lo digo. Entonces, mientras mastico en silencio, me voy dando cuenta de que ahora yo soy el perro. Y que Pika se ha convertido en mi Pavlov.

jueves, 16 de junio de 2016

Cuando me pregunten de nuevo si se gana mucho como escritor, voy a acordarme de aquella vez que encontré a un niño leyendo mi libro en un centro comercial, tan abstraído que ni cuenta se dio de que le tomé la foto, y voy a responder: sí, csmre, soy millonario.

 Huancayo, 2016


martes, 24 de mayo de 2016

adiós, Oswaldo

Una vez tuve la suerte de meterme a un taller con Oswaldo en la Casa de la Literatura. Yo estaba tan loco con sus enseñanzas que todo el rato me la pasaba dibujándolo. Aquí 3 de los dibujos que nunca le enseñé, incluyendo la receta que él nos dio de cómo preparar un buen Cuba Libre. Putamadre, quiero llorar.










jueves, 19 de mayo de 2016

el otro loco

7am. Despierto en el sillón de un amigo. Un sillón en el que no recuerdo haberme echado a dormir. ¿Por qué estoy aquí? ¿A qué hora se acabó la fiesta? Salgo, bajo las escaleras y me siento en su vereda. Me froto los ojos. Veo mi bicicleta atada a un poste en la vereda del frente. Me ha esperado toda la noche. La desencadeno como quien desata a su caballo. Le acaricio el cuello. Pedaleo por Espinar. Entonces pienso que ya que estoy cerca, puedo ir a visitar a Julio. Es la hora de la mañana en la que, como él decía, "la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros pasos". Bajo por la espalda de la Embajada de Brasil que es donde él vivía cuando era niño. Llego hasta el óvalo en el que está su busto y me detengo. Estoy leyendo la placa donde explica por qué su obra se llama "La palabra del mudo" cuando un señor se me acerca y me dice: YA LLEGARON LOS MARCIANOS. Me lo dice mientras señala algo que flota en el aire y avanza hacia nosotros. Al principio me asusto. Pero luego veo que es solo un drone que él mismo dirige con un control. Le sonrío y me voy a sentar a una banca. El señor se reúne con un chico de veintipocos años y entre los dos hacen volar el drone y conversan sobre su desempeño. Lo hacen rodear las palmeras, lo aterrizan en el grass y sobrevuelan el busto. De pronto llega una chica rubia con fachas de extranjera y rapada a lo Sinead O'Connor. Carga con una maleta y una bolsa y se sienta en otra de las banquitas. Pasados un par de minutos, mientras el drone sigue volando, la chica se pone a llorar. Llora con calma pero en voz alta y abriendo la boca como un niño que quiere ser notado. Es un lamento largo y a la vez desprovisto de dolor, como el llanto de quien ha leído las instrucciones para llorar de Cortázar y decide ver si funcionan. El llanto para y vuelve y para otra vez. Tanto yo como los locos del drone le echamos miradas fugaces pero no nos acercamos. Después de unos minutos la chica se para, coge sus cosas y se va. El chico del drone la intercepta y le pregunta si está bien. Le ofrece su botella de agua. Ella dice que no quiere agua pero le pregunta si le invita un cigarro. El chico se lo da, se lo enciende y a la vez enciende uno para él. La chica se va a otra banquita a fumar. Fuma como si no hubiese estado llorando. Fuma como si fumar o llorar fueran dos cosas que los seres humanos pueden hacer y que por tanto conviene hacerlas alguna vez. Lo que me hace pensar nuevamente en los marcianos. Me pregunto si ellos llorarán o cómo haríamos para explicarles que a los seres humanos nos brota líquido de los ojos cuando estamos tristes. En eso pienso cuando de pronto me dan ganas de llorar, no de pena, sino solo por estar ahí, por haber dormido fuera de casa tal vez, o porque existen los parques y los drones y los extranjeros. Pero no lloro. No lloro sino hasta 10 minutos después cuando, bajando por Diagonal, veo un gato acurrucado en la vereda y me doy cuenta de que esa mañana no se va a repetir jamás. Pero eso es después. Ahora me quedo en el óvalo un rato más. Me quedo porque falta la tercera historia. Estoy seguro de que falta algo además del drone y la chica. Miro los alrededores preguntándome a qué hora viene el tercer loco de esta mañana y cuánto rato tendré que esperar. Espero y espero. Hasta que me doy cuenta de que soy un tipo despeinado que no ha dormido en su cama y que, en vez de pedalear rumbo a casa, coge el otro camino y se va a visitar una estatua.

sábado, 7 de mayo de 2016

la literatura está en los detalles

—La literatura está en los detalles, muchachos. Por ejemplo, cuando García Márquez empieza El coronel no tiene quien le escriba, no dice: era un viejo muy pobre, sino que nos lo describe raspando con un cuchillo un tarro de café hasta que se desprenden las últimas raspaduras del polvo mezcladas con óxido de lata. Y tampoco nos dice que el viejo tenía hambre sino que dice que sentía que le nacían hongos y lirios venenosos en las tripas. Esas imágenes golpean, conmueven y perduran. ¿Entienden? Bien, ahora les toca a ustedes. Quiero que describan con un detalle el día más pobre de su vida.
—Profe, en la época en la que yo trabajaba en McDonalds estaba tan pobre que usaba el papel de las hamburguesas como rizla.
—¿Como quéee?
—Como rizla
—Csmre, oe, toma 10 lucas y anda tráeme un cuarto de libra sin pepa.

domingo, 1 de mayo de 2016

Hay algo en la geometría de cocinar que ordena la vida. Sobre todo si uno cocina con paciencia, un plato que conoce, o un plato que alguien más va a agradecer con los ojos cerrados. No sé -en qué- ni -por qué-, pero cortar tomates se parece a regar las plantas del balcón y deshojar albahaca huele a bolero viejo. Por eso es que siempre cocino los domingos. La danza del cuchillo sobre la tabla de picar es la cura de mi resaca. Arrancarle el corazón a un pimiento, desvestir un diente de ajo, escarmenar el spaguetti son acciones en las que puedo confiar, pues sé que siempre tendrán los mismo resultados. En tanto que con las personas nunca se sabe. El pimiento no te va a morder el cuello, la albahaca no se va a enamorar de ti. Uno va picando, va echando los tomates a la sartén, vierte un chorrito de vino y sabe que no puede agregar las hojas hasta el final o se pondrá todo amargo. Este orden de los ingredientes se expande y sube por la cuchara de palo hasta tus brazos. Nivela tu presión. Calma tu ansiedad como un punto final bien puesto. Hay algo en cocinar que se parece a escribir.



viernes, 22 de abril de 2016

no decir nada

Son las 11 am. Ha salido el sol y Paulo y yo llegamos a la universidad donde nos han invitado a hablar de literatura. En el patio hay un muro lleno de poemas de Apollinaire, Girondo, Huidobro, Oquendo de Amat y está también ese verso de Luis Hernandez que dice que los laureles se usan en los poetas y en los tallarines. Un verso que da hambre. Nos ponen una mesita y un par de micrófonos frente al jardín más grande. Todo está listo. Excepto el público. Ningún chibolo se aproxima. ¿Y quién los puede culpar? Se ven tan cómodos bajo los árboles, conversando con sus amigas, coqueteándose, tirándose briznas de grass. Da hasta flojera hablar de literatura. Pero para eso nos han invitado. Así que Paulo y yo nos ponemos a disertar frente a 30 metros cuadrados de pasto virgen. Hablamos de Eielson y Ribeyro para las hormigas y los chanchitos de tierra. De pronto empiezo a soltar unos csmres, carajos y pendejos para ver si aunque sea por curiosidad ganamos público. Es un recurso narrativo bastante barato pero algo logra. Es decir, nadie se acerca, pero al menos ya nos miran y nos sonríen desde lejos. Estamos acostumbrados, les digo, no se palteen por nosotros, no somos políticos. Durante años hemos escrito cuentos y poemas sin que nadie los leyera. Mas bien esto nos hace sentir como en casa. Y agradecemos y nos despedimos. Un par de profesores se acercan y nos compran nuestros libros para que nuestros editores no se pongan a llorar. Paulo dice que fuga y fuga. Yo también me voy en mi bici. Pero como estoy cerca de mi antiguo depa, voy a ver si todavía anda por ahí el tío del cebiche mutante. Y lo encuentro. Lo encuentro justo antes de que venda el primer plato. Está en los últimos momentos de concentración. Es como Tong Po pateando las columnas del estadio antes de partirle la madre al hermano de VanDamme. Pone todo al alcance, alista la cucharita y el exprimidor, se frota las manos, y para cuando dice YA, QUIÉN QUIERE, tiene a 8 personas -incluyendo un cobrador de combi y una serenazgo- salivando con 6 lucas en la mano. El primero soy yo. Coloca todos los platos y pone dentro de cada uno un montoncito de calamar con culantro, le corta la cabeza a un limón y lo exprime encima, agrega ceboia picada, ajo, ají limo, sal y con una cucharita empieza a revolver mientras con la otra mano hace girar los platos como trompos. Hace lo mismo con cada uno y después se echa una gota de jugo sobre el dorso de la mano y prueba. La gente se está masticando la lengua. Finalmente pone dos tajadas de camote y empieza a picar montones de chicharrón que coloca como un crocante peñasco sobre cada cebiche. Cuando ya la gente está estirando las manos, el tío dice: ¡aguanten! y saca un último pedazo de chicharrón de calamar, lo corta en finas tiras y se queda mirando los cebiches como un japonés haciendo ikebana. Puta que la gente ya se quiere volver caníbal. Y entonces, para cerrar el acto, le coloca a cada plato ese último pedacito de chicharrón en un lugar estratégico. Sin huevadas que parece que si lo colocara en otro lugar del plato, el mundo estallaría en mil pedazos. Es la palabra puesta en el lugar preciso. Y después: ya coman pe carajo, tanta huevada por un cebiche xD. Y bueno, no les voy a contar a qué sabe porque ya tengo que irme a cocinar y me da flojera buscar una metáfora adecuada. Pero el puestito queda en Sucre con Bolívar por si quieren ir. La cosa es que después me vengo cleteando y en la esquina con la Marina me compro una lata de chela porque el cebiche me ha dado sed de delirio. Mientras bebo, recuerdo que en esa esquina Arguedas vio un espectáculo que inspira uno de los poemas de Katatay. Y también en esa esquina es que Scorza cuenta que decide crear Populibros Peruanos. Le doy otro sorbo a mi chela y subo al puente de la Brasil como quien monta un brontosaurio dormido. En vez de bajar hacia Miraflores por Salaverry, doblo a la derecha una cuadra antes en una callecita llamada Ugarte y Moscoso que antes se llamaba Mariscal La Mar y entonces freno en seco. Freno porque estoy entrando por primera vez en mi vida a la cuadra en la que vivía Manongo Sterne en No me esperen en abril. La cuadra en la que él escuchaba cantar a las cuculíes mientras se preguntaba ¿cómo se podía ser un chico feliz en una ciudad con esos amaneceres? Es una calle tranquila de árboles altos y frondosos y casas gigantescas que ocupan un tercio de la cuadra cada una. Bajo pedaleando despacio por el camino que alguna vez él hizo acompañando a Tere Mancini hasta su casa, 6 cuadras más abajo, justo antes de llegar al Parque de la Pera. Miro el barrio un rato pero luego no sé qué hacer y vuelvo a casa. Al llegar me pongo a escribir toda esta historia. Sin embargo, cuando la termino, como ahorita, no le encuentro sentido alguno y la borro completa y me voy a mi cama a dormir. Y me siento mejor ahí que escribiendo. No tengo ni idea de por qué la he vuelto a escribir hoy. Cuando uno escribe encuentra hilos sueltos por todas partes. Puede ser un muro lleno de poemas o un jardín vacío frente a ti o un señor que pica culantro. Hilos que al jalarlos se convierten en historias, pero eso no significa que debas jalarlos todos, uno debe escoger o sino la vida se convierte en una casa de los espejos. Carver cuenta que a él se le ocurrían frases. Por ejemplo esta: "Estaba pasando la aspiradora cuando sonó el teléfono" Decía que en esa frase estaba todo el cuento y que poco a poco lo iba sacando. Ahora me doy cuenta que a veces es mejor quedarse en la cama y no decir nada. O ir al mercado a comprar tomates y cebollas para cocinar en silencio sin más sonido que el de tus dedos contra la cáscara de las verduras. Y olvidarse de que uno escribe. Y comer. Y dormir.

lunes, 18 de abril de 2016

Una espada desnuda

No sé con qué cara me paro todos los lunes frente a dos salones de 35 alumnos y les digo que vengo a enseñarles algo. Los miércoles y los viernes es más fácil porque ya me he acostumbrado de nuevo a mí mismo, pero el lunes, con la resaca todavía fresca, me siento como Toledo pidiéndole a Mark Zuckerberg que decodifique las Líneas de Nazca. Por cierto que el otro día leímos ese cuento de Stephen King en el que un loco anda matando chicas a martillazos y al terminar un alumno me preguntó si Stephen King era el señor de la silla de ruedas. Le dije que ese era Stephen Hawking y que ese Stephen escribía libros sobre agujeros interestelares y no sobre agujeros en el cráneo. Ah ya, me dijo. La cosa es que hoy tocó clase sobre la descripción y las figuras literarias. Así que estoy allí leyéndoles este verso de Kipling que Borges cita en una entrevista y que dice que es uno de las metáforas más bonitas que ha encontrado: "Si no me hubieran dicho que era el amor, yo hubiera creído que se trataba de una espada desnuda". Y leemos también sobre la candente mañana en la que Beatriz Viterbo murió y leemos la descripción del Aleph y leemos sobre el olor de Francia en la nariz de Jean-Baptiste Grenouille. Finalmente los mando a escribir una descripción de algo que odien o que les guste con demencia, una canción, una persona. Y mientras les aconsejo que eviten los clisés y que descubran su propia manera de ver el mundo, me doy cuenta de que estoy haciendo lo que hace un fotógrafo cuando le sube el ISO a la cámara. Estoy tratando de que su sensibilidad capte más información. En general, me digo, esta clase de mierda debería llamarse: Cómo subirle el ISO a tu alma. Pre requisitos: tener un alma. Pero descubro, sobre todo, que animar a alguien a percibir más cosas es ponerlo en peligro. Es como convertir su armadura en un colador. Es cambiarle el bat de béisol por el guante. Es conectarle las orejas, la lengua, los ojos, la nariz y el tacto al órgano más bipolar del cuerpo. Y eso, de ninguna forma es una herramienta profesional. ¿Por qué habrán incluido este curso tan pastrulo en la malla curricular? me pregunto. Pero ellos parecen contentos escribiendo y cuando les pido 2 hojas presentan 3 o 4. Y yo recibo sus trabajos sintiéndome un poco culpable por haberlos activado. Pienso: es la resaca, Pierre, es la resaca, tú no has hecho nada, no les has enseñado nada. Pero me voy a casa tratando de recordar cómo me pasó a mí, preguntándome si Lima me parecería igual de bonita si no la hubiese descubierto leyendo La casa de cartón, o si la neblina tendría esa capacidad de hacerme delirar si nunca hubiese leído El amor es ciego de Boris Vian. O si acaso sentiríamos lo mismo aquí dentro si nunca hubiésemos encontrado ese maldito verso de Kipling.

viernes, 15 de abril de 2016

La hoja verde

Clase sobre Ribeyro. Cada alumno lee una de sus Prosas apátridas en voz alta. A una alumna medio darks le toca leer la número 141 en la que Julio Ramón cuenta que está llorando en un hospital, con tubos y sondas saliéndole de la nariz, la boca, el recto, la uretra, la vena y el tórax. Se pasa la noche en vela y cuando llega el amanecer escucha los pájaros y se da cuenta de que se acerca la primavera. Entonces recuerda que en el hospital hay un patio arbolado e imagina que las primeras hojas están por brotar. Dice "Y fue una hoja la que me retuvo. Quería verla. No podía morirme sin abandonar ese cuarto y retornar aunque fuera de paso a la naturaleza. Ver esa hoja verde recortada contra el cielo". Al cabo de unos días de resistir y luchar, Julio recupera fuerzas y le permiten salir al patio y entonces ve esa "Pequeñísima, traslúcida, recortada contra el cielo, milagrosa hoja verde". Les cuento a mis alumnos que en el 72 Ribeyro fue operado por el cáncer y que aun cuando su expectativa de vida era corta, resistió más de 20 años hasta el 94 cuando gana el Premio Juan Rulfo y muere. ¡20 años! les digo, emocionado. ¡Y todo por una pequeña hoja verde! Y me los quedo mirando como hago siempre que quiero saber si lo que a mí me emociona les emociona también a ellos. Entonces la darks que leyó la prosa me queda mirando y me dice ¿Qué era esa hoja verde, profe? ¿Era marihuana? CSMREEEEEEE Oe no sé si jalarte o pedirte el número de tu dealer.

jueves, 14 de abril de 2016

jueves, 7 de abril de 2016

¿Y qué es el centeno, profe?

-Profe, no me gustó el final del libro de Salinger, es muy monse, no pasa nada.
-¿Cómo hubieras querido que termine?
-Bueno, pensé que a lo mejor cuando Phoebe persigue a Holden un carro la podría chancar
-Ptmre, pero ¿qué sentido tendría que ocurra eso?
-Tendría sentido, profe, porque así Holden iría siempre a ver su tumba y se sentiría culpable y se convertiría en El guardián del cementerio
-Carajo, pero el libro no se llama El guardián del cementerio sino del centeno!
-¿En serio? ¿Y qué es el centeno, profe?
-Una espiga con la que te voy a agarrar a espigazos, ctm

Pika y sus huesos

Una de las mayores alegrías de Pika es cuando le traemos del mercado un fémur de vaca más grande que su cabeza. Y una de sus mayores angustias viene justo después cuando tras haberlo mascado por media hora no sabe dónde esconderlo. Con mucho esfuerzo lo carga con el hocico y lo pasea por toda la casa mientras gime y llora y mueve la cola a la vez. Pika es poseída por una alegre tristeza como la saudade de los brasileros. Está alegre porque tiene el hueso pero triste porque el instinto le dice que se lo van a robar si no lo esconde. Lo cual es muy loco porque en casa solo vivimos sus papás: Karen y yo. Y aun cuando en las fiestas los borrachos de mis amigos suelen saquear todas mis reservas alimenticias, nunca han llegado al extremo de mascar los huesos de Pika ni han querido usarlos para hacerse un caldo. Sin embargo, Pika busca huecos inaccesibles detrás de las camas, de los escritorios, o se pone a levantar los cojines de los muebles, tarea que le demanda un esfuerzo atroz a falta de un pulgar oponible. De nada sirve que yo la ayude y le esconda su hueso en sus narices diciéndole: Ya, Pika, aquí vamos a dejar tu hueso, porque ella lo vuelve a sacar y se lo lleva a otro lugar. Mi mayor angustia viene cuando se lo lleva al balcón porque le deja cerquísima del borde y nuestro balcón da justo al pabellón de entrada del condominio donde ya alguna vez Pika ha dejado caer pelotitas y otros juguetes. Imaginaos ahora un fémur de vaca cayendo desde un decimoprimer piso. Una imagen digna de un film de Kubrick. Por eso, si alguna vez vienen a visitarme, les aconsejo que antes de entrar, dirijan la mirada al cielo. Y si ven que algo eclipsa el sol. Si algo les hace recordar el Sputnik o si creen que están lloviendo ranas como en Magnolia, cúbranse y corran, que no es más que un kilo de esqueleto vaca propulsado hacia el infinito por la fuerza del instinto.

sábado, 2 de abril de 2016

ya decía Kerouac: prefiero ser flaco que famoso

Estoy firmando autógrafos en la Feria del libro de Huancayo. De pronto mi libro se agota pero siguen llegando hordas de colegialas muertas de risa a que les firme papelitos, libretas, sus cuadernos de colegio. Mi pata Pedro que me saca fotos desde lejos dice que parezco un rockstar. Y así me siento, hasta que me entra la sospecha y le pregunto a una de las chicas: ¿en el colegio les han pedido que consigan autógrafos de escritores? Sí (jijijiji). Ahhh pesss ¿y cuántos tienen que conseguir? Cinco. ¿Y cuántos van? Con el tuyo dos. Pero por cinco tuyos nos dan uno de Beto Ortiz. CSMRE oe, Juan Pablo, pásame la metralleta

martes, 9 de febrero de 2016

Vous pouvez écrire ce que vous voulez

Hoy descubrí que en Francia seré diez años más viejo. La gramática francesa no contempla nombres para las decenas del 7, 8 y 9. De modo que para decir 70 tienes que decir 60 + 10 (soixante-dix, soixante-onze, soixante-douze, soixante-treize...). Cuando llegas a 80 se pone más pendeja la cosa porque como no hay 80s tienes que multiplicar 4x20: quatre-vingt, quatre-vingt-un, quatre-vingt-deux, quatre-vingt-trois... Ya el nivel FATALITY es cuando tienes que decir 99, porque como tampoco hay 90s, tienes que hacer esta operación: 4x20+19: quatre-vingt-dix-neuf. Csmre, O sea que para enunciar números en Francia no solo hay que saber gramática sino también un poco de matemáticas. La cosa es que hoy nos tocó decir nuestro año de nacimiento. Todos en mi salón son chibolos noventeros. Yo en cambio nací en 1979. Pero como no hay 70s tuve que empezar diciendo que nací en 1960. Je suis né en 1960. Después completé la frase y dije: +19. Pero durante esos segundos en que el tiempo está congelado en MILLE NEUF CENT SOIXANTE... todos los chibolos voltean a mirarme como si yo hubiese matado a Kennedy. En ese momento soy de la promo de Sinatra, jugaba matagente con Martin Luther King, me fumé un wiro con Jimi Hendrix, mi primera flaca fue Janis Joplin, tuve un choque y fuga con Raquel Welch y Los Beach Boys tocaron en mi quinceañero mientras Neil Armstrong pisaba la Luna pour la première fois. Por supuesto, todo esto solo pasa en mi cabeza porque estos pajeros no solo no han escuchado Cry Baby sino que si digo Janis fácil alucinan que les estoy hablando de la novia de Chandler en Friends. Aunque ahora que lo pienso, esa serie también es muy vieja pa ellos. La vaina es que para celebrar mi reciente inclusión en una época tan gloriosa, me compré un vino, unos tomates y un atado de albahaca para hacer tallarines. Y dije: voy a contar esta huevada mientras me chupo el vino y cocino a ver qué sale. Y pensé también: qué paja que uno pueda escribir de lo que quiera. Y pensé ¿cómo se dice eso en francés?. Y mientras cleteaba iba repitiendo: Vous pouvez écrire ce que vous voulez. Y pensé: qué buen verbo es DESEAR. Vouloir. DESEAR. Je veux. Yo deseo. Tu veux. Tú deseas. Y olía a albahaca en mi casa. Y el vino avanzaba por mi garganta como un reptil. Y yo había nacido en los 60s. Y estaba tan borracho que ya no sabía de qué estaba escribiendo.

martes, 2 de febrero de 2016

una del libro de Charlie Brown

Leía hoy en El libro de preguntas y respuestas de Carlitos lo siguiente: cuando te quemas con una papa caliente, tus nervios mandan la señal de alerta al cerebro. Eso lo sabemos todos. Pero bueno, la cosa es que cuando el mensaje es muy urgente como en este caso, también mandan la señal a la espina dorsal que está más cerca. Es como si dos amigos estuviesen en Pershing y tuviesen que llegar al toque a Miraflores. Uno se va por la ruta larga de Camino Real pero el otro coge el Chama que corta por Salaverry. El que va en el Chama va a llegar al toque. Entonces ese hace que tus músculos se contraigan y te hagan retirar la mano del calor. Después de un rato, o sea, algunas milésimas de segundo después, llega el otro mensaje y el cerebro entiende que te estabas quemando, pero para ese momento ya retiraste la mano. Es decir que esa información es inútil, salvo como un recordatorio de que no seas tan huevón de agarrar una papa caliente la próxima vez. Enamorarse, imagino, funciona con un mecanismo similar. Ves al estímulo, lo enfocas, lo hueles, lo tocas y todo tu cuerpo reacciona y te salen corazones de papel lustre en los ojos como a Don Ramón cuando ve a la vecina. Cuando la información llega a tu cerebro dices: ni cagando, tassswebón, y quieres tomar el control, pero tu espina dorsal ya decidió por ti. Ya te cagó. Así que solo te queda ajustarte el cinturón de seguridad y agarrarte bien del asiento mientras un poco aterrorizado escuchas la distante voz de tu cerebro que anuncia: Houston, we've got a problem

viernes, 22 de enero de 2016

La paloma

Los mando a leer La paloma de Patrick Süskind. Hay una escena en la que el protagonista, Jonathan Noel, portero de un banco, va al parque y ve a un vagabundo que está comiendo sardinas ahumadas. De un mordisco el clochard les arranca la cabeza y la escupe a un lado antes de meterse el cuerpo entero a la boca. Luego muerde un pedazo de baguette y le da un trago a su vino. El vagabundo come tan tranquilo y tan contento que Jonathan envidia su existencia tan despreocupada y empieza a cuestionarse si tiene sentido estar parado un tercio de su vida en la puerta de un banco abriendo una reja. ¿Por qué no vivir así, despreocupadamente, confiando en la caridad de la gente? Sin embargo, al rato recuerda que alguna vez vio a ese mismo vagabundo correr a esconderse entre dos carros para cagar en plena calle. Aquella vez Jonathan le vio el culo expuesto y vio cómo el charco le manchaba el pantalón. En ese momento se dijo que sí, que todo lo absurdo de su vida tenía sentido porque lo salvaba de tener que hacer la caca en la calle. Inspirado por esta escena, les pregunto a mis alumnos qué sería eso que a ellos les impediría apartarse de la tiranía de la civilización e irse a vivir a la banquita de un parque a comer sardinas. Las respuestas van por todos lados. Algunos hablan de su colchón como si fuera un amante, otros son tan quisquillosos para comer que dicen que podrían morir de hambre antes de abrir un tacho de basura, una chica dice que jamás podría bañarse en la pileta de una plaza -con lo linda que se le ve a Anita Ekberg en La Dolce Vita, csm-. otros dicen que no podrían vivir una vida que no tenga un propósito, uno argumenta que de cierta forma el vagabundo también sigue atado a la civilización, pero la respuesta que más me conmueve es la de una chica que dice que no podría dejar jamás su Play Station 4. Ese aparato tecnológico -me dice- le permite vivir miles de historias y ser la protagonista de muchas aventuras sin salir de su cuarto. Me conmueve porque es el mismo principio que opera con lo libros y presiento que ella lo descubrirá a lo largo del curso. Y antes de ponerle todo el puntaje a su examen, pienso que sí, que lo único que yo tampoco aceptaría de la vida es que sea solo una

jueves, 7 de enero de 2016

Matacojudos

(Carta de introducción al curso Géneros Literarios 2016-0)

Queridos alumnos. En mis tierras piuranas crece un árbol al que los lugareños llaman el Matacojudos. La primera vez que escuché su nombre me cagué de risa y mi profesora de Historia me contó que le decían así porque sus frutos -grandes como papayas y duros como mameys- a veces se desprendían de sus lianas y, si pasabas por ahí pensando en la guasa del burro, te mataban por cojudo. Csmre. En mi último viaje a Piura vi uno de estos árboles y le dije a mi vieja: ¡Señor Cautivo de Ayabaca, para el carro! y me fui corriendo a traer uno de los frutos. Mi vieja me dijo: ¡churre adefesiero! ¿pa qué quieres eso? Pero yo lo guardé y me lo traje como equipaje de mano en el Ittsa. Al llegar lo puse ahí en mi biblioteca junto a mis libros, pero solo ahora que empieza el ciclo y les veo las caras me doy cuenta de su oculto propósito. Los libros, queridos alumnos, también son, en su propia manera, matacojudos. No por esa aburrida idea de que los libros enseñan o educan, sino porque cuando ves a través de otros ojos: los ojos de Mowgli, de Colmillo Blanco, de Gregorio Samsa, de la Cándida Eréndira, de Jean Valjean o de Henry Chisnaki, desenfocas tu cerrada forma de ver el mundo y terminas por entender mejor a los demás y sus formas de vivir. Leer tiende a curar el racismo, el patriotismo y los fanatismos extremos. Es decir, leer mata la cojudez. Ahora bien, yo les voy a dar muchos libros en el ciclo, libros luminosos, libros para abrir la mente, pero de todas formas voy a llevar el matacojudos piurano a la clase y lo dejaré tranquilito en el escritorio. Es solo para que recuerden que si no leen, todavía me queda este método primitivo y no dudaré en reventárselos contra el cerebro. Les haré una trepanación craneana literaria tal que la cojudez les va a manar a chorros como un géiser. Les voy a convertir el cráneo en una cornucopia de materia gris alrededor de la cual los demás nos sentaremos a seguir contando historias ancestrales como la de este maravilloso árbol y a brindar por la muerte de la cojudez.

 Bienvenidos