domingo, 1 de mayo de 2016

Hay algo en la geometría de cocinar que ordena la vida. Sobre todo si uno cocina con paciencia, un plato que conoce, o un plato que alguien más va a agradecer con los ojos cerrados. No sé -en qué- ni -por qué-, pero cortar tomates se parece a regar las plantas del balcón y deshojar albahaca huele a bolero viejo. Por eso es que siempre cocino los domingos. La danza del cuchillo sobre la tabla de picar es la cura de mi resaca. Arrancarle el corazón a un pimiento, desvestir un diente de ajo, escarmenar el spaguetti son acciones en las que puedo confiar, pues sé que siempre tendrán los mismo resultados. En tanto que con las personas nunca se sabe. El pimiento no te va a morder el cuello, la albahaca no se va a enamorar de ti. Uno va picando, va echando los tomates a la sartén, vierte un chorrito de vino y sabe que no puede agregar las hojas hasta el final o se pondrá todo amargo. Este orden de los ingredientes se expande y sube por la cuchara de palo hasta tus brazos. Nivela tu presión. Calma tu ansiedad como un punto final bien puesto. Hay algo en cocinar que se parece a escribir.



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