miércoles, 21 de marzo de 2012

Oh Leon-o



Oh pequeño Leon-o de plástico. Has venido a dar a mi escritorio sin saber que acá te esperaban los tranquilos días del retiro; el sosiego; la jubilación, mirando como cae la tarde, sentado al filo de un libro de Marguerite Yourcenar.

Cuando abrí tu empaque hace un mes, saltaste veloz como un gato callejero. Dieciocho puntos de articulación. Dabas volantines, zarpazos, rasgabas el aire con la garra felina y agitabas la melena como si un demonio naranja se hubiese prendido de tu cráneo. La legendaria Espada del Augurio crecía en tus manos llamando al resto de los Thundercats y tú acechabas. Pasabas las noches vigilante, las pupilas dilatadas, esperando en la oscuridad al enemigo.

Pronto te has dado cuenta de que acá no hay mucha acción ni peligro. El único muñeco que en mi habitación te da la talla es Edward Manos de Tijera, pero has decidido perdonarle la vida a cambio de un corte de pelo mensual. Ahora pasas los días escuchando Radio Mágica conmigo y solo consultas el Ojo de Thundera cuando Susanita y el gato Benito, prestos a fugar en un “Cadillac El Dorado” de mi colección de taxis del mundo, quieren saber si hará buen tiempo para un viaje.

Oh Leon-o. Te veo junto al estuche del Rubber Soul y pienso en cómo no tardarás en olvidar el grito de los felinos cósmicos para aprenderte la letra de Nowhere man. O tal vez la de Michelle o la de Girl. Y al oírlas pensarás dolorosamente en Cheetara, porque como dijo un amigo escritor “todas las mujeres son galgos”, pero es más jodido todavía para ti porque la tuya es un guepardo.

Leon-o, de tanto estar sentado te están creciendo las caderas. Te has olvidado de ir a cazar mutantes con Tigro y Pantro y ahora te la pasas mejor haciendo sanguches de mortadela junto Snoopy y Buzz Lightyear. Te han domesticado Leon-o; y sin embargo, eso no parece irte del todo mal.

Todavía de vez en cuando alguien, que viene de visita a mi casa, te pone de pie e intenta colocarte en una postura más salvaje, como en tus viejos años en la TV. Vuelven a asegurar la Espada del Augurio entre tus manos y te dejan así, acechando algo que tú sabes que ya no vendrá.

Oh Leon-o, a veces al verte allí sentado, te intuyo como un adelanto de aquello en lo que yo mismo me estoy convirtiendo. Y me pregunto, cuánto más tardaré en domesticarme. O más bien, en darme cuenta de que ya estoy domesticado; de que me ha crecido el culo oyendo Radio Mágica; y de que prefiero los sanguches de mortadela a tener que ir de cacería con el resto de la camada.

A todos los hombres nos llegan tiempos de calma. Y debo aprender de ti, Leon-o, a recibirlos dócilmente como un gato que se deja acariciar el lomo. Y aunque algún día volverán las épocas de asegurar la garra y rasgar el mundo, no hay porqué esperar esos días con la espada en alto ni salir a cazar desgracias que no nos están buscando. Pues tal vez no haya nada más bello que la paz de ver caer la tarde al borde de un libro de Marguerite Yourcenar o de una mujer que te regala muñecos de Leon-o por tu cumpleaños.

viernes, 16 de marzo de 2012

Talara

Hoy, además del cumpleaños del amigo Vallejo, es el aniversario de Talara, la ciudad en la que pasé mi niñez. Publico esta tira que empecé hace varios meses y que nunca continué. Vuelve a sorprenderme mi inconstancia. Dejaré el cuaderno a la vista a ver si retomo la historia que quería contar.