viernes, 24 de octubre de 2014

los que dicen que Lima es horrible seguro que no tienen bicicleta. o nunca la recorrieron borrachos o al lado de una chica divertida. si hiciste las tres cosas, estoy seguro de que estás enamorado de esta maldita ciudad

jueves, 23 de octubre de 2014

miércoles, 22 de octubre de 2014

los tomacorrientes con deseo

Entrar a la boca del dinosaurio. Habitar una bombilla eléctrica. Abrir los brazos como el hombre de vitruvio. Usar de almohada el aliento de una botella. Incendiar un inofensivo día miércoles. No temerle a la hoja en blanco. Pedirle ayuda a tu radiocasetera. Pensar en tu mochila de colegio extraviada en el techo del colegio. ¿Cómo he llegado tan lejos sin haberme perdido el rastro? ¿Por qué sigo pareciéndome tanto a mí mismo? Después de Mr. Meursault, de Dean Moriarty, de John Singer uno pensaría que te cambia el alma. Pero sigo siendo el pellejo carcomido por el fuego adolescente. Es como tener un viejo Dogde con el motor de un Lamborghini. Ver a lo lejos los postes de luz de Villa María del Triunfo. Pensar: mi pata Jon debe andar por ahí, extraviado como yo, besando las veredas, bailando un vals con el tronco de una acacia amarilla. Pensar: mañana tengo el día libre. Acordarme de esa vez que me tiré la pera del colegio con unos patas. La playa de piedras de Miraflores. Nos sentíamos como presidiarios recién fugados. Casi velociraptores. Teníamos 13 años y 44 dientes cada uno. Veíamos a las chicas en bikini y nos parecían cometas intergalácticos. El mar es una especie de recordatorio. Por eso vale la pena ir a mirarlo de vez en cuando. Abrir las cortinas. Cerrar las cortinas. Cerrar los ojos. Desabotonarte el miedo. Yo no estoy enamorado, te dije, más tratando de convencerme a mí mismo que a ti. Abrazar mi guitarra como si fuera un caimán negro. Negarme a comer. Bailar un adagio de Albinoni. Lamer las paredes. Viajar en el techo de los buses. Imaginarte con mi camisa a cuadros. Gritar versos en desorden. Pensar en todos los libros que no debí leer. En las clases de baile que debí tomar. Hacer llenado de techo. Poner cortadoras en nuestros cumpleaños. Las flores a la fotosíntesis, las serpientes a destilar veneno. Equivocar la puerta del baño. Mirar los tomacorrientes con deseo. Echarte perfume para ir a la bodega. Mirar tu nevera como si fuera un portal. Confundir el urinario con el oráculo de delfos. Recordar a tu vecina jugando con su hula hula. Confundir el recuerdo con los anillos de Saturno. Morir en un colchón demasiado grande. Despertar temprano. Vestir tu saco azul como un príncipe. Llamar Rocinante a tu bicicleta. Sentir el aire de la mañana en Benavides. Sonreír como una nube que suelta relámpagos. Saber que todo está bien. Cruzarme contigo. Ver como se desbarata el universo.

lunes, 20 de octubre de 2014

canciones y cuentos

Estaba acordándome de este cuento de Flannery O'connor que se llama "A good man is hard to find" sobre este asesino que se cruza con una familia que va de viaje por la carretera y me di cuenta de que cuando lo leí, (hace como diez años en una clase con Rosella di Paolo), no había oído a Bessie Smith cantar la canción de donde Flannery tomó el nombre para el cuento. También hace poco releí este genial cuento de Bukowski llamado "Animales hasta en la sopa" y me pregunté por qué carajo Charles le había dado un nombre tan bobo y juguetón a un cuento que era mucho más que un chiste. Pero luego, buscando el nombre del cuento en inglés, descubrí que "Animals crackers in my soup" también es una canción de Shirley Temple. En el vídeo sale Shirley, esta niña cachetona de bucles rubios, cantando la canción mientras se pasea en overall por lo que parece el comedor de un orfanato de niñas. Me da risa pensar en Charles terminando su cuento y acordándose de Shirley Temple o tal vez Charles escuchando a Shirley Temple y pensando "voy a escribir algo con ese título pero que no sea tan huevonazo como esta canción". Luego he tratado de acordarme de más cuentos que lleven nombres de canciones y he recordado Straight to hell de mi pata Gonza y al ir a revisar el libro he descubierto 3 más: Queen Jane approximately,Cha cha cha y Cat food, que da título al libro y que es una canción de King Crimson. También recordé "El amor es un arma caliente" de Víctor (aunque este último es en realidad el título del libro y no de uno de los cuentos). Y por supuesto está Héroes de Loriga (toda la novela en realidad es un tributo a Bowie y a los rockstars que han guiado nuestra juventud). El primer cuento que yo escribí con nombre de canción se llamaba Summertime y recuerdo que la madrugada en que lo escribí, escuché esa canción de Janis por lo menos unas cuarenta veces. También alguna vez escribí un texto llamado Blue velvet después de ver la película en la que Isabella Rosellini canta la canción, y otro llamado Love is strong como la canción de los stones. ¿Ustedes conocen otros cuentos con nombres de canciones?

sábado, 18 de octubre de 2014

la grande bellezza

Acabo de ver La grande bellezza y me he quedado con la sensación de que debo salir a la calle. De que la vida está en otra parte y no aquí en este cuarto, por más bien que se esté sobre el colchón iluminado por el reflejo del proyector en mi pared. Es peligroso ver películas los sábados por la noche. Sobre todo si uno está solo. Porque algunas son como un pequeño Aleph que te asoma al mundo. Te recuerdan que afuera hay calles de farolitos, fiestas, pájaros hermosos, barrenderos, gente borracha que dice cosas maravillosas, chicas, besos, música. Ya me había pasado antes. Con El graduado, por ejemplo. Pensaba verla antes de dormir, pero después de aquel final con la escena de la boda y la fuga tuve que ponerme el jean e irme a pasear a Barranco, esperando, como diría Ribeyro, "la irrupción de lo maravilloso". Sin embargo, esta semana ya he tenido suficiente irrupción de lo maravilloso. Tanto que ayer he estado a punto de desvanecerme y J ha tenido que traerme agua y un pedazo de su propia torta de cumpleaños. Sí, la vida está en otra parte. Pero ya la saldré a buscar mañana cuando vaya con Pika a pasear a la ciclovía. Por ahora será mejor que me meta a la cama de nuevo y le dé play a otra película, esperando escoger alguna boba comedia de Hollywood y no otra que me recuerde que la noche es un laberinto mágico y que los minutos de nuestra vida son como pájaros migratorios que se posan brevemente a descansar en nuestras cornisas pero que abren las alas para seguir con su viaje apenas ven que nos aproximamos.

jueves, 16 de octubre de 2014

Ribeyro



Es como una especie de amor platónico esto que siento, pensé la primera vez que estuve parado frente a la máquina de escribir de Ribeyro. Era una Olympia de color gris. Tenía las teclas en diferentes intensidades de crema (imagino según la frecuencia con la que Julio usó tal o cuál letra, aunque tal vez ya estoy alucinando). Tenía también dos teclas laterales de color verde-hospital cuya función desconozco, la barra espaciadora estaba ligeramente cuarteada y, en general, al ver la máquina, sentías que le habían dado tantas veces con los dedos que, aun estando quieta, escuchabas su sonido, como el de un jardín lleno de grillos insomnes.

La tienen en la Casa de la Literatura Peruana por si quieren ir a verla. Yo había ido a la exposición para ver las viejas fotos de Julio, las primeras ediciones de sus libros, pero no sospechaba la presencia de su máquina, así que cuando llegué hasta la vitrina que la contenía, me empecé a sentir como un vaso en el que han vertido la cerveza tan rápido, que la espuma sube violentamente amenazando con derramarse. Me alejaba de la vitrina, caminaba y volvía a verla. Mi cerebro decía: No NO NO! Era la máquina en la que había escrito las Prosas apátridas, Tristes querellas en la vieja quinta, tal vez Solo para fumadores y eso me sobrepasaba. Era raro. El mismo Julio habla de las reliquias como "cosas deshabitadas". Decía que por eso él nunca iba a visitar la casa del artista. El sillón de Voltaire, el pincel de Leonardo eran para él "objetos por donde el espíritu del artista solo estuvo de paso para instalarse en la obra". Entonces ¿por qué me ponía así al estar parado frente a su Olympia?

Días antes había pedaleado mi bici como un salvaje desde la UPC de Monterrico hasta la Plaza San Martín solo porque estaban a punto de acabarse unas jodidas tazas con una ilustración de Ribeyro fumando en París. ¡Una taza! Y luego estaban las fotos de la expo. Uno está acostumbrado a ver fotos de un Ribeyro cuarentón, cincuentón, flaco, pelado, probablemente enfermo y cagado. Pero el de estas fotos no era Ribeyro. Era Julio, joven, intenso, con copete y fachas de matador. Daba ganas de escucharle la voz, de llevárselo de vinos, de no presentarle a la flaca que te gusta. Putamadre, que cabro que soy, pensaba mientras lo miraba obnubilado. Pero luego me acordaba de esa escena de Martin H en la que Poncela dice que a él lo seducen las mentes y que hay que follarse a las mentes y aquello me aliviaba. Debe ser eso, pensé, me seduce su mente y por eso parezco una quinceañera a la que se le ha roto el elástico del calzón.

Ahora, es decir, anteayer por la noche, le he comprado a mi pata Cardo –que es una especie de saqueador de tumbas literario– los tres tomos del diario de Ribeyro que a él tanto le había costado conseguir (2 años recorriendo Quilca y Amazonas. Le dice su amiga para consolarlo: 2 años se pasan volando xD ¡Fuerza Cardo! sé que los conseguirás de nuevo). Yo ya había leído La tentación del fracaso hace como 4 años en la nueva edición que sacó Seix Barral y que K me prestó. Se preguntarán ustedes ¿entonces para qué chucha te los has comprado si ya los leíste? Y no les faltará razón. ¿Por qué este fetichismo, esas ganas de tener los libros al pie de la cama? Lo explico:

Ribeyro es un gran cuentista, sin embargo, hay muchos grandes cuentistas ¿verdad? Carver, Cortázar, McCullers, Chéjov, García Márquez, Bukowski, Poe, Hemigway, Maupassant, Bradbury, en fin. Creo que lo que me maravilla de él no son tanto sus cuentos, o sí, (diablos, de solo pensar en Al pie del acantilado se me pone la piel de gallina) pero sobretodo la idea de todo sus cuentos como obra completa: La palabra del mudo, y lo que escribió en la carretera auxiliar de la literatura: las Prosas apátridas y este diario. Ese TODO me recuerda que Ribeyro escribía siempre, incluso cuando no estaba haciéndolo. Y no como un oficio, un juego, un trabajo, un escape, un pasatiempo o una pasión, porque hasta de las pasiones -tarde o temprano- uno acaba por curarse, sino como la ÚNICA forma que tenía de procesar el hecho de estar vivo. Recuerdo haber leído que cuando escribió Crónica de San Gabriel, estaba tan concentrado en la historia que al evocar esas épocas, recordaba más los escenarios de la novela y los personajes que la propia casa en la que la escribió.

Ribeyro es la imagen de la vida que yo escogí, llevada hasta el extremo. Y es por eso que me basta ver sus libros cerca para recordar que yo también debo internarme en las palabras e incendiar el puente. Esta ciudad que ustedes habitan, no me pertenece. Aquí crecí y tuve amigos. Pero yo debo parecerme cada vez más a un forastero al que solo se le permite colarse por las noches como un bicho carroñero para recoger el rastro de las historias. Dado que el destierro no es impuesto sino voluntario, mi cobardía -o tal vez solo mi pereza- todavía me tiene detenido en la frontera que separa Lima de la ciudad inventada. Me cuesta alejarme de estas calles, de los amigos. Pero poco a poco he ido comprendiendo que la ciudad que replicamos al escribir, como un espejo trucado que corrige y expande detalles a su antojo, es un mejor lugar desde donde mirar la vida. Soy el obrero de una ciudad que necesito habitar y que otros habitarán cuando me lean.

Mientras termino este texto, mi gran amigo y escritor Jorge me ha preguntado qué hago. Escribiendo, le he dicho. No te molesto más, me responde y se va. Me ha conmovido su respuesta. Es como si ya comprendiéramos lo que nos toca. Somos dos albañiles que se lanzan los ladrillos en silencio. Sabemos que hay gente esperando caminar por las calles que nosotros empedraremos, enamorarse de las chicas que recordaremos, reírse de las cosas que los locos de nuestro pueblo inventarán. Y para mí, saber que Ribeyro es uno de los arquitectos que levantó parte de la gran ciudad, hace que acepte esta labor de obrero con energía.

Sé que mi tarea es todavía humilde. Veo a Huxley inventando el futuro. A Verne cavando el centro de la tierra. A García Márquez colocando galeones en el medio de la selva, a Bukowski inaugurando bares y regando putas, a Kerouac extendiendo carreteras interestatales. Y pienso en cuán infinito es el mundo de las palabras. Y cuán pequeño soy yo. Pero aún así, intuyo que mi tarea es importante. Y que este breve pedazo de tierra que hoy estoy removiendo con mis dedos, será el soleado jardín en el que alguien se echará a descansar mañana.

martes, 7 de octubre de 2014

Poe

Hace unas semanas, mi primo Eduardo me contó que había conseguido “La narración de Arthur Gordon Pym” de Edgar Allan Poe en la edición de tapa dura de la colección Mis libros. Como yo estoy juntando esa colección (además de la insania de los Populibros que aún me tiene loco pues me faltan 2 de los 63), me volví chango porque ese volumen no lo tenía. Mi primo, que tiene 17 años y estudia Mecatrónica en la cato pero lee más literatura que varios de mis muchachos de Comunicaciones ¬¬, me explicó que esa era la única novela que había escrito Poe y que, además de la habitual matanza, incluía canibalismo. Después me dijo ¿EN SERIO, NO LA HAS LEÍDO? con el mismo tono que usaría alguien para preguntar ¿TODAVÍA TE MEAS LA CAMA? Bajé la cabeza, avergonzado. Unas semanas después, recorriendo Amazonas, conseguí el libro en esa misma edición y esa madrugada lo leí todo. Poe me subió al barco, me hizo naufragar y luego me tuvo flotando sobre los pocos maderos que aún se mantenían a flote, rodeado de tiburones y decidiendo con palitos quién sería el primero en morir canibalizado. Esa es mi idea de un buen libro. Es decir, ahora puedo disfrutar libros en los que los personajes no se comen a sus amigos, pero el niño que habita mi cerebro y que comenzó leyendo Viaje al centro de la tierra y Los viajes de Gulliver, siempre extraña este tipo de aventuras extraordinarias. Yo estaba medio palteado antes de empezar el libro porque ya me ha pasado leer a cuentistas geniales cuyas novelas me han decepcionado, pero Poe no fue el caso.

Estoy escribiendo esto porque en el muro de Karen vi que Edgar murió un día como hoy hace 165 años, cuatro días después de que lo encontrasen en las calles de Baltimore, delirando, borracho, casi muerto, y sin recordar cómo diablos había terminado así ni de quién eran las ropas que traía puestas. Tal vez en el caso de otros escritores convenga más recordarlos en el aniversario de su nacimiento, pero tratándose de Poe para quien la muerte más que un tema fue una especie de aura, nos viene bien este día. Sin embargo, como no disfruto tanto de hacer análisis ni crítica literaria, lo que estoy haciendo es contar algunas de las intersecciones de su obra con mi vida.

Otra noche, esperando a un amigo afuera del concierto de Metallica al que yo no había podido ir porque estaba misiazo, estuve sentado en una mugrosa esquina de Petit Thouars con unos papeles en los que había impreso El gato negro. Al día siguiente tenía que dar una clase sobre ese cuento así que quería analizarlo y ver qué podía decir. El concierto se había extendido más de lo previsto así que pasaban ya de las once de la noche y no había ni rastro de mi pata. Mientras leía el cuento, sentía cómo los últimos limeños subían a los buses y me dejaban solo en las calles desiertas de Lince. Cada vez que una cuadra se quedaba vacía, yo (más chivato) me paraba de la vereda y me iba a otra donde todavía hubiese por lo menos un barrendero o un perro callejero y seguía leyendo. La atmósfera que manaba del cuento era tan fuerte que transformaba la ciudad. Era como si en plena Petit Thouars yo me hubiese puesto a desenterrar tumbas y todos los gatos de Lima estuvieran mirándome. Pero además, la arquitectura del cuento era tan bella, que la euforia del descubrimiento y el miedo se mezclaban en mi cerebro como en un caldero, y me hacían sentir como imagino se debe haber sentido el primer sujeto que desenterró una momia o el esqueleto de un dinosaurio. Esa noche, Poe hizo que olvidara que me había perdido el concierto de Metálica y comprendí que aquella mugrosa esquina de Petit Thouars era mi único lugar posible aquella medianoche de marzo.

También podría contar que hace como 6 años, cuando fui a mi viejo colegio de Talara para la primera comunión de mi hermanito, terminé entrando a la biblioteca del cole y me llevé de recuerdo una antología de Poe (mi excusa es que habían como 20 copias) encaletada en el bolsillo del terno. Yo siempre fui un niño bueno en la primaria y nunca hacía pendejadas así que digamos que ese acto vandálico era algo que me debía a mí mismo con 20 años de retraso. Mis hermanitos me miraron con cara de espanto cuando vieron que me llevaba el libro, pero les prometí que cuando publicara el mío, mandaría una copia a mi colegio para subsanar el hueco, cosa que hice, aunque dudo que mis cuentos puedan cubrir el vacío dejado por Poe.

Finalmente, lo último que contaré es que lo primero que leí de Poe fue su poema “El cuervo”. Mi amigo Marco, que gustaba de hacer ruidos de animales, me hablaba siempre de ese poema y a veces chillaba como cuervo y decía ¡NUNCA MÁS! (Ahora cuando escucho a Jeanette cantar aquella parte de Corazón de poeta donde dice que su novio tiene “la voz de un pájaro” inmediatamente en mi cabeza suena el chillido del cuervo gritando ¡NERVEMORE!). Pero en todo caso, esta mañana abrí de nuevo el poema y lo leí y también escuché en youtube algunas versiones narradas por Vincent Price, Christopher Lee y Christopher Walken y terminé con los ojos vidriosos en la biblioteca de esta universidad donde lo leí por primera vez.

Aquí se los dejo. Aunque si nunca lo han leído, mejor guárdenlo para la noche cuando estén solos. En cuanto a mí, ya no puedo esperar a que se reanuden las clases para ir al salón, pedirles a estos salvajes que se recuesten sobre sus brazos, apagar las luces, cerrar las cortinas y buscando una voz como salida del averno mientras me paseo aleteando entre sus carpetas, comenzar a leerles: "Una vez, al filo de una lúgubre media noche…

¡NEVERMORE!

http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/ing/poe/cuervo.htm



viernes, 3 de octubre de 2014

Profe, usted nos trae porno

Siempre llevo cómics a mis alumnos grandes pero hoy se los llevé también a los más pequeños. No censuré nada así que había desde Charly Brown hasta cómic underground nacional. Uno de los chibolos abre el libro "Tren de ficción" de mi pata Carlos Lavida y se encuentra con una viñeta en la que aparece una chica con las tetas al aire. Me la muestra y me dice: "Profe, usted nos trae porno". La maravillosa frase inmediatamente logra 2 cosas: La primera: congelar el espacio-tiempo mientras yo me quedo con cara de huevón y el resto del salón con la risa a punto de estallar. La segunda: teletransportarme 18 años atrás cuando un amigo dijo exactamente la misma frase a nuestro profe Lucho Torrejón, después de que este nos proyectara una película española llamada Amantes en la que una chica le metía un pañuelo al culo a su chico mientras se la follaba. La frase de mi pata en realidad no fue tanto una afirmación como un cuestionamiento. Dijo: Profe ¿POR QUÉ nos pone PORNO? La palabra PORNO quedó retumbando en el salón como si de pronto hubiese entrado Nacho Vidal con la guasa al aire. El profe Lucho Torrejón, que tenía una barbaza y una voz ronquísima como de sátiro de los montes griegos, abrió los ojos y gritó: "¡¡¡NO ES PORRRNO, ES ERÓTICO!!!".

Nunca me olvidé de esa frase ni de la cara de mi pata al escucharla. Torrejón tenía muchas frases memorables. Recuerdo que al entrar al salón nos saludaba diciendo: "Damiselas y cocodrilos". Y ahora, cada que yo tengo que escribirle un mail a mis alumnos, lo encabezo con aquel Damiselas y cocodrilos como un tardío tributo a ese gran maestro que nos ponía cine erótico y conciertos de Piazzolla en vez de hablarnos de la aburrida historia de los medios del Perú. Aquello fue una sabia decisión pues a estas alturas de la vida, he olvidado quién carajo fundó La Prensa, pero jamás olvidaré el sonido de aquel doloroso bandoneón de Astor tocando Adiós Nonino.

Cuando el tiempo se descongeló y yo volví al salón de esta tarde en el que yo soy el profe, mi cerebro trató de responderle a mi alumno con una frase sabia y desenfadada como la de mi profe Torrejón, pero en cambio lo que me salió fue un ¡¡¿CUÁL PORRRNO? SON SOLO UN PAR DE TETAS! ¿ES QUE NUNCA HAS VISTO UN PAR DE TETAS?!! xD Mientras iba diciendo la frase, veía cómo la cara de mi alumno se derretía y entonces acabé dándome cuenta de mi locura. A mí la frase me sonaba fresca y natural porque, vamos, a estas alturas de la vida, la gente con que suelo conversar ha visto, apretado, besado, mordido, lamido, succionado varios pares de tetas. Han sumergido la cara en ellas, las han inhalado, les han puesto sobrenombres, han dibujado sobre ellas con diferentes tintas, las han llenado de miel y de vino, las han hecho conversar entre ellas y seguro que algunos hasta les han compuesto poemas, reguetones o alejandrinos. Y aún cuando a mí todavía sigue maravillándome su delirante arquitectura y aquel aroma que es el equivalente al ultravioleta para la vista, una parte de mi cerebro sabe que son objetos posibles en el universo.

Sin embargo, cuando yo tenía la edad de mi alumno, no había vuelto a ver unas tetas desde que mi vieja me había destetado y nadie me aseguraba que podría ver otras antes de que un meteorito destruyera el planeta en el año 2000. Carajo, a los 17 yo era tan tímido que pensaba que iba a morir virgen. Y mientras le decía al chibolo ¿ES QUE NUNCA HAS VISTO UN PAR DE TETAS? comprendí que si un profe me hubiese dicho eso a los 17, yo me hubiese desmayado. Csm.

Al final mi pánico desapareció porque mi alumno se cagó de risa junto con todos sus patas. Tira de pajeros. Esta generación viene más superada. Cuando hace poco hicimos el ejercicio de "Dibuja 5 cosas que te llevarías a una isla" uno de ellos dibujó a una calata sobre la isla. Como me parecía conocida le pregunté ¿Quién es? -Sasha Grey- me dijo todo contento. Tamare, murmuré y me fui a mi escritorio aguantándome la risa y acordándome de mi primo que también es su fan.

A veces cuando pasan estas cosas y yo me acuerdo de mi profe Lucho Torrejón, me doy cuenta de que es posible que cuando estos pendejos se gradúen, también recuerden poco de lo que les enseñé, pero mucho de lo que les mostré. Y eso es algo perturbador porque las clases las puedo preparar, pero es más difícil controlar lo que me brota espontáneamente del hocico sin pasar por la aduana del cerebro.

En esos momentos, espero ser un poco como mi maestro Torrejón. No solo por aquella película española con la escena del pañuelo en el culo (carajo, alguien tenía que desahuevarnos y hacernos ver que no había nada malo en ver en el cine a dos personas cogiendo como es debido) ni por lo del tango de Piazzolla o las pelis de Kusturica o la voz de Yma Sumac, todos, artistas que conocía gracias a él. Sino porque parecía un ser humano lleno de pajas y contradicciones como nosotros y eso hizo que lo viéramos como alguien de quien realmente podíamos aprender.

Hace un tiempo vi que una amiga había posteado en su muro una imagen que decía "No les enseñes lo que sabes, enséñales lo que eres". Esa tarde llegué al salón, me olvidé de la clase que había preparado y les conté lo que yo había vivido al salir de la universidad: aburrirme de mi chamba, irme a mochilear por Latinoamérica, pasar hambre, descubrir la literatura y aferrarme a ella como un loco renunciando a todo lo demás. En algunos de ellos, vi brillo en sus ojos por primera vez desde que comenzara el ciclo. Espero que ese "¿ES QUE NUNCA HAS VISTO UN PAR DE TETAS? que se me escapó hoy, sea comprendido como todos los ¿QUE TODAVÍA NO HAN VISTO PULP FICTION? que suelo soltarles. O el ¿Ya han escuchado el Verano de Vivaldi?¿Han visto los cómics de Robert Crumb? ¿Han leído ya Cien años de soledad? ¿Han ido a pasear por el Jirón Quilca?

Y espero también que con el tiempo yo vaya convirtiéndome en ese tipo lleno de historias como mi profe Torrejón, al que le bastaba llegar al salón y hablar de cualquier pichulada, para que en todos nosotros estallase algo que nos hacía salir a buscar la vida y el conocimiento.

jueves, 2 de octubre de 2014



Me fui un mes de fb y descubrí horrorizado que hemos quemado los botes en los que llegamos a la isla cibernética. La sensación de estar desconectado me parecía fascinante solo porque sabía que era finita. Leía novelas enteras en una noche, escribía sin distracción y el último día dibujé al Grifo del narrador de cuentos en mi pared. Pero luego me quedaba como loco porque me sobraba mucho tiempo y mucha paja mental sin liberar. He comprendido que aún si metafóricamente lograse vivir en los árboles como Cósimo en El barón rampante, jamás podré cortar el vínculo con la humanidad. Cuando entré a la universidad en 1996 y me mandaron a leer a McLuhan, no me quedaba muy claro aquello de que los medios de comunicación eran las extensiones del hombre. Pensaba que McLuhan estaba en ácidos y que un día quemó y vio que sus brazos se extendían como los del hombre de goma y dijo: ptmre, voy a escribir un libro sobre esto. Ahora comprendo a lo que se refería. El silencio de setiembre fue hermoso, a ratos sentía que había vuelto a 1994 y que al prender la tele iba a estar Kurt Cobain tocando About a girl en mtv y que yo iba a apretar el botón de rec de mi vhs. Pero a ratos también sentía que me había vuelto mudo o sordo. Es probable que repita la experiencia cada cierto tiempo. Nuestra generación será la última en acceder al placer de estar inubicable y estar inubicable es buenísimo. Es como tenderse a descansar en tus propias colinas interiores. Naturalmente, eso es algo que pienso aprovechar. Y además, como dice Fito: vos ya sabés comprender, es solo un rato nomás