jueves, 2 de octubre de 2014



Me fui un mes de fb y descubrí horrorizado que hemos quemado los botes en los que llegamos a la isla cibernética. La sensación de estar desconectado me parecía fascinante solo porque sabía que era finita. Leía novelas enteras en una noche, escribía sin distracción y el último día dibujé al Grifo del narrador de cuentos en mi pared. Pero luego me quedaba como loco porque me sobraba mucho tiempo y mucha paja mental sin liberar. He comprendido que aún si metafóricamente lograse vivir en los árboles como Cósimo en El barón rampante, jamás podré cortar el vínculo con la humanidad. Cuando entré a la universidad en 1996 y me mandaron a leer a McLuhan, no me quedaba muy claro aquello de que los medios de comunicación eran las extensiones del hombre. Pensaba que McLuhan estaba en ácidos y que un día quemó y vio que sus brazos se extendían como los del hombre de goma y dijo: ptmre, voy a escribir un libro sobre esto. Ahora comprendo a lo que se refería. El silencio de setiembre fue hermoso, a ratos sentía que había vuelto a 1994 y que al prender la tele iba a estar Kurt Cobain tocando About a girl en mtv y que yo iba a apretar el botón de rec de mi vhs. Pero a ratos también sentía que me había vuelto mudo o sordo. Es probable que repita la experiencia cada cierto tiempo. Nuestra generación será la última en acceder al placer de estar inubicable y estar inubicable es buenísimo. Es como tenderse a descansar en tus propias colinas interiores. Naturalmente, eso es algo que pienso aprovechar. Y además, como dice Fito: vos ya sabés comprender, es solo un rato nomás

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