martes, 13 de diciembre de 2016

KFC

bueno, hace un rato me llevé a mi diente nuevo a que se coma un Kentucky Fried Chicken. le dije: mira weón, bienvenido a mi boca, ahora vas a morder hartas cosas ricas, namás agárrate fuerte no te vayas a caer como el otro baboso. tú tienes que durar porque primero se cae un diente, luego el pelo y ahí empieza el vacío existencial y las ganas de leer a Sartre y yo ya no estoy pa esas huevadas. así que me pido un combo completo como quien dice vamo a cagarla, vamo a meterle bypass a la aorta. crispy y toda la cochinada. pero jugosas las presas le dije a la cajera porque me acordé que mi pata Fer me contó que cuando era chibolo y escuchaba Corazones Rojos de Los Prisioneros pensaba que cuando cantaban la parte de la entrepierna bien jugosa se referían al estofado de pollo xD más pendejo ese concha. total que me siento en una mesa inmunda como todas las mesas y apoyo la bandeja: tres presas de pollo, ensalada de col, papas y ají como para aderezar un toro de lidia. y aguas negras del imperialismo, tamaño regular. miro alrededor, nadie conocido, nadie me mira así que me pongo en modo Hans el erizo y meto el hocico a la bandeja. para mí ir al kentucky es como ir a comprar porno, solo se hace una vez al año. además hay que ir a escondidas y solo. de preferencia encapuchado como mr. robot. no vas a llevar a tu flaca al kfc, no seas puerco. ya si tienes con ella un par de meses y ya se perdieron el respeto se compran el balde y se lo comen en la cama mirando how I met your mother. luego si quieren tiran pero primero bota los wesos no se les vayan a clavar en el culo. la huevada es que estoy ahí mascando pollo radioactivo cuando me doy cuenta que soy el único que está comiendo agazapado y de prisa. en las otras mesas conversan, comparten papas, algunos incluso comen aburridos como si vinieran al kfc dos veces por semana. ¿no te mueres si haces eso? ¿cuántas presas kfc aguanta un corazón sano? un vagabundo se pasea por las mesas y levanta los restos de un sandwich que alguien no ha terminado. no es un mendigo ni un loco, se nota que es su rutina diaria. pasar por el kfc a recoger la carroña. he ahí un tip de viajero. raspo las últimas papas en el ají y echo los restos a la basura. me pongo la mochila en la puerta listo para huir. recuerdo que cuando llegué a Lima en el 93 la puerta del KFC del Parque Kennedy me parecía la entrada de un maravilloso castillo. tenía 13 años y acababa de llegar a la capital. era Robin, así me dijo una chica una vez en un tono. Tú eres Robin ¿no? ¿Robin? no, yo soy Pierre. Sí pe, Pierre, pero eres Rovinciano. JAjaja Ctm, sí, soy de Piura, tanta huevada, nunca había visto un castillo como el KFC pe. en Talara solo habían 2 sangucherías para todo el pueblo y cuando me decían comida rápida era porque mi vieja iba a preparar arroz con atún. ahora el kfc ya no me parece un castillo. han pasado 24 años. he progresado en la vida. estoy parado en la puerta y pienso que el combo me ha costado lo que cobro por 20 minutos de clase, más o menos el tiempo que me toma leer y comentar un cuento corto, digamos Dejar a Matilde de Alberto Moravia que es uno de los cuentos más bonitos que leímos este ciclo. un cuento que ahora yo he convertido en pollo rostizado. si toda la literatura pudiera comerse, qué tipo de comida serían mis cuentos? y qué sería este texto? me monto a la bici. Soy Hans el erizo. Soy Robin. Cae la noche en Lima y acaban de empezar mis vacaciones

viernes, 2 de diciembre de 2016

la realidad es una pila gastada

Vas al cine a ver la última película de zombis con tus amigos. Una de tus amigas ha metido chelas en su bolso. ¿Has metido chelas al cine? Sí ¿Cuántas? 3. ¿Te las vas a tomar todas? No, son para compartir, dice. Y eso hace. Te pasa una cuando las luces se apagan. Al salir del cine –tal vez porque la peli de zombis los ha hecho sentir la inminencia del apocalipsis– les da pena separarse. Se miran. Proponen ir a fumar la pipa de la paz hasta el carro de uno. Es un carro pequeñísimo pero como es el único lugar donde pueden lanzar en paz, trepan. Parece el chiste de los elefantes en el volkswagen. ¿Cómo subes a 5 elefantes a un vocho? No sé. Dos adelante y tres atrás pues pendejo. Pero nosotros somos 6. A la mierda. Pasa el wiro. Desde afuera el carro parece una cámara de gas. Las risas se estrellan contra las lunas del auto como abejorros enloquecidos. Al rato cesan. El grupo se desintegra a besos. Te quedas con una amiga y un amigo. Aún es temprano ¿Vamos a ver Mr. Robot a tu jato? Vamos. Ellos se van en el carro. Tú los sigues en la bici. Cindy Lauper grita en tus audífonos que las chicas solo quieren divertirse. Luego los Pretenders. Este es el año de las chicas. Todas las canciones y todos los libros que lees son de chicas. ¿Significará algo eso? Compran más chelas y pretzels. Miran Mr. Robot en tu cuarto. Tu amiga está enamorada de Mr. Robot, de su rostro de calavera y de su paranoia. Tu amigo está enamorado de Christian Slater. Tú comes pretzels. Da la medianoche. Se van. Apagas la luz para dormir pero no puedes. Prendes la radio. Barry Manilow canta Copacabana. Recuerdas que una vez alguien te hizo prestar atención a la letra. Es una historia triste sobre una pareja de jóvenes enamorados. Una bailarina y un barman en un club de La Habana. A él lo matan de un balazo por defenderla de un patán. Ella envejece, se queda sola y se vuelve loca. Una mierda triste triste. Pero la canción tiene este ritmo tan sexy que no da pena. Da ganas de tomarse una piña colada y de bailar. Apagas la radio. Coges un libro. Mientras lees eres una mujer de limpieza que llora. Te quedas dormido. Sueñas con una caja que está dentro de otra caja y dentro de otra caja y en la última caja estás tú frente a un espejo. Despiertas. Te lavas la cara. Vas a dictar clase. Tu clase consiste en pasear a tus alumnos por las calles de Miraflores mientras les lees un cuento. Les cuentas cómo eran esas calles hace 60 años cuando la historia del cuento sucedía. Y te creen. Te creen a pesar de que tú llegaste a Lima a los 13 y no tienes ni puta idea de nada. Llegan a la playa como los personajes del cuento. Tiran piedras al océano. Se toman fotos. Después te vas al dentista. Te toman las medidas para reponerte el diente que perdiste hace meses. Te lo pondrán el miércoles. Pero no será tu diente. Será una parte de ti que alguien más ha esculpido en un taller. Alguien que no te conoce, además. Tampoco es tuyo el cuento ni las calles de Lima. Tampoco la canción de Barry Manilow ni los acordes de los Pretenders ni la película de los zombis. A lo mejor tu sueño es tuyo pero no estás seguro de entenderlo. Y entre todas esas cosas está extraviada tu vida. Entre las películas, la música, y los wiros. No extraviada mal. Apenas perdida como alguien que voluntariamente ha decidido meterse por la calle equivocada. ¿Para qué? ¿Para qué te meterías por la calle que no es? ¿Por qué te dormirías escuchando una canción triste? ¿Por qué quieres llorar como la mujer de la limpieza? ¿Por qué querrías ver cómo sería el mundo devorado por los zombis? No lo sabes. Pero una vez escuchaste que Salinger, cansado de que todo el mundo lo buscara como a un guía dijo: “el hecho de que yo plantee ciertas preguntas en mis libros, no quiere decir que yo tenga las respuestas”. De todas formas, tú podrías intentar una respuesta. ¿Recuerdas que en los 80’s sacábamos las pilas del walkman y las mordíamos para que duraran un poco más? Ajá. Bueno, la realidad es la pila gastada y la música, los libros, los amigos y toda esa mierda son las mordidas. A mí mi viejo me decía que no hiciera eso con las pilas porque era tóxico y podía morir envenenado. Sí, bueno, en los ochentas no creíamos en esas huevadas.