viernes, 2 de diciembre de 2016

la realidad es una pila gastada

Vas al cine a ver la última película de zombis con tus amigos. Una de tus amigas ha metido chelas en su bolso. ¿Has metido chelas al cine? Sí ¿Cuántas? 3. ¿Te las vas a tomar todas? No, son para compartir, dice. Y eso hace. Te pasa una cuando las luces se apagan. Al salir del cine –tal vez porque la peli de zombis los ha hecho sentir la inminencia del apocalipsis– les da pena separarse. Se miran. Proponen ir a fumar la pipa de la paz hasta el carro de uno. Es un carro pequeñísimo pero como es el único lugar donde pueden lanzar en paz, trepan. Parece el chiste de los elefantes en el volkswagen. ¿Cómo subes a 5 elefantes a un vocho? No sé. Dos adelante y tres atrás pues pendejo. Pero nosotros somos 6. A la mierda. Pasa el wiro. Desde afuera el carro parece una cámara de gas. Las risas se estrellan contra las lunas del auto como abejorros enloquecidos. Al rato cesan. El grupo se desintegra a besos. Te quedas con una amiga y un amigo. Aún es temprano ¿Vamos a ver Mr. Robot a tu jato? Vamos. Ellos se van en el carro. Tú los sigues en la bici. Cindy Lauper grita en tus audífonos que las chicas solo quieren divertirse. Luego los Pretenders. Este es el año de las chicas. Todas las canciones y todos los libros que lees son de chicas. ¿Significará algo eso? Compran más chelas y pretzels. Miran Mr. Robot en tu cuarto. Tu amiga está enamorada de Mr. Robot, de su rostro de calavera y de su paranoia. Tu amigo está enamorado de Christian Slater. Tú comes pretzels. Da la medianoche. Se van. Apagas la luz para dormir pero no puedes. Prendes la radio. Barry Manilow canta Copacabana. Recuerdas que una vez alguien te hizo prestar atención a la letra. Es una historia triste sobre una pareja de jóvenes enamorados. Una bailarina y un barman en un club de La Habana. A él lo matan de un balazo por defenderla de un patán. Ella envejece, se queda sola y se vuelve loca. Una mierda triste triste. Pero la canción tiene este ritmo tan sexy que no da pena. Da ganas de tomarse una piña colada y de bailar. Apagas la radio. Coges un libro. Mientras lees eres una mujer de limpieza que llora. Te quedas dormido. Sueñas con una caja que está dentro de otra caja y dentro de otra caja y en la última caja estás tú frente a un espejo. Despiertas. Te lavas la cara. Vas a dictar clase. Tu clase consiste en pasear a tus alumnos por las calles de Miraflores mientras les lees un cuento. Les cuentas cómo eran esas calles hace 60 años cuando la historia del cuento sucedía. Y te creen. Te creen a pesar de que tú llegaste a Lima a los 13 y no tienes ni puta idea de nada. Llegan a la playa como los personajes del cuento. Tiran piedras al océano. Se toman fotos. Después te vas al dentista. Te toman las medidas para reponerte el diente que perdiste hace meses. Te lo pondrán el miércoles. Pero no será tu diente. Será una parte de ti que alguien más ha esculpido en un taller. Alguien que no te conoce, además. Tampoco es tuyo el cuento ni las calles de Lima. Tampoco la canción de Barry Manilow ni los acordes de los Pretenders ni la película de los zombis. A lo mejor tu sueño es tuyo pero no estás seguro de entenderlo. Y entre todas esas cosas está extraviada tu vida. Entre las películas, la música, y los wiros. No extraviada mal. Apenas perdida como alguien que voluntariamente ha decidido meterse por la calle equivocada. ¿Para qué? ¿Para qué te meterías por la calle que no es? ¿Por qué te dormirías escuchando una canción triste? ¿Por qué quieres llorar como la mujer de la limpieza? ¿Por qué querrías ver cómo sería el mundo devorado por los zombis? No lo sabes. Pero una vez escuchaste que Salinger, cansado de que todo el mundo lo buscara como a un guía dijo: “el hecho de que yo plantee ciertas preguntas en mis libros, no quiere decir que yo tenga las respuestas”. De todas formas, tú podrías intentar una respuesta. ¿Recuerdas que en los 80’s sacábamos las pilas del walkman y las mordíamos para que duraran un poco más? Ajá. Bueno, la realidad es la pila gastada y la música, los libros, los amigos y toda esa mierda son las mordidas. A mí mi viejo me decía que no hiciera eso con las pilas porque era tóxico y podía morir envenenado. Sí, bueno, en los ochentas no creíamos en esas huevadas.

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