jueves, 29 de agosto de 2013

miércoles, 28 de agosto de 2013

Como si el huracán viajara sobre rieles de diamante

Cuando hace un mes, mis amigos me preguntaron cómo me imaginaba que sería dictar clases, yo -que estaba tan emocionado como un perro al que le van a pagar por hablar de huesos- les respondí: "Como una mezcla de La sociedad de los poetas muertos y Escuela de Rock". Rieron hasta el llanto. Parecía que me habían preguntado ¿Cómo te imaginas el África? y que yo les había dicho "Una mezcla entre Los dioses deben estar locos y Tarzán". Pobre hombre, me dijeron mientras me palmeaban la espalda, pero está bien muchacho, está bien que vayas con esos ánimos. Tarde o temprano descubrirás que es más bien como emprender el Proyecto Gorilla. Bueno, el jueves pasado di mi primera clase. Leímos "Los Merengues" que es uno de mis cuentos favoritos de Ribeyro. Apliqué Pavlov y les llevé merengues genuinos para los que participaran. Funcionó, aunque llenaron el salón de migas. El viernes pasado, como dándole la bienvenida al fin de semana, leímos "La venganza de los malditos" de Bukowski. Toda la vida había querido leer a las nuevas generaciones aquella línea del vagabundo que se despierta a mitad de la madrugada y grita: "DIOS ES UNA NEGRA LESBIANA DE 180 KILOS". Fue hermoso, al menos para mí. Pero no todo es tan chévere. Por ejemplo, siempre empezamos las clases leyendo un poema. El lunes leímos "La sonrisa de Leonardo es una rosa cansada" de Eielson. Cuando terminé de leerlo (una alumna inició la lectura pero a la mitad dijo que era muy largo y me pidió que la relevara), colapsaron, pero no en el buen sentido. Aaaaala dijeron, nooo, demasiado triste. Yo quería hacer la del exorcista y sacar mi agua bendita, pero me contuve. Les pregunté por qué les parecía horrible: muy depre, todo mal, dijeron. ¡Pero las imágenes! les digo ¡las imágenes! Conversamos sobre el tema. Les muestro Guernica de Picasso, el autorretrato de Van Gogh con un parche en la oreja. Un bombardeo, un órgano cercenado. Tampoco debe ser divertido cortarse una oreja les digo; y sin embargo, miren el cuadro. El sufrimiento se ha transformado en otra cosa. Por eso el cuadro sigue aquí 100 años después de que lo pintaron. Luego como que quieren darse cuenta y se ponen a releer el poema. Todavía les parece una montaña densa y pesada pero ahora, al atravesarla, empiezan a recoger piedras, cosas que les llaman la atención en el camino. De pronto uno de ellos lee un verso en voz alta: “como si el huracán viajara sobre rieles de diamante”. Es uno de mis versos favoritos. Dibujo sobre la pizarra un enorme huracán, unos rieles de diamante. Nos quedamos mirándolos un rato. Repetimos el verso en voz baja. ¿Qué habrá querido decir? pregunto. Veo sus caras, los escucho. Algo se está encendiendo. Algo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

la monocromática espalda

Después de almorzar con dos viejos amigos a quienes dejé de ver por mucho tiempo, subo en bici hacia Miraflores. Como cada vez que recorro Pardo (una de mis avenidas favoritas en esta ciudad), me detengo un rato frente al busto de Ribeyro. Normalmente solo paso a saludarlo; pero hoy, además, le pido su bendición. En menos de una semana empiezo como profesor y, según me han dicho, dictar literatura a las nuevas generaciones es como ser una ninfómana hablando de sexo ante un grupo de catequistas frígidas. Protégeme Julito, le pido. Les hablaré de ti. Les leeré tus cuentos. Luego sigo pedaleando. No acabo de salir del óvalo cuando veo en una esquina a Charles Chaplin acomodándole la armadura a Depredador. Es una visión que me detiene. He visto antes a ese Carlitos Chaplin agitando su bastón por el Parque Kennedy y he visto también a Depredador lateando por el Jirón de la Unión junto a su pata Alien. Por un par de soles se toman fotos con los niños o los poetas. Pero bueno, ver a Depredador y a Chaplin juntos, es otra huevada. El primero, es un monstruo aterrador, de estatura considerable, lleno de colmillos y greñas. Hay niños que lloran de pánico cuando sus padres (víctimas del cine ochentero) intentan hacer que se tomen una foto con aquel bicho del cual los niños no tienen ni puta idea. Sin embargo, verlo parado bajo los eucaliptos de Pardo, al mediodía, y mientras el personaje más simpático del cine -arrodillado frente a él como una costurera- le acomoda la falda de la armadura, es como ver a un niño ante su mamá en la mañana del primer día de colegio. De pronto a Depredador se le ve dócil, domesticado y ya no da ganas de que venga Schwarzenegger a reventarlo a metralletazos. Una vez que Chaplin lo deja listo, Depredador le palmea cariñosamente la monocromática espalda y se van caminando juntos rumbo al parque, probablemente a meterse en sus personajes y ganarse los frejoles. Es una imagen que me reconforta. Al principio no comprendo muy bien porqué, (ni necesito saberlo) pero de pronto presiento algo. Mientras observo sus disímiles espaldas alejarse, recuerdo la de mis dos amigos que se despidieron de mi unos minutos antes. Uno de ellos, el chato, también se llama Carlitos como Chaplin; y aunque el otro, por supuesto no se llama Depredador, es enorme y a veces suele comportarse como una bestia de otro planeta. Pienso: la amistad debe ser eso ¿no? Solemos creer que se trata de encontrar gente que, por su trabajo, sus hobbies o su forma de pensar, parecen adaptarse al guión de nuestra película; cuando en realidad, se trata más bien de los inesperados personajes que llegaron a nuestra vida cuando, entre el rodaje de una escena y otra, nos quitamos el disfraz y nos alejamos del rutinario plató para echar a caminar un rato bajo los eucaliptos.

jueves, 8 de agosto de 2013

comer como un ser humano

Hay algo que nunca debes hacer cuando alguien cocina para ti: no ir a la mesa cuando esa persona te dice que ya está servido. Y eso es exactamente lo que ha desencadenado el desmadre de hace un rato. Yo ni siquiera iba a cocinar, tenía muchas tareas, pero este pendejo de mi primo jode y jode: cocina dice, para eso vamos al mercado dice, tenemos la refri llena de verduras que luego se pudren dice, será divertido dice. Así que dejo mis dibujos y me pongo a picar cebollas y tomates. Al principio lo hago sin muchas ganas; pero al rato, casi sin darme cuenta (tal vez por el bonito color que toma la tabla de picar cuando le pegan estos escasos rayos de sol), estoy cantando y aderezando la carne como quien baila boleros. Cada tanto me asomo de la cocina a la sala y le digo a Lucho: "se te va a desprender el hocico cuando pruebes esto", y luego "ahora vas a aprender a comer como ser humano", cosas así. Finalmente apago las calderas y llevo los humeantes platos de mi más logrado lomito saltado hasta la mesa. Listo, le digo, sonriente y orgulloso. Ya voy dice él, pero sigue parado frente a su escritorio revisando su diccionario de alemán. Dice palabras en voz alta: Frau, Mann, Mutter, Vater. Trato de no hacer combustión espontánea y me siento yo solo. Le doy la primera cucharada a mi plato. Que bestia, pienso mientras mastico, que maestro que soy. Pero algo me distrae: Lucho sigue revisando su diccionario. Por fin me paro, lo agarro del pescuezo y lo llevo hasta la mesa. Ven ctm. Le quito el diccionario y en la misma mano le pongo el tenedor: Come carajo, le digo. Parece que por fin todo ha llegado a buen término; sin embargo, antes de meter el tenedor a su plato, Lucho se para y saca de la alacena un sobre de mostaza, lo desgarra con los dientes como un cavernícola y antes de probar el lomito saltado en su estado puro, vuelca sobre la carne un obsceno chorro de esa caca de canario. Como yo ya estoy acostumbrado a su adicción a la mostaza, me controlo, pero entonces Lucho decide retar mi paciencia: acerca el sobre a mi plato y echa también un chorro. Ante mis ojos, veo como la mostaza, como el dedo del Rey Midas, expande su vibra y transforma mi lomito saltado en una masa amarilla sin sabor y sin vida. Lo que viene después es lo que sucedería en la jaula de unos chimpancés borrachos: yo lanzo la mitad de mi refresco sobre su arroz, Lucho tira trozos de carne a mi vaso y luego un poco de menestra a la jarra. Finalmente ambos cogemos nuestros platos y salimos corriendo de la mesa. Terminamos de comer parados en dos rincones opuestos de la sala, riéndonos y vigilándonos desde lejos como animales.

sábado, 3 de agosto de 2013

Podríamos titular este post: "Mi primo y Sasha Grey", aunque más me gusta "¡Oh Dios, no tiene cara de puta!" o "Una chica que compra el pan y entra a las heladerías"

Así que mi primo vuelve de la FIL. Cruza la puerta semi-congelado, el fantasma del frío cubre su espalda como una larga escama de hielo. Ha comprado un libro de Hegel, el pensador alemán. Es un libro sobre Filosofía del Derecho. Me lo muestra, orgulloso. Mi primo tiene 22 años y no es un chico gastador, pero acaba de graduarse en Derecho y además está tomando clases de alemán, así que este libro le viene a pelo. Sin embargo lo noto demasiado loco. Algo parecido al éxtasis salpica de sus ojos. Intuyo que no es la emoción por este libro ni la angustia por las 63 lucas que le ha costado y que lo obligarán a comer pan con huevo toda la semana. Lo miro fijamente y por fin la suelta: Pierre, están vendiendo un libro Sasha Grey en la feria. ¡NO! ¡Sí, animal! ¿De qué crees que hable? me pregunta y no se detiene a esperar una respuesta ¡Seguro cuenta cosas de su infancia, de cuando iba al colegio, de las cosas que le gustan para desayunar! ¡Debemos comprarlo! Me contagia su alegría. Parece un niño que acaba de ver un tigre por primera vez y quiere traerlo a su patio trasero. Le pregunto dónde lo vio, de qué color era el libro. ¡Por ahí, era celeste! ¡Pero qué carajo importa el color, Pierre! ¡Te estoy diciendo que hay un libro con historias contadas por la más grande chica del porno de todos los tiempos! Ha perdido la razón. Se da vueltas por toda la sala agitando los brazos. El libro de Hegel yace olvidado en un rincón de su escritorio. Entonces digo algo inocente. Juro que no tengo intención de romperle el corazón. Soy como Bryce en aquel cuento del borrachito escalador: me gusta andarle llenándole la piscina a la gente para que no se estrellen de cresta contra la realidad. Sin embargo, de pronto me escucho diciéndole esto: "No creo, Lucho. De hecho, es probable que Sasha ni siquiera haya escrito el libro”. Lo digo casualmente, distraído, pero entonces observo el cambio en su expresión y me doy cuenta del crimen que he perpetrado. Puedo escuchar su alegría quebrándose como un gran témpano de hielo que se desprende del continente y se hunde para siempre en el océano. Su sonrisa naufraga. Sus ojos se apagan como planetas tragados por un agujero negro. El alma se le cae hasta los tobillos como viejas medias sin elástico. Acabo de darle un terrible sablazo a su adolescencia. Quiero retirar mis palabras, retroceder el tiempo; sin embargo, me doy cuenta de que no es necesario pues su desconcierto dura apenas un segundo. Inmediatamente su tristeza se convierte en arrebato y me grita ¡Ándate al a mierda! ¡Sasha escribe! ¡Escribe poesía! ¡Es una chica inteligente! Le digo que yo no niego eso, pero que me parece normal sospechar que algún tipo en terno haya pensado: “Si publicáramos un libro de Sasha podríamos vender millones, tanto como si vendiéramos sus propios calzones” ¡Cállate! me grita el hijodesumadre. ¡Cállate, blasfemo! Su furia es la misma que yo tendría si me dijeran que mi libro favorito no lo escribió Salinger sino Coelho. Entiendo lo que dices, me contesta un poco más calmado, pero este no es el caso ¡Sasha lo ha escrito! Mientras seguimos la discusión, buscamos fotos de Sasha Grey en Google. En una aparece comiendo plátano. En otra parece que estuviera en nuestro cuarto, sobre la cama de Lucho. ¡Mírala! grita. Es una chica que podría ser tu amiga del colegio, esa que debiste haber convertido en tu novia antes de que fuera una estrella porno, entiendes? ¡Oh Dios, no tiene cara de puta! Esta mujer va a comprar el pan y entra a las heladerías, te digo! ¡Podría ser una abogada de mi estudio! Me convence. Logra convencerme, el animal. ¡Bueno! le digo ¡COMPREMOS EL PUTO LIBRO! ¡Vamos a medias! Ahí se acaba la conversación. Me deja el dinero y esa misma noche viaja a Trujillo para visitar a sus padres. Esto sucedió la semana pasada. La noche en que Lucho va viajando, empiezan a circular los rumores de que Sasha Grey ha venido a la Lima para presentar su libro en la FIL. Dicen (casi no puedo creerlo) que está hospedada en el Marriot. Por facebook circulan memes donde se ve a hordas de pajeros corriendo por Larco rumbo al hotel. Es medianoche. Apenas han pasado tres horas desde que Lucho se fue a la agencia. Calculo que su bus está sorteando las azules y frías curvas del Pasamayo. Entonces decido darle la noticia. Apenas un SMS de 12 palabras: “Sasha ha venido a la FIL, está en el Marriot, allá voy”. Imagino el impulso electromagnético de mi mensaje viajando por el cielo de Lima, cruzando la garita de Ancón y persiguiendo al bus a través el sinuoso camino como un espectro. El celular de Lucho vibra. Lee mi mensaje mientras a su izquierda la luna llena tiembla sobre el Pacífico como una teta. Puedo ver su cara al leerlo: la incredulidad, la euforia, la desesperación contenida. Lo imagino, finalmente, pidiendo permiso a los soñolientos pasajeros mientras se abre camino hasta el baño del bus donde se encierra a descargar su llanto y su deseo.