sábado, 3 de agosto de 2013
Podríamos titular este post: "Mi primo y Sasha Grey", aunque más me gusta "¡Oh Dios, no tiene cara de puta!" o "Una chica que compra el pan y entra a las heladerías"
Así que mi primo vuelve de la FIL. Cruza la puerta semi-congelado, el fantasma del frío cubre su espalda como una larga escama de hielo. Ha comprado un libro de Hegel, el pensador alemán. Es un libro sobre Filosofía del Derecho. Me lo muestra, orgulloso. Mi primo tiene 22 años y no es un chico gastador, pero acaba de graduarse en Derecho y además está tomando clases de alemán, así que este libro le viene a pelo. Sin embargo lo noto demasiado loco. Algo parecido al éxtasis salpica de sus ojos. Intuyo que no es la emoción por este libro ni la angustia por las 63 lucas que le ha costado y que lo obligarán a comer pan con huevo toda la semana. Lo miro fijamente y por fin la suelta: Pierre, están vendiendo un libro Sasha Grey en la feria. ¡NO! ¡Sí, animal! ¿De qué crees que hable? me pregunta y no se detiene a esperar una respuesta ¡Seguro cuenta cosas de su infancia, de cuando iba al colegio, de las cosas que le gustan para desayunar! ¡Debemos comprarlo! Me contagia su alegría. Parece un niño que acaba de ver un tigre por primera vez y quiere traerlo a su patio trasero. Le pregunto dónde lo vio, de qué color era el libro. ¡Por ahí, era celeste! ¡Pero qué carajo importa el color, Pierre! ¡Te estoy diciendo que hay un libro con historias contadas por la más grande chica del porno de todos los tiempos! Ha perdido la razón. Se da vueltas por toda la sala agitando los brazos. El libro de Hegel yace olvidado en un rincón de su escritorio. Entonces digo algo inocente. Juro que no tengo intención de romperle el corazón. Soy como Bryce en aquel cuento del borrachito escalador: me gusta andarle llenándole la piscina a la gente para que no se estrellen de cresta contra la realidad. Sin embargo, de pronto me escucho diciéndole esto: "No creo, Lucho. De hecho, es probable que Sasha ni siquiera haya escrito el libro”. Lo digo casualmente, distraído, pero entonces observo el cambio en su expresión y me doy cuenta del crimen que he perpetrado. Puedo escuchar su alegría quebrándose como un gran témpano de hielo que se desprende del continente y se hunde para siempre en el océano. Su sonrisa naufraga. Sus ojos se apagan como planetas tragados por un agujero negro. El alma se le cae hasta los tobillos como viejas medias sin elástico. Acabo de darle un terrible sablazo a su adolescencia. Quiero retirar mis palabras, retroceder el tiempo; sin embargo, me doy cuenta de que no es necesario pues su desconcierto dura apenas un segundo. Inmediatamente su tristeza se convierte en arrebato y me grita ¡Ándate al a mierda! ¡Sasha escribe! ¡Escribe poesía! ¡Es una chica inteligente! Le digo que yo no niego eso, pero que me parece normal sospechar que algún tipo en terno haya pensado: “Si publicáramos un libro de Sasha podríamos vender millones, tanto como si vendiéramos sus propios calzones” ¡Cállate! me grita el hijodesumadre. ¡Cállate, blasfemo! Su furia es la misma que yo tendría si me dijeran que mi libro favorito no lo escribió Salinger sino Coelho. Entiendo lo que dices, me contesta un poco más calmado, pero este no es el caso ¡Sasha lo ha escrito! Mientras seguimos la discusión, buscamos fotos de Sasha Grey en Google. En una aparece comiendo plátano. En otra parece que estuviera en nuestro cuarto, sobre la cama de Lucho. ¡Mírala! grita. Es una chica que podría ser tu amiga del colegio, esa que debiste haber convertido en tu novia antes de que fuera una estrella porno, entiendes? ¡Oh Dios, no tiene cara de puta! Esta mujer va a comprar el pan y entra a las heladerías, te digo! ¡Podría ser una abogada de mi estudio! Me convence. Logra convencerme, el animal. ¡Bueno! le digo ¡COMPREMOS EL PUTO LIBRO! ¡Vamos a medias! Ahí se acaba la conversación. Me deja el dinero y esa misma noche viaja a Trujillo para visitar a sus padres. Esto sucedió la semana pasada. La noche en que Lucho va viajando, empiezan a circular los rumores de que Sasha Grey ha venido a la Lima para presentar su libro en la FIL. Dicen (casi no puedo creerlo) que está hospedada en el Marriot. Por facebook circulan memes donde se ve a hordas de pajeros corriendo por Larco rumbo al hotel. Es medianoche. Apenas han pasado tres horas desde que Lucho se fue a la agencia. Calculo que su bus está sorteando las azules y frías curvas del Pasamayo. Entonces decido darle la noticia. Apenas un SMS de 12 palabras: “Sasha ha venido a la FIL, está en el Marriot, allá voy”. Imagino el impulso electromagnético de mi mensaje viajando por el cielo de Lima, cruzando la garita de Ancón y persiguiendo al bus a través el sinuoso camino como un espectro. El celular de Lucho vibra. Lee mi mensaje mientras a su izquierda la luna llena tiembla sobre el Pacífico como una teta. Puedo ver su cara al leerlo: la incredulidad, la euforia, la desesperación contenida. Lo imagino, finalmente, pidiendo permiso a los soñolientos pasajeros mientras se abre camino hasta el baño del bus donde se encierra a descargar su llanto y su deseo.
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