jueves, 8 de agosto de 2013

comer como un ser humano

Hay algo que nunca debes hacer cuando alguien cocina para ti: no ir a la mesa cuando esa persona te dice que ya está servido. Y eso es exactamente lo que ha desencadenado el desmadre de hace un rato. Yo ni siquiera iba a cocinar, tenía muchas tareas, pero este pendejo de mi primo jode y jode: cocina dice, para eso vamos al mercado dice, tenemos la refri llena de verduras que luego se pudren dice, será divertido dice. Así que dejo mis dibujos y me pongo a picar cebollas y tomates. Al principio lo hago sin muchas ganas; pero al rato, casi sin darme cuenta (tal vez por el bonito color que toma la tabla de picar cuando le pegan estos escasos rayos de sol), estoy cantando y aderezando la carne como quien baila boleros. Cada tanto me asomo de la cocina a la sala y le digo a Lucho: "se te va a desprender el hocico cuando pruebes esto", y luego "ahora vas a aprender a comer como ser humano", cosas así. Finalmente apago las calderas y llevo los humeantes platos de mi más logrado lomito saltado hasta la mesa. Listo, le digo, sonriente y orgulloso. Ya voy dice él, pero sigue parado frente a su escritorio revisando su diccionario de alemán. Dice palabras en voz alta: Frau, Mann, Mutter, Vater. Trato de no hacer combustión espontánea y me siento yo solo. Le doy la primera cucharada a mi plato. Que bestia, pienso mientras mastico, que maestro que soy. Pero algo me distrae: Lucho sigue revisando su diccionario. Por fin me paro, lo agarro del pescuezo y lo llevo hasta la mesa. Ven ctm. Le quito el diccionario y en la misma mano le pongo el tenedor: Come carajo, le digo. Parece que por fin todo ha llegado a buen término; sin embargo, antes de meter el tenedor a su plato, Lucho se para y saca de la alacena un sobre de mostaza, lo desgarra con los dientes como un cavernícola y antes de probar el lomito saltado en su estado puro, vuelca sobre la carne un obsceno chorro de esa caca de canario. Como yo ya estoy acostumbrado a su adicción a la mostaza, me controlo, pero entonces Lucho decide retar mi paciencia: acerca el sobre a mi plato y echa también un chorro. Ante mis ojos, veo como la mostaza, como el dedo del Rey Midas, expande su vibra y transforma mi lomito saltado en una masa amarilla sin sabor y sin vida. Lo que viene después es lo que sucedería en la jaula de unos chimpancés borrachos: yo lanzo la mitad de mi refresco sobre su arroz, Lucho tira trozos de carne a mi vaso y luego un poco de menestra a la jarra. Finalmente ambos cogemos nuestros platos y salimos corriendo de la mesa. Terminamos de comer parados en dos rincones opuestos de la sala, riéndonos y vigilándonos desde lejos como animales.

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