sábado, 28 de marzo de 2009

It was a dark and stormy night

Snoopy es mi Oscar Wilde. Mi fanatismo hacia él como escritor es tan grande como el que lleva a esas turistas locas que visitan el Pere Lachaise a dejar la marca de sus labios sobre la lápida del escritor británico-irlandés. No amo su literatura, pero amo su estilo. Su indiferencia para con el mundo desde el techo de su casita roja. Su máquina de escribir. Su amor por Lucy. Y sobre todo, su inocente idea de que para conseguir una buena historia bastaba con empezar escribiendo "Era una noche oscura y tormentosa". ¿Qué no daría yo por volver a escribir con tanto desenfado?. La manera en que ese perro arrugaba las hojas que no le convencían y las tiraba por sobre su hombro es una imagen que me electrifica los dedos y aviva mi vocación. Todo en él es un estereotipo, pero un hermoso estereotipo. Su admiración por Tolstói, los paseos sobre el techo de su casa en busca de la palabra adecuada, la excitación al encontrarla y su autoadmiración al ver el trabajo finalizado. Si finalmente Snoopy era un paperback writer, un escritor de best sellers o un cretino cualquiera ¿a quién le importa? ¿No nos reconocemos un poco en aquel perro? ¿Acaso no estamos todos paseándonos por el techo de casa en busca de la palabra adecuada?

de verdad quisiera tener este libro

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lunes, 16 de marzo de 2009

randy

Ayer estaba viendo "El luchador" con Mickey Rourke; y bueno, hay una escena que me impactó en la que él está jugando un viejo juego de video de lucha libre en el que él mismo es el luchador. Él es Randy "The Ram" y está allí en su sala jugando a ser Randy "The Ram". La única bizarra diferencia es que el Randy de la pantalla está en todo su apogeo reventando gente y el Randy con el control es un viejo destrozado que apenas tiene a nadie.

Ayer después de la película bajé en mi bici a Miraflores y entré a El Virrey a mirar libros. Tienen un estante bien grande de literatura peruana. Después de un rato de andar mirando me topé con el primer libro de cuentos en el que publiqué. Uno de color verde caca. Lo saqué del estante, leí mi biografía. Decía mi nombre y luego algo sobre que yo era publicista y que eso era lo primero que publicaba. Leí también algunas líneas del cuento. Me tomó algo de tiempo reconocerme. Tanto en la biografía como en el cuento. Tal vez es porque eso fue hace siete años.

Cuando pienso en aquello, me pregunto si realmente estoy peleando o si sólo estoy jugando un video juego de lo que creo ser.


jueves, 12 de marzo de 2009

viernes

Anteayer en el almuerzo, mi prima Sandra dijo que no iba a beber porque esa noche le tocaba estar de guardia en el hospital. Yo hice una broma tonta. Le dije - Claro, luego no te vas a acordar si las venas son las rojas o las azules. Sandra dijo que aquello de que las venas son azules y las arterias son rojas sólo se ve en los dibujitos de los libros y que cuando abres a alguien todas se ven igual. Entonces le pregunté que cómo diablos hacían para reconocerlas. Me dijo que por la ubicación y dijo además que si cortabas una arteria iba a salir un gran chorro porque por allí corre la sangre recién bombeada del corazón. Las venas en cambio, van hacia el corazón después de su largo trayecto por el cuerpo. La aorta es una arteria. La yugular es una vena y en las muñecas tenemos venas y arterias. Las de la muñeca se llaman radiales. Me dijo algunas cosas más.

Ahora son las seis de la mañana y estoy mirando el techo de mi vecino. Hay unas tres docenas de botellas apiladas y algo de ropa en el tendedero. Eso me ha hecho recordar aquel poema donde Eielson dice: "mi corazón y mi camisa de alas blancas pidiendo auxilio en el balcón". Pero eso ha durado sólo un momento. En realidad sigo pensando en las venas y las arterias. Tengo sobre todo esta imagen de "la obediencia de la sangre en su circuito ciego". Creo que es algo de Rayuela. Me ha sonado extraño. Sé que hay otras cosas a las que podría prestarle atención. Está la TV, volver mi cama destendida, el libro de turno, los aviones que vuelan bajo, los pájaros, pero ya sólo puede escuchar mi sangre, como cuando se te pega una canción. La siento correr y la noción de su existencia me inquieta. Me obliga a escuchar música y a ir de mi cuarto a la cocina una y otra vez. Acabo de darme cuenta que el precio del ocio no es la pobreza sino la locura. No sé cómo pretenden que los locos se curen con tanto tiempo sólo para ellos y su mente. Será mejor que salga en la bicicleta, también voy a ordenar mi cuarto, voy a usar tus colores, voy a ir al mercado por un melón.

lunes, 9 de marzo de 2009

bateas

Mi mamá cuenta que cuando yo era pequeño me gustaba lanzar bateas por la ventana del departamento. Dice que cuando me oía correr por la sala presa de una risa loca sabía que iba camino a la ventana con alguna batea. Ella corría a evitarlo, pero casi siempre llegaba demasiado tarde de modo que sólo se quedaba allí asomada a la ventana del 9C-402 viendo como caían sus bateas hacia el patio del condominio. Como vivíamos en el cuarto piso, la caída de la batea era larga y terminaba con un sonido vibrante como el de una cuerda de guitarra reventando. Durante la caída (mi mamá imita mis muecas al contarlo) yo me contraía sobre el abdomen como si yo mismo fuese quien estuviera cayendo, aprentando mis puños y dientes, con las cejas arqueadas de angustia, hasta que el estruendo de la caída, aquel plock! me liberaba del vértigo con un estremecimiento muscular y un carnaval interior se desataba dentro mío, un saber que no era yo quien caía pero que también había sido un poco yo, una alegría de sentir que mi mamá me quería lo suficiente para no lanzarme atrás de la batea.

Con el tiempo mi viejo dijo que eso no podía seguir así. No estaba preocupado por las bateas claro sino que temía que algún día cuando estas se acabaran decidiera lanzarme yo mismo a ver qué pasaba. No tardó mucho en contratar un carpintero que hizo unas bonitas cercas de madera para todas las ventanas de la casa y desde entonces lo único que pude soltar desde esas ventanas fueron burbujas de detergente.

Más de veinte años después de lo de las bateas, y ya no en el departamento Trujillo sino aquí en mi ex departamento de San Borja donde ya no vivía con papá y mamá, caí por mi ventana y aterricé sobre el carro blanco de mi vecino. Tal vez por como se contaron las cosas y por el cuento que escribí al respecto, muy poca gente sabe que yo en realidad no me lancé por la ventana sino que caí accidentalmente.

Héctor Lavoe cayó desde mucho más alto que yo y también sobrevivió. Pero yo no soy Héctor Lavoe. Yo no me lancé. Yo me caí. Yo le tengo miedo a las montañas rusas, al tagadá, al zipper y nunca he tenido ganas de lanzarme por una ventana. Creo que es importante decir eso porque luego las cosas se malentienden. Tal vez algún día vuelva a lanzar algunas bateas. Eso estaría muy bien. Podría asustar algunos vecinos. Podría venir el serenazgo y llevarme y luego los vecinos hablarían de mi como el tipo loco del 401. Pero no me voy a lanzar por la ventana. Tengo a mis amigos, tengo a papá y mamá, te tengo a ti. Tengo suficientes barrotes de madera para evitar el abismo.


domingo, 1 de marzo de 2009

El pueblo tiene hambre

Esta mañana de domingo he prepararado el primer ceviche de mi vida y a la gente se le ha caído el hocico de placer. Alegría del cronopio pues yo hice todo, desde ir en pijamas al mercadito por el perejil...hasta entreverar todo con los dedazos.

Bueno pues, estaba yo allí en la cabecera de la mesa viéndolos relamerse, regodeándome en mis laureles y sintiéndome un norteño de pura cepa cuando mi traicionero cerebro ha llamado mi atención y me ha sugerido que antes de aceptar la inmortalidad con tanta falicidad, debería tomar en cuenta que mi grupo de agasajados está conformado como se detalla a continuación:

(empezando por mi derecha y girando alrededor de la mesa en sentido antihorario)

a.- Mi prima Sandra que justo hoy volvió a casa después de pasar dos meses en Calí a base de bandejas paisas, ajiacos, arepas y ansiando con locura un plato de comida peruana.

b.- Mi hermana, que como ya está cercana a partir en el crucero, lleva unas cuantas semanas almorzando nada más que rodajas de piña y tallitos de apio.

c.- Mi tía Magali, que emocionada de verme cocinar, sería incapaz de criticarme la comida aún si le pusiera unas sanguijuelas horneadas delante.

Yyyy, por supueso... el premio mayor:

d.- Mi tío Martín, también conocido como Falso Kramer o el Tío Plastilina porque sólo sirve para hacer huevadas xD, quien después de una juerga de dos meses en el terminal de autobuses, también volvió hoy a casa ostentando veinte kilos menos desde la última vez que lo vimos: la mañana del 1ro de enero cuando resentido porque nadie quería seguir la juerga de año nuevo con él, dijo que iba por cigarros y nunca más volvió.

A ratos pienso que tal vez tendré que esperar una nueva oportunidad para probar mis dotes de cocinero con un público menos hambriento, pero también he dicho que al carajo con eso, pues las mejores comidas no son las mejor preparadas sino las que te llegan en el momento justo. El mejor pescado frito que recuerdo me lo vendió una niñita en Tumbes por un sol y eran tres pedazos de pescado dentro de una bolsita plástica que comí en el colectivo que me llevaba de regreso a Talara.

No pido la inmortalidad con mi ceviche. Sólo pido que la próxima vez que mi tío esté por allá por el terminal pegándose una larga borrachera decida guardar un sol para volver a casa, o que cuando mi hermana ya esté recorriendo el oceano sobre el Royal Caribbean, recuerde que hay un país que es suyo, un país donde se come rico y en el cual siempre la estaremos esperando.