martes, 30 de diciembre de 2008

domingo, 28 de diciembre de 2008

¿qué era aquello?

Venía en el bus oyendo aquella Tarantella que sale en El Padrino. Es una canción italiana fenomenal y además me hacía pensar en cosas extrañas como que a lo mejor si yo andaba oyendo folklore italiano, en Italia, un chico como yo, volvía a casa oyendo El cóndor pasa o algo similar. Había ido hasta el Sargento Pimienta porque se presentaban Los Amigos Invisibles. Cuando llegué, las entradas ya estaban agotadas. No era un gran fanático del grupo pero de todas formas me gustaban algunas de sus canciones como aquella del tipo que tiene una vecina que está muy buena o la del chico que quiere tener sexo anal y no le dejan. Me quedé un rato frente a la puerta pensando en que a lo mejor el seguridad enloquecía y nos dejaba entrar a todos. Como no sucedió nada de eso, fui al grifo por dos cervezas y bajé a La Noche. Allí se iba a presentar La Sarita. También estuve meditándolo un rato. Finalmente decidí no entrar a ningún lugar, beber las cervezas en el parque y volverme a casa cuanto antes; de modo que allí me tenían: montado en el bus, oyendo aquella extraña canción italiana en mi ipod y alzando la botellita cada tanto.

Frente al parque Kennedy he saltado fuera. No sé muy bien porqué. Ha sido un impulso. Unas ganas de no volver a casa todavía. En un momento estaba arriba del bus y luego ya no estaba. Atravesé el parque por el lado de la iglesia y entré al starbucks. Pregunté hasta qué hora abrían (era medianoche). Hasta las dos. Compré el café más barato que tenían y me tiré a leer Las leyes de la atracción a un sillón. Al cabo de una hora he llegado hasta la página doscientos y he decidido salir antes de que comiencen a echar a la gente. Para entonces, el café había dominado por completo a las cervezas. Era raro estar sobrio en aquel parque. Hasta parecía otro lugar. Me dio un poco de miedo, cogí el primer taxi que encontré y me vine a escribir.

Y escribí. Al terminar he leído lo que he escrito y he recordado a I. Alguna vez en una de las reuniones en su casa, tras leer uno de mis cuentos me dijo lo siguiente: todo está muy bien muchacho, pero tú te convertiste en escritor por algo, tú querías decirle algo al mundo y te has olvidado de eso. Era cierto. Aquel cuento estaba muy bien pero francamente no le hubiese cambiado la vida a nadie. Yo quería decirle algo al mundo. Vuelvo a leer lo que he escrito esta noche, pero nada de eso está allí tampoco. Y lo peor no es eso. Lo peor es que no lo recuerdo. No recuerdo qué era lo que yo le quería decir al mundo. Releo una y otra vez lo que he escrito. Luego sacó otro grupo de papeles de un cajón y sigo sin encontrarlo. No sé bien lo que estoy buscando, pero definitivamente no está en ninguna de esas hojas. Salgo del cuarto. Voy hasta el espejo del baño y me observo detenidamente mientras toco mi reflejo. Trato de recordar cómo lucía hace algunos años. Lo consigo fácilmente de modo que confío en que en algún momento también recordaré lo demás. Estoy convencido de aquello, y de hecho, es lo último que pienso antes de apagar la luz y sentir que mientras yo vuelvo al cuarto, mi reflejo aún se ha quedado en el espejo, un poco asustado y con la mirada extraviada entre las siluetas del inodoro y los otros muebles del baño.

viernes, 26 de diciembre de 2008

las chicas de la lavandería

Esta mañana he hecho una de las cosas que más me gusta hacer: vestirme de pordiosero y llevar mi ropa a la lavandería.
Si alguien uniera todas mis caminatas hacia la lavandería terminaríamos en México como Kerouac. No es broma. Tengo más intimidad con las chicas de la lavandería que con, bueno, que con casi cualquiera.
Hoy no quedaban bolsas negras en casa así que tuve que llevar mi ropa en una transparente. La llevaba sobre mi espalda y la gente podía ver mis polos, medias y calzoncillos mientras esperaban a que cambiase el semáforo. Me acordé de cuando mis primas me mandaban a comprar toallas higiénicas. La tía de la tienda me las daba en una bolsa negra pero luego yo las sacaba y venía por la calle lanzando el paquete al aire y atrapándolo antes de que cayera, mismo Benji Price. Luego alguien me dijo que no fuera tan bestia y que eso no era para jugar. Yo nunca vi cual era el roche.
Lo que si me dio roche fue una vez que volviendo de la lavandería con la ropa limpia, la bolsa se rasgó y empezaron a salir las medias rodando hacia la pista. Mi vecina (que estaba buenísima como casi la totalidad de mi historial de vecinas) apareció por allí mientras yo recogía las medias. Yo enterré la cabeza en el concreto como un avestruz.
Después de eso me mudé de aquel barrio. No por aquello claro, pero es que yo siempre ando mudándome y dejando vecinas regadas por el mundo.
Hoy, después de la lavandería he vuelto a casa y me he puesto a leer Las leyes de la atracción, de Bret Easton Ellis. Al caer la tarde, me quedé dormido con el libro abierto y soñé que ya era año nuevo y que teníamos un cóndor en casa. Era un cóndor amigable pero estaba acabando con toda la carnecita seca que venía con los chifles que yo había puesto sobre la mesa.
Al despertar me he puesto a revisar mi correo y he visto que la gente que he invitado a mi casa para año nuevo no ha respondido a mi invitación.
Me pregunto qué irán a hacer las chicas de la lavandería. Talvez sería una buena idea mandar a todos al diablo e invitarlas sólo a ellas a casa. A ellas y a mis viejas vecinas. También podría venir algún cóndor si promete no comerse todas las carnecitas de los chifles.

martes, 23 de diciembre de 2008

alguien voló sobre el nido del cuco

oh Diosss DIOSSSSSSSS
acabo de terminar de leerlo
mi mente va a estallar!
mi corazón va a estallar!

viernes, 19 de diciembre de 2008

algunas líneas sobre Andrés Caicedo

Hoy por la mañana terminé de leer "El cuento de mi vida" de Andrés Caicedo. Mi amigo Ricardo (a quien algún tiempo atrás lo llamábamos el necropedozoofílico por ciertas leyendas urbanas que espero no sean del todo ciertas) lo mencionó el lunes mientras caminábamos por la feria. Yo me hice el huevón porque nunca había oído de Caicedo. O no lo recordaba. Ahora ya me di cuenta de que también Karen escribió algo sobre él en su blog, hace un mes cuando se trajo uno de sus libros de Colombia. Andrés Caicedo era colombiano. De Cali.

El cuento de mi vida, son extractos de su diario y algunas cartas a amigos, a su madre, a sus hermanas y a su novia Patricia.

Andrés Caicedo se suicidó a los veinticinco años y las últimas dos cartas que aparecen en el libro las escribió horas antes de matarse. Lo raro es que a mi parecer, ninguna de esas dos cartas delata la intención de un suicidio inmediato. Es más, en la primera carta, Andrés hace planes a futuro, como enviarle su libro "¡Que viva la música!" (cuyo primer ejemplar acaba de recibir esa mañana!) a un amigo suyo. La segunda carta, que es la que está dirigida a Patricia, es una carta un poco desesperada pues ella acaba de largarse de casa y Andrés no la encuentra por ningún lado. De todas formas aunque dice cosas fuertes como que quiere dejar de hacerle daño o que quiere celebrar la publicación de su libro nada más que pasándola allí con ella, no es una carta terrible ni la carta de un suicida. O eso es lo que a mi me parece. En todo caso, ¿cómo son las cartas de los suicidas?.

Me estaba preguntando ¿qué habrá pasado por la cabeza de Andrés desde que escribe esa carta hasta que decide matarse? Imagino que no encuentra a Patricia o se da cuenta de que no va a volver. En las últimas líneas de la carta dice: "Si no puedo vivir sin ti llevaré, supongo, una especie de anti-vida, de vida en reverso, de negativo de la felicidad, una vida con luz negra."

Luego agrega: "Pero brilla el sol, tú puedes estar cerca. Ahora salgo a buscarte. Amor mío"

Me gusta aquello de "pero brilla el sol, tú puedes estar cerca". Creo que es porque a pesar de que en sus cartas y su diario no falta toda aquella autodestrucción juvenil, los cigarrillos, las fiestas y los hongos alucinógenos, creo que el libro en general está dominado más bien por una sensación cotidiana y de movimientos regulares, como si Andrés simplemente quisiera que le dejaran solo en cama, oyendo discos.

Es raro que justo un libro como este, me haya hecho pensar nuevamente en mi viejo plan de dejar las drogas y el alcohol por un tiempo. Sé que no es un buen momento. Ya casi es navidad y luego viene el año nuevo, pero da igual. Estoy un poco harto de la sensación de vacío que me deja el alcohol por las mañanas y que incluso suele apoderarse de las tardes. Quisiera un momento de sobriedad. Me refiero a que últimamente no necesito escapar de nada. Por ahora, todo lo que me rodea, (a excepción de la gente comprando en manada y aquel horrible disco navideño de Luis Miguel) me hace sentir bien. Sólo necesito un poco de paz. Y escribir.

Alguna vez pensé que iba a escribir un libro sobre un alcohólico, algo así como Bajo el Volcán de Malcolm Lowry, salvando las diferencias por supuesto. Ahora todo aquello ha perdido sentido. Cuando aquella historia se me empezó a escapar hace uno o dos años, me sentí muy mal. Ahora siento que de haberla escrito talvez hubiera sucedido igual que con las borracheras: la hubiese escrito delirantemente y luego al leerla por la mañana no le hubiese encontrado alma. Supongo que ya no soy aquel tipo.

El treinta y uno de diciembre, mi prima Sandra se va a ir de viaje a Cali en un intercambio de doctores entre Perú y Colombia. ¿Será posible tanta coincidencia?. Hoy la vi y ya le encargué un ejemplar de "¡Que viva la música!".

Pero aún tengo que esperar hasta marzo,

así que será mejor que me vaya a dormir.


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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Ahora que estuve rondando la casa de mis abuelos paternos en Talara, encontré en su biblioteca (atrás de cierto desorden de estampitas religiosas y un póster de Juan Pablo II), los libros con los que hace muchos años empecé a a leer. Son todos parte de una misma colección Edaf con ilustraciones a todo color. Están por ejemplo Viaje al Centro de la tierra, Los últimos días de Pompeya, Corazón, El Conde de Montecristo, entre otros. Intenté averiguar quién los había comprado porque yo no recordaba alguna vez haber visto a mis abuelos con un libro entre las manos, pero al parecer si fueron ellos. ¿Será que para cuando yo los conocí ya se habían aburrido de leer? ¿Se aburre la gente de leer algún día?

Luego en casa de mi mamá encontré los best sellers de editorial Oveja Negra que ella leía cuando estaba embarazada de mi. Dice que por esos días sólo comía, dormía y leía, mientras mi papá entraba en estado de shock. Como fue en su casa donde estuve hospedado, me leí un par: Love Story y Tiburón. Tiburón ha estado en mi casa desde tiempo inmemoriables. Recuerdo su portada tanto o más que otras cosas de la casa que no resistieron el tiempo y las mudanzas. La boca del tiburón emergiendo del agua con los dientes llenos de sangre.

Pero la verdadera joya, la encontré en casa de mis abuelos maternos, arriba en un estante, entre viejos adornos y fotos de mis tíos cuando eran pequeños: Una edición "Coquito" de las Fábulas de Samaniego. Un libro que mi tía Magali me leía por las noches, mucho antes de que yo empezara a escribir o siquiera a leer la colección Edaf de mis abuelos paternos. Me pregunto de pronto, ¿por qué ahora ya casi nunca le enseño mis cuentos a mi tía? ¿Con qué estúpido criterio juzgo que no va a entender lo que yo escribo, o que se va a espantar de ver que mis tiernos personajes de la adolescencia se han convertido en horribles hombres de apariencia dura? ¿No será que aún en esos personajes ella podría ver al chico de quien yo escribía antes? ¿Qué tan duro puede volverse alguien a quien de pequeño le leían fábulas de Samaniego para dormir?

domingo, 14 de diciembre de 2008

marc el loco


Para quienes alguna vez leyeron Marc el loco, Marc el loco ha vuelto. Después de once ediciones y casi cinco años de abandono, los pastrulos de Gonzalo, John y César, han decidido sacar una Edición Póstuma, como un tributo a aquellos años en que los horarios exclavos aún no posaban sus duras garras sobre nuestro bienamado tiempo.


El 2004 fue un gran año para mi. Acababa de volver de Brasil y no tenía empleo ni un centavo en el bolsillo. Una mañana Karen me llamó y fuimos en pijama y con dinero prestado hasta el centro cultural de la católica a meternos a un taller de escritura. Allí conocimos a Gonzalo, a Bruno y a Erika. Aunque César y John no estaban en el taller, a veces también aparecían. Podría decir que fue una de las mejores épocas de mi vida, y si algo la identifica, además de los libros, los paseos en el carro de Bruno y un disco de los beach boys, es que cuando uno abría la mochila siempre aparecía una copia de Marc el loco por allí.


Alguna gente se pasa la vida leyendo la Rolling Stone hasta que un día se convierten en grandes músicos y se van al baño con un ejemplar en cuya portada se encuentran a ellos mismos. Supongo que en menor medida es lo que sentí cuando me encargaron hacer la portada de este Marc póstumo y colaborar con un cuento.


También Karen colabora con un poema. Hay tiras de Joni B, un texto de Gonzalo sobre Bret Easton Ellis, un cuento de César, unos poemas de John, ilustraciones de Shila Alvarado, entre otras pasteleadas. La chica de de la contratapa es post-it girl.


La presentación, será mañana lunes 15 de diciembre en la Feria del Libro Ricardo Palma Auditorio Chabuca Granda, a las 5:30 de la tarde.

Si no les gusta la literatura piensen en que al menos podrán llevarse la revista al baño y limpiarse el culo con un centenar de nuestros héroes personales.

Los esperamos muchachos

viernes, 12 de diciembre de 2008

viajes

Si tuvieras alguna vez la suerte de salir de Sullana con rumbo norte, y fueran además las seis de la tarde de un día de verano como ayer, podrías ver a través de la ventana, uno de aquellos paisajes que lo hacen a uno comprender por qué hace mucho tiempo la gente creía que el mundo tenía extremos vigilados por monstruos y abismos de fuego.

En realidad se trata apenas de una extensa zona de sembradíos, los cuales por necesitar estar siempre inundados (desconozco si son de caña o de arroz), semejan una interminable lámina de colapez, que a esa hora de la tarde, refleja el sol de una manera tan extraña que uno siente que el mundo está derritiéndose allí delante de sus narices

Al fondo, digamos unos doscientos a trescientos metros atrás, una larga fila de palmeras se suceden unas a otras ligeramente arqueadas como si una mujer terriblemente sola hubiese estado pasado un gran peine entre ellas.

Finalmente (jurarías que apenas unos metros detrás de las palmeras): el sol es una esfera naranja que desciende humildemente, como un gran animal afiebrado buscando un lugar tranquilo del río donde ponerse a beber.

Aquel momento maravilloso dura apenas un par de minutos, luego los sembradíos ya no son alcanzados por el Chira, la tierra se seca, las casas son reemplazadas por cementerios, los cerros cubren el sol y uno sabe que ya es hora de cerrar la cortina del bus y dormir los otros cincuenta minutos que restan antes de llegar a Talara y ver aquel enorme monumento al Cristo Petrolero levantando una paloma de cemento hacia el mar.




Ahora


Si tuvieras alguna vez la mala suerte de salir de Sullana con rumbo norte, pero no fueran ya las seis de la tarde, sino las siete de la noche o en adelante, podrías ver a través de la ventana, uno de aquellos oscuros paisajes que lo hacen a uno confirmar, que el mundo es en efecto, un lugar rodeado de monstruos y de abismos.

A esa hora de la noche, los enormes reptiles que duermen bajo aquellos húmedos sembradíos, salen a buscar alimento. La gente que viene de lejos nunca dan fe a estas historias. Se preocupan más en cambio por aquella vieja leyenda de la mujer que te pide un aventón frente al cementerio.

No es que aquello no sea cierto. Alguna vez nosotros mismos (me refiero a mi padre y a mi) la hemos llevado. Conocíamos la historia y sabíamos que de no haberlo hecho probablemente algo malo hubiese sucedido. Talvez era sólo superstición, pero así lo hicimos. Ella se sube al carro y va en silencio. Suele bajarse apenas unos minutos más allá. Ni siquiera hay que detener el carro. Uno simplemente siente que recobra el timón y la velocidad, luego alguien dice la primera palabra, la radio vuelve a funcionar y un rato después se ven las luces de la ciudad.

Lo de los reptiles en cambio es diferente. Talvez porque es algo que no todos pueden ver y sólo la gente que acostumbra mirar por la ventana mucho rato termina descubriendo. Talvez ni siquiera sea cierto. Me refiero a que para la mayoría, los sembradíos siguen allí, tan quietos como antes. Para mi no y talvez para ti tampoco. Yo sé que al abrir la cortina me toparé cara a cara con los reptiles, sus fríos lomos verdes de cientos de metros deslizándose entre las palmeras y el agua. Han estado allí cada noche en que yo he viajado a través de esa ruta y sé que me están esperando.

Por ahora no han volteado sus enormes cráneos hacia mi ventana, pero con seguridad saben que estoy alli. Tienen paciencia. Tienen todos los años del mundo. Fueron ellos quienes se llevaron a mi abuelo, serán ellos quienes se lleven a mi padre y más adelante serán ellos quienes me lleven a mi. Algún día, muy viejo, abriré la ventana y estarán mirándome fijamente. Entonces sabré que no voy a llegar a mi destino. No habrá tragedias, ni cuerpo. El bus simplemente llegará a la otra ciudad con un pasajero menos.

Alguien le dirá a mis hijos lo mismo que me dijeron de mi abuelo. Y mi recuerdo será devorado por ellos, como un gran pedazo de hierba, junto a toda esa gente extraña a la que le gusta asomarse a las ventanas y seguir mirando por mucho rato, aún cuando ya se ha hecho muy de noche y el sol, ya muy lejano para protegernos, nos deja a merced del tiempo y el olvido.

jueves, 11 de diciembre de 2008

mis abuelos maternos

y su perro káiser

lunes, 8 de diciembre de 2008

de regreso

He estado ausente un par de días porque unos ladrones le dispararon a mi tío en la cresta y tuve que viajar con mi papá a Trujillo para verlo. Lo bueno es que fueron sólo unos perdigones y como mi tío, siguiendo la tradición familiar, tiene la cabeza dura, no le traspasaron el cráneo. Otra de las cosas buenas es que mientras estuve en Trujillo tuve una epifanía de medianoche e hice una lista de cuentos con los que podría armar un libro. Al volver a Talara mi mamá me ha llevado donde su masajista personal. Es una señora que atiende dentro del mercado de Talara y que yo digo que a lo mejor antes de masajista era carnicera porque me ha separado el pellejo de los huesos con tal destreza que he quedado inválido por el resto de la tarde. Por la noche he estado estudiando historia del Perú con Bryan que me ha preguntado si en el año 92 yo ya había nacido. Hermosa visión que me duró apenas unos segundos para ser reemplazada casi inmediatamente por la inevitable verdad: en el año 92, yo ya llevaba trece años de nacido.

jueves, 4 de diciembre de 2008

tamarindo

Hoy por la tarde he estado en la fábrica de cremoladas de mi papá. Las cremoladas de mi papá se llaman Yum-Yum pero a mis amigos les gusta decir que son cremoladas de MuyMuy. Yo me río y no digo nada porque sé que a la gente le gusta hablar huevadas. A mi también me gusta, pero mis viejos me mandaron a Lima dice que para ser un profesional, un hombre de asunto y que dejara esas mañas. Pero yo no entiendo qué tanto afán. Ayer por ejemplo encontré a mi tío pelando un saco de tamarindos y se veía tan tranquilo. Las cremoladas de tamarindo son las más ricas pero no hay que comer muchas porque sino luego parece que tuvieras muymuys en el culo. La temporada del tamarindo dura todo el verano, pero este año se ha adelantado un poco y hemos tenido que trepar a los árboles y bajarlos antes de que los últimos colegiales vengan con sus piedras y sus ganas de joder. A parte de las piedras, hay varias formas de bajar los tamarindos. Uno puede mandarse a hacer unas tenazas o cortar de plano todas las ramas con un serrucho y ya en el suelo arrancar los tamarindos. Había veces en que yo mismo me trepaba a bajarlos. Pero a mi padre nunca le convenció aquello. Dijo que él no había mandado a su hijo a la universidad para que andara trepado en los árboles. Así fue que un día se apareció con los monos. Nos costó bastante trabajo entrenarlos. Al comienzo se comían los tamarindos y se pasaban el resto de la tarde cagando encima de los vecinos. Después que supieron que igual les íbamos a dar de comer se pusieron solidarios. Ahora hasta se sientan a la mesa con nosotros y tienen platos con su nombre escrito encima. Dice mi papá que en años de mono ellos tienen más o menos mi edad. Yo no sé si lo dice por joder pero en todo caso me gusta cuando hace ese chiste. Es porque les he agarrado mucho cariño. Ya casi nunca los veo pero cuando regreso a la ciudad me subo un rato al árbol con ellos. Nos quedamos allí comiendo tamarindos y conversando. Digo conversando porque al cabo de tantos años de conocerlos son casi como mis hermanos y creo que los entiendo. A ratos se van a otras ramas más altas a dónde yo no llego. Allí se ponen a jugar entre ellos. Chillan y se ríen. Yo los miro tranquilamente echado en una rama. Me gusta imaginar que están hablando puras huevadas.

lectura de cabecera

Quisiera quedarme a escribir un rato más, pero Edgar Allan Poe me está esperando en la cama. Van tres noches seguidas y no me ha decepcionado. Es más de lo que puedo decir de muchos de mis viejos amantes. Ayer después de leer "La verdad sobre el caso del Sr. Valdemar" tuve miedo de ir a apagar la luz. No tenía miedo de ir a apagar la luz desde que era un niño. Ahora, sin embargo, durmiendo en este campamento, rodeado nada más que de pozos petroleros, gatos y silencio, el miedo es una sensación que está siempre al alcance la mano. Mis hermanos pequeños se acuestan a las ocho y mi madre apenas una hora después, de modo que a las once de la noche la casa luce como si estuviera deshabitada y yo fuera apenas su espectro vigilante. Sobre mi cama, el libro está esperándome abierto en "El pozo y el péndulo". Lo comencé a leer hace un rato y parece que trata de un hombre sentenciado a muerte que se desmaya al oír la sentencia y al despertar de su delirio descubre que está en un lugar muy oscuro. Un lugar muy oscuro como esta sala. Será mejor que me vaya a buscar el cuento antes de que el cuento venga por mi.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Presa Grande

Mi mamá ha adoptado a diez gatitos que andan rondando por el campamento petrolero en que vivimos. No conviven con nosotros en la casa, pero a la hora de almuerzo se les puede ver en el patio relamiéndose los bigotes bajo la ropa tendida. Cuando terminamos de comer, Bryan junta los huesitos y restos del arroz y sale golpeando el plato con la cuchara como se hace en las cárceles. Entonces comienzan a venir los gatos. Salen hasta de debajo de las piedras como lagartijas. Son todos mininos jóvenes y como son diferentes unos de otros me recuerdan un poco a los Thundercats. Bryan ha nombrado a uno "Presa Grande" porque ayer cuando les pusimos la comida ese vino primero, cogió la presa grande y huyó raudamente de los demás, que tuvieron que conformarse con el arroz. Siempre he querido tener gatos para ponerles nombres chistosos. "Presa Grande" me parece un buen comienzo. Para cuando me vaya de aquí deberían haber diez gatos anónimos menos en el mundo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

más novedades sobre mis padres

Acabo de darme cuenta de que a lo mejor he estado subestimando demasiado a mis viejos.

Hace un par de semanas estuve chupando unos mojitos con mi papá y como de costumbre puse el Tinta Roja de Calamaro que SEGÚN YO CREIA, era (junto como el tributo a José José y alguna que otra vieja salsa de Lavoe), lo único ubicable en mi ipod que ambos podíamos disfrutar entre vaso y vaso. Al rato sin embargo, para variar un poco, puse en shuffle una carpeta de rock peruano.

Bueno pues, ahí estaba mi papá un poco perdido entre La Sarita, Dolores Delirio y el tío Miki, hasta que de pronto sonó Meshkalina de Traffic Sound y sus pupilas saltaron como perros que ven al dueño volver de un largo viaje. Se puso a seguir lentamente el ritmo con la cabeza mientras agitaba su mojito y sonreía de forma curiosa. ¿Conoces esta canción? - le pregunté extrañado, sin tratar de sonar como: Viejo pastruloo!! o sea que a finales de los sesentas también andabas oyendo esta mierda psicodélica y te fumabass tus cachoss de hierba y tenías sexo libre??!?! xD. - Claro - me dijo, y encima me estiró el vaso vacío pidiéndome que le preparara otro mojito. No seas pendeejo.

Bueno, al menos me queda mi vieja, pensé. Esta mañana sin embargo, espiando uno de sus closets he encontrado una edición grande de la novela de Ken Kesey: Alguien voló sobre el nido del cuco. A lo mejor no me hubiese impactado tanto si no fuera porque su edición es MUCHO MAS BONITA que la mía (un triste best seller de Oveja Negra que encima le cambia el título a ATRAPADO SIN SALIDA como la película que inspiró), y que eso indica porsupuesto, que ni lo compró por azar junto con una colección, ni que lo canjeó con el diario de turno, sino que buscó específicamente esa novela. Sólo Dios sabe dónde podría encontrarse un libro como aquel en el Trujillo de los años setentas, y qué clase de pastrulo le recomendaría una obra sobre la vida en un manicomio y cuyas primeras ediciones aparecieron bajo otro título para evitar la censura de la sociedad norteamericana.

Debo decir que es bastante gratificante descubrir estas cosas y darse cuenta de que aquellas viejas polaroids en que ambos aparecían abrazados con esas holgadas camisas psicodélicas, no eran pura moda.

Sin embargo, a la luz de estos nuevos descubrimientos me doy cuenta de que aquello de YO TE HE PARIDO con que solía salirme mi vieja cuando me encontraba en alguna pendejada, obedezca talvez no tanto a su capacidad de percibir la más mínima variación en mi comportamiento cuando andaba haciendo algo a sus espaldas, sino a que ella también ha hecho las mismas pendejadas y que por ende conoce de sobra las precauciones a tomar, los síntomas, las excusas y las maneras de encubrir la situación con las que yo aparecía tan campante y seguro de mi mismo.

Ahora yo ya estoy afuera claro, pero me preocupan mis hermanos menores: Ale y Bryan, encerrados como pequeños McMurphys en la casa materna. Supongo que sólo me queda rezar por ellos y entrenarlos salvajemente, pues están casi al borde de la pubertad y la adolescencia y temo que mueran decapitados ante el primer intento de sacarle la vuelta a una vieja matrona, que bajo su tierna sonrisa y sus ricos jugos de ciruela, esconde la sagacidad de una mujer que ya sabe de dónde viene el mundo y hacia donde se dirige.