viernes, 26 de diciembre de 2008

las chicas de la lavandería

Esta mañana he hecho una de las cosas que más me gusta hacer: vestirme de pordiosero y llevar mi ropa a la lavandería.
Si alguien uniera todas mis caminatas hacia la lavandería terminaríamos en México como Kerouac. No es broma. Tengo más intimidad con las chicas de la lavandería que con, bueno, que con casi cualquiera.
Hoy no quedaban bolsas negras en casa así que tuve que llevar mi ropa en una transparente. La llevaba sobre mi espalda y la gente podía ver mis polos, medias y calzoncillos mientras esperaban a que cambiase el semáforo. Me acordé de cuando mis primas me mandaban a comprar toallas higiénicas. La tía de la tienda me las daba en una bolsa negra pero luego yo las sacaba y venía por la calle lanzando el paquete al aire y atrapándolo antes de que cayera, mismo Benji Price. Luego alguien me dijo que no fuera tan bestia y que eso no era para jugar. Yo nunca vi cual era el roche.
Lo que si me dio roche fue una vez que volviendo de la lavandería con la ropa limpia, la bolsa se rasgó y empezaron a salir las medias rodando hacia la pista. Mi vecina (que estaba buenísima como casi la totalidad de mi historial de vecinas) apareció por allí mientras yo recogía las medias. Yo enterré la cabeza en el concreto como un avestruz.
Después de eso me mudé de aquel barrio. No por aquello claro, pero es que yo siempre ando mudándome y dejando vecinas regadas por el mundo.
Hoy, después de la lavandería he vuelto a casa y me he puesto a leer Las leyes de la atracción, de Bret Easton Ellis. Al caer la tarde, me quedé dormido con el libro abierto y soñé que ya era año nuevo y que teníamos un cóndor en casa. Era un cóndor amigable pero estaba acabando con toda la carnecita seca que venía con los chifles que yo había puesto sobre la mesa.
Al despertar me he puesto a revisar mi correo y he visto que la gente que he invitado a mi casa para año nuevo no ha respondido a mi invitación.
Me pregunto qué irán a hacer las chicas de la lavandería. Talvez sería una buena idea mandar a todos al diablo e invitarlas sólo a ellas a casa. A ellas y a mis viejas vecinas. También podría venir algún cóndor si promete no comerse todas las carnecitas de los chifles.

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