lunes, 1 de diciembre de 2008

más novedades sobre mis padres

Acabo de darme cuenta de que a lo mejor he estado subestimando demasiado a mis viejos.

Hace un par de semanas estuve chupando unos mojitos con mi papá y como de costumbre puse el Tinta Roja de Calamaro que SEGÚN YO CREIA, era (junto como el tributo a José José y alguna que otra vieja salsa de Lavoe), lo único ubicable en mi ipod que ambos podíamos disfrutar entre vaso y vaso. Al rato sin embargo, para variar un poco, puse en shuffle una carpeta de rock peruano.

Bueno pues, ahí estaba mi papá un poco perdido entre La Sarita, Dolores Delirio y el tío Miki, hasta que de pronto sonó Meshkalina de Traffic Sound y sus pupilas saltaron como perros que ven al dueño volver de un largo viaje. Se puso a seguir lentamente el ritmo con la cabeza mientras agitaba su mojito y sonreía de forma curiosa. ¿Conoces esta canción? - le pregunté extrañado, sin tratar de sonar como: Viejo pastruloo!! o sea que a finales de los sesentas también andabas oyendo esta mierda psicodélica y te fumabass tus cachoss de hierba y tenías sexo libre??!?! xD. - Claro - me dijo, y encima me estiró el vaso vacío pidiéndome que le preparara otro mojito. No seas pendeejo.

Bueno, al menos me queda mi vieja, pensé. Esta mañana sin embargo, espiando uno de sus closets he encontrado una edición grande de la novela de Ken Kesey: Alguien voló sobre el nido del cuco. A lo mejor no me hubiese impactado tanto si no fuera porque su edición es MUCHO MAS BONITA que la mía (un triste best seller de Oveja Negra que encima le cambia el título a ATRAPADO SIN SALIDA como la película que inspiró), y que eso indica porsupuesto, que ni lo compró por azar junto con una colección, ni que lo canjeó con el diario de turno, sino que buscó específicamente esa novela. Sólo Dios sabe dónde podría encontrarse un libro como aquel en el Trujillo de los años setentas, y qué clase de pastrulo le recomendaría una obra sobre la vida en un manicomio y cuyas primeras ediciones aparecieron bajo otro título para evitar la censura de la sociedad norteamericana.

Debo decir que es bastante gratificante descubrir estas cosas y darse cuenta de que aquellas viejas polaroids en que ambos aparecían abrazados con esas holgadas camisas psicodélicas, no eran pura moda.

Sin embargo, a la luz de estos nuevos descubrimientos me doy cuenta de que aquello de YO TE HE PARIDO con que solía salirme mi vieja cuando me encontraba en alguna pendejada, obedezca talvez no tanto a su capacidad de percibir la más mínima variación en mi comportamiento cuando andaba haciendo algo a sus espaldas, sino a que ella también ha hecho las mismas pendejadas y que por ende conoce de sobra las precauciones a tomar, los síntomas, las excusas y las maneras de encubrir la situación con las que yo aparecía tan campante y seguro de mi mismo.

Ahora yo ya estoy afuera claro, pero me preocupan mis hermanos menores: Ale y Bryan, encerrados como pequeños McMurphys en la casa materna. Supongo que sólo me queda rezar por ellos y entrenarlos salvajemente, pues están casi al borde de la pubertad y la adolescencia y temo que mueran decapitados ante el primer intento de sacarle la vuelta a una vieja matrona, que bajo su tierna sonrisa y sus ricos jugos de ciruela, esconde la sagacidad de una mujer que ya sabe de dónde viene el mundo y hacia donde se dirige.

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