jueves, 4 de diciembre de 2008

tamarindo

Hoy por la tarde he estado en la fábrica de cremoladas de mi papá. Las cremoladas de mi papá se llaman Yum-Yum pero a mis amigos les gusta decir que son cremoladas de MuyMuy. Yo me río y no digo nada porque sé que a la gente le gusta hablar huevadas. A mi también me gusta, pero mis viejos me mandaron a Lima dice que para ser un profesional, un hombre de asunto y que dejara esas mañas. Pero yo no entiendo qué tanto afán. Ayer por ejemplo encontré a mi tío pelando un saco de tamarindos y se veía tan tranquilo. Las cremoladas de tamarindo son las más ricas pero no hay que comer muchas porque sino luego parece que tuvieras muymuys en el culo. La temporada del tamarindo dura todo el verano, pero este año se ha adelantado un poco y hemos tenido que trepar a los árboles y bajarlos antes de que los últimos colegiales vengan con sus piedras y sus ganas de joder. A parte de las piedras, hay varias formas de bajar los tamarindos. Uno puede mandarse a hacer unas tenazas o cortar de plano todas las ramas con un serrucho y ya en el suelo arrancar los tamarindos. Había veces en que yo mismo me trepaba a bajarlos. Pero a mi padre nunca le convenció aquello. Dijo que él no había mandado a su hijo a la universidad para que andara trepado en los árboles. Así fue que un día se apareció con los monos. Nos costó bastante trabajo entrenarlos. Al comienzo se comían los tamarindos y se pasaban el resto de la tarde cagando encima de los vecinos. Después que supieron que igual les íbamos a dar de comer se pusieron solidarios. Ahora hasta se sientan a la mesa con nosotros y tienen platos con su nombre escrito encima. Dice mi papá que en años de mono ellos tienen más o menos mi edad. Yo no sé si lo dice por joder pero en todo caso me gusta cuando hace ese chiste. Es porque les he agarrado mucho cariño. Ya casi nunca los veo pero cuando regreso a la ciudad me subo un rato al árbol con ellos. Nos quedamos allí comiendo tamarindos y conversando. Digo conversando porque al cabo de tantos años de conocerlos son casi como mis hermanos y creo que los entiendo. A ratos se van a otras ramas más altas a dónde yo no llego. Allí se ponen a jugar entre ellos. Chillan y se ríen. Yo los miro tranquilamente echado en una rama. Me gusta imaginar que están hablando puras huevadas.

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