viernes, 12 de diciembre de 2008

viajes

Si tuvieras alguna vez la suerte de salir de Sullana con rumbo norte, y fueran además las seis de la tarde de un día de verano como ayer, podrías ver a través de la ventana, uno de aquellos paisajes que lo hacen a uno comprender por qué hace mucho tiempo la gente creía que el mundo tenía extremos vigilados por monstruos y abismos de fuego.

En realidad se trata apenas de una extensa zona de sembradíos, los cuales por necesitar estar siempre inundados (desconozco si son de caña o de arroz), semejan una interminable lámina de colapez, que a esa hora de la tarde, refleja el sol de una manera tan extraña que uno siente que el mundo está derritiéndose allí delante de sus narices

Al fondo, digamos unos doscientos a trescientos metros atrás, una larga fila de palmeras se suceden unas a otras ligeramente arqueadas como si una mujer terriblemente sola hubiese estado pasado un gran peine entre ellas.

Finalmente (jurarías que apenas unos metros detrás de las palmeras): el sol es una esfera naranja que desciende humildemente, como un gran animal afiebrado buscando un lugar tranquilo del río donde ponerse a beber.

Aquel momento maravilloso dura apenas un par de minutos, luego los sembradíos ya no son alcanzados por el Chira, la tierra se seca, las casas son reemplazadas por cementerios, los cerros cubren el sol y uno sabe que ya es hora de cerrar la cortina del bus y dormir los otros cincuenta minutos que restan antes de llegar a Talara y ver aquel enorme monumento al Cristo Petrolero levantando una paloma de cemento hacia el mar.




Ahora


Si tuvieras alguna vez la mala suerte de salir de Sullana con rumbo norte, pero no fueran ya las seis de la tarde, sino las siete de la noche o en adelante, podrías ver a través de la ventana, uno de aquellos oscuros paisajes que lo hacen a uno confirmar, que el mundo es en efecto, un lugar rodeado de monstruos y de abismos.

A esa hora de la noche, los enormes reptiles que duermen bajo aquellos húmedos sembradíos, salen a buscar alimento. La gente que viene de lejos nunca dan fe a estas historias. Se preocupan más en cambio por aquella vieja leyenda de la mujer que te pide un aventón frente al cementerio.

No es que aquello no sea cierto. Alguna vez nosotros mismos (me refiero a mi padre y a mi) la hemos llevado. Conocíamos la historia y sabíamos que de no haberlo hecho probablemente algo malo hubiese sucedido. Talvez era sólo superstición, pero así lo hicimos. Ella se sube al carro y va en silencio. Suele bajarse apenas unos minutos más allá. Ni siquiera hay que detener el carro. Uno simplemente siente que recobra el timón y la velocidad, luego alguien dice la primera palabra, la radio vuelve a funcionar y un rato después se ven las luces de la ciudad.

Lo de los reptiles en cambio es diferente. Talvez porque es algo que no todos pueden ver y sólo la gente que acostumbra mirar por la ventana mucho rato termina descubriendo. Talvez ni siquiera sea cierto. Me refiero a que para la mayoría, los sembradíos siguen allí, tan quietos como antes. Para mi no y talvez para ti tampoco. Yo sé que al abrir la cortina me toparé cara a cara con los reptiles, sus fríos lomos verdes de cientos de metros deslizándose entre las palmeras y el agua. Han estado allí cada noche en que yo he viajado a través de esa ruta y sé que me están esperando.

Por ahora no han volteado sus enormes cráneos hacia mi ventana, pero con seguridad saben que estoy alli. Tienen paciencia. Tienen todos los años del mundo. Fueron ellos quienes se llevaron a mi abuelo, serán ellos quienes se lleven a mi padre y más adelante serán ellos quienes me lleven a mi. Algún día, muy viejo, abriré la ventana y estarán mirándome fijamente. Entonces sabré que no voy a llegar a mi destino. No habrá tragedias, ni cuerpo. El bus simplemente llegará a la otra ciudad con un pasajero menos.

Alguien le dirá a mis hijos lo mismo que me dijeron de mi abuelo. Y mi recuerdo será devorado por ellos, como un gran pedazo de hierba, junto a toda esa gente extraña a la que le gusta asomarse a las ventanas y seguir mirando por mucho rato, aún cuando ya se ha hecho muy de noche y el sol, ya muy lejano para protegernos, nos deja a merced del tiempo y el olvido.

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